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  15 septiembre, 2005.

  “Hace muchos, muchísimos años, no muy lejos de aquí, vivía una particular mujer. Se decía que era la envidia de todas las demás mujeres del pueblo por su gran belleza, y por supuesto, cómo no, el sueño de más de un hombre. Pero siempre fue inalcanzable, puesto que jamás cruzó palabra con nadie, y nunca nadie era invitado a pasar a su casa.

  Aquella mujer tenía un gato negro, quien llevaba consigo a todas partes, y las lenguas malas decían que, al caer el atardecer, siempre con una capucha negra y una canasta en sus manos se perdía en la profundidad del bosque. También odiaba a los niños. No hablo de que solamente les cayera mal, no. Cuando digo que los odiaba, es porque en realidad sentía desprecio enfermizo hacia aquellas pequeñas criaturas.

  Empezó siendo pequeñas cosas, detalles que en realidad parecen insignificantes, como cambiar de rumbo si alguno de ellos venía por su misma ruta, no abrirles la puerta de su hogar, y soltar alaridos cuando un bebé empezaba a llorar.

  Qué mala suerte tendría aquella mujer,

¿debería decirle así?

cuando en medio de la plaza, una niña gritó a todo pulmón a sus padres que Cranya le había golpeado y pinchado el dedo índice para tomar un poco de su sangre.

  Fue todo un escándalo, sus padres fueron a tocar a la puerta de su casa, que era lo más cerca que alguien había estado, pero nadie abrió. Luego más personas se fueron ajuntando a la multitud, cuando en medio de todo el alboroto, salió de una ventana, su famoso gato negro, a quien Cranya apodaba “Satín”.

  — ¡Miren, el gato! Si el salió por allí, habrá una forma de entrar también.

  Entonces empezaron a buscar la entrada, y cuando por fin dieron con un pequeño agujero en forma de ventana, observaron algo, tan crucial y claro como lo es esta historia.

  El hogar de Cranya estaba lleno de cosas raras, dibujos extraños, de muchas mujeres bailándole a algo espantoso, y libros por todas partes, libros que habían sido prohibidos por la iglesia. No había cama, y ella estaba sentada en la mitad del cuarto conjurando un cuerpo de animal con sus manos. Por lo menos eso es lo que juraron los testigos, y esa fue la razón de que alguien gritara:

  — ¡Bruja!

  Salieron corriendo de aquél lugar como alma que lleva el diablo, sin mirar atrás, pero con la certeza de que volverían. Así lo hicieron, en la mitad de la noche, con fuego en sus manos, con la seguridad de que, si hacían el acto, nadie saldría herido. Pero, estaban muy equivocados.

  Cranya salió sin necesidad de ser llamada, los estaba esperando, ¿buscaba tomar algún día todos sus cuerpos? Nadie lo podrá saber nunca, puesto que aquella misma noche, el pueblo entero la ató a su hogar, tan cerca del bosque, y le prendió fuego. “Adiós, Cranya. Adiós, peligro” Era todo lo que gritaban cuando el fuego se extendía y se llevaba todo a su paso.

  Aunque, en realidad, el peligro apenas empezaba.

  Al amanecer, cuando los primeros rayos de sol salieron, las cenizas de Cranya volaron alrededor de su hogar medio destruido, volaron alrededor de todos los que habían arremetido contra ella. Y a pesar de que todos gritaban "libres al fin" ella les susurraba "nunca".

  Al poco tiempo del suceso, empezaron a desaparecer uno a uno, niños. Simplemente desaparecían de un día a otro, a veces a plena luz del día, otras en medio de la noche. Pero nunca nadie logró ver o escuchar a algunos de ellos jamás. Cuando los niños que quedaban, intentaron huir con sus padres, todos y cada uno de ellos, aparecieron colgados en el techo de la casa en ruinas de Cranya.

  — ¡Fue ella! ¡Nos maldijo y se llevará a todas nuestras almas!

  Fue así como todos los habitantes del pueblo sin nombre, estaban listos para huir, pero al llegar a la salida y tomar otro rumbo, aparecieron doce niños, los doce niños que habían desaparecido, todos muertos y su alrededor un mensaje, claro y conciso escrito en sangre.

  "No pueden huir de mí"

  A los habitantes no les quedó nada más que resignarse a vivir con las maldiciones y venganzas de Cranya, llevándose de vez en cuando uno de sus niños y animales de granja, disfrutando de las desgracias de nosotros, quienes le pertenecíamos por siempre, incluso hasta el pueblo, que había sido bautizado en su honor.

  Se dice que de vez en cuando sale su gato Satín, alma negra que ronda alrededor de su casa en ruinas, y que este es inmortal puesto que todavía se le ve por allí. De hecho, es este el que vaga buscando almas inocentes para su ama.

  Nunca cruces por su casa si vas a ir al bosque, algunos dicen que aún puedes oír sus gritos, recuerdos de aquél error en el que estamos condenados a vivir. ¿Qué pasa si lo haces? Es muy posible que jamás te volvamos a ver, salvo muerto.

  Muchos creen, algunos otros no, lo que sí se sabe con certeza es que ésta leyenda ha pasado de generación en generación, y lo seguirá haciendo, puesto quienes no lo cuentan a sus primogénitos, están condenados a escuchar sus gritos para toda la vida.”

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