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¡Dios! ¡El Demonio Alfa de la Manada Colmillo Plateado es mi pareja!
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El alfa Rogelio se frotó el cuello, para descontracturarlo un poco. Sabía que ya estaba mayor como para viajar tanto tiempo en camión. Miró a Marco, su beta, quien revisaba en el asiento contiguo algunos documentos, en preparación para la reunión anual de alfas, que en esa ocasión se celebraría en la manada Plenilunio.

El viaje era de seis horas y los hombres habían dejado a su familia y amigos en el territorio de Cumbres Negras, pues esos eran sus dominios y ahí habían establecido su manada. Rogelio esperaba que a su regreso Omar, su primogénito, finalmente aceptara relevarlo y asumiera las responsabilidades de alfa, para que él por fin pudiera jubilarse: tenía 48 años y lo único que deseaba era disfrutar de los mejores años de su vida en completa tranquilidad.

Suspiró, pues sabía que ese escenario era altamente improbable y se lamentó por no haber preparado a sus otros dos hijos para ser alfas. Como estaban las cosas, lo más probable era que se convirtiera en bisabuelo antes de que Omar aceptara sucederlo.

"Es tu culpa, ¿sabes?", lanzó Marco, sin quitar la vista de la laptop. “Cuando encontró a su pareja, te dije que lo presionaras más para que se convirtiera en alfa, pero no, quisiste asegurarte de que la futura Luna también estuviera lista y ahora ambos estamos en el limbo”, agregó.

Rogelio soltó un gruñido de molestia, pero en el fondo sabía que Marco decía la verdad.

"Ni siquiera ha escogido beta. Llevo preparando a Ricardo y a Dante por meses para reemplazarme, pero ambos sabemos que solo puede haber un beta. Hasta que tu hijo no escoja definitivamente a uno, no puedo proceder con el entrenamiento como se debe”, añadió.

"Tú mejor que nadie sabes que la responsabilidad más importante de un alfa es escoger a su beta. Yo sé quién tiene el mejor perfil, pero me temo que debo dejarle la decisión a Omar", se defendió Rogelio.

En el fondo, confiaba en que su hijo escogería a Dante como beta. Después de todo, era su hermano menor y, al tener sangre de alfa corriendo por sus venas, su lobo era mucho más fuerte que el de Ricardo, el hijo de Marco. Sin embargo, las cosas no eran tan sencillas, pues Ricardo era el mejor amigo de Omar. Desde niños habían sido prácticamente inseparables y casi siempre se les veía juntos. No sabía por qué Omar la hacía de emoción para nombrar a su hermano como beta, aunque creía que era para mantener su orgullo intacto. Sus hijos no estaban en buenos términos, pues en los últimos días habían estado de mal humor y chocaban por todo. La única forma en la que podían calmarse era encontrando a su alma gemela, pero hasta ese momento no habían tenido suerte. De hecho, en ese momento Dante se encontraba recorriendo la costa del Pacífico en busca de su pareja, aprovechando la temporada de los bailes de emparejamiento. Lo único que Rogelio deseaba era que su única hija, que cumpliría 18 años ese mes, tuviera mejor suerte que sus dos hijos.

Entonces recordó que ese año el baile de emparejamiento se celebraría en la manada Luna Roja y se estresó. Despreciaba todo lo relacionado con ese clan, pues su alfa era un hombre despiadado y mujeriego, que vivía bajo el lema de que las mujeres debían ser contempladas, no escuchadas.

De hecho, él creía que aunque las Lunas de los alfas podían asistir a las reuniones anuales, casi todas se abstenían para no encontrarse con ese imb*cil. Nada más de imaginarse a su bebé entrando en el territorio de ese cretino y, peor aún, siendo emparejada con uno de sus hombres, le hirvió la sangre.

Marco cerró su laptop y se acomodó en su asiento. “Preguntaría en qué piensas, pero al juzgar por tu expresión, ya me imagino de qué se trata. ¿Ahora que hizo el cabr*n de Lester?", preguntó. La mención de ese hombre ocasionó que el alfa soltara un gruñido.

“No quiero que Diana se acerque a esa manada, pero no puedo negarle la oportunidad de asistir a su primer baile de emparejamiento. ¡No sabes como me c*ga ese infeliz!", respondió, desplomándose en el asiento.

“A mí también, pero no podemos hacer nada. Incluso si intentáramos cambiar la ubicación del baile, ese tipo es más fuerte que nosotros dos juntos y haría que nos arrepintiéramos. Lo más probable es que nos detenga apenas abramos la boca", señaló Marco, tocándose el puente de la nariz. "Ah, ya estoy demasiado grande para aguantar estas pend*jadas", suspiró.

