About
Table of Contents
Comments (1)

  Cuando el avión despegó, cerré los ojos de tal manera que se fundirían con mi cerebro. Mi estómago no se quedaba quieto, las náuseas hicieron acto de presencia inmediatamente y creo que mi rostro se puso verde.

  Entonces, me embargó algo peor: dolor. Era como si cada tejido de mi corazón decidiera romperse. La presión en mi pecho me recordaba los episodios asmáticos de los que era víctima cuando niña, solo que ahora era mucho peor pues sabía que la molestia no desaparecería con cuidados médicos.

  Los doctores no pueden arreglar un corazón roto. El tiempo tampoco lo cura. El olvido sí, pero no es fácil olvidar a la persona que imaginaste por siempre junto a ti.

  Una de las peores torturas se encuentra inherente a la naturaleza humana. La imaginación puede elevarte o derrumbarte según tu estado emocional; mientras el corazón sufre por un dolor verdadero, la mente se retuerce ante los malos pensamientos. Y yo me encontraba en medio, con la mirada clavada en la nada y decenas de lágrimas corriendo.

  La azafata me preguntó si me encontraba bien. Le dije que era mi primera vez volando. No le dije que era mi primera vez volando, pero que mi corazón se estaba hundiendo.

  Él apareció en mi vida como si fuese hecho para mí, de tal manera que fuera imposible no enamorarme. La culpa la tiene la inocencia de la juventud, me digo, fue culpa de mi necesidad de una historia de amor. Creía que enamorarme me haría feliz, que los problemas palidecerían ante ello.

  Y tuve razón, nada podría ser peor que esto.

  Cuando aterrizamos me encontraba débil. Sabía que mi rostro aparentaba enfermedad e irónicamente reflejaba cómo me sentía por dentro. Al parecer todos mis sueños de pequeña no importaban tanto como el idiota que fue mi primer amor y que estuvo en mí por mucho menos tiempo.

  Me parecía increíble cómo aparecían más lágrimas después de tantas que había derramado; tal vez cada gota fuera un pequeño recuerdo haciendo su camino fuera, pues me lastimaría si permanecía dentro. Aunque si ese fuera el caso, para este momento lo habría olvidado por completo.

  Ahora mismo la cabeza me duele terriblemente y tengo las mejillas empapadas. Me siento cada vez más agotada y solo deseo poder arrancarme el corazón con las manos. Dios sabe que eso dolería mucho menos que los rumbos que están tomando mis pensamientos.

  Mis nuevos tíos, Miranda y Jefferson, me sonríen cuando llegan con una hora y media de retraso a recogerme al aeropuerto. Se disculpan y es muy incómodo, apenas hablamos cuando guardan mis maletas. Agradezco que nadie pregunte por mis ojos hinchados y aspecto enfermizo, esperando que lo atribuyan al cansancio del vuelo.

  Entonces, miro las calles de la ciudad y algo maravilloso sucede: me enderezo, el interés inunda mis ojos y entreabro la boca de asombro. Rascacielos brillantes como una bola de disco, autopistas abarrotadas de coches, personas caminando rápidamente para llegar a su destino.

  Olvido todo lo demás y un solo pensamiento absorbe mi mente por completo: lo logré. Tanto trabajo duro, tanto agotamiento, tanto estrés. Todo valió la pena. La visión de tal logro me roba el aliento por segundos indescriptibles, en los que el más virtuoso orgullo llena mi pecho.

  ¿Por qué demonios estaba llorando? Sí, duele, joder, quema, pero no vamos a volver y me queda toda una vida por delante. En algún momento, tendré que aceptar el dolor y ser uno con él, al menos hasta que desaparezca. ¿Por qué no empezar ahora? Necesito distraerme, necesito volver a ser yo; acelerar el proceso de curación. Si no, ¿qué más debería hacer? ¿Llorar en mi habitación hasta que un día despierte y mágicamente lo haya olvidado?

  No, si él cree que puede olvidarme mientras yo sufro su ausencia está completamente equivocado. ¿Tan poco le importé que ni siquiera insistió? Yo era el amor de su vida, yo era todo lo que le importaba, pero cuando lancé la toalla él ni siquiera intentó atraparla. Cuando de verdad amas a alguien haces todo lo que está a tu alcance para no dejarlo ir.

  No te vas a Brasil poco después de la ruptura y haces como si nunca hubiera pasado.

  No se trata de verlo sufrir, no se trata de tenerlo rogándome por el resto de su vida, se trata de que nunca le importé tanto como decía. Eso es lo que más me duele: me mintió, viví meses engañada. Otra muesca, otra conquista, otro juego terminado. Sus palabras solo fueron eso, palabras, y cuando era el momento de demostrar su amor por mí ni siquiera lo intentó con todo lo que tenía.

  ¿Cuál es la mejor forma de ahogar la tristeza? Llénate de rabia.

  Entonces, él nunca me amó. Dos pueden jugar ese juego.

  ***

  En el instante en que llego a mi cuarto temporal en casa de mis solitarios—tíos—clase—media—con—los—que—casi—no—hablo, saco la nueva laptop que me regaló Mark, mi padrastro, y me conecto al Wi—Fi. Me quedaré en el campus cuando sea el momento, pero por ahora mi madre consiguió volverme huésped en la casa de estos parientes que ni siquiera sabía que tenía. De esos familiares de los que no sabes nada, nunca les hablaste, pero se vuelven los más unidos del mundo cuando alguno necesita algo del otro.

  Hago oficial mi llegada posteándolo en Facebook, subo fotos de la ciudad que tomé con el celular –apenas tenga la oportunidad voy a conseguir uno nuevo, me digo a mí misma con enojo– y entro en la aplicación de Skype. No pasan diez segundos de cambiar mi estado a «Disponible» cuando me llega la invitación a una videollamada que estaba esperando.

  —¡Hola! —alargan al mismo tiempo.

  Rostros resplandecientes son lo primero que veo. Sonrío con un deje de tristeza y me acomodo mejor en la cama, con la portátil en el regazo.

  —Sé que no pueden vivir sin mí. ¡Apenas han pasado unas horas!

  —No te creas con tanta suerte, Madeline —contesta Liz, del lado izquierdo de la pantalla—, solo llamaba para comprobar que no me has secuestrado a Nicolás. —Finge observar con cuidado cada milímetro de mi habitación captado por la webcam—. Listo, chicas, despejado. Pueden cortar.

  —Oye, no me ames tanto —murmuro, riendo. Se siente extraño, como si no hubiera reído en mucho tiempo—. Y, tranquila, él vendrá para acá solito en poco tiempo.

  Nicolás vendrá en tres días más o menos. No se quedará en el campus pues ha conseguido un departamento amueblado cerca, aunque no nos quiso explicar cómo. Me parece extraño, pues necesitaba una beca para venir aquí ¿pero sí puede costearse un departamento? No estoy diciendo que no pueda pagarlo, pero… ¿La familia de Nico es adinerada? ¿Clase media? Nunca hemos hablado a fondo de su vida familiar…

  —Uhhh, Lizzie —canturrea Fia, volviéndome a la realidad, su rostro en medio de los otros dos—, recuerda que Maddie está disponible y Nico y ella son grandes…, ejem…, amigos.

  Liz frunce el ceño.

  —Tú, más te vale no tocarle un pelo a mi chico o…

  —¿O…? —la provoco.

  Sonríe y se acerca hasta que solo se ven sus largas pestañas, ojos oscuros y la piel blanca alrededor de ellos.

  —…o yo me encargo de darle a Alex tu nuevo número de teléfono.

  Mariela –que está del lado derecho– comienza a reír. Ríe y ríe la muy desgraciada. Felicia la empuja de la silla causando que caiga al suelo, pero puedo ver su cabello cubriéndole el rostro mientras sus carcajadas y las de las otras chicas aumentan.

  Las extraño y no ha pasado un solo día.

  Mari se recompone y vuelve a tomar asiento. Algo en sus ojos que me hace tragar duro.

  —Maddie, te extraño —susurra mirando hacia abajo.

  Sucede un rápido cambio de humor en el ambiente. Felicia y Elizabeth comparten una mirada dolida y preocupada. Al final también agachan la cabeza.

  Tomo aire con lentitud, me obligo a no llorar más.

  —Yo también, chicas. Las amo, ¿saben? Y espero que me mantengan al día de todas las locuras que hagan en la universidad.

  —Iremos las tres a la misma, una muy cercana a la de Maximilian. —Me tenso y Felicia lo nota de inmediato—. ¡Perdón! Diablos, olvidé que él y tú habían… —su voz se va apagando hasta dejar la frase incompleta. Carraspea.

  —¿No te ha llamado? —se aventura a preguntar Liz.

  —No. Ni una sola vez. —Sí, podría decirse que mi tono está entre dolido y molesto—. Pero mejor así. No quiero saber nada más de él. —Bajo la voz todo lo posible, mirando hacia cualquier parte, y farfullo—: Ojalá alguna prostituta de pechos gigantes le pegue una ETS.

  —¿Despecho? ¿Dónde? —bufa Liz—. ¿No que maduraste?

  —Ese cuento de que se fue me suena muy raro —Felicia está divagando despacio, sumida en sus pensamientos—. Después de toda la lata que dio para que estuvieran juntos, todo lo que hizo… Luego deja de insistir y se larga. Una actitud no calza con la otra, ¿entienden? Es como si fueran dos hombres diferentes.

  —No pienses tanto —suplica Liz a Fia—, vas a provocar un incendio.

  Felicia la taladra con los ojos mientras le muestra la delicada manicura francesa de su dedo del medio. Río con deleite. Elizabeth, quien siempre ha odiado que la reten, le pega un zape en la cabeza.

  —¡Estúpida! ¡Mi pelo, idiota! —Fia se levanta y empuja a Liz por los hombros, embistiéndola hasta que ambas desaparecen de mi campo de visión.

  Mariela y yo las vemos con los ojos como pelotas, escuchando sus insultos y Mari teniendo el placer de disfrutar del espectáculo en vivo.

  —¡Eres una zorra! —chilla Felicia—. ¡Si hubiera sido tu madrastra te habría enviado a un convento!

  Agarro el costado de mi portátil con los dedos tiesos y una carcajada atrapada en la garganta. Estas neuróticas caen al suelo, los golpes varían en intensidad, pero sigo sin verlas.

  Lizzie gruñe una maldición y seguido se oye su grito:

  —¡Eres una hija de Laura!

  Felicia suelta una exclamación.

  —¡Elizabeth, no te pases!

  Felicia empuja a Lizzie y ambas caen en la cama frente a la webcam, donde comienzan a girar una sobre la otra y se tiran del cabello.

  —¡Eres una Kate! —espeta Felicia.

  —¡Tú una maldita prima de Shey! —se oye cómo choca piel contra piel.

  ¿Se están golpeando en serio? Mariela y yo nos encontramos completamente ensimismadas por el ring de boxeo en el que se convirtió la cama, cuando de repente se escucha una suave voz masculina:

  —Eh… ¿Chicas?

  El puño de Elizabeth se detiene a centímetros de la mejilla de Fia, y esta aleja sus afilados dientes del brazo de Liz. La lucha se congela en el aire. Todas volvemos la mirada a Nicolás, que observa a las guerreras con confusión en sus ojos azules.

  Simultáneamente, por la macabra conexión tácita que solo parecen tener las amigas que se conocen desde hace años, ambas se levantan de la cama con almohadas en sus manos y se abalanzan sobre el rubio para comenzar a aporrearlo con ellas.

  —¿Qué? Eh. No. Chicas. Oigan. ¡Ustedes necesitan un… Un… Un jod… Medicamento…!

  —¡Hola, Nick! —saludo alegre, esperando que me note.

  Aleja los antebrazos de su rostro y se coloca frente a la webcam para mirarme. Sonríe y abre la boca, pero Elizabeth le pega con gran impulso el almohadón en la espalda y Nicolás vuela de cara hacia la computadora, escuchándose de fondo los chillidos de Mariela para que no le caiga encima.

  La pantalla se oscurece y aparece un mensaje: «Error de conexión».

  Niego con la cabeza y cierro sesión. ¡Están totalmente desquiciados! Me comienzo a reír cuando recuerdo cómo se aporreaban Fia y Lizzie, y luego la caída de cara de Nico sobre el computador. Seguro que lo rompieron. Me río más fuerte y meto una almohada en mi boca porque es de noche, pero eso solo me produce más diversión.

  Tomo el celular para enviarles un WhatsApp y preguntar si siguen «peleando» o si ya están bien, pero cuando desbloqueo el teléfono me encuentro directamente con mi fondo de pantalla: yo dándole un beso en la mejilla a Maximilian y él sonriendo a la cámara con sus ojos chispeando de alegría.

  Trago el nudo en mi garganta y parpadeo varias veces para evitar las lágrimas. ¡Alto!, me enfurece llorar por alguien que no vale la pena. Yo solo lloro por lo que me importa, y tendré que obligarme a sacarlo de ese concepto.

You may also like

Download APP for Free Reading

novelcat google down novelcat ios down