Home/ Los Trillizos Alfa y la Rogue Ongoing
Bajo el mismo techo con tres alfas atractivos, yo hacía esto cada noche...
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Electra

—No vuelvas a la manada —jadea—, no es seguro.

—¿Qué quieres decir con que no puedo ir a casa? —grito en voz alta para ser oída por encima del caos que escucho al otro lado de la llamada telefónica. Mi madre se detiene para hablarme con más claridad.

—Ha habido un malentendido por lo que tu padre y yo hemos sido desterrados de la manada.

—¿Desterrados? ¿Nos están obligando a ser lobos solitarios? —exclamo con miedo. Todos saben que los hombres lobo que son obligados a dejar sus manadas pierden la cabeza. Vivir sin el apoyo de una comunidad provoca que perdamos nuestro lado humano.

—Estoy segura de que es algo temporal —comienza a sollozar mi madre y a lo lejos escucho a mi padre tratando de consolarla. Unos lobos aúllan a lo lejos y mi padre le suplica a mi madre con desesperación que sigan corriendo porque solo les faltan cinco minutos para llegar a la frontera.

Escucho con impotencia mientras mis padres corren para salvar sus vidas. El único sonido que se escucha es el jadeo pesado de mi madre corriendo por el bosque, sus pasos se abren camino entre hojas secas y la respiración de ella es tan fuerte que casi no puedo entenderla.

—Prométeme que no volverás —grita mi madre—, no estás a salvo.

—¿A dónde voy entonces? ¿Qué debo hacer? —pregunto con pánico.

—Ve a la manada Fuego Norte, ya hemos hecho los arreglos para que te reciban —me explica y se me hunde el estómago al piso.

—¿A dónde irán ustedes? Estoy segura de que Alfa Dionisio también los acogería —le pregunto sin poder esconder mi desesperación.

—El tratado con la manada Tierra Oeste lo prohíbe —dice mi madre antes de que se corte la línea.

—Mamá —grito al teléfono sin parar, pero no recibo respuesta. Me quedo mirando la pantalla mientras me fuerzo a respirar lentamente para calmarme, pero no hay forma de que unos simples ejercicios de respiración puedan ayudarme. Busco el número de mi madre e intento llamarla de nuevo, pero no logro conectarme con ella. Intento lo mismo con el de mi padre y recibo el mismo sonido de espera. Se me llenan los ojos de lágrimas y maldigo el tratado entre las manadas.

Son cuatro las manadas que se dividieron el territorio de América del Norte. Estas son Fuego Norte, Hielo Sur, Arena Este y Tierra Oeste. La primera es la más grande las cuatro y la única que tiene un tratado con el oeste. Se rumorea que este esta protegido con encantamientos y que una maldición caería sobre aquel que se atreviera a romperlo. Sé que ninguno de los Alfas se atrevería a poner esto a prueba, ni siquiera el del norte con todo el poder que tiene.

Si tan solo mis padres me hubieran explicado la situación con tiempo, podría haberlos encontrado en la frontera y así buscar refugio juntos entre los humanos hasta que se aclarara el malentendido. Estoy segura de que mis padres no hicieron nada, mi padre había sido el Beta de la manada desde antes de mi nacimiento, él nunca arriesgaría su posición. Recuerdo lo que me espera en el norte y no puedo soltar un quejido al pensar que tendría que soportar al Alfa Dionisio, a la Luna Abigail y a los trillizos. Hubiera preferido vivir como un lobo solitario.

La última vez que había visitado a los del Fuego Norte había sido hace dos años. Usualmente mi papá nos obligaba a ir en verano para escapar del calor abrasador de nuestro territorio. Éramos recibidos por su mejor amigo, Alfa Dionisio, y desde que tenía memoria era molestada por los trillizos: Asher, Belenus y Crespo. Al principio todo había empezado de forma bastante inofensiva, pero a medida que crecieron se volvieron más creativos. Hace dos veranos había tenido suficiente y juré nunca más regresar, pero al parecer tendría que tragarme mis palabras. Los recuerdos dolorosos inundan mi cabeza.

No entiendo por qué no puedo buscar un trabajo y quedarme en la universidad durante el verano. Solamente me falta un año para terminar la carrera, no había razón para forzarme a buscar asilo en otra manada. Haga las maletas con lentitud mientras observo el pequeño dormitorio que había sido mi hogar durante tres años y tengo el presentimiento de que no volveré. Sacudo la cabeza para quitar esos pensamientos de mi cabeza. Quiero terminar la universidad, quiero ser algo más que la compañera de un hombre.

Una vez termino con las maletas, me echo sobre el colchón sin sábanas y me quedo mirando el techo pensando en lo que habían hecho mis padres para merecer ese castigo. No parecía que la situación fuera a resolverse con facilidad. De la nada suena mi teléfono y doy un salto con la esperanza de que sea mi madre respondiéndome. Cuando veo que es de Asher, suelto un gruñido.

«Te recogeremos mañana en el aeropuerto», me escribe y frunzo el ceño porque eso significaba que no podría despedirme de nadie.

«¿A qué hora es el vuelo?», le pregunto.

«A las nueve y veinte, puedes recoger el boleto en el mostrador».

«Gracias».

«Estoy emocionado por volver a verte, Zorrita».

Había olvidado el terrible apodo que me habían puesto. Diosa, no creo poder soportarlos.

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