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Por fin tenía el cachorro de Alpha en mi vientre, pero él me rechazó porque...
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Narradora: Eliana

En la ciudad de Oakland, Nueva Orleans, había una princesa. Sin embargo, no era una princesa común y corriente, sino una que también era la escl*va de su manada. Se supone que cada historia tiene un comienzo feliz, pero este no es mi caso. Hasta me resulta difícil indicar dónde empieza mi historia.

Mi vida había sido un infierno desde que salí del vientre de mi madre, puesto que ella murió la noche de luna llena en la que nací. La noticia de la niña que había quitado la vida a su propia progenitora corrió como la pólvora.

La niña en cuestión era yo.

Cada uno contaba su versión de la historia, algunos afirmaron que ella murió cuando yo salí y otros dijeron que murió antes. No obstante, lo único certero para mí era que ella falleció y tuve que crecer con la etiqueta de «la asesina y el monstruo que trajo oscuridad a la manada entera».

Por tal motivo, todos me odiaban, incluido mi padre, Gerald, quien nunca pudo perdonarme por quitarle la vida a mi madre, su luna. Lo perdió todo esa noche, y cada vez que me miraba solo podía ver el sorprendente parecido que compartía con ella.

Heredé sus brillantes ojos azules y su hermosa sonrisa. Él odiaba que yo me pareciera tanto a ella, y en su dolor, se casó con otra mujer. Sienna era tan malvada como las madrastras de los cuentos y me odiaba igual que como aborrecía a mi madre, pero al menos ella le dio otros dos hijos a mi papá.

Cuando no estaba atendiendo las necesidades de los demás, ya sea lavando una gran pila de platos sucios o limpiando todo el castillo desde cada poste hasta las esquinas mientras soportaba insultos y maltratos de los demás, pasaba la mayor parte del tiempo en una mazmorra oscura.

"¡Ahí está!". Por lo general, chismeaban de mí y me señalaban sin ninguna consideración. La mayoría de ellos llegaban a darme una bofetada en la cara o un puñetazo en el abdomen. Pese a que tenía tantas cicatrices que daban fe del maltrato, no me quedaba otra opción porque no tenía adónde ir.

Además, ser una pícara omega haría que me mataran más rápido afuera que estando dentro de aquel castillo. Viví toda mi vida en soledad, y el resentimiento de mi padre creció tanto durante los últimos veinte años que no deseaba ni verme.

Decir que odiaba mi vida sería quedarme corta, pero no tenía otra salida.

Me tumbé encima de la alfombra extendida sobre el frío suelo y, por un momento, miré fijamente la oscuridad. Ese fue uno de los días que más me dolieron: estaba sangrando por las plantas de los pies por estar parada todo el día y se me habían entumecido tanto las manos por andar sirviendo comida que sentía que se me iban a caer en cualquier momento.

Pero, al menos, fue el final de un día más. Cerré los ojos abatida, estando consciente que el día siguiente no sería diferente. Sin que alcanzara a dormir por completo, me levanté al oír que la puerta se abrió de golpe, sabiendo de inmediato lo que me esperaba.

"Eliana", mi hermanastro, Jaxon, canturreó mi nombre y, casi al instante, el hedor a alcohol me abofeteó la cara. Me recosté en un rincón de la habitación, temblando de miedo. "¿Dónde está?". Él silbó.

Atisbé sus brillantes ojos mucho antes de ver el resto de su cuerpo. Jaxon tenía una cadena en sus manos que de repente usó para azotarme la espalda. Caí al suelo por el impacto, jadeando de dolor y sin atreverme a alzar la vista.

Jaxon se ponía así cada vez que bebía alcohol: se escabullía al calabozo donde me ataba y mantenía mis labios cerrados mientras abusaba de mí.

Cada vez se iba volviendo más agresivo, lo cual quería decir que mi dolor también iba en aumento. Mi tortura no tenía fin, se había vuelto tan exigente que era como si yo no fuera más que un trozo de carne para él.

Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando sentí su presencia detrás de mí. Sus manos tantearon la parte interna de mi muslo y pude sentirlo respirar en mi cuello. Mi piel se erizó del asco y mis entrañas se retorcieron en un nudo.

