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  La alarma del móvil lo despertó. Se giró hacia la mesa de noche, cogió el móvil y apagó la alarma; se dio la vuelta y metió la cabeza bajo la almohada. Su primer día de clase en un nuevo instituto, lo que implicaba gente nueva y profesores nuevos. Odiaba la idea de tener que volver a empezar de nuevo con su vida estudiantil, con la vida tan maravillosa que había llevado hasta ahora en su viejo instituto.

  ¡Estúpido director! Tuvo que robar todos los fondos y huir del país, dejando al instituto en bancarrota. Así que él, y todos los demás estudiantes, tuvieron que ser reubicados en los diferentes institutos y colegios de la ciudad; aunque por suerte, sus dos mejores amigos habían sido admitidos en el Instituto Góngora, al igual que él. Góngora era un instituto público bastante popular por los numerosos alborotos y peleas que ahí se producían; de hecho, había una unidad de antidisturbios de forma habitual en la entrada del instituto para evitar conflictos mayores.

  José sacó la cabeza de debajo de la almohada y comenzó a estirarse sin levantarse de la cama, se tumbó bocarriba y miró hacia el techo. Había pedido ir a otro instituto, pero sus padres se negaron en rotundo ya que Góngora era el centro más cercano; además, según su madre, solo tenía que ir allí un año y con sus dos mejores amigos, así que no tenía derecho a protestar. Su madre, siempre tan agradable y comprensiva.

  Alargó la mano y cogió el móvil para ver la hora.

  —Genial —murmuró para sí mismo.

  Era el primer día de clase y llegaría tarde si no cogía el autobús que salía en diez minutos. Con pocas ganas salió de la cama, se vistió, comió y se preparó a la velocidad de la luz.

  Nada más salir de su casa se dirigió a la parada del autobús rezando para que este no hubiese pasado aún. Sin embargo, cuando todavía le quedaban unos cien metros para llegar, vio como el autobús estaba parado con unas tres personas haciendo cola para subirse.

  —¡Espere! —gritó, subiéndose ante la mirada de los demás pasajeros, que lo habían visto correr como alma que lleva el diablo. El conductor carraspeó y, después que subiese al autobús, cerró la puerta y arrancó sin esperar a que tomase asiento, por lo que tuvo que agarrarse a las barras hasta sentarse en el primer asiento disponible.

  El viaje por suerte no duró mucho, y quince minutos más tarde ya estaba bajándose y caminando hacia su nuevo instituto. Por el camino se encontró varios grupos de estudiantes, y mientras unos se abrazaban y preguntaban sobre cómo les había ido el verano, otros discutían sobre qué profesor les tocaría. José suspiró y se paró delante de la entrada para admirar el enorme edificio que se elevaba delante de él.

  El Instituto Góngora era bastante grande e imponente. Se trataba de tres edificios beige de tres plantas que se conectaban los unos con los otros a través del edificio central, siendo este el más ancho de los tres.

  Miró hacia los lados buscando a sus amigos, Evan y Cristian deberían estar por ahí cerca; pero no había ni rastro de ellos. Así que, con paso apresurado, se dirigió al edificio principal. Tuvo que esquivar varias bolas de papel envueltas en fuego que se lanzaban dos grupos de estudiantes; antes de que un profesor saliese, y se pusiese a gritarles, apresuró aún más el paso; cuanto antes encontrase a sus amigos, mejor. Sin embargo, cuando empezó a subir las escaleras chocó contra alguien.

  —Ten cuidado —murmuró José agachándose para recoger el libro que había caído al suelo; pero la chica fue más rápida y lo recogió nada más caer para ponerse a leer de nuevo. Carraspeó fuerte para llamar su atención, pero ella lo ignoró. Era una chica un poco más baja que él y delgada; su pelo era castaño oscuro y corto, lo llevaba en dos coletas que terminaban milímetros antes de tocar sus hombros—. ¡Oye! ¡Mira por dónde vas!

  —¡Eh, tú! ¡No le hables así a mi amiga! —Otra chica, con el pelo teñido de rojo, apareció de la nada hecha una furia y lo señaló con el dedo; él la miró sorprendido y parpadeó un par de veces tratando de asimilar la situación—. ¿Eres nuevo, verdad?

  Asintió despacio. Para ser tan pequeña, daba un poco de miedo.

  —Iba a mirar mi clase cuando ella chocó conmigo —explicó señalando hacia la chica morena, que proseguía leyendo el libro; la aludida ignoró el comentario y comenzó a caminar hacia el edificio de la derecha.

  La del pelo rojo le lanzó una mirada de advertencia antes de marcharse mientras gritaba a su amiga. José parpadeó confuso y, sin entender nada, caminó hacia secretaría.

  Una vez dentro, se dirigió hacia los paneles informativos en los que había un listado con los cursos y los alumnos que pertenecían a cada uno de ellos. Buscó su nombre en los cursos de segundo de bachillerato, al final se encontró en la clase C, donde por suerte también estaban sus dos amigos.

  Suspiró aliviado, al menos no estaría solo en clase.

  Con cuidado de no chocar con nadie siguió las señales explicativas que se habían colocado para el primer día; escuchó burlas de unos cuantos alumnos, pero los ignoró. Era mejor no tentar a la suerte con esa panda de delincuentes.

  —¿Dónde os habíais metido? Llevo un buen rato buscándolos

  —preguntó a sus dos amigos cuándo llegó a clase y los encontró sentados como si nada.

  —Evan se puso a ligar y antes de darnos cuenta acabamos aquí

  —explicó Cris mientras sacaba un folio de una carpeta y le tendía un bolígrafo, él lo cogió y miró a su amigo. Cris era un chico muy tranquilo que transmitía paz con su rostro angelical y su sonrisa inocente; tenía el pelo rapado al uno y era bastante musculoso ya que practicaba kárate desde que tenía seis años, así que era mejor no meterse con él. Sonrió, en este instituto lo mejor que le podía pasar era que uno de sus amigos fuese cinturón negro, eso lo hacía estar un poco más relajado.

  —No estaba ligando, solo hacía nuevas amigas —contestó Evan apoyando la cabeza sobre su mano y mirando hacia él, por lo que no pudo evitar sonreír. Evan era un chico alto, robusto y fuerte, que destacaba por tener los ojos verdes y el cabello negro, algo que volvía locas a las chicas; bueno, a eso también había que añadir su particular encanto personal—. Luego te presentaré a las chicas que he conocido, son muy simpáticas.

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