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  Voy de un lado a otro con una bandeja plástica en la mano izquierda, cargando platos para las personas que acuden a este comedor comunitario para gente de la calle, es probable que parezca un pez en el agua, también es probable que sólo me sienta así y me vea más patosa de lo normal, de vez en cuando le sonrío a alguien, suelen ser adultos que viven en la calle y me dirigen miradas de esperanza.

  Llevo asistiendo al comedor alrededor de seis meses, ellos me conocen como Nayla, la chica que trabaja por una miserable paga que le ayuda a cubrir la mitad que le toca del alquiler. La verdad es que he pasado casi mi vida entera buscando la manera de escapar de la realidad y en este momento lo estoy haciendo, envuelta en la ropa más barata que encontré en una tienda de segunda mano y mi rubio cabello recogido en una coleta alta, llevo unos zapatos planos e intento encajar lo más posible en el lugar.

  — Nay, –me llama Boo, parece más nervioso de lo normal y mi primer pensamiento es que volvió a las drogas– esta tarde... –apenas atina a decir sin mirarme a los ojos– Jason vendrá esta tarde –dice finalmente, mientras lo observo con paciencia y la noticia me hace palidecer.

  — ¿Esta tarde? –intento susurrar, pero mi sorpresa aún se nota en la entonación de la pregunta.

  — Está muy mal –lo miro de nuevo, parece demasiado preocupado.

  — ¿Dónde ha estado? –el muchacho eleva los hombros y yo me siento frustrada.

  — No es necesario que hagas nada... puedes darme el dinero y yo la compraré para él –suspiro, segura de que esa es la peor solución.

  — No, Boo, ya no podemos solucionar las cosas comprándole drogas...

  — Está muy mal –repite y miro al piso, después vuelvo la mirada a él.

  — Lo veré esta tarde, dile que vaya al apartamento –muerdo mi labio inferior dudando sobre lo que he dicho.

  — ¿Qué haremos con Letice? Ella no quiere volver a verlo, no después de lo que pasó con Hannah –saco aire, lentamente, intentando pensar. La verdad es que la cocinera lo corrió por una buena razón y si me opongo a sus decisiones me va a echar a mí también.

  — Letice no tiene que enterarse de nada –una de las chicas que sirve me mira mal por unos segundos y decido alejarme de Boo, todas saben que hubo algo entre Jason y yo, seguramente Letice no tardará en enterarse de que estuve secreteando con su mejor amigo.

  Entro a la cocina intentando mantener mi radiante sonrisa de dientes blancos y perfectamente alineados– Nayla, se supone que hoy era tu día libre –repite la cocinera por décima vez en el día.

  — Siempre es mi día libre ¿A caso no me quieres más aquí? –respondo, y ella ríe fuerte.

  — Deja eso... —me quita la charola de las manos y se coloca cómodamente frente a mí, pelando una manzana roja– ¿Qué hiciste el fin de semana? –a la cocinera realmente le importo, a veces siento que incluso más que a mi propia madre.

  — Salir con algunos amigos.

  — ¿Sólo eso? –insiste ante mi corta y nada compleja respuesta.

  — Sólo eso –siempre intento dar los menos detalles posibles en cuanto a mi vida personal, no soy buena para recordar todas las mentiras que digo.

  — Espero que no andes en malos pasos –me dice llegando al final de la cascara, la cual forma una sola y risada línea.

  — ¿Malos pasos? –pregunto, sin realmente entender a lo que se refiere.

  — ¿Jason? –me mira como diciendo "lo sé todo".

  — Lo de Jason fue pasajero, lo ayudé pagando su parte del alquiler cuando salió de rehabilitación la última vez –digo sin mirarla a los ojos.

  — ¿Y de dónde sacaste el dinero? –me toma por la barbilla para obligarme a mirarla a la cara.

  — No hice nada malo –le aseguro y ella duda.