Así era mi terrible vida.

El hedor acre a licor brotaba de sus labios mientras luchaba por desabrocharse el cinturón. Dejó caer la botella y solo más tarde se dio cuenta de que fue su mayor error.

"¡Ay!", gemí de dolor cuando me tomó por mis pies que aún sangraban. Me dolía tanto el cuerpo que sentía mis huesos más frágiles.

Jaxon fue tan despiadado conmigo que sentí que me iba a morir en sus brazos ese día, por lo que un rastro de pánico cruzó por mi rostro. Me dio la vuelta a la par que veía sus pantalones caer al suelo con un ruido sordo, revelando la dura er*cción que tenía entre sus piernas. Cuando él se inclinó hacia delante, me apreté contra él.

"¡Detente!", forcejeé desde abajo, pero no pude contra el peso que ejercía su cuerpo sobre el mío. Él comenzó a moverse, pero yo no estaba dispuesta a rendirme. "¿Quieres que tome las cuerdas?", inquirió al tiempo que me lanzaba una mirada tan fría como el hielo, provocando que un escalofrío me recorriera la espalda.

"¡Vete a la mi*rda!", le escupí en la cara y Jaxon retuvo mis manos en un instante. Su agarre era tan fuerte que podía oír mis huesos crujir. Dejó escapar un gruñido exasperado antes de levantarse. En la esquina del calabozo era donde guardaba las cuerdas, así que, cuando me dio la espalda, no supe de dónde saqué tanto coraje y fuerza para defenderme.

No estaba dispuesta a dejar que él hiciera lo que quisiera conmigo. Al menos, no esa noche, no cuando tenía tanto dolor.

Entonces, agarré la botella de vodka con las manos y la utilicé para golpearle el costado de su cabeza. El cristal se hizo añicos en un millón de pedazos y mis ojos se aturdieron al ver la sangre que empapó mis palmas. Temblé al ver que Jaxon se giró hacia mí, con un fragmento del vidrio sobresaliendo de su cabeza.

"¡¿Qué has hecho?!". Sus ojos se llenaron de rabia, y yo di un paso atrás. "¡No te sigas acercando!", me quejé en voz baja, y una carcajada se escapó de sus labios. "¿Y qué me harás si me sigo acercando?", preguntó, arrancando el pedazo de vidrio de su piel.

Debí haber tenido más precaución antes de atacarlo. Después de todo, Jaxon era uno de los lobos más fuertes de nuestra manada. Él no era un omega como yo; de hecho, estaba destinado a convertirse en el alfa de Blood Hounds algún día.

Me estremecí al pensar que eso sucedería y supe en ese momento que preferiría estar muerta antes que presenciar semejante hecho.

"¿Gritarás?", Jaxon inquirió, acercándose poco a poco a donde me hallaba, y yo retrocedí hasta que mi espalda quedó contra la pared. Estaba tan indefensa que mis ojos comenzaron a brillar a causa de las lágrimas. Nadie sabía sobre los abusos que perpetraba en mi contra ni de sus comportamientos malévolos. No era más que un ángel ante los ojos de los demás.

Ni siquiera me habrían creído si me hubiera atrevido a contarles todo lo que Jaxon me había estado haciendo. Había dejado claro que sería su palabra contra la mía. En todo caso, solo atraería más odio de la gente si intentara «incriminar» al futuro alfa. Aun así, ya estaba condenada por haberle golpeado en la cabeza. Me había manchado las manos de su sangre, así que no podía gritar a menos que deseara que me acusaran de intento de asesinato.

"Por favor, Jaxon", comencé a rogar cuando se detuvo a apenas unos metros de mi rostro. "Te lo suplico, no me hagas esto". Su semblante estaba distorsionado por la ira y la sed de sangre llenó sus ojos. "¡Cuando te vuelva a someter, haré que me lo recompenses!". Cuando me agarró por la cintura, grité.

