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  —¡No me puedes hacer eso, mamá! —Lloré aún con más ganas, en la sala de aquella casa en la que viví casi toda mi vida.

  Hacía unas horas, mientras cenábamos, me dio la «gran noticia»: la habían ascendido nuevamente. El cargo era de mucha mayor relevancia, y el sueldo ni se diga. ¿El problema? El problema radicaba en que era al otro lado del país: Myrtle Beach, Carolina del Sur. Absurdamente lejos de mi vida actual. Sin poder evitarlo y sin ser una chica tendente al drama, lagrimeé muchas horas sin moverme, ahí, en ese sitio que tanto amaba.

  Al día siguiente por la noche, y después de horas tristísimas que pasé sollozando con mis amigos, ella entró a mi habitación. Casi no ingerí nada en la cena y sabía que no había dormido bien.

  —¿Podemos hablar? —Asentí limpiándome la nariz con el pañuelo desechable; jamás me había sentido más impotente, confundida y perdida.—Iré. —Casi fue en un susurro y con nada de convicción. Mi madre me miró asombrada, perpleja.

  —¿Lo dices en serio? —No daba crédito a mis palabras.

  —Sí, es un año. Pasará rápido, ¿cierto? Yo… tampoco quiero separarme de ti y esto… siempre fue tu sueño. —Sus brazos se enroscaron alrededor de mi cuerpo, agradecida, mientras yo sentía que me aventaba al precipicio sin ver.

  —No te arrepentirás, mi cielo. Te lo juro. Es un lugar muy bello, con mucho turismo; hay mar también. ¡Dios, gracias, muchas gracias! No tienes idea de lo que significa esto. —No sabía para ella, aunque lo imaginaba, pero para mí: era un cambio total de vida, comprendí mordiéndome el labio, mirando mi habitación aún envuelta en su cuerpo. Suspiré deprimida. Lo hacía por ella, porque la amaba más que a nada. Sin embargo, la decisión hizo sangrar mi corazón de una forma desconocida a pesar de que mis amigos, tristes también, me aconsejaron hacerlo. Gracias a la tecnología, no sería difícil seguir en contacto. Además, irían a visitarme, y yo, a mi vez, también les visitaría. Diez meses no eran el fin del mundo, y sí un viraje total en la vida profesional y personal del ser más importante para mí.

  Nací en México, para ser más exacta en Monterrey, Nuevo León. Mis padres se separaron cuando era aún muy pequeña. Ni siquiera tengo recuerdos de haber compartido el mismo techo con los dos algún día. Así que para mí su separación no ha sido tan complicada o, mejor dicho, nada.

  Cuando cumplí seis años, a mi madre, Irina, que estudió Turismo, se le presentó una oferta de trabajo que no pudo resistir. Luchó incansablemente para que algo así sucediera. Sin embargo, el problema radicó en que era en Los Ángeles, California, en una agencia de viajes llamada Travel and Scape, muy conocida en el sur del país. Mi padre: Leonardo, la apoyó, permitiéndole que me llevara haciéndose responsable de mis gastos y bienestar, como siempre. Ahí hemos vivido los últimos doce años. Ella ha ascendido en puestos. En ese momento era la responsable de desarrollar los nuevos proyectos, y amaba con locura a lo que se dedicaba, tanto que no dudó en cambiar su residencia por lo mismo. Y yo… yo no la detendría.

  Lo cierto es que no he tenido una vida difícil, complicada, llena de problemas. Al contrario, he sido feliz y estoy muy agradecida por ello.

  La escuela a la que me inscribió estaba a unos diez minutos de la nueva casa, ubicada en un lindo barrio del Condado de Horry. Algo a favor dentro de tanto cambio.

  No dejaba de pensar mientras caminaba rumbo a mi nueva vida en lo increíble que era encontrarme ahí, en lo triste que fue dejar lo que hasta ese momento era mi entorno, mi mundo, y en lo desesperadamente sola que me sentía sin mis mejores amigos, sin el asombroso ruido de la ciudad, sin… todo lo que me había acompañado siempre.

