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Iba a morir porque mi marido me pidió que salvara a otra mujer...
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'Regina está en el hospital Hagen General y necesita una transfusión. Ven lo más rápido que puedas'.

'¿Dónde estás? Te estoy esperando desde hace quince minutos'.

'Si no estás satisfecha con la cantidad, checa tu cuenta del banco, ya tienes cien mil dólares'.

‘Darya Miller, te espero en el hospital en veinte minutos. ¡Un trato es un trato!'.

Ella leyó los mensajes con una mueca de desdén en el rostro, mientras sus nudillos se ponían blancos por la presión que estaba ejerciendo al agarrar su celular.

En lugar de parecer los mensajes de texto de su esposo, sonaban como si fueran las órdenes que un duro capataz le estaba enviando a un subordinado.

Eso reflejaba perfectamente su relación con Micah Cavanaugh: ella estaba supeditada a sus deseos y tenía que obedecer sus órdenes, él era su superior.

Tan pronto como su marido emitía sus instrucciones, esperaba que ella lo obedeciera. Tenía que hacerlo en ese mismo instante, sin dudar ni un segundo.

El hecho de que Darya ya hubiera donado sangre tres veces en tan solo veintiún días era un detalle insignificante que él no se molestaba en recordar, ya que no le prestaba ninguna importancia.

'Aguanta, un trato es un trato'.

Casi podía oírlo, como si estuviera allí mismo en la habitación mirándola con esa nariz aguileña que lo distinguía.

Al pensar en eso, Darya se estremeció, por lo que se frotó los brazos.

Los mareos, las náuseas y el sudor frío eran síntomas comunes cuando a alguien le sacaban tanta sangre en tan poco tiempo.

Incluso, ella había tenido que ponerse blusas de mangas anchas, porque tenía que evitar el roce de la tela con su piel, en los lugares donde le clavaban unas gigantescas agujas para extraerle sangre cada vez que se requería.

Obviamente, Micah nunca les prestó atención a sus moretones.

De hecho, rara vez, la había tocado, aunque estuvieran en la misma habitación. Podría ser que nunca lo hubiera intentado.

Ya que cuando él no estaba ocupado haciéndose cargo de su enorme imperio empresarial, pasaba el tiempo con esa mujer, Regina Fischer.

La naturaleza exacta de esa relación era motivo de especulaciones, pero Darya nunca se había atrevido a confrontarlo al respecto.

Después de todo, ella nada más era la esposa.

Pero solo de nombre, ya que ellos dos dormían en habitaciones separadas y solo intercambiaban saludos superficiales cuando sus caminos se cruzaban; por lo que podían pasar muchos días sin dirigirse la palabra.

Ahora se había acercado a ella, únicamente por el bien de Regina, pues ella tenía el mismo tipo de sangre de la mujer que todos pensaban que era su amante, el cual además era extremadamente raro: AB negativo.

En realidad, esa fue la única razón por la que Micah accedió a casarse con ella tres años antes, puesto que Regina necesitaba una transfusión de sangre en ese entonces, al igual que ahora.

Al darse cuenta de que menos del 1% de la población del país tenía sangre AB negativa, y los bancos de sangre de los hospitales estaban constantemente desabastecidos, él le propuso que se casaran.

Parado en el corredor del hospital que apestaba a antiséptico y a fluidos ajenos, Micah miraba fijamente a la chica que se atrevía a chantajearlo usando la condición médica de Regina.

En ese entonces, él fue muy claro.

"¿Quieres que me case contigo?". "Lo haré, pero solo si aceptas convertirte en donante para Regina, ¡cada vez que yo lo pida! Le darás tu sangre si ella lo necesita y, cuando ese sea el caso, deberás estar disponible sin hacer preguntas. Además, no podrás negarte por ningún motivo. Por supuesto que yo fijaré una compensación monetaria".

Entonces, Darya asintió, con el corazón en la boca. Ella aceptó la oferta, pensando que era el trato de su vida, sin embargo, había sido muy ingenua.