Unas horas más tarde, Rogelio y Marco llegaron a la casa principal de la manada Plenilunio. Todos allí estaban vestidos de pipa y guante. La mayoría de los alfas fueron en compañía de sus betas y eran al menos 15 años más jóvenes que los recién llegados. Rogelio comenzó a presentarse frente a los más nuevos y platicó un poco con ellos, fingiendo interés. Faltaba una hora para que comenzara la reunión y todavía había alfas que no habían llegado, entre ellos el de la manada Colmillo Plateado. Rogelio recordó que cuando Dan, el nuevo alfa, asumió el cargo, se comunicó con sus pares para avisarles que cambiaría el nombre de la manada, anteriormente conocida como la Plateada, amén de que comentó que esperaba prorrogar todos los tratados de paz que había firmado su antecesor.

Se preguntó cómo sería el nuevo líder de la manada Colmillo Plateado.

Raúl, el alfa anterior, murió sin dejar un heredero varón para sucederlo. El año pasado, poco después de su muerte, su beta asistió solo a la reunión de alfas y se fue casi de inmediato, impidiéndole averiguar más del asunto. Rogelio extrañaba al fenecido, pues era el único alfa en la región que no se mordía la lengua y decía lo que todos se morían por expresar, pero que les daba miedo decir. También era el único que había puesto nervioso a Lester. Y eso no era todo, pues durante los últimos años de vida se había ganado un apodo entre los lobos viajeros y rebeldes: el demonio de la manada plateada. Rogelio apenas y logró contener su sonrisa. Lo más probable era que ese anciano necio hubiera creado el apodo para mantener a raya a quienes pensaran en atacar su manada, pues ya debía sentirse débil y temía ser incapaz de proteger a su gente.

Rogelio lo entendía, después de todo, ninguno de sus tres hijos mostraba la mínima intención de ocupar su lugar. Sin embargo, dejó la autoconmiseración para después, pues si la memoria no le fallaba, el nuevo alfa también tenía un apodo: el demonio de la manada Colmillo Plateado. Levantó la vista al escuchar unos pasos en el recinto y descubrió a un alfa en compañía de su Luna. Era obvio que ese chico no sabía nada del bast*rdo de Lester. Los recién llegados se acercaron a un pequeño grupo de alfas que habían asistido con sus lunas, aunque en total no había más de seis mujeres en el sitio.

"Hay rumores de que el alfa de la manada Colmillo Plateado acaba de llegar", dijo Marco, sacándolo de sus pensamientos. Rogelio notó que alguno de los alfas que conocía comenzaban a cuchichear entre ellos. No entendía la razón del alboroto, pues sentía el poder que emanaba del exterior, pero la verdad no era nada comparado con el del grueso de los presentes en el interior. Con eso creyó comprobar su hipótesis: el apodo del nuevo alfa no era más que un intento de disuasión.

Su corazón casi se detuvo cuando una delgada joven entró. Medía poco más de 1.70 y llevaba su largo y castaño pelo recogido en una trenza, confeccionada con un listón verde oscuro. Llevaba un vestido del mismo color que resaltaba su figura y que contrastaba con el abrigo blanco de piel, y los guantes a juego. La imagen era tan bella que todos en el reciento perdieron el aliento.

“¿En serio el nuevo alfa mandó a su Luna en su lugar?”, soltó Marco, estupefacto.

Detrás de la hermosa dama caminaba otra, un poco más pequeña y con una belleza más recatada. Llevaba su pelo, castaño oscuro, recogido en un moño. Hablaba en un tono suave con la chica del vestido verde, mientras recorrían el lugar. De repente, los ojos de la más pequeña se posaron en Rogelio y Marco y le susurró algo a la que parecía ser su jefa, ajustándose los lentes. La joven del vestido verde sonrió y comenzó a caminar lentamente hacia ellos.

“¿De casualidad ustedes no son el alfa Rogelio y el beta Marco, de la manada Cumbres Negras?”, preguntó en tono cortés apenas los alcanzó.

“Es correcto. Aunque creo que no nos hemos visto antes y me temo que ni siquiera sé su nombre, señorita”, respondió Rogelio, con una sonrisa.

"Ah, claro. Disculpe la descortesía. Después de todo, han pasado casi 10 años desde la última vez que nos vimos. Soy Daniela Platas, alfa de la manada Colmillo Pateado. Mi padre lo consideraba su aliado más cercano en la región. Y ahora que hemos realizado las presentaciones, tuteémonos”, dijo la chica, extendiendo su mano hacia Rogelio, y haciéndole un gesto con la cabeza a Marco.

El hombre la estrechó, pero estaba tan sorprendido que era incapaz de articular sonido alguno. Daniela aprovechó el silencio para presentar a su acompañante. "Esta es Elma, mi beta", señaló. Justo cuando Rogelio saludó a la beta, su cerebro comenzó a funcionar nuevamente con normalidad. La última vez que visitó la manada Plateada, hace diez años, le pareció que había visto a una niñita que corría por todo el lugar y que apenas y se despegaba de su padre. De hecho, le parecía que el difunto Raúl había negociado con él, teniendo a su hija sentada en sus piernas.

