Home/ Nunca pensé que mi esposo fuera millonario Completed
Me casé con él la primera vez que nos vimos sin saber que era millonario.
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Dentro de la Mansión García se vivía un ambiente festivo y todos los presentes celebraban con algarabía.

Finalmente había llegado el día en el que Raquel, la hija del jefe de la familia García, se casaría con su amado prometido, Darío Lorenzo.

En su habitación, Raquel se encontraba de pie frente al espejo, contemplando sus finos rasgos. Su belleza era como una obra maestra dibujada por Dios en un delicado lienzo.

Llevaba puesto un vestido de novia cuidadosamente confeccionado a su medida que abrazaba su esbelta figura con precisión. La novia llevaba los hombros descubiertos, lo que hacía que toda la atención se centrara en sus clavículas, las cuales resaltaban elegantemente.

El vestido estaba adornado, además, con hermosos volantes de cuerpo entero, dándole un toque más femenino a la joven Raquel, quien tenía apenas dieciocho años.

En Indonesia, la edad legal para casarse es de dieciocho años. Es por ello que, apenas Raquel cumplió dicha edad, decidió contraer matrimonio con Darío, el hombre al que amaba desde hace ya varios años.

La noche anterior a su gran día, la chica había bebido de más en su despedida de soltera; sin embargo, aun así se levantó a primera hora para alistarse.

Aún era muy temprano, recién comenzaba a amanecer y, por la ventana, se podía apreciar un cielo que poco a poco empezaba a iluminarse a medida que el sol se asomaba lentamente desde el este.

“Señorita Raquel, ya todo está listo. Todavía es temprano, ¿por qué no descansa un poco más? Regresaremos a maquillarla dentro de dos horas”, sugirió con una sonrisa el personal que la estaba ayudando a prepararse para el gran evento.

Raquel se quedó observando en el espejo aquellos círculos oscuros marcados debajo de sus ojos y, luego de unos segundos, asintió. "De acuerdo." 

Todavía se sentía un poco aturdida debido a todo el alcohol que había bebido la noche anterior. Así que, con la esperanza de dejar aquel estado aletargado atrás, cogió un vaso con agua que se encontraba sobre la mesa y bebió dos grandes sorbos.

Una vez que el personal se retiró de la habitación, enseguida entró una criada con un cuenco vacío y una olla de sopa de nido de salangana y los puso frente a Raquel.

Sin pensarlo dos veces, la novia llenó el cuenco de la sopa nutritiva, tomó dos sorbos y notó un extraño sabor en la boca; sin embargo, descartó dicha idea rápidamente, atribuyéndolo al hecho de que había bebido demasiado vino anoche y la punta de su lengua seguía con una sensación de amargura.

Al terminar la sopa en el cuenco, no se sirvió más. Se sentó en el sofá y cerró los ojos.

Unos minutos más tarde, la puerta de su habitación se abrió suavemente y alguien entró en silencio.

Raquel, quien no se había dormido aún, entreabrió los ojos de forma sigilosa y miró a su alrededor. Rápidamente se dio cuenta de que la persona que había entrado en su habitación era Lucía García, su hermanastra, a la que odiaba.

Raquel también odiaba a su madrastra, ya que esa mujer era la causante de que el matrimonio de sus padres se hubiera roto. Nunca intentó llevarse bien con ellas; por ello mismo, era extraño ver a Lucía en su habitación y no podía evitar preguntarse qué estaba haciendo ella ahí.

Lucía se acercó a la mesa y echó un rápido vistazo al cuenco vacío en el que anteriormente había comido su hermanastra y, de forma inmediata, sus labios esbozaron una sonrisa maliciosa mientras bajaba la cabeza para mirar a Raquel.

Y dijo burlonamente: “Raquel, ¿de verdad crees que puedes casarte con Darío? La verdadera hija del jefe de la familia García soy yo." Luego de unos segundos, continuó: "Nunca sabrás lo que había en esa sopa de nido de salangana, pero no te preocupes, me aseguraré de que disfrutes de tu noche de bodas antes de lo previsto.”

Acto seguido, tomó su teléfono y realizó una llamada: “¿Están listos los dos guardaespaldas que contraté especialmente para Raquel? Diles que vengan aquí ahora."

Incrédula por lo que había escuchado y en estado de shock, los ojos de Raquel se abrieron como si hubiera visto un fantasma. Sabía que nunca le había agradado a Lucía,  pero no esperaba que su hermanastra fuera tan perversa.

Según parecía, Lucía quería dr*garla y, no contenta con eso, habría contratado a alguien para vi*larla. ¡Qué mujer tan retorcida! 

Al darse cuenta de todo ello, Raquel se puso de pie de inmediato y resopló burlonamente. Lucía escuchó el movimiento detrás de ella y  se dio la vuelta, y al encontrar a su hermanastra parada frente a ella, retrocedió unos pasos sorprendida con la situación.

"¿Tú... no estás dormida?"

“Lucía, debió haber sido muy difícil para ti pretender durante tanto tiempo ser una buena hija frente a la familia García. ¿Te sientes mejor ahora que finalmente te has quitado la máscara?" Raquel dijo con un toque de burla, mientras clavaba sus fríos ojos sobre ella.

El rostro de Lucía se puso mortalmente pálido y respondió con cinismo. "No entiendo a qué te refieres." Estaba tan asustada por haber sido expuesta que no se atrevía a mirar a Raquel a los ojos y, de forma inconsciente, llena de rabia, sus puños se cerraron tan fuerte que sus uñas se clavaron en sus palmas.

