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Yo era una herramienta reproductora hasta que los gemelos Alfa declararon que me querían.
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Desde el punto de vista de Mía 

A decir verdad, durante todo este tiempo, siempre me he preguntado cómo sería la vida si nuestro destino no fuera decidido por la diosa Luna. De hecho, para mí, todo sería muy diferente si uno mismo tuviera la oportunidad de decidir qué camino tomar; sobre todo, el poder elegir a quién amar.

Lamentablemente, ese no fue mi caso, mi destino ya estaba sellado desde el primer día en que nací como hombre lobo; específicamente, como omega. 

Un omega estaba por debajo de los altos mandos, nunca se atrevía a mirarlos directamente a los ojos y, tampoco les respondía a menos que se lo ordenaran; es más, su único propósito, era poder servirles y complacerlos como ellos quisieran. 

Además, un omega también tenía el deber de estar a disposición de un alfa en cualquier momento, de dejar que ellos la tomaran como mejor les pareciera y, de tener la cantidad de cachorros que el alfa les pedía; luego, solo después de eso, se podía obtener la libertad que tanto se anhelaba.

En realidad, ese era el verdadero destino de un omega en nuestra manada; así que, ese también sería mi destino al nacer como omega.    

De hecho, esa estúpida regla fue creada por nuestros antepasados desde hace mucho tiempo atrás; ya que, según la leyenda, uno de los miembros de la manada se dio cuenta que, como los omegas eran sumisos y fértiles, atraían y volvían más tranquilos a los alfas. Por ello, aquel miembro pensó firmemente que, el alfa junto a un omega era mucho más próspero que uno sin él; así que, teniendo en cuenta ello y, con el fin de que la manada floreciera constante y rápidamente, se estableció la regla de que el omega debía servir al alfa hasta dar a luz a un heredero.

Para seguir con esa regla, cada vez que un alfa renunciaba a su puesto y dejaba que su hijo se hiciera cargo de la manada, los mayores le daban al nuevo alfa la oportunidad de elegir un omega, la cual podría ser su Luna y que estaría a su lado incondicionalmente; no obstante, eso no significaba que la elegida fuera necesariamente una pareja destinada. 

De hecho, a pesar que teníamos que tener una pareja destinada, eso no aplicaba directamente para un alfa y omega; ya que, en su momento, el alfa siempre debía elegir a un omega como pareja. Es más, tanto alfa como omega estaban destinados a rechazar a sus parejas originales; pues, de alguna manera, debían cumplir con las reglas de la manada. 

Después de que el alfa elegía a un omega que complacía su corazón, el beta finalmente tenía la oportunidad de elegir a su pareja; sin embargo, con una regla completamente distinta y, a diferencia de un alfa, a un beta sí se le permitía elegir o rechazar a un omega. 

Luego, después de que terminaba la noche de la elección, el alfa llevaba a su cámara a la omega elegida que debía tener en su poder y, de hecho, la tenía ahí hasta que quedara embarazada o, hasta que el alfa le permitiera salir de la habitación. 

En realidad, el omega debía vivir sus días sirviendo incondicionalmente al alfa; es más, esto lo hacía hasta que terminara su uso y, se le concediera su libertad después de dar a luz a tanto cachorros como el alfa quisiera. 

A decir verdad, esta regla pasó de generación en generación hasta el incidente que ocurrió hace cinco años, donde nuestra manada fue emboscada por los alfas gemelos, Brandon y Landon. 

De hecho, no había manada que no hubiera oído hablar de ellos dos; pues, aunque sus nombres sonaran tan falsos, ambos eran considerados como los mayores torturadores y asesinos de millones de vidas. 

Aquellos dos hombres mataron sin piedad a nuestros alfas, betas, guerreros y a la mayoría de nuestros hombres que tenían más de veinte años; luego, cuando acabaron con todo eso, no exigieron arrodillarnos ante ellos y prometerles nuestra lealtad. 

Después de ver cómo mataron a todos sin ningún remordimiento ni piedad y, al ver que ya no éramos tan fuertes como para tratar de luchar contra ellos, nosotros simplemente obedecimos todas sus órdenes; es más, cualquiera en su sano juicio hubiera hecho lo mismo. Sin dudar ni un solo segundo, todos nos arrodillamos y les juramos lealtad eterna; no obstante, aunque yo solo tenía doce años en ese entonces, mi corazón ya estaba lleno de ira y rabia hacia ellos. 

