About
Table of Contents
Comments (5)

  La tarde se pierde en el horizonte con una mezcla de colores que dan paso a la noche. A través de mi ventana observo a las primeras estrellas titilar tímidas en un cielo azul violáceo. La melancolía me hace su presa una vez más. Es un domingo como cualquier otro, silencioso y solitario. Lo único que lo hace diferente es la fecha: hoy se cumplen trece años.

  Trece años que pasaron de forma rápida y, a la vez, lenta; trece años que trajeron toda clase de cambios a mi vida, pero que no lograron modificar lo básico, la esencia de mi alma: ella. Trece años en los que su recuerdo aún permanece fresco, vívido, ardiente; en los que su ausencia aún duele tanto como el mismo día que la vi partir.

  Una lágrima se derrama solitaria por mi mejilla y sigue el camino de muchas otras que la precedieron, un camino para purgar el dolor de mi alma. El sonido de llaves me devuelve al momento. Cierro el cuaderno y me limpio los ojos, no quiero que me vea así.

  —¿Papi? ¿Estás bien? —Me conoce demasiado, no puedo ocultarle mi tristeza. Asiento con rapidez.

  —¿Qué tal te fue con Paty? —pregunto para que cambiemos de tema. Ella dibuja una sonrisa en sus labios, camina hasta la silla vacía frente a mi escritorio y se sienta. Su mirada es dulce y, aunque sé que se ha percatado de mi estado, evita el tema y me cuenta sus cosas.

  —Conocí a un chico —afirma y, al decirlo, sus ojos brillan con emoción.

  Sonrío. La frescura de su alma es mi alimento diario.

  —Así que un chico, ¿eh? —pregunto. Ella sonríe y asiente—. Cuéntame más.

  —Yo te cuento, pero tú también lo haces —dice y me señala con su dedo índice como si quisiera amenazarme, yo sonrío—. Vine temprano porque prometiste que hoy me empezarías a contarme qué es lo que tanto escribes en ese cuaderno. —Llevo esquivando su curiosidad por más de dos semanas, pero esta mañana me encontró más triste que de costumbre. Entonces, con la idea de que me dejara solo para poder hundirme en mi melancolía, la insté a que saliera a pasar el día con su mejor amiga. Claro que eso solo lo logré con la promesa de que, a su vuelta, le contaría toda mi historia. Según Taís, ya tiene edad para saber más de mi vida.

  Ella es una muchachita inteligente y alegre. Es el oxígeno que yo respiro, no sé qué hubiese sido de mi vida sin ella. Pero insiste en saber el porqué de mi soledad y no parará hasta conseguir que se lo cuente. He pensado mucho en ello, en si es conveniente compartir mi dolor con alguien más. Quizá, sacar aquello que está incrustado en lo profundo de mi ser y que ha echado raíces tan grandes que crecieron alrededor de mi corazón agobiándolo por completo, pudiera resultar beneficioso. Además, no tiene nada de malo hablarlo con ella, es en quien más confío y ya tiene la edad suficiente como para entender; mi historia podría ayudarla a no cometer los mismos errores.

  —Bien, cumpliré con mi promesa —afirmo con una sonrisa, quizá sea la primera del día, pero verla siempre me hace sentir mejor, se parece en tantas cosas a ella. Puede cambiar mi estado de ánimo en segundos.

  —Bien. Para hacerte más sencillo el inicio, empezaré yo —dice y sus ojos adquieren un brillo especial—. Este chico es un compañero de Paty. Se llama Rodrigo, y nada, es muy lindo… y dulce. Nos conocimos hoy, así que no hay mucho que contar. ¡Ahora es tu turno! —exclama con emoción.

  —Me siento en desventaja, eso es trampa. —Sonrío y luego miro el cuaderno que se ha convertido en mi compañero en los últimos meses. Acaricio su portada y suspiro. Quizá leérselo será más fácil que solo contárselo—. Te lo iré leyendo, ¿te parece? Esto es como… el capítulo más difícil de mi vida.

  —¿Y lo escribes en ese cuaderno como si fuera una novela? —pregunta y enarca las cejas con curiosidad y sorpresa.

  —Lo hago como terapia —respondo, observo de nuevo a la ventana, los colores de la tarde ya se han ido y solo queda la noche—. Ella decía que escribir era bueno, que era su manera de enfrentar las cosas. Yo nunca lo intenté, hasta... hace poco. Lo hago porque quisiera que esta historia dejara de doler de una vez, necesito soltarla.

  —¿Quién es ella? —quiere saber Taís, su rostro muestra sorpresa. Luego, achina un ojo con picardía. Me gusta su forma de ser, es expresiva y espontánea.