  — Boo es un buen chico que la vida a jodido mucho y Jason está jodido porque le falta cerebro... no permitas que te arrastren... ya sé que Jason tiene ese poder irresistible sobre las chicas bonitas, –me toca la barbilla y sonríe– pero siempre termina mal –asiento, eso ronda mi mente desde el día en que lo conocí.

  — Debo seguir con mi trabajo –corto la plática para tomar la bandeja y llevar más platos.

  — Testaruda –susurra y hago como que no la escucho, sigo mi camino sorteando mesas y sonriéndole a personas que me sonríen.

  Voy realmente distraída pensando en Jason y su historial de clínicas, mujeres y drogas consumidas, creo que no estoy enamorada de él, pero forma parte de mis inicios y en el fondo me asusta perderlo. Creyendo que es mi último plato, bajo la bandeja y de la nada me estrello contra algo... alguien, me doy cuenta cuando paso de su ceño fruncido a sus ojos llenos de furia y su traje costoso completamente sucio de la sopa del día.

  — No lo vi –digo nerviosa y mi primer instinto es intentar limpiarle.

  — Aleja tus manos de mí –su voz es grave, muy masculina y con un precioso acento inglés, comienzan a temblarme las piernas de sólo sentir su mirada sobre mí, se aleja de golpe.

  — De verdad lo lamento –susurro siguiéndolo con un bonche de servilletas en las manos.

  Camina rápidamente, parece que conoce perfectamente el lugar, entra a la cocina y va directo a la oficina de Letice, la cocinera y encargada, después entra al baño y yo, hecha un cúmulo de nervios, continúo siguiéndolo.

  — Dame eso –toma arrebatadamente algunas servilletas de mis manos y comienza a limpiarse, tiene sopa incluso en los pantalones– ¿Por qué siempre tengo que cruzarme con la gente más idiota? –lo miro molesta, dice eso para él, pero en contra mía.

  — ¿Disculpe? –suelto enfadada, por más que sus bonitos ojos azules hipnoticen, no tiene derecho a llamarme idiota– Fue un accidente –digo unos segundos después.

  — No, eres una tonta que va distraída por ahí y... —le arrojo el resto de las servilletas a la cara y salgo del baño.

  ¿Quién se cree que es para hablarme así? Ese imbécil acaba de ponerme muy furiosa, además la manera en que me miraba, era casi con desprecio. Salgo a la calle y enciendo un cigarrillo, necesito calmarme para no volver ahí dentro y arrojarle un par de charolas más a la cabeza.

  Esperando no encontrarlo y después de acabar con mi cigarrillo, entro directo a la cocina, con la convicción de tomar mi chaqueta e irme de ahí, aunque no puedo perder medio día de paga por un imbécil cualquiera.

  — Ya hablamos sobre los drogadictos, Letice, está bien si los alimentas, pero no puedes darles trabajo para que paguen sus mierdas –el hijo de... no se ha ido, ahora está hablando con la cocinera.

  — Nayla no es ninguna drogadicta... tiene problemas económicos, sí, viene de una zona problemática, también, pero no se droga... lo de la charola ha sido un accidente, Ítalo, no tienes por qué ser tan duro con la chiquilla –es un estúpido, la perfección hecho hombre, pero un estúpido al fin– conócela un poco, permítele que se disculpe – ¿Disculparme? Ni drogada, ya lo había hecho antes y sinceramente.

  — Dejare que lave esto –entro de golpe y paso a lado de ambos, ignorándolos por completo.

  — Nay, –se acerca Letice cuando estoy guardando algunas cosas en mi morral y giro a mirarla– quiero que conozcas a alguien.

  — ¿Conocer o que me disculpe? Ese estúpido, engreído, cretino, prepotente... adonis... que cree que con sus muy hermosos ojos puede venir aquí a hacerme lavar su estúpido traje costoso, está muy jodido... —su expresión se torna algo extraña en ese momento y por su forma de mirar, sé que él está escuchando cada una de mis palabras.

