About
Table of Contents
Comments (5)

  No puedo respirar.

  Mis oídos pitan, mis manos tiemblan, mi tráquea parece haberse cerrado por completo y lucho por llevar el aire a mis pulmones. El jadeo proveniente de mis labios reverbera en la acústica del reducido baño en el que me encuentro y la mirada se me nubla por las lágrimas que me invaden.

  Mis extremidades pesan, mis brazos se han entumecido y el frío recorre cada centímetro de mi espina dorsal. La humedad tibia de mi sangre moja el pantalón del pijama que traigo puesto, pero no puedo hacer nada para detener el torrente de líquido caliente que brota de mis muñecas.

  Mis párpados amenazan con cerrarse por completo, mi cuerpo apenas responde a las demandas de mi cabeza y el pánico se arraiga en mi sistema. Bailo en el limbo de la semiinconsciencia y lucho por mantenerme a flote, pero no lo consigo. Voy a morir aquí. Voy a morir y nadie va a notarlo.

  El dolor en mi pecho es insoportable, la sensación de pesadez es cada vez más intensa y sé, por sobre todas las cosas, que algo está mal. Muy, muy mal.

  «No quiero morir. No quiero morir. ¡Maldita sea!, ¡no quiero morir!».

  Imágenes inconexas llenan mi entorno. Un familiar rostro aparece en mi campo de visión y desaparece casi de inmediato. Siluetas luminosas se arremolinan a mi alrededor, pero no soy capaz de distinguir las facciones de quienes me rodean.

  Alguien dice mi nombre con angustia y preocupación, pero no puedo responder. No puedo pronunciar palabra alguna. No puedo moverme.

  Mi boca se abre para hablar, pero un ataque de tos impide que lo haga; el dolor punzante en mis muñecas apenas me deja pensar con claridad y todo mi cuerpo se estremece cuando el ardor quema en mis extremidades.

  Soy vagamente consciente de las palabras tranquilizadoras que son susurradas en mi oído y de la presión en mis antebrazos que hace que mis manos hormigueen, pero no puedo hacer nada. No puedo hacer otra cosa más que quedarme aquí, quieta, en la espera de lo inminente.

  El escándalo se apodera de todo el lugar, pero se siente ajeno a mí. Se siente, incluso, como si me encontrara debajo del agua y no fuese capaz de distinguir nada debido a eso. Como si el mundo se hubiese difuminado a través de una pantalla de humo y no existiese nada más que mi respiración y el dolor de mi cuerpo. Es solo hasta ese momento, que el pánico empieza a diluirse. A esfumarse con cada segundo que transcurre y a quedarse en segundo plano.

  De pronto, no soy yo quien se encuentra tirada en el baño, muriendo a causa de un ataque de asma y una hemorragia. No soy yo quien lucha y patalea con desesperación mientras trata de recuperar el aliento. Quien llora del miedo y de la angustia…

  «Déjalo ir», susurra una voz dentro de mi cabeza. «Déjalo ir, Bess».

  Entonces, así lo hago.

  Un sonido agudo taladra en lo más profundo de mi cabeza. Un extraño zumbido invade mi audición y todo, poco a poco, se vuelve más vívido e intenso.

  Mis párpados bailan con el movimiento de mis ojos y soy un poco más consciente de lo que sucede a mi alrededor. El olor a alcohol y antiséptico hace que mi nariz pique, el dolor en mi pecho es sordo —un claro contraste con la insoportable agonía que sentí antes—, el aire dentro de mis pulmones se siente como el mayor de los placeres y la pesadez es bien recibida por mis músculos agarrotados.

  Trato de abrir los ojos una vez más. Esta vez tengo éxito, pero vuelvo a cerrarlos en el momento en el que la luz cegadora me golpea de lleno.

  Trago duro. En ese preciso instante, el ardor se apodera de mi garganta. Un pequeño quejido se construye en mi pecho, pero lo reprimo porque estoy demasiado agotada como para poder emitirlo. Estoy demasiado adolorida.

  La sequedad en mi boca no hace más que hacerme anhelar algo de agua y, de pronto, me siento tan incómoda, que lo único que quiero hacer es volver a dormir. Volver a perderme en el limbo de la inconsciencia, para así no saber absolutamente nada de mí.