  —Carolina… —Pronunciar su nombre en voz alta luego de tantos años despierta el pequeño aleteo de las mariposas que vivieron en mi estómago en aquella época y que, ahora, duermen hechizadas por su partida.

  —Te escucho entonces —agrega Taís y cruza sus piernas sobre la silla. Se recuesta por el respaldo para buscar la comodidad necesaria para oír una larga historia.

  Abro el cuaderno en la primera página, bajo la vista y suspiro. Me da miedo compartir mi historia, siento temor a ser juzgado al compartir aquello que tanto me ha marcado. Levanto la vista de nuevo y la observo, ella sonríe fresca y asiente para darme ánimos. Entonces tomo aire, coraje y empiezo la lectura de mi propia vida:

  ……

  Era solo un chico, uno lleno de vida, de ganas de experimentar, de vivir, de amar. Tenía diecinueve años y cursaba mi segundo año en la universidad. Era el primer día de clases, llegaba ansioso por encontrarme de nuevo con mis amigos, tenía ganas de aprender un poco más sobre la profesión que tanto me apasionaba: Derecho.

  Al entrar al edificio, me encontré con Juanpi, mi mejor amigo. Nos saludamos con un abrazo, llevábamos meses sin vernos pues él había ido a otra ciudad a pasar las vacaciones.

  —¿Cómo te ha ido? —preguntó al verme.

  Le comenté sobre mis días de verano, sobre las fiestas en la playa, sobre Laura —una chica a la que había conocido en una de esas fiestas y con la que tenía «algo» aún difícil de definir—. Juanpi me habló de su verano, del encuentro con su familia, del viaje que hicieron y de los lugares que conocieron.

  Aún era temprano para las clases, así que nos dirigimos hacia el comedor de la universidad, un buen desayuno antes de empezar era una costumbre para nosotros. Nos servimos y caminamos hasta la mesa habitual.

  Entonces, la vi. Era imposible en aquel entonces adivinar que ella sería mi perdición. Su pelo era rubio, tan claro que parecía de oro; sus ojos estaban perdidos en las páginas de algún libro que leía con esmero y concentración, como si el mundo no existiera a su alrededor. Estaba vestida con jeans y una blusa púrpura, mordía un lápiz con el que en ocasiones escribía algo en el libro. De repente, sonreía, levantaba las cejas o fruncía los labios. Sus gestos me agradaron, me parecía dulce, era la imagen vívida de un ángel en la tierra, la inocencia de sus facciones me generaba ganas de abrazarla y de protegerla.

  Aún no sabía que era como una rosa, bella y perfecta, pero llena de espinas dolorosas. No había forma de notarlo en ese entonces, yo no lo intuí y me acerqué a ella.

  —Hola —saludé con aire galante. Nunca me había sido difícil relacionarme con las mujeres, no era demasiado guapo, pero era cordial y atento, digamos que sabía cómo tratarlas. Juanpi sonrió acercándose algunos pasos por detrás para observar el proceso y apoyarme.

  —Hola —dijo sin levantar la vista.

  —¿Eres nueva? —insistí.

  —Para ti, porque no me conoces —respondió y, al fin, me miró a los ojos. Verdes, verdes como la esperanza que en ese momento albergaba mi ser. La esperanza de que siguiéramos conversando.

  Atrevido, galante y astuto, me senté en el sitio vacío y coloqué mi bandeja sobre la mesa; Juanpi hizo lo mismo y la rubia levantó ambas cejas en señal de sorpresa.

  —Eso se puede solucionar. Me llamo Rafael, puedes decirme Rafa. —Me presenté y le tendí la mano con seguridad.

  —Yo me llamo Carolina, y no puedes decirme Caro, ni Carol, ni Carola y mucho menos Carito. —Su tono era seco y poco amigable, pero eso no era más que combustible para mí y mis ganas de conquistarla.

  —Yo soy Juan Pablo —añadió mi amigo—, puedes llamarme Juanpi.

  —Entonces, Carolina… ¿No te gustan los apodos? —pregunté e ignoré a mi compañero.

  Él la veía directo a los ojos y ella no bajaba la mirada.

  —Me gustan, pero les regalo ese honor solo a mis amigos —zanjó.

  —¡Wow! —exclamé mientras comía unas papas fritas de mi plato—. Hablas como si fueras una persona famosa o algo por el estilo —bromeé.

  —Aún no lo soy, pero un día lo seré —respondió y volvió a su lectura.

  —Entonces, Caro… ¿Qué haces este sábado? —pregunté atrevido, insistente, animado ante el carácter duro de la joven con cara de ángel.

  —Contigo, nada… —respondió sin mirarme, Juanpi se echó a reír.

  Lo miré de soslayo como para que se detuviera, lo entendió enseguida y se concentró en su comida.