  — Ya que tu torpeza e incompetencia para cargar una simple charola causó esté desastre, lo menos que este adonis espera de ti, es que lo arregles –dice con esa voz masculina y ese acento inglés que lo hacen aún más sensual.

  — ¡No voy a arreglar una mie...! –giro para encontrarme con la hermosa postal de su cuerpo desnudo de la cintura hacia arriba y su camisa y saco en la mano, alguien en serio se tomó mucho tiempo al momento de elegir los genes ganadores, su cuerpo es perfecto... él, físicamente, es perfecto.

  — Si ni siquiera lo intentas, vas a tener que pagar por él... y te aseguro que con tu sueldo actual te llevará años –me mira como si fuera su venganza y no puedo evitar pasear la mirada por su hermoso torso.

  Sus palabras son un tanto humillantes, pero ciertas, con el sueldo del comedor no podría pagar ni un botón de su camisa– deme eso –tomo arrebatadamente la ropa de su mano y me encamino a la pila para lavar platos, me sigue a paso tranquilo y tomo deliberadamente el jabón con el que lavo la vajilla para tirárselo encima a la ropa, tampoco voy a permitir que me hable de esa manera sin represalias ¿No?

  — ¿Qué crees que haces? –Me toma fuerte por la muñeca de la mano en que sostengo el jabón y su tacto me electriza la piel, lo miro intentando no reír, parece cien veces más enojado que por la sopa.

  — Me pidió que lo lavara y eso intento –digo con un tono de inocencia que no me creo y me suelta de golpe para sacar su ropa de la pila.

  — Estás despedida –vocifera, en una mano sostiene la parte superior de su traje arruinado y con la otra me señala la salida.

  — ¿Quién se cree que es? –le digo furiosa, en cuanto escucho la palabra "despedida" deja de ser divertido.

  — Soy quien paga tu miserable salario, ahora vete –Letice me mira y con los ojos en lágrimas se acerca a él.

  — Ítalo, –susurra tomándolo por el brazo mientras yo camino a donde boté mi mochila esta mañana– es sólo una chiquilla.

  — Me desafió –responde cortante.

  — Necesita el trabajo –suplica de nuevo– ella no sabía que el jabón dañaría la tela y tú la orillaste a esto –claro que sabía lo que el jabón le haría a su costoso traje de diseñador, pero no esperaba que fuera quien pagaba mi miserable salario.

  — Trabajaré sin paga –digo altanera, él saca mi peor versión– no puede despedir a una voluntaria –me coloco la mochila al hombro y comienzo a caminar a la salida.

  Discutir con el adonis y desafiarlo me hace sentir tan viva como cuando abandoné mi casa, aunque esa es otra historia, es refrescante de vez en cuando tener esa clase de retos.

  Entro al baño de una biblioteca cercana y me miro al espejo... me pregunto ¿Cómo habría tratado Kozlov a una de esas rubias que viven en un barrio exclusivo, una de esas mujeres pretenciosas que comen solas en una mesa para 12 al interior de una casa de más de 5000 metros cuadrados de soledad?

  — Probablemente se habría culpado de tirarse la sopa encima, –me rio y mojo un poco mi cara– habría sido el encuentro perfecto y el inicio de una insana relación económica... digo amorosa –me miro de nuevo y sonrío, he aprendido a sonreír cuando las cosas van mal.

  Sin trabajo y con sólo un par de dólares en el bolsillo salgo del baño para regresar los libros que había tomado unas semanas atrás y elegir nuevos, desde que no voy a la escuela he tenido la manía de leer todo lo que se me atraviesa y estudiar por mi cuenta... pobre, pero ignorante jamás.

  — Nayla, la devora libros –me sonríe la bibliotecaria.

  — Me gusta mi apodo –le sonrío de vuelta.

  — Tu actitud siempre me alegra los días –es tan amable y yo tan boba, encariñándome con cualquiera que me regala un poco de amor.

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