  Por tercera vez, lucho contra la pesadez de mis párpados, pero el sonido suave de una voz familiar inunda mis oídos antes de que lo consiga.

  —No puedo más con esto, Nathan —es Dahlia —la hermana de mi madre— quien habla. Suena alterada. Angustiada…—. ¡Se hizo agujeros en las malditas muñecas!

  —Debes tranquilizarte, amor. —Nate, su prometido, habla en voz baja—. Bess ha pasado por muchas cosas, ¿recuerdas?

  —¡Trató de suicidarse! —El siseo bajo y furioso de mi tía, hace que mi estómago se revuelva con violencia—. ¿Cómo se supone que debo ayudarla si ella hace este tipo de cosas?

  —Dahlia, debes tranquilizarte —dice Nate. Sé que trata de sonar calmado, pero hay un filo tenso en el tono en el que habla—. Bess necesita terapia. Te lo dije hace mucho tiempo, ¿ahora comprendes el porqué?

  —Ni siquiera sé con qué se hizo daño. —El temblor en la voz de Dahlia, me hace saber que está llorando—. No hay nada en casa que pueda hacer algo así. ¿Qué clase de objeto hace ese tipo de heridas?

  —¿Revisaste bien en su habitación?

  —¡Claro que lo hice, maldita sea! —mi tía suena más allá de lo indignada—. No encontré absolutamente nada ahí, Nate. Creí que era una chica solitaria, pero esto va más allá de mis capacidades de comprensión. —Se detiene un segundo—. No sé qué hacer. No estoy lista para jugar a ser la madre sustituta de una adolescente traumatizada. No estoy lista para lidiar con todo esto.

  Los recuerdos vienen a mí como una ráfaga de imágenes inconexas e incomprensibles justo en ese momento y una oleada de angustia me llena el pecho.

  De pronto, no puedo dejar de recapitularlo todo —la horrible pesadilla, el baño del apartamento de mi tía Dahlia, la sangre cubriendo el suelo; él pánico, el miedo, la incertidumbre, el ataque de asma…—. De pronto, no puedo dejar de revivir en mi memoria una y otra vez lo que ocurrió.

  En ese momento, y con desesperación, trato de recordar ese lapso perdido entre el recuerdo que tengo de mí misma yéndome a la cama, y mi aparición repentina en el baño después de haber tenido un horroroso sueño, pero nada viene a mí.

  Un escalofrío recorre mi espina dorsal y una sensación helada invade mi cuerpo casi al instante. El miedo se arraiga en mis entrañas como el peor de los monstruos y el nudo en la boca de mi estómago se retuerce una y otra vez con horror e incertidumbre.

  «¿Qué pasó? ¿Qué demonios hice?».

  Mis ojos se abren, pero esta vez son las lágrimas traicioneras las que me impiden ver con claridad. El nudo en mi garganta es tan intenso ahora, que apenas puedo respirar, y la habitación blanca a mi alrededor, solo confirma eso que tanto me aterra. Eso que ya sé:

  Estoy en un hospital.

  El zumbido de las máquinas amortigua un poco la discusión a susurros que mantienen las dos personas que han visto por mí durante los últimos meses; pero, eso no disminuye el impacto que han tenido en mí las palabras de la única persona que me ha tendido la mano en mucho tiempo. No diluye la sensación enfermiza que me invade de pies a cabeza.

  Desde el accidente, mi vida ha sido un completo desastre. He tratado de mantenerme firme ante mi nueva realidad, pero, últimamente, se siente como si estuviese cayéndome a pedazos y nadie pudiese notarlo. Últimamente, lo único que quiero hacer, es cerrar los ojos y dejar de existir. Desaparecer y dejar de ser una carga para todos los que me rodean.

  Sé que no puedo hacerlo. Por más que quiera, no puedo dejar de ser la chica que lo perdió todo en un abrir y cerrar de ojos, y que ahora se encuentra atascada en una odiosa realidad alterna a la que solía tener.

  —¿Bess? —la voz de Nate me saca de mi ensimismamiento, y me trae de vuelta al aquí y ahora. Mi mirada se posa en la silueta familiar a mi lado y