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¡Yo, una omega, fui obligada a casarme con el Rey Alfa más peligroso!
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Desde el punto de vista de Hazel.

"Haz lo que quieras conmigo, id*ota", dije en medio de sollozos.

Me sentía derrotada, tumbada bajo el imponente peso del Rey Alfa; su presión era intensa sobre mí. Mi figura estaba comprimida contra el lecho. Las lágrimas emborronaban mi rostro, mientras él lo examinaba intrigado. Se detuvo un momento, sin aire y estremeciéndose.

Hace apenas unos instantes, desgarraba mi vestido de novia, diseñado especialmente para mí, de mi cuerpo esbelto, reduciéndolo a jirones. Observé cómo se desplomaba al suelo mientras él sujetaba mi frágil figura entre sus manos y me atraía hacia sí. Con gran ansia, presionó sus labios contra los míos, mordiéndolos y devorándome.

No podía respirar.

Temblaba sin control mientras me empujaba contra su lecho, besando cada huella en mi cuerpo y mordiéndome hasta hacerme sangrar. Sentí cómo la sangre caía por mi espalda mientras sus dientes se hundían en mi piel. Emití un grito de dolor, implorándole en silencio que cesara, pero tenía demasiado miedo como para dejar escapar palabra alguna de mis labios.

Su mirada de un azul profundo se había tornado salvaje, y en ese instante, un verdadero temor por mi vida me invadió. Me aterraba la idea de que la noche de mi boda se convirtiera en el fin de mi existencia.

Los recuerdos de aquel día me inundaron mientras pensaba: '¿Cómo llegué a esta situación?'

Hace 3 días.

"Él acabará conmigo, padre. Justo como lo hizo con su primera Luna. No puedes desear eso para mí", lloraba Anna.

Se encontraba en la cama del hospital, con monitores sujetos a sus muñecas. Había dicho innumerables veces que preferiría encontrar la muerte por su propia mano antes que por la del Rey Alfa. No podía culparla por temerle. Era reconocido como la entidad más temible que recorría nuestras tierras, alguien que mataba por mero placer y cuyo rostro, marcado por cicatrices de guerra, permanecía oculto tras una máscara.

"Anna, no te pongas histérica", la reprendió su madre, mi madrastra, Natalia, agarrando las manos de Anna con firmeza. Esa era su manera de intentar consolar a su hija. Sin embargo, Anna apartó sus manos y se giró hacia nuestro padre.

"Por favor", imploró una vez más. "No puedo casarme con él. Si te importo lo más mínimo, no me forzarás a hacerlo..."

"Ya es suficiente", siseó mi padre con firmeza. "El Rey Alfa ha pedido casarse con mi hija y no me opondré a sus deseos. No traerás vergüenza a esta familia".

“Pero, papá”, sollozó. "No soy tu única hija".

Nadie dijo nada por un momento. Lentamente, mi padre y Natalia dirigieron su mirada hacia mí.

Al notar sus ojos insistentes, sentí un sollozo brotar desde lo más profundo de mi garganta.

"Lo siento", me escuché decir con voz tenue. "Pero yo no puedo..."

Natalia hizo un gesto de desdén mientras se levantaba de la cama y cruzaba los brazos sobre su pecho.

"Eres la hermana mayor", espetó con desdén. "¿Estás viendo el profundo sufrimiento de Anna y no puedes hacerle ese favor? ¡Eres una insensible!", exclamó mi madrastra, lanzándome una mirada furiosa.

Yo sólo guardé silencio. Al final, resultó que Anna había planeado todo desde el principio. Su "intento de suicidio" no había sido más que una artimaña.

Anna me lanzó una mirada desafiante y aumentó la intensidad de su llanto: "Papá, yo estoy enamorada de alguien con quien realmente quiero casarme. Por favor, no me obligues a casarme con esa criatura".

"¿De quién estás enamorada?", inquirió mi padre.

"De Gael", reveló ella. "Estamos enamorados y queremos casarnos".

El corazón se me hundió en el pecho al escuchar el nombre de mi prometido. No había dicho ni una palabra sobre encontrarse con mi hermana ni mucho menos sobre enamorarse de ella.

"Él no quiere casarse con Hazel", continuó Anna. "Nunca lo quiso. Él tiene mi corazón y yo el suyo..."

Retrocedí tambaleante, acercándome más a la pared. Aunque era menor que yo solo por dos años, se comportaba como una niña caprichosa. Parecía creer que tenía derecho a apropiarse de todo lo que era mío, incluido mi prometido.

"Entonces está decidido", declaró Natalia, girándose hacia mí con una sonrisa en su rostro. "Anna se casará con Gael y Hazel, con el Rey Alfa Rasheed".

"¿Cómo?", exclamé, todavía aturdida por la traición. "No puedo...", intenté protestar de nuevo.

"¡Basta!", interrumpió mi padre, con firmeza una vez más. "Le prometí al Rey Alfa una Luna y cumpliré con mi palabra. No quiero oír más discusiones al respecto. Hazel, te casarás con él. De lo contrario, será tu hermano quien sufra las consecuencias de tu negativa".