En realidad, no podía evitar sentir este inmenso odio hacia ellos; pues, entre los miembros de la manada que mataron, estaba mi padre, a quien amaba y apreciaba con todo mi corazón. La verdad es que, mi madre murió mientras me daba a luz; así que, me quedé únicamente con mi padre y, fue él quien me mostró cómo se sentía el amor y me dio todo lo que podía pedir. 

De hecho, aunque él era todo lo tenía, yo era muy feliz a su lado y, nunca en mi vida había pensado en huir o atentar contra mi vida; sin embargo, desde la vez que los gemelos alfa se hicieron cargo de la manada, yo intenté suicidarme más de una vez. 

Después de que me descubrieron intentando hacer ello, fui severamente castigada durante una semana, estuve encerrada en un lugar oscuro sin comida ni agua; además, estaba encadenada a una cadena de plata que era realmente muy dolorosa para cualquier hombre lobo. 

Tras esa experiencia cercana a la muerte, dejé de intentar lastimarme y, elegí vivir en el infierno que todos en mi manada llamaban hogar; pero, sabía perfectamente que, en el fondo, no todos eran tan felices como aparentaban.  

En realidad, los gemelos eran los alfas de los que más se hablaba en todas partes y, quienes a la edad de quince años se ganaron su primer apodo como los gemelos Lucifer; sin embargo, algunos ancianos que quedaban en la manada, decían que ellos no siempre fueron así.

No obstante, no se atrevieron a hablar mucho de ello por temor a lo que pudieran hacerles; pero, lo poco que dijeron fue que, hubo un incidente que sucedió hace años y, que los convirtió en los peores alfas en toda la historia de los hombres lobo. 

Por otra parte, a pesar de que eran fríos y peligrosos, hubo algunas cuantas lobas que intentaron seducirlos; lamentablemente, siempre terminaron muy mal, ya sea muertas o heridas. 

De hecho, tras ver su actitud, muchos pensaron que eran homosexuales y, yo también comencé a pensar que tenían razón; después de todo, habían pasado cinco años y todavía no tenían ni una Luna, reproductora o pareja. Es más, durante esos años, nadie le había visto nunca ni una sola mujer, ni en la cama ni en su oficina. 

A decir verdad, no podía negarse que, los gemelos eran los hombres más guapos, tranquilos, trabajadores e inteligentes de toda nuestra manada; pero, también eran muy despiadados, peligrosos y, actuaban sin piedad.  

En realidad, hice lo mejor que pude para mantenerme alejada de ellos y de cualquier alto mando; pero, se estaba poniendo difícil porque hace una semana atrás, los alfas gemelos ordenaron a nuestros mayores que retomaran las reglas originales, la cultura y la vida de nuestra manada. 

De hecho, que se retomara ello significaba que la elección de un omega se llevaría a cabo tarde o temprano; así que, sabiendo eso, millones de preguntas se vinieron a mi mente: "¿Por qué ahora estaban reanudando nuestra cultura y la regla de la manada después de años? ¿Fue porque querían tener un cachorro o, estaban cansados de los rumores que circulaban? ¿Qué es lo que desean?". 

La verdad es que, nadie sabía porque hacían eso y, todo lo que yo sabía era que mi decimoctavo cumpleaños era solo en una semana; por ello, tenía en claro que, si encontraba a una pareja, le suplicaría sin pensar que se escapara conmigo. 

En realidad, debido al vínculo de pareja que compartiríamos, estaba segura de que él estaría de acuerdo con mi pedido; después de todo, cualquier pareja trataría de proteger a su amada sin importar las consecuencias. 

Tras pensar en ello, me levanté de mi pequeña cama y, me acerqué ligeramente a la ventana con un suave suspiro; no obstante, no podía dejar de pensar que, mi deseo de cumpleaños era unirme a un guerrero. 

De hecho, no quería que fuera un delta o beta, porque ya había visto la forma en que actuaban alrededor de su pareja y, la verdad es que, no todo era color de rosas; es más, en su mayoría, vivían una vida miserable. 

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