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  Zoey estaba acostumbrada a que la gente señalara su cabello. Cuando la humedad era insoportable, no había peine que lo dominara. Por fortuna, más allá de las habladurías, a ella tan solo le importaba su propia opinión: ya sabía que era horrible.

  Correteó por los pasillos, rumbo al aula de Química, mientras renegaba mentalmente con Jessica por no haberla despertado antes de marcharse. Se ajustó la mochila al hombro y apresuró el paso. En el fondo, muy en el fondo, sabía que no era culpa de su amiga, sino suya. Pero a veces era más fácil pasarle la carga a alguien más.

  Después de regresar de la casa de la abuela de Zackary Collins, se quedó despierta hasta la madrugada, incapaz de dormir. Había obtenido información valiosa que ahora estaba guardada en una carpeta debajo del colchón de su cama.

  —Te juro que intenté despertarte —dijo el conejo blanco de peluche1, que asomaba la cabeza por una abertura de su mochila.

  Cualquiera se hubiera aterrorizado ante la situación, pero Zoey estaba acostumbrada a que Zack tomara aquella forma para que no lo vieran.

  —Ni siquiera te sentí —admitió ella, con los labios fruncidos mientras saltaba los últimos escalones para llegar al primer piso.

  —Estabas cansada. ¿Qué esperabas?

  El conejo escondió la cabeza justo a tiempo, cuando un grupo de estudiantes de octavo grado salía del aula de Música justo frente a ellos, a pocos pasos de la escalera. Zoey no quería ni imaginarse lo que habría pasado si los alumnos hubieran visto la escena. Recordaba que, la primera vez que ella se topó con el chico en forma de conejo, estuvo a punto de vomitar y de desmayarse al mismo tiempo, porque no se supone que los animales de felpa puedan hablar o moverse. Además, Zack debería estar muerto y esa era la razón principal para esconderse tras la imagen de un conejito blanco.

  Y lo estaba, realmente estaba muerto, solo que por culpa del collar que colgaba ahora del cuello de Zoey, él había vuelto del otro lado para cuidarla; era como una misión por cumplir antes de llegar al cielo: Zack tenía que proteger a la nueva portadora del dije de quienes deseaban matarla para apoderarse del objeto. Estarían unidos hasta que ella falleciera.

  Zoey alcanzó el aula a tiempo, apenas unos segundos antes de que la profesora cerrara la puerta en su cara.

  —Buenos días, Scott —saludó la docente con una sonrisa.

  La joven supo enseguida que se trataba de una indirecta por llegar tarde. Cabizbaja, fue derecho a su lugar en el fondo, contra la ventana, junto a Jessica.

  —Voy a matarte —le espetó a su amiga—, deberías haberme despertado.

  Jess frunció los labios.

  —Lo intenté, pero no funcionó.

  —Tendrías que haberme golpeando con el palo de hockey, o con cualquier otra cosa —contestó Zoey, antes de que la profesora comenzara a hablar sobre el tema del día.

  Ella no era muy buena en Matemáticas ni en ninguna materia que llevara números, por lo que Química era un verdadero

  karma; prestar atención era de suma importancia si es que no quería reprobar. En el trimestre anterior había sacado buenas notas

  gracias a Zackary, su profesor particular del más allá, y esperaba que él la ayudara también durante los meses siguientes.

  Pero si bien la escuela era importante, Zoey tenía otros asuntos con mayor grado de prioridad de los que preocuparse. Ya lo había discutido con Zack la noche anterior, cuando se sentaron a conversar en la azotea del instituto al regresar de la casa de la abuela Collins. Ahora, su mente se dividía entre la clase y lo que recordaba de la madrugada.

  —Es un algoritmo que opera sobre las letras de forma individual —había dicho Zack mientras blandía las hojas del código de cifrado ante los ojos azules de Zoey—. ¡Tal y como lo habíamos pensado!

  —Claro, el problema era que no teníamos el código correcto —había concluido ella.

  —Y resulta que es más simple de lo que imaginábamos.

  —A mí me parece que es bastante rebuscado —contradijo la chica.

  —Creo que tenemos tiempo para descifrarlo por completo.

  —¿También tenemos tiempo para todo lo demás? —inquirió ella entre bostezos—. Recuerda que los exámenes comenzarán pronto —murmuró—. Me gustaría mantener mis buenas notas, si es que estás dispuesto a ayudarme una vez más.

  Él asintió.

  —Por supuesto que sí, boba. Ya verás cómo nos organizamos con todo. Por el momento, lo más importante es descifrar el libro para esclarecer el asunto del dije. Averiguar qué sucede con los otros templos, qué son o para qué eran, no tanto. No pienso abrir el túnel para comprobar si de esa forma se desbloquea una puerta espiritual al colegio o no.

  Ella se acurrucó.

  —Pues, tu abuela tiene razón en algo: antes, el túnel estaba cerrado y Jude pudo asesinarte de todas formas.

  Zack suspiró.

  —Lo he pensado. Jude no estaba ahí cuando morí, aunque sí estaba el hechizo que me empujó a la muerte.

  —Pero él entró.

  —En realidad —el chico se pasó una mano por el cabello—, puede que él no haya entrado. ¿Y si encontró una forma de implantar su magia en el sótano sin necesidad de ingresar?

  Eso es lo único que tenían: conjeturas incompletas.

  En medio de su clase, Zoey solo podía continuar con sus deducciones. Le irritaba pensar que nunca obtenían información específica en las historias que giraban alrededor del dije.

  El código era una nueva esperanza. La chica confiaba en que, lo que fuese que dijera el cuaderno de la logia, podría ayudarlos a entender el objeto y que, quizás, hubiera alguna cura para la maldición que suponía ser su portador. Si existía una manera para quitarse el collar sin perder la vida, ellos tenían que encontrarla cuanto antes.

  La clase de Química finalizó sin que Zoey entendiera siquiera un poco. Enseguida supo que lo mismo ocurriría con las siguientes materias. No podría concentrarse hasta desayunar. Necesitaba café y se encargó de conseguirlo antes del siguiente período, junto con pequeño sándwich que comería de camino a la próxima aula.

  Jessica intentó mantenerla atenta con pellizcos regulares en el brazo durante toda la mañana, pero fue recién a la hora del almuerzo que Zoey pudo despejarse un poco.

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