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La noche parece ligeramente iluminada por aquel claro de luna incandescente que se cuela por las copas de los árboles y traspasan hasta tocar la tierra húmeda y fría. Las luciérnagas verdes danzan entre las flores con suavidad. Sus movimientos me recuerdan aquella forma graciosa y casi ligera de bailar de Serena.

Ella podía bailar estupendamente, sus pequeños pies se paraban de puntillas y luego levantaba una pierna y giraba de forma preciosa en medio de la oscuridad.

Serena Williams había sido mi primer amor de infancia, la primera chica a la que había besado y casi solo por poco, mi primera vez. Creo que si no fuera por aquella estúpida y maldita forma de ser quizás hubiera sido algo más que solo recuerdos que se convierten en polvos de estrellas; tan brillantes y lejanos.

La primera vez que había conocido a Serena se me hizo la criatura más preciosa y encantadora de este mundo, y eso que yo pensaba que mi madre era la mujer más hermosa, pero no.

Serena era del tipo de belleza que se arraigaba en tu mente y corazón. Graciosa, amable, dulce y con unos ojos verdes que me recordaban a el brillante tintineo de las luciérnagas en la oscuridad.

Si, ella era el tipo de chica que parecía una luz que causaba sombra a las demás debido a aquellas pecas que se esparcían por sus cutis sonrosado y fresco que hacia resaltar aquellos ojos azules como el cielo.

Su cabello era parecido al cobre, pero cuando los rayos del sol impactaban en ello transformaban en un rojo rubí precioso que siempre ansiaba acariciar, aunque nunca me atrevía.

Serena usaba vestidos esponjosos con flores bordadas delicadamente y pomposos sombreros que siempre combinaba con los colores de su ropa. En sus brazos mecía todo el tiempo un conejo felpudo de peluche que no parecía tener ojos, pero sin una sonrisa recto y triste.

Aquel juguete era realmente horrendo y siempre me daba miedo aquella cosa inexpresiva que parecía salir del mismo infierno. Pero aun si ni el señor cola esponjosa, ni los niños ricos que transitaban por mi casa o cualquier persona mucho más interesante pudieron evitar que ella me eligiera a mi como su amigo y compañero de aventuras y con eso sin ella saberlo me haría el niño más feliz de toda la vida.

Todos los momentos más hermosos de mi niñez de una u otra forma se encontraban ligado con Serena y su risa o con Serena y aquella forma casi acariciante que tenía al mirarme. Ella poseía unas manos pequeñas y blancas con dedos delgados y uñas pintada con un suave rosa. En sus muñecas siempre había una lluvia de colores de pulseras con colgantes brillantes de figuras de animales o flores, incluso tenía la inicial de su nombre y con el tiempo la inicial del mío.

Cuando pensaba en ella podía sonreír o solo llorar hasta amargarme la existencia. Hablar de Serena podía llegar hacer que mi corazón latiera tan rápido como en la primera etapa de juventud, donde las mariposa en el estómago, las manos sudadas y mis palabras pegándose constantemente entre mis dientes y mis labios eran los síntomas comunes de que yo amaba aquella niña del cabello rojo que solía cantar canciones de amor en la perfecta armonía y también podía dibujar sus sueños y plasmar flores grandes con rostros de humanos o el sol bañado el mosaicos de colores donde el rosa y naranja resaltaban deforma casi esplendorosa.

Mientras observo las pequeñas luces girar a mi alrededor como un pequeño tornado brillante pienso en el día que la había conocido. Hace años atrás, cuando apenas era un mocoso gordo, que sufría de constantes alergias y usaba frenillos.

Recuerdo que era el 9 de agosto del 1997. Yo jugaba en el verde jardín salvaje de mi patio trasero con la pelota vieja y casi desinflada que me había regalado mi hermano mayor para que así pudiera aprender a jugar al futbol y los demás niños pudieran elegirme cuando juagan en el vecindario.

Adentro de mi casa se escuchaba el fuerte sonido de la televisión. Mi familia había quedado fascinada con la nueva tele que papá había comprado con sus grandes colores y aquella definición de su pantalla.

A pesar de las picadas de mosquitos, del calor pegajoso y la brisa cálida moviendo con pesadez las ramas de los árboles, yo seguí pateando el balón una y otra vez. Trate de ignorar mi cansancio y que mi barriga se movía a un lado diferente de mi cuerpo mientras corría como un loco por todo el jardín salvaje.

Los ladridos de Bengala, mi perra Labrador se dirigen hacia el otro lado del jardín. Aquella media hectárea llena de árboles y matorrales y un pequeño lago artificial que se encontraba justo en medio de ambas casas. La mía era grande su entrada se dirigía por la Calle de Las Petunias, mientras que la vecina era algo más oscura y aterradora daba justo hacia la calle de las Rosas. Ambas pertenecían a calles diferentes, pero sin embargo quedaban unidas a un gran patio trasero que era suficiente para que tres varones y una Labrador de 4 años puedan jugar libremente sin tener que agotar la paciencia de mi madre.