En ese momento entró en su teléfono otro mensaje de su esposo, sin duda un nuevo recordatorio redactado con urgencia, exigiéndole que se apresurara a llegar al hospital.

Tocó la pantalla de su celular y apareció una foto. Era una imagen enviada de forma anónima.

Era increíble que, incluso durmiendo, Micah se viera ridículamente guapo.

Seguramente su rostro había sido tallado por las amorosas manos de los ángeles en un día que se sintieron particularmente generosos.

Poseía una boca perfectamente delineada que, aunque de labios finos, era exquisita y parecía haber sido hecha para besar. Desafortunadamente, Darya no había tenido la oportunidad de probarla.

En cuanto a sus ojos, llamaban la atención por su profundidad y su impecable color marrón.

Sus pestañas, largas y gruesas, eran del mismo negro azabache que su cabello, cortado con precisión militar.

Y con el tipo de mandíbula por la que la mayoría de los hombres estarían dispuestos a pasar por el quirófano.

Darya se había enamorado de él en el momento en que vio su rostro y, en realidad, su corazón todavía latía aceleradamente cada vez que lo miraba. 

A pesar de que no compartían la cama, las pocas veces que lo vio salir de la ducha, supo que debajo de esa toalla enrollada alrededor de la cintura, había un cuerpo de constitución poderosa y lo imaginaba cada vez que lo observaba con su camisa impecablemente almidonada y su traje ajustado.

Justo como el que llevaba puesto en esa foto.

De cualquier modo, Darya no se quedó mirándola durante diez minutos seguidos por eso, sino por la cabeza de Regina que descansaba sobre el ancho hombro de su esposo.

Él estaba reclinado sobre el respaldo de un sillón color café oscuro, con sus largas piernas extendidas hacia el frente y las manos cuidadosamente cruzadas sobre su regazo, con los ojos cerrados.

A su lado, Regina parecía estar durmiendo, aunque sus labios se curvaban hacia arriba.

En cuanto vio esa sonrisa, Darya supo la identidad del remitente.

¿Quién más podría ser sino ella?

Lo cual también explicaba el tono burlón del mensaje que se regodeaba con la frase que acompañaba esa imagen.

'¡Mira qué bien se ven juntos! Deberías irte muy lejos. Tu príncipe azul merece estar con una princesa de verdad, no con la dama de compañía'.

Cuando Darya vio su reflejo en la pantalla de su celular, pensó que tal vez, solo tal vez, Regina tenía razón.

Ella sabía que de ninguna manera era fea, pero en ese momento, la persistente pérdida de sangre había vaciado sus mejillas y sus labios de todo el color.

Por otro lado, su constante falta de descanso la hacía lucir con los ojos hundidos, al tiempo que su piel cetrina revelaba anemia y pedía a gritos una buena nutrición.

¿Por eso Micah nunca la miraba?

Seguramente esa era la razón de preferir a Regina en su dormitorio, quien tenía unos labios frondosos que se le antojaban besar.

Darya tocó la cara de Micah en la pantalla y se decidió.

Se había dado tres años para ganar su corazón.

A pesar de todo, sabía que él solo la veía como a una extraña que se estaba aprovechando de una desafortunada situación.

Esencialmente, él se había casado con ella coaccionado por la necesidad de las transfusiones para su amante.

Y ella se tragó su orgullo, que a decir verdad era considerable, además de renunciar al anhelo de una vida privilegiada, para aprender a desempeñar el papel de esposa dócil y nuera obediente.

De manera que se rindió ante su esnob familia, se rebajó frente a sus amigos e hizo todo lo que sugería la revista "Housewife".

Tenía la esperanza de que su esposo se diera cuenta de que sus sentimientos hacia él eran genuinos, a pesar de haber entrado en su vida de una manera abrupta y calculada.

Desafortunadamente, no logró que él se encariñara con ella.

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