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Alfonso y Dulce María, 1987.

Viernes, 12 de noviembre.

–Vámonos mejor a la Rana Rosa, Juan Carlos.

Le dice a su amigo aquél joven de 20 años que lo acompañaba en busca de un lugar para divertirse, estaban en el umbral de Escrúpulos, una discoteca de primera clase que en la fachada tenía columnas griegas, cómo aquel famoso Partenón, pero se encontró con alguien que no quería ver, aunque solo fue por un segundo.

Alfonso, un muchacho bien parecido, alto, de tez blanca, ojos cafés y cabello rubio, atractivo físicamente, de 18 años, forjado en ejercicios, algunos de gimnasios, pero la mayor parte en su trabajo en la industria petrolera marina, en la cuál trabajaba en roles de guardia de 14 días a bordo, y 14 días de descanso, en turnos de 12 horas, le contesta Juan Carlos.

–¿A poco esa chava es tu ex?

Le pregunta Juan Carlos, que se dio perfecta cuenta de la situación.

—¡No manches! Está bien bonita, y el tipo con el que iba se te quedó mirando, cómo que quería armarte la bronca.

–¿Ah sí? No me di cuenta, entonces déjame y me regreso a ver si soy o me parezco. –dice Alfonso, dándose la vuelta.

–¡Hey aguanta! Tranquilo, no vale la pena.

Le dice Juan Carlos, tomándolo por un brazo para evitar el altercado.

Aunque estaban entrando al invierno, aún no hacia mucho frio y la temperatura era ideal para vestirse bien con saco y suéter, a Alfonso le gustaba vestir así, aunque no llegaba a tanta formalidad como para usar moño o corbata, esa noche vestía un saco sport negro y pantalón de cuero, también negro, zapatos negros y calcetines blancos, además de un suéter estampado, decidieron caminar unas cuantas cuadras para ver a quién saludaban durante el trayecto, o cómo estaba el ambiente en otros antros sobre la misma avenida, ya que ninguno de los 2 traía auto, y sin grandes novedades que saludar a uno que otro conocido, llegaron al conocido canta bar, que se caracterizaba por qué en el se podía escuchar música viva, y echarse sus palomazos con el micrófono del grupo.

–¡Hey, Juan Carlos! Hola; ¿Cómo estás?

Le dice una chica a su amigo, cuando la vieron pasar en un taxi que se detuvo al lado de ellos, apenas una esquina antes de llegar al canta bar ”La Rana Rosa” La chica se bajó y también bajó una maleta de viaje de la parte de atrás.

–¿Dulce María? ¡Hola, cómo estás¡

Le contesta Juan Carlos a la chica al tiempo que la saludaba de beso en la mejilla.

–Dulce, el es mi amigo Alfonso, Alfonso ella es mi amiguísima Dulce María.

Les dice Juan Carlos a aquella chica y a aquél chico, a manera de presentación, cómo se acostumbraba en aquella época, que al mirarse a los ojos y darse la mano, sintieron algo raro, porque aún sin saberlo, estaban destinados para hacer toda una vida juntos.

Dulce María era hermosa, apenas en los 21, morena clara, de 1.65 metros de estatura, cabello oscuro, no muy largo, ojos cafés, un cuerpo de jovencita muy bien formado y bonita del rostro en realidad, de esas mujeres que fácilmente ganarían cualquier concurso de belleza, una verdadera cara de muñeca con cuerpo de modelo, que a Alfonso le pareció hermosa, interesante y sensual.

–¿Te vas de viaje o vas llegando?

Le pregunta Juan Carlos a la vez que la ayudaba a cargar su maleta, Alfonso se alejó un poco para fumar y disimulando, mejorar su ángulo de vista, para admirar a aquella hermosa chica que platicaba con su amigo.

–Vengo llegando de México, fui a arreglar unos papeles de mis estudios, pero si voy a mi casa ya no me van a dejar salir, además hoy cumplo años, y como te vi con tu amigo cuando iba en el taxi, pues le dije que se regresara para ver qué hacíamos.

–Pues nosotros vamos a entrar a la Rana Rosa, si gustas yo te invito, y sirve que mi amigo y yo te lo festejamos.

Le dice Juan Carlos y Dulce María aceptó encantada, mientras volteaba a ver a Alfonso, aquel chico rubio y alto, de pelo algo largo, que apenas y la miraba y que casi no hablaba, pero también le había llamado la atención.

Ella vestía de pantalón de mezclilla y una blusa oscura, zapatos bajitos de manera informal, pues venía de viaje, y se acomodaron en una mesa de las de en medio, al borde del escenario.

Se pidieron una botella de Bacardí añejo, un ron muy popular en la época, Juan Carlos también era un muchacho muy bien parecido, de 1.70 m. De estatura, de tez blanca, cabello oscuro y bien vestido, con un conjunto gris sin llegar a la formalidad de un saco, pero sabía vestirse formalmente, Juan Carlos y Dulce María platicaban de trivialidades entre ellos, y Alfonso casi no participaba, y ni lo intentaba, porque se la pasaba volteando hacia todos lados, aunque era un chico seguro de su mismo, a la vez era muy introvertido, y un tanto tímido.

–¿Y a tu amigo le comió la lengua un ratón o qué?

Le pregunta Dulce María a Juan Carlos, con la voz un poco alta, asegurándose de que la escuchara, al verlo que no se abría con ella, ni trataba de hacerlo, ya que se la pasaba distraído.

–¡Mejor déjame así, porque cuando me agarres confianza, te aseguro que ya no vas a querer escucharme, y por cierto; ¡Que bonita eres! Te felicito.

Dulce María se rió con lo dicho por Alfonso, en ese momento una chica cantaba en vivo con el micrófono del grupo, y le dijo a Juan Carlos.

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