  Esa mañana desperté muy temprano. Los nervios en realidad no me dejaron dormir en absoluto, así soy yo, de sueño ligero. Desayuné cereales, mientras mamá caminaba nerviosa de un lado a otro. Ella y yo somos muy similares, así que difícilmente teníamos problemas, excepto cuando insistía en que le contara lo que me pasaba con todo lujo de detalle y yo, que suelo ser algo reservada, poco detallista, no la podía complacer. Eso le pone los nervios de punta, aún ahora.

  Como buena madre quería saber todo sobre mí, y yo pienso que sabe lo más importante, solo que dar detalles es algo que me fastidia. Ambas leemos mucho, disfrutamos viendo películas románticas con un gran tazón de palomitas y helado a un lado y vivimos nuestras vidas entre semana sin coincidir hasta la cena. Siempre la esperaba con la comida ya preparada y ella se encargaba de recogerlo todo después. Nuestra organización siempre fue perfecta.

  Arribamos a ese sitio hacía apenas tres días por lo que todo era un gran caos. El lunes ella comenzaba en su nuevo trabajo y yo tendría que asistir a finales de septiembre a mi nueva escuela. ¡Oh, qué emoción!... No, para nada.

  La casa era agradable. Tres recámaras amplias en la planta alta. Cada habitación tenía su propio baño y ventanas enormes que permitían la entrada de chorros de luz por doquier, eso me encantaba. La recámara que elegí era espaciosa, con un gran armario. No es que tuviera mucha ropa; sin embargo, sí tenía demasiados recuerdos: libros, películas, en fin… cosas que se van acumulando en dieciocho años sin que te des cuenta. El cuarto tenía una gran ventana que daba a la parte trasera de la casa. Adoro perder la mirada en el exterior, por lo que aquella ventana era ideal y una de las razones por las que lo elegí.

  Para esas fechas ya refrescaba, a pesar de estar tan cerca de la playa. Esa mañana decidí vestirme con lo que solía: jeans, blusa negra con manga corta y cuello en V y Converse del mismo color. Mi cabello largo, castaño muy claro y un poco ondulado, lo sujeté con una coleta baja. Miré satisfecha el espejo que proyectaba mi reflejo. Sí, me sentía lista para el primer día. Resoplé. Ahí iba yo, derechita a un mundo que cambiaría mi vida.

  Al estar a unos metros de la escuela me detuve observándola. Era grande, no tanto como la anterior, aun así… imponente. Las palmas me sudaban y mi corazón brincó un poco nervioso.

  Chicos caminaban hacia aquellas puertas apresurados. Otros llegaban en sus autos y los iban estacionando donde podían. Existía algo que me hacía sentir muy ansiosa. Ser la nueva, ¿qué más?

  Avancé respirando hondo queriendo mostrar mucha más seguridad de la que en realidad sentía. Si no fuera porque me consideraba inteligente y poco temerosa, seguramente hubiera dado la media vuelta y huido rumbo a casa. Revisé otra vez todo en mi cabeza y decidí que no me dejaría intimidar, enfrentaría, como siempre, lo que sucediera. Llené de aire mis pulmones por

  milésima vez sujetando bien mi mochila y moví los pies con decisión.

  Al entrar en la escuela no fue difícil dar con la oficina principal. Empujé una pesada puerta y, justo frente a mí, una señora regordeta con cara amable me sonrió. Estaba de pie tras un mostrador, tenía papeles y folletos a su alrededor.

  —Hola, ¿necesitas ayuda? —preguntó al verme desorientada. Sentí un rubor subir hasta mi rostro. Solté un suspiro y me acerqué.

  —Hola, soy Kyana Prados, es mi primer día aquí. Vengo de California. —Sonrió asintiendo y de inmediato me explicó con paciencia todo lo concerniente al instituto y mis clases.

  Salí de ahí expectante. Los pasillos ya estaban abarrotados, se escuchaba el bullicio por doquier. Mi escuela anterior tenía el cuádruple de estudiantes; sin embargo, me sentía familiarizada y nunca me resultó tan amenazante.

  Ingresé cuidosamente en el pasillo intentando no prestar atención a las miradas curiosas sobre mi persona. Nunca pensaba que mi vida experimentaría un cambio inesperado desde aquel entonces.

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