Alex sólo quería hablarle a su guapa vecina y amiga de la infancia. Naomi esperaba con ansías que el lo hiciera.
¿Y si le hablaba? ¿Qué tal si le decía: ¿Eh, hermosa, tu y yo un café? Tal vez le parecería un poco acosador, pero verdaderamente Alex no sabía qué hacer, desde que vio su rostro por primera vez el corazón le latió a mil.
Más aún, cuando se encontró con la madre de ésta chica, y la reconoció. ¡Claro, si era Naomi! Una de sus mejores amigas cuando era pequeño.
Antes vivía a su lado,
prácticamente
pero se mudó. Y ahora, justamente ahora, ha vuelto.
¿Por qué no aprovechar que los pocos centímetros que los separaban era una ventana?
Cogió una piedrita de su pecera y la lanzó en dirección a la ventana, la chica asomó la cabeza, mirando sorprendida a Alex.
Él la saludó con un gesto y una sonrisa tímida. La chica le devolvió la sonrisa y volvió a esconderse lejos de su vista
¡Genial, ahora todo estaba arruinado! ¿Lo que más importa no es la primera impresión? Y como Alex no era bueno hablando, cogió una arrugada hoja de sus cuadernos y se la mando con otra piedrita.
Esta vez la chica se agachó y recogió la piedrita.
—Hola Naomi.
¿Qué lees?
Por cierto, mi nombre es Alex.
Naomi alzó la vista, y vio que Alex movía la mano de un lado a otro en un intento de saludarla.
—Hola Alex.
Leo El chico de las malteadas.
Disculpa, ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Te he visto en algún lado?