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  Owen observó a la chica pelinegra en el pasillo de la escuela y soltó un suspiro tembloroso. Se encontraba nervioso. Tres años había pasado queriéndola en silencio, así como muchos chicos más, y por fin iba a atreverse a hacer algo para que ella lo notara. A pesar de que su hermana había tratado de convencerlo de que no lo hiciera, de que Kara no era una buena persona y le haría mucho daño, él la ignoró y decidió arriesgarse. Después de todo, para ganar había que decidirse y atreverse.

  Era cierto que Owen no era el tipo de chico con el que Kara solía ser vista. Era algo rellenito y no demasiado alto —tal vez un par de centímetros más bajo que ella—, tímido y aplicado, reservado, algo callado y no tan sociable, pero aun así a las chicas —a la gente en general— solían llamarles la atención sus ojos tan azules. Claros y amables, pero intensos; tan brillantes como el mismo cielo y cautivadores en demasía. Esa era una de las cosas que, confiaba, tenía a su favor.

  Armándose de valor y tomando una profunda respiración, caminó con paso inseguro hacia donde ella y su grupo de amigos se hallaban reunidos y carraspeó para que notaran su presencia.

  Nadie lo hizo.

  Seguían charlando, riéndose, hablando en voz alta… e ignorándolo. No le importaba, estaba acostumbrado a que la gente no lo viera. Eso le gustaba, no llamar la atención, era por esa razón que solía caminar por los pasillos con la vista fija en el suelo, pero no en aquella ocasión. En aquel momento no iba a conformarse con pasar desapercibido, por eso fue que cuando por fin atisbó una oportunidad de presentarse ante ella, cuando las chicas que la rodeaban abrieron un pequeño hueco en su círculo, Owen dio un paso adelante… y entonces exhaló admirado. De cerca, Kara Rosseau era mucho más bella de lo que se podía apreciar en la lejanía. Tenía una piel blanquísima e impoluta; una boca bien delineada con labios llenos y rosados. Su cabello era negro, tan oscuro que la mayoría de las personas se preguntaba si no estaba teñido, pero lo que más llamaba la atención en ella, eran sus ojos.

  Ver los ojos de Kara era como perderse en las profundidades del mar azul. Largas pestañas espesas rodeaban esos orbes rasgados y lo sumían en un estado de hipnosis del cual no sabía cómo salir.

  A sus quince años, ella ya derrochaba sensualidad y Kara era consciente de ello por completo. Muchas veces había usado su apariencia a su favor.

  —Hola, K—Kara —tartamudeó el muchacho mientras sostenía el pequeño pastelillo en su mano temblorosa. Su voz había sido baja, pero aun así logró captar la atención de la ojiazul, quien enarcó las cejas al verlo dirigirle la palabra.

  Su larga cabellera enmarcaba aquel bello rostro y caía lisa por sus estrechos hombros y su espalda. Aquellos ojos rasgados contemplaban a Owen con curiosidad y algo más que el chico no alcanzó a comprender, pero que le hizo sentir cierta molestia bajo la piel.

  —¿Te conozco? —cuestionó cruzando los brazos bajo su pecho. Sus amigas soltaron risitas al escuchar el tono divertido de Kara.

  —Soy Owen. Owen Bates. Est—tamos juntos en t—todas las clases. Yo solo... —un repentino nerviosismo zumbó por sus venas y le hizo olvidar las líneas que había ensayado—. Yo quería saber si tú… Si nosotros... —tomó una profunda respiración y solo lo soltó—: ¿Quisieras ir al baile conmigo?

  El grupo de adolescentes rio con fuerza al escuchar la pregunta del chico. Kara sonrió sin humor, pero admirando su valentía. El baile de bienvenida era la próxima semana y aunque él sabía que lo más probable fuera que ella ya tuviera pareja, no perdía nada con preguntar e intentarlo.

  Kara elevó su ceja nuevamente e hizo una mueca, como si algún olor desagradable la hubiera alcanzado.

  —¿Qué te hace pensar que no tengo pareja todavía? —inquirió con seriedad, como si de algún modo, Owen la hubiera insultado.

  Los ojos del chico se abrieron una fracción más y comenzó a negar con la cabeza, sintiéndose asustado.

  —Yo no q—quería decir eso, s—solo pensé…

  —Que iría contigo —interrumpió ella. Asintió pensativa, luego sus ojos se fijaron en los de él y sonrió; mostró una sonrisa que no comunicaba nada bueno—. Mira... Piggy —la risa de la gente alrededor no se hizo esperar al escuchar aquel despectivo apodo—. La verdad es que todavía no tengo pareja, pero es porque no he elegido entre tantas propuestas que he tenido

  —señaló. Carcajeó sin humor y lanzó el cabello por encima de su hombro, preparándose para lo que diría a continuación.

  »Y aun si no tuviera de dónde elegir —murmuró mientras daba un paso más cerca de él—, créeme cuando te digo que no iría con un alguien tan gordo, ñoño y grasoso como tú. Tú y yo somos de niveles muy diferentes —le dio una mirada despectiva y Owen solo deseó desaparecer al ver que la gente se empezaba a congregar en el pasillo para enterarse de lo que pasaba—. Hazle un favor al mundo y piérdete, ¿sí? Nadie quiere ver tu asquerosa cara.

  Las risas de todos los que estaban en el pasillo se hicieron cada vez más fuertes al decir Kara estas últimas palabras y girar sobre sus talones para dejar al muchacho absorbiendo aquellas hirientes palabras. Su cabeza comenzaba a girar y sentía que iba a vomitar en cualquier momento. Se sentía incómodo, herido…, humillado.

  —¡Piggy!

  —Lárgate de aquí, obeso.

  —Me das asco, Owen.

  Las burlas se volvieron cada vez más estridentes, al igual que los insultos, y por un minuto imaginó que las paredes se comprimían a su alrededor; deseó que la tierra bajo sus pies se abriera para tragárselo y ahorrarle aquella horrible situación en la que se encontraba. Su visión estaba empezando a oscurecerse, comenzaba a entrar en pánico, así que salió corriendo de ahí; se abrió paso entre la gente a empujones antes de desmayarse o vomitar frente a todos; no necesitaban más razones para hacerle burla y él no quería proporcionárselas.

  Corrió sin parar hasta llegar al gimnasio, el cual sabía que se encontraba desocupado en ese momento, y se escondió tras las gradas que se encontraban allí. Se hizo un ovillo en una esquina del aula y trató de relajarse, pero era casi imposible. Respiró profundamente una y otra vez, liberando el aire poco a poco. Sintió cómo una lágrima se derramaba por su mejilla por la humillación pública que acababa de sufrir y la limpió con rapidez sintiéndose furioso consigo mismo por ser tan débil.

  Kara podía ser la niña más bonita que hubiera visto en su vida, pero tenía un alma podrida. Lo que había hecho solo era capaz de hacerlo una persona sin vida, sin corazón. Lo confirmó durante todo ese año siguiente, cuando la pelinegra continuó humillándolo y haciéndolo menos frente a sus demás compañeros. ¿Y todo por haberse atrevido a invitarla al baile?

  La chica logró con su actitud que aquel enamoramiento desapareciera y en su lugar surgiera el desprecio. Kara tomó el cariño que Owen sentía por ella y lo convirtió en odio, transformó la admiración en rencor, la atracción en repulsión… y él se dijo que eso no se iba a quedar así. Algún día obtendría su venganza.

  Algún día, Kara Rosseau pagaría con creces todo el sufrimiento que le había hecho pasar.

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