"¡Cállate la boca!", Jaxon me dio una bofetada en la cara y me clavó las uñas en el cuello mientras me empujaba más contra la pared. Aunque me lastimé la espalda cuando caí al suelo y tosí sangre, a él no le importó; más bien gruñó con más ira y me pateó sin piedad en el abdomen.

Vi mi vida pasar ante mis ojos, bien podría haber muerto.

"¡Te dije que te callaras! ¡Hazme caso si no quieres terminar como tu inútil madre!", él me amenazó en un tono lleno de rabia, y un sonido penetrante retumbó en mis oídos. No podía morir en manos de mi hermanastro. Si mi destino era fallecer así, ya no me importaba ser una pícara. La idea ya no sonaba tan mala.

Reuniendo mis últimas fuerzas, respiré hondo por la nariz y, cuando él se inclinó de nuevo, logré asestarle una patada en su mi*mbro. Sus piernas flaquearon, cayó de rodillas y se acurrucó contra la pared. En un instante, me levanté del suelo.

"¡M*ldita desgr*ciada!", maldijo en voz baja mientras yo recogía algunas cosas para huir. "¡Si te atrapo, será el fin para ti, z*rra inm*nda!". Me tambaleé hacia la puerta aunque no estaba en mejores condiciones que él. Me había roto una costilla y me sangraban los pies, los brazos y la boca.

Aun así, tenía que salir por la puerta o, de lo contrario, moriría allí mismo.

Lo escuché protestando desde atrás: "Te juro que te voy a matar". Podía oler a su lobo arrastrándose hacia la superficie. Aquello no sería bueno para ninguno de los dos, y él lo sabía a la perfección.

Con gran dificultad, arrastré los pies para avanzar hacia la puerta, pero las rejas estaban a metros de distancia. Jaxon se lanzó de una pared a otra, y yo empecé a mirar por encima de mis hombros para medir qué tan cerca se encontraba. "¡Púdrete, Jaxon!".

Con cada segundo, se acercaba más. Cerré los ojos en agonía, estando consciente que no podía moverme más rápido.

"Vamos, Eliana. ¡Vamos!", murmuré en voz baja para alentarme cuando el portón apareció a la vista. No fue sino hasta ese instante que caí en cuenta de lo que en verdad estaba haciendo: me iba a escapar… dejaría la manada para siempre. Tan pronto como crucé por las puertas, supe que no había vuelta atrás.

"¡Te juro por todos los cielos que te mataré!", Jaxon gritó a la vez que yo me caía al suelo. Mis rodillas se estaban debilitando y ya no podía mantener el equilibrio. Él estaba tan cerca que podía agarrar mis tobillos, no obstante, la lesión en su cabeza comenzaba a pasarle factura. Cuando me atrajo debajo de él, clavé los dedos en sus ojos y alrededor de los pedazos de vidrio que aún estaban en su piel.

Jaxon gimió en agonía, y yo pude ganar algo de tiempo gracias a eso. Lo empujé y me tambaleé una vez más hacia el otro lado del portón, cerrándolo para siempre detrás de mí. Fue hasta entonces que la realidad me golpeó.

"¡¿Cómo te atreves?!", a Jaxon se le rompió la voz. "¡Será mejor que nunca vuelvas a poner un pie en esta manada o te mataré!", espetó con los dientes apretados a la par que yo me enderezaba. Mis ojos se encontraron con la luna llena que brillaba en medio del cielo repleto de estrellas. El viento era frío y hacía ondear mi arenoso cabello.

A pesar de que iba sin rumbo alguno, no dejé de correr. Lo único que me importaba era que estaba dejando todo atrás. Después de aproximadamente una hora, me dejé caer de rodillas en medio de un callejón oscuro luego de asegurarme de que había perdido el rastro de Jaxon.

Respiraciones profundas escaparon de mis labios mientras giraba la cabeza. «Quizás este sea el comienzo de mi verdadera historia», pensé, todavía sin poder creer que había logrado escapar.

Poco sabía en ese entonces que lo que tenía adelante no sería mejor que lo que dejé atrás.

De repente, por el rabillo del ojo, vi una sombra en la oscuridad y mi corazón dio un vuelco. Me levanté con brusquedad y me pregunté quién era.

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