"¡Oh, vaya! ¡Si eres la pequeña Dani!", soltó el hombre, con una sonrisa, al recordarla.

"Por favor, no me llames así", contestó ella con el mismo gesto, aunque su tono fue algo golpeado y sus ojos brillaron de un verde neón por unos instantes, antes de regresar a su tono natural: verde oscuro.

"Él único que me ha llamado así sin perder la lengua fue mi padre", soltó entre risas, para aligerar la tensión. De cualquier forma, a los presentes los recorrió un escalofrío por el despliegue de un aura aterradora. Aunque la sensación apenas y había durado un segundo, varios miraron a su alrededor, con la intención de encontrar la fuente de tan inmenso poder. La única que permanecía tranquila era Elma.

«¿Qué fue eso?», se preguntó Rogelio, listo para comunicarse mentalmente con su beta. Sin embargo, este fue más rápido.

«¿Tú también lo sentiste? ¿Qué ching*dos? Se me puso la piel de gallina», le confesó Marco, un poco asustado.

«Creo que significa que se acercan los problemas», respondió Rogelio.

Los hombres no pudieron continuar con su conversación mental, pues la joven alfa los interrumpió.

“Fue un gusto volverlos a ver y espero que nuestras manadas puedan seguir trabajando de forma tan estrecha como en los últimos años. Ahora, si me disculpan, esta es mi primera reunión de alfas y mi beta y yo todavía tenemos que presentarnos con muchas personas”, señaló, antes de girarse hacia Elma, quien hizo un ligero movimiento de cabeza a manera de despedida.

Acto seguido, se acercó a Daniela y le susurró algo al oído, pero los hombres solo escucharon lo siguiente: "Eso estuvo cerca. Alfa, mantenga su carácter bajo control si no quiere que...". Y aunque Rogelio y Marco veían que la boca de Elma se movía, eran incapaces de entender lo que decía.

De repente, un aura poderosa inundó el lugar y ambos hombres pusieron los ojos en blanco. Parecía que Lester por fin había llegado. Rogelio y Marco intercambiaron miradas de preocupación, pues sabían que la reunión no terminaría sin, al menos, una fuerte discusión. La mirada del alfa se posó en Daniela y Elma, quienes hablaban con otros jóvenes. Como las dos nuevas no estaban familiarizadas con lo que se venía, no podía evitar preocuparse por ellas. Confiaba en que no llamaran demasiado la atención ni se les ocurriera desafiar a Lester.

"¿¿¿CÓMO ESTÁN TODOS???", resonó la voz del alfa Lester, completamente ruidoso y desagradable como siempre, nada más entrar. El hombre era imponente y con sus dos metros de altura se destacaba rápidamente de entre todos los presentes. Como se sabía el más fuerte, no contenía su aura, que inundaba cada centímetro del lugar. Las lunas presentes se apretaron contra los cuerpos de sus compañeros, quienes ahora se paraban más erguidos, en un gesto de protección. Por su parte, los alfas que iban en compañía de sus betas hacían todo lo posible por ignorar la abrumadora energía que emanaba de ese tipo, aunque los más osados lo miraban con hostilidad y lo estudiaban fijamente, con la esperanza de encontrar su punto débil; sin embargo, como no pudieron encontrarlo, decidieron que lo mejor era quedarse callados y no llamar mucho la atención. Por su parte, Lester recorría el lugar con la mirada. Parecía satisfecho. De repente se volteó para hablar con un hombrecito diminuto que lo seguía de cerca. Aunque Rogelio no lo reconocía, sabía que debía de ser su beta. De hecho, ahora que lo pensaba, nunca había visto que un beta acompañara dos veces a Lester a la reunión de alfas.

Rogelio buscó con la mirada a Daniela y Elma, a quienes imaginaba muertas de miedo. Sin embargo, cuando las encontró notó que se mostraban ajenas a la situación: hablaban entre ellas y se reían como si no hubiera nadie más en el lugar. «¿Se disociaron o qué?¿Acaso no se dan cuenta del peligro que representa la bestia que acaba de llegar?», se preguntó el alfa. Decidió que tenía que advertirles sobre el recién llegado y comenzó a caminar hacia ellas. Vio con horror que Lester también se dirigía a las chicas, con una mirada de lascivia. Casi parecía que se las saboreaba.

"¡Miren nada más qué tenemos aquí! ¡Se trata de una sexy señorita!", lanzó Lester, a punto de alcanzar a su presa. Rogelio se mald*jo mentalmente por no ser lo suficientemente rápido y apretó el paso. Sabía que no sería de mucha ayuda, pero no quería dejar a la deriva a la hija de quien había sido un aliado y viejo amigo.

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