  —¿Qué lees tan entusiasmada? —intenté seguir con la conversación sin verme afectado por su desplante.

  —Un libro, ¿qué no ves? —respondió y volvió a levantar su mirada hacia mí. Le regalé una sonrisa dulce para tratar de aflojar su coraza. No pensaba desistir.

  —Hmmm… ¿Y por qué tanta agresividad?, solo quería ser amable —dije y me encogí de hombros. Decidí cambiar de táctica; a veces, al simular que bajaba la guardia lograba obtener la atención de las chicas como ella. Era hermosa y eso seguro la colocaba en esa situación de creerse superior.

  —Mira…

  —Rafa —completé ante su duda.

  —Rafael… Estoy aquí para estudiar. No me interesa hacer amigos, ya tengo unos cuantos y me conocen desde muy chica —respondió tajante y volvió a su lectura. Por un instante pensé en levantarme y dejarla sola, pero no le daría ese triunfo.

  —Pero yo soy muy especial, nunca en tu vida tendrás otro amigo como yo. No puedes dejar pasar esta oportunidad —bromeé ante su estúpido comentario anterior. Una chiquita malcriada no iba a ganarme, no iba a ceder ante sus desplantes.

  ¡Qué equivocado estaba entonces!

  —¿Qué te hace especial? —dijo y me miró de nuevo, esbozaba una media sonrisa entre irónica y divertida. Era hermosa, todo en ella me agradaba de una forma que no podía explicar, me generaba una sensación de querer estar a su lado, de cuidarla, de protegerla. A pesar de mostrarse ruda, yo presentía que, en el fondo, era un suave helado de fresas derritiéndose al sol.

  —Puedo ser un buen amigo, soy leal, me encontrarás siempre. Además, soy guapo —añadí con un guiño.

  —¿Eso te lo dijo tu madre? —comentó y luego se largó a reír.

  Su risa sonaba como miles de cascabeles al viento. Si las estrellas tuvieran un sonido, sería parecido al de su risa. Me quedé embobado ante el hoyuelo en su mejilla derecha,

  hipnotizado por el verde de sus ojos achinándose, embelesado por el movimiento de su cabello rubio que ondeaba suave como resultado de aquella genuina carcajada.

  —Pues sí, mi madre y las chicas con las que acostumbro salir —respondí entre enfadado y feliz. Enfadado porque esta chica me estaba pisoteando, pero feliz porque me hablaba. En aquel momento no pude intuir que esa sería por siempre la realidad de nuestra relación: ella dando sobras y yo feliz de recibirlas.

  —¿Chicas como quiénes? —Ante aquella pregunta levanté la vista a mí alrededor, debía encontrar a una chica que a ella le pareciera importante y que fuera buena amiga mía como para seguirme el juego. A las mujeres suele llamarles la atención lo que les interesa a otras mujeres a las que ellas consideren igual o superior.

  ¡Sara! Ella era la escritora del blog del centro de estudiantes de la universidad. Si a Carolina le gustaba leer, era probable que la conociera y la admirara, Sara era genial con el uso de las palabras.

  —¡Sarita, bella! —La llamé y se giró a mirarme, se acercó entonces a la mesa y saludó.

  —¿Qué hacen? —preguntó sonriente.

  —Aquí haciendo una encuesta para ayudar a la compañera nueva a decidirse. A ver, dime, ¿crees que soy guapo? —pregunté.

  Sarita me observó con confusión y yo le guiñé un ojo sin que Carolina lo pudiera ver. Ella entendió que debía seguirme y sonrió.

  —Claro que eres guapo, Rafael, también inteligente. Eres uno de los chicos más prestigiosos de la universidad. —Bueno, Sara se lo tomó en serio y ya hasta exageraba.

  Me apretó las mejillas y me plantó un beso fugaz en los labios. Juanpi por poco y escupe lo que bebía. La chica me sonrió y se alejó elegante y divertida. Yo me quedé algo atontado.

  —Bien… parece que puedo considerar tu caso —añadió entonces Carolina mientras miraba a Sara caminar hacia una mesa llena de chicos y chicas del centro de estudiantes, mi idea había dado resultado y, al menos, le había generado curiosidad—. Te espero el sábado, a las seis de la tarde, en la Biblioteca Nacional. Debo buscar un libro y tú puedes ayudarme con eso.

  —¿Eso es una cita? —pregunté con entusiasmo sintiéndome orgulloso por mi triunfo.

  —No. Es un… encuentro de lectura —agregó y luego se levantó para salir del comedor e ir a quién sabe dónde, quizás a su salón.

  Era hora de comenzar con la primera clase.

You may also like

Download APP for Free Reading

novelcat google down novelcat ios down