"¿Qué?", pregunté, sintiendo cómo el color se esfumaba de mi rostro.

"Ya me escuchaste", replicó mi padre con sarcasmo. "Tu hermano asumirá la responsabilidad. Estoy cubriendo sus gastos médicos en este momento. Continuaré haciéndolo y me aseguraré de que reciba la atención que necesita, solo si aceptas casarte con el Rey Alfa".

Mi boca se abrió en shock. Mi padre estaba usando la vida de mi hermano para obligarme a que me case con el Rey Alfa Rasheed.

"Está bien", dije finalmente, tras una larga pausa. "Me casaré con el Rey Alfa".

¿Acaso tenía otra opción? Supongo que no.

--

Me encontraba frente a la capilla, con el corazón cargado de pesar.

No era porque me iba a casar con el lobo más temido de nuestras tierras, o porque éste hubiera llegado veinticinco minutos tarde a nuestra boda. Tampoco era porque me estaban utilizando como un peón a fin de acercarse al Rey Alfa y su familia, la familia de mi futuro esposo.

Era porque la vida de mi hermano pendía de un hilo si no procedía con esta boda.

Hace cinco años, tras el fallecimiento de mi madre, mi padre pidió que mi medio hermano Niguel y yo regresáramos a esta manada para vivir bajo su techo.

La salud de Niguel se deterioraba con cada año que pasaba. Sin los tratamientos médicos necesarios, su supervivencia estaba en riesgo, los mimos que mi padre, Alfa Samuel, se negaba a costear, dado que Niguel no era su hijo biológico. Ahora, había amenazado con cortar toda asistencia médica a menos que yo accediera a casarme con el Rey Alfa Rasheed.

No tenía opción; no podía permitir que mi hermano muriera.

"Me disculpo por llegar tarde. Tuve algunos contratiempos con el trabajo".

Rasheed se erguía delante de mí, imponente y formidable. Cubría su rostro con una máscara, ocultando las cicatrices de batalla que lo marcaban. No permitía que nadie viera lo que yacía bajo ese velo, y nadie se atrevía a desafiar esa regla. A su entrada en la capilla, la multitud de cientos de personas se sumió en un silencio absoluto. Nadie osaba hablar sin su consentimiento. Incluso mi padre, su esposa Natalia y su hija, Anna, guardaban silencio mientras él se acercaba a mí en el altar.

Yo sólo esperaba que no notara lo nerviosa que estaba. Cuando tomó mis manos entre las suyas, experimenté un momento de pánico al darme cuenta de lo húmedas que estaban mis palmas. Sin embargo, él parecía no haberse dado cuento o simplemente no le importaba. Me desconecté en gran medida de las palabras del pastor. Lo único en lo que podía pensar era en mi pobre hermano menor, postrado en esa cama de hospital, luchando por su vida.

Yo era su única esperanza de supervivencia.

'No puedes negar que es bastante guapo', susurró mi loba interior, Sara, desde lo más profundo de mí. A menudo pasaba por alto sus comentarios, pero cuando quería, podía ser bastante insistente. Sin embargo, esta vez no estaba equivocada. Aunque no podía ver su rostro, el resto de él resultaba atractivo a la vista, sobre todo de cerca.

Sentí cómo mi rostro se ruborizaba cuando el pastor nos indicó que nos besáramos. Noté que Rasheed parecía extrañamente indeciso. Su postura delataba una clara vacilación. El pastor lucía nervioso mientras el silencio se volvía más pesado entre nosotros. Me di cuenta de que había un millón de pensamientos cruzando la mente del pastor en ese momento.

Después de unos segundos, suspiré y me puse de puntillas, rozando mis labios con los de Rasheed. Percibí algunos sonidos de sorpresa alrededor del salón mientras todos retenían el aliento.

Mi corazón golpeaba con fuerza contra mi pecho mientras mi cuerpo temblaba sin control. Aun así, me esforcé por contenerme para no lucir como una tonta ante el Rey Alfa y su corte.

Sus labios eran más suaves de lo que había imaginado, y tenían un ligero sabor a whisky. Me aparté y casi de inmediato supe que mi rostro estaba ardiendo de vergüenza. Él me miró fijamente, y noté cómo el azul oscuro de sus ojos brillaba a través de la máscara que llevaba puesta.

Rasheed parecía sorprendido por mi beso. Retrocedí un paso y dirigí mi mirada hacia mi familia: mi padre, su esposa y Anna. Mantuve mi mirada en Anna por un momento prolongado; su mirada a cambio provocó que un ligero escalofrío recorriera mi espalda.

No debería haber sido quien se estuviera casando con el Rey Alfa en aquella capilla. Debería haber sido ella. Ella había sido la elegida en un principio.

Por su culpa, tenía que unirme en matrimonio con el temible Rey Lobo.

Yo era sólo su novia de reemplazo.

Ante tal situación, no podía evitar preguntarme si mis besos lo disgustarían.

O si acabaría conmigo tal como lo hizo con su primera Luna.

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