Raquel cogió de la muñeca a Lucía para evitar que huyera, lo cual resultó siendo algo sencillo, ya que, al ser más alta que su hermanastra, la novia bloqueaba con su cuerpo el camino, sin darle a Lucía oportunidad de ir a ningún lugar.

La novia levantó su mano libre y tomó con fuerza la mandíbula de la chica frente a ella, obligándola a abrir la boca.

Raquel miró a Lucía y con una poco común frialdad le dijo suavemente: "No importa lo que haya en esa sopa, ahora es todo tuyo".

Luego soltó la muñeca de su hermanastra, tomó la olla de sopa restante y, sin titubear, la vertió en en su boca.

Lucía luchó desesperadamente sacudiendo la cabeza en un intento de zafarse del agarre de la novia pero sin resultado alguno, por lo que no tuvo más opción que dejar que Raquel vertiera en su boca tanta sopa como ella quisiera. 

"Yo no... Raquel... Tú... ¡Suéltame!" Lucía exclamó de forma entrecortada, mientras se ahogaba y tosía sin parar. Su rostro tenía una apariencia lamentable mientras continuaba sacudiendo la cabeza con fuerza.

La puerta se abrió de repente y un apuesto hombre entró en la habitación. Al ver la escena, inmediatamente agarró la muñeca de Raquel y la apartó de Lucía.

Sorprendido por lo que estaba presenciando exclamó: "Raquel, ¿qué estás haciendo?"

“Darío, llegas justo a tiempo. Lucía puso algún tipo de dr*ga en la sopa de nido de salangana para mí y, por si fuera poco, también contrató a unos guardaespaldas para que me vi*len. Menos mal que la he descubierto a tiempo. Pero ahora solo le estoy devolviendo lo que le pertenece”, respondió Raquel con calma; sin embargo, en sus hermosos ojos se podía ver un rastro de desprecio hacia su hermanastra.

La mirada amable en el rostro de Darío cambió de inmediato cuando escuchó lo que dijo su prometida y con una expresión seria volteó a mirar a Lucía. "¿Es eso cierto?"

La hermanastra negó con la cabeza con cinismo. “No, no lo es. ¿Cómo podría hacer tal cosa? Raquel, sé que no te agrado y puedo aceptarlo, pero, ¿cómo puedes tramar algo tan perverso contra mí? Señor Lorenzo, yo de verdad no haría eso…”

Al ver el lamentable semblante del rostro de Lucía, Darío sintió cierta pena por ella. Luego, volvió la mirada hacia la novia y le dijo: “Raquel, ya eres la preciada hija del jefe de la familia García y nadie nunca podrá quitarte esa posición. ¿Por qué le haces esto a Lucía?"

Raquel no podía creer que Darío le había dicho aquellas duras palabras; sin embargo, lo que más le impactó, hasta el punto de sentirse incómoda, fue el hecho de escucharlo llamar a su hermanastra solo por su nombre, tan informalmente. ¿Desde cuándo eran tan cercanos?

"¿Crees que la estoy incriminando a propósito?" preguntó Raquel, mirando a Darío con incredulidad.

“Está bien ser obstinada a veces, pero debes entender que hay límites que no puedes cruzar”, respondió Darío a la novia con un tono serio. Luego miró a la hermanastra con lástima en sus ojos y agregó: “Lucía siempre te aguanta, pero ya es suficiente.” 

Raquel observó por unos segundos el hermoso rostro de Darío, pero al ver aquella mirada santurrona que proyectaba hacia ella, se sintió tan ridícula.

La novia, incrédula, preguntó en un tono sarcástico: "¿Le crees más a ella que a mí?"

Sin atreverse a mirar a los ojos a Raquel, Darío volteó la cara hacia un lado, mientras apretaba los puños en sus bolsillos. Y aunque no respondió verbalmente a su pregunta, su silencio lo hizo.

De un momento a otro, el padre de Raquel, Jorge García, junto a su esposa, Sara Gómez, entraron a la habitación con sorpresa y, al notar la escena, el padre exclamó: "¿Qué está ocurriendo aquí? ¿Por qué están peleando de nuevo?"

Al ver a su madre, de inmediato Lucía se arrojó a sus brazos y lloró notoriamente afectada: “Mamá, de verdad no dr*gué a Raquel ni tampoco contraté a nadie para que la vi*lara. ¿Cómo podría hacerle algo así?"

Al escuchar dichas palabras, la expresión en el rostro de Sara cambió casi de forma imperceptible. "Raquel, esto es un malentendido, ¿cierto?"

“No lo es. Yo misma escuché todo lo que dijo. Incluso llamó a alguien para que le avisase a los guardaespaldas que vinieran a mi habitación. ¿Cómo puede ser eso un malentendido?", respondió Raquel molesta con toda la situación.

Ante ello, su hermanastra lloró amargamente. “¿Cómo puedo hacer algo tan cruel y arruinar tu vida? Y además, hacer algo así arruinaría  mi propia vida también. ¿Crees que quiero ir a la cárcel?"

Seguidamente, Sara habló con una voz cargada de dolor: “Querido, no creo que Lucía sea capaz de hacer tal cosa, pero como parece que no podemos llegar a una solución, será mejor que lleguemos al fondo del asunto y arreglemos las querellas de nuestras hijas pronto.”

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