Bengala de pronto corrió hacia el otro lado. Cruzó una pequeña cerca de arbustos secos y dejo de ladrar. El silencio reinó de pronto. El televisor dejo de producir aquellas risas frías y falsas y solo la oscuridad fue mi amiga.

- ¡Bengala! -la llame algo asustado. Me aterraba mucho los monstruos que se escondían en las sombras y me asechaban mientras se alimentaban de mis miedos-vamos, Bengala. Nena, nenita-chiflo para llamarla, pero ella no me respondía.

Lentamente doy pasos hacia la zona prohibida. Miro un momento hacia el cielo, las estrellas parecen desaparecer por culpa de esas nubes esponjosas que se formaban alrededor de la Luna, luciendo plateadas y místicas. El reflejo de aquel espectáculo bañaba el manto de agua del lago con una vista un tanto distorsionada. Por un par de segundos me quedo privado de su belleza, pero al escuchar una pequeña risa infantil me detengo.

El sudor que estaba transpirando se volvió frio y grasoso, mi pecho latía con fuerzas mientras que sentía un dolor en mi enorme panza.

- ¿Bengala?-apenas salió un trozo agudo de mi voz-¿eres tú?-trague saliva profundamente y sin saber porque solo seguí aquel sonido que me llamaba como si fuera una corriente invisible que me había atrapado y me conducía a la zona más oscura de todo el jardín Salvaje.

La pequeña risita me hizo recordar a una de las historias que Freddie y Roger me contaban en noches como esta:

«En medio de la noche, si sales en plena oscuridad podrás escuchar las voces infantiles de los duendes, quienes esperan a que te distraigan para poder raptarte y llevarte lejos de casa y así poder darse un buen festín con tus carnes» Roger miró a mi hermano con mucha seriedad.

Por supuesto yo estaba casi que cagado en los pantalones.

«y contigo creo que el festín durará un mes» soltó Freddie entre risas.

-Bengala-corro mientras sigo escuchando esa voz.

No permitiría que se llevaran a mi amiga y me cuelo por los árboles y las ramas hasta salir por un claro del pequeño bosque y toparme con la escena más hermosa que había visto en mi vida.

«Dios me quería, sin dudas.»

El cálido rayo de luna irradiaba una diminuta figura en medio de la nada que jugaba con Bengala.

La pequeña valiente corría con una red de mariposas de un lado a otro para atrapar a las luciérnagas, aquellas mismas que parecían brotar de la tierra y ascendía hacia los cielos.

Mi boca se abrió de pronto, tanto así que creí tragarme uno de esos insectos y tosí, pero no me importo porque yo estaba hipnotizado por esa niña que danzaba en la noche dando un espectáculo solo para mí.

-vamos, chico. Tienes que ayudarme atrapar una-le dijo a mi perra.

-Bengala-la llame y así pude obtener la atención de la que pensé seria el amor de mi vida.

- ¿Qué? ¿Qué es lo que dices? -ella se acercó y más atrás Bengala corrió tras ella con aquella forma juguetona.

Mi perra se dio cuenta de que estaba ahí. De pronto soltó un ladrido y me salto encima para así poder lamerme la cara y recibir cariño de mi parte.

-mala, mala perra- la empuje con suavidad-no vas a recibir cariño-digo imitando a mi madre.

- ¿es hembra? Y yo que pensaba que era macho, ya incluso le tenía un nombre ¡Ícaro! ¿sabes quién es él? Fue hijo de un inventor famoso de Grecia llamado Dédalo y el cual tuvo que salir huyendo con su hijo para que no lo atraparan, por ello fabricó hermosas alas de cera y voló sobre el mar, pero Ícaro enamorado de esa enorme luz brillante llamada sol se acercó más y más y solo cayó al mar ¿no te parece linda esa historia? Yo la encuentro triste y muy hermosa. por cierto, mi nombre es Serena William y me mudé hoy con mis padres. Vivo en la casa de al lado, así que somos vecinos ¿Cuál es tu nombre?

-ahhh-mis palabras se atoraron en mi garganta-yooo….ahhh.

- ¿te llamas Ahhh? -preguntó entre risas.

-Yooo-no podía decir nada más, estaba ocupado en notar como su cabello liso y espeso era movido con mucha suavidad hacia atrás por el viento-Brian Ma..y-digo algo nervioso-pues, Brian May- respondí diciendo mi nombre completo.

- ¿me ayudas atrapar luciérnagas? Quiere tener una lámpara de ellas en mi habitación.

-yo…si-parpadeo mientras escucho las voces de mis hermanos buscarme.

Sabía que debía regresar, pero era más fuerte la necesidad de poder quedarme realmente con aquella pequeña hada del bosque que parecía atraer las luciérnagas como si fuera una fuente de energía donde ellas podrían alimentarse.

Gracias a esa noche del 9 de agosto de 1997 pude conocer a mi amiga y el amor de mi vida, la única mujer que he amado de por vida.

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