Home/ La Pareja Muda del Alfa Posesivo Ongoing
Rechacé a una princesa, luego elegí a una híbrida muda como mi pareja.
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Emily

Apenas tenía cinco años cuando la oscuridad descendió sobre mi familia. Era mi cumpleaños, pero también el último día en que vería a mi madre con vida.

Esa noche, ella me había sonreído al decir: “¡Feliz cumpleaños, mi princesita hermosa!” Luego se quitó el collar en forma de medialuna con centelleantes diamantes azules y lo colocó alrededor de mi cuello.

Enseguida, ella y papá se sentaron a mi lado, enfrente del pastel con cinco velitas, cantando y aplaudiendo. Pero de repente, mi madre se detuvo y su risueño semblante se tornó muy serio. Un sonido extraño nos había sobresaltado. Frunciendo el ceño, ella se puso de pie, tratando de averiguar de dónde provenía y urgiendo a mi padre para que se levantara también.

Yo aún no había soplado las velas de mi pastel.

La vi caminar de puntillas hacia la puerta y mirar por el ojo de la cerradura. Después, dándose la vuelta súbitamente, corrió hacia donde yo estaba sentada y me levantó para ponerme en brazos de mi padre, al tiempo que soplaba frenéticamente las velas del pastel. De inmediato comprendí que algo muy malo sucedía. Mi madre no apagaba las velas para desearme larga vida y prosperidad, sino para que la habitación quedara a oscuras.

Rápidamente, fuimos hacia la habitación de al lado.

“¡Zack, escúchame!”, se dirigió a mi padre en un susurro ronco. “Por favor, quédate con ella, te lo ruego. Y no dejes que haga ningún ruido”.

“¡No, Anna!”, exclamó él, tomando la mano de mi madre. “Déjame ir a mí, ¡por favor no hagas esto! Yo iré en tu lugar”.

“¡Es inútil! Es a mí a quien quieren y nunca me perdonaría si algo te pasara. ¡Lo lamento!”, dijo con los ojos llorosos y yo comencé a llorar.

Mi madre se inclinó para besarme la frente, luego retrocedió y agitó su mano alrededor de nosotros de una manera que nunca había visto antes, diciendo: “Ellos no sabrán que ustedes están aquí”. Entonces salió.

Podía sentir las lágrimas de mi padre cayendo como una lluvia tibia, mientras me cubría la boca firmemente con la palma de su mano y me estrechaba con tanta fuerza que apenas podía respirar.

Al poco rato sentimos el estruendo de la puerta principal derrumbándose, acompañado de silbidos, gruñidos y finalmente un grito desgarrador que sacudió toda la casa. La onda de choque hizo que la puerta del cuarto donde nos encontrábamos se abriera bruscamente, dejándome ver la aterradora conmoción que tenía lugar en la sala de estar.

Lo primero que vi fue a mi madre de rodillas, con el pecho atravesado por una larga lanza de hierro que salía por su espalda. Alguien estaba encima de ella, empujando la lanza cada vez más profundamente, pero no pude ver su rostro porque estaba enmascarado.

Un grito surgió de mi garganta, y mi padre rápidamente se encargó de sofocarlo con su mano. Sus lágrimas y las mías se mezclaron mientras ambos veíamos, horrorizados, morir a mi madre ante nuestros ojos sin que pudiéramos impedirlo. Por alguna extraña razón, él permanecía inmóvil, como si estuviera paralizado.

El hombre enmascarado extrajo con fuerza la lanza de su pecho mientras ella gruñía y caía de espaldas. La sangre de color rojo oscuro brotó como una fuente de su pecho, boca y nariz antes de quedarse inmóvil.

Mi padre giró mi cabeza para que no pudiera verla, pero ya era demasiado tarde. La imagen de mi madre ensangrentada me atormentaría por siempre.

Acto seguido, el enmascarado y sus secuaces, que también llevaban el rostro cubierto, se dispersaron hacia las habitaciones, como si estuvieran buscando algo. Llegaron a pasar junto a nosotros sin que nos vieran.

Después de registrarlo todo sin resultado, los asesinos abandonaron nuestra casa, desapareciendo en la oscuridad, dejándonos a mi padre y a mí sollozando febrilmente.

Desde ese día no pude pronunciar una sola palabra. El horror de presenciar la muerte de mi madre me había dejado totalmente muda.

Esa misma noche, mi padre enterró a mi madre y abandonamos precipitadamente nuestro hogar. Desde entonces, vivimos entre personas que yo sabía que no eran de nuestra especie.

Mi infancia transcurrió encerrada en casa porque mi padre insistía todo el tiempo en que no debía salir, excepto con él. Le obedecí y él me enseñó un lenguaje de señas para poder comunicarnos. Yo no podía hablar, pero sí escuchar perfectamente.

Tenía muchas preguntas, y a cada oportunidad se las hacía, pero su respuesta era que un día, cuando fuera el momento adecuado, obtendría las respuestas que buscaba. Todo lo que sabía era que aquellos hombres eran malos.

Sin embargo, la noche de mi décimo octavo cumpleaños, mi loba Adriana habló en mi mente por primera vez y mi padre finalmente respondió las preguntas que le había estado haciendo durante años.

Dijo que el amor entre él y mi madre era prohibido, ya que los vampiros y los hombres lobo eran enemigos ancestrales. Cuando descubrieron que eran compañeros, en lugar de rechazarse y romper el vínculo según ordenaban las leyes de su pueblo, ellos desobedecieron, pues se habían enamorado.

Así que Anna, una vampira, y mi padre, un hombre lobo, huyeron juntos. Aquello causó un gran escándalo, sobre todo entre los vampiros, porque ella era nada menos que la prometida del rey. La habían comprometido con él antes de nacer.

Pero Anna eligió el amor y decidió que estaba dispuesta a morir antes que regresar con su gente. Los vampiros no la perdonaron y el rey, en un acceso de furia, envió a sus hombres a buscarla y traerla de regreso, con la orden de que si ella se resistía, la mataran.

Mi corazón se rompió de nuevo al revivir los últimos momentos de mi madre.

“¡Iban a matarte a ti también, Emily!”, explicó mi padre, acariciándome el cabello mientras se sentaba a mi lado en el borde de la cama. “Por eso tu madre se sacrificó, porque, según ellos, tú no deberías haber nacido.

“¿Por qué no?”, pregunté con señas, levantando mi mano derecha por encima de la izquierda.

“Eres una híbrida, Emily”, replicó con voz queda, luego bajó mis manos y las estrechó entre las suyas. “Dicen que eres una abominación, pero la verdad es que te tienen miedo. Y todavía te están buscando, por eso no debes salir, ¿comprendes?”

Asentí y le pregunté sobre su gente, los hombres lobo: “¿No fueron tras de ti también?” Hice señas con fluidez, mis manos danzando en el aire.

“No, no lo hicieron”, respondió él, con la mirada perdida. “Simplemente, me condenaron al ostracismo y anunciaron que nunca podría volver con ellos… Y tampoco mis descendientes”.

“Así que… ¿Me salvé de los hombres lobo?”, pregunté con una sonrisa tratando de aligerar la conversación. Mi padre tenía el ceño fruncido por la preocupación. Debido a la tragedia y al esfuerzo que tuvo que hacer para criar solo a una niña muda, había envejecido muy deprisa.

“No lo sé, hija mía”. De repente, su semblante se ensombreció aún más: “Ahora que ha aparecido tu lobo, las cosas pueden complicarse un poco. Para ser honesto, no pensé que tendrías un lobo, ya que tu madre era un vampiro”.

Se inclinó para besar mi frente y me miró con amor: “¡Pero no te preocupes! Papá te mantendrá a salvo. Así que nunca te alejes de mi lado… La gente es más peligrosa de lo que te imaginas”, concluyó, saliendo de mi habitación y cerrando la puerta.

A solas, me quedé mirando la pila de libros en el estante de madera que él había construido para mí, mis únicos compañeros desde que vinimos a este lugar. De pronto, deseé que mi padre me hubiera dicho más.

Todavía tenía muchas preguntas que hacerle, sobre todo acerca de mi madre. Quería saber más de ella. Yo ni siquiera tenía una fotografía suya y apenas podía recordar su rostro. También quería que me explicara qué significaba realmente tener un lobo, cómo se sentía la primera transformación y por qué mis ojos cambiaban de azul a rojo.

Mi padre no estaba al tanto de estos cambios, pero no quería que se preocupara, ya que estaba consciente de que se esforzaba mucho para asegurarse de que yo estuviera bien. Sabía que estaba mal ocultarle el hecho de que mis ojos cambiaban de color, pero sabía que eso le añadiría una preocupación más.

Shakespeare decía que había respuestas que cada uno debía descubrir por sí mismo, y eso era exactamente lo que yo iba a hacer.

“¡Ese es el espíritu, Emily!”, me animó mi loba Adriana, hablándome desde un lugar muy lejano en mi mente, mientras me sumergía en un sueño inquieto, lleno de pesadillas del pasado.

Después de aquel trágico cumpleaños, cada noche veía morir a mi madre en mis sueños. Fue más que traumatizante. Podía oír su grito desgarrador y ver la espesa sangre roja deslizándose por su boca desde sus fosas nasales, luego el hombre enmascarado, la lanza ensangrentada, todo… Todo excepto el rostro de ella o sus bellos ojos ambarinos.

Y siempre me despertaba sin aliento, aferrándome a la almohada húmeda por el sudor y las lágrimas. Entonces sollozaba hasta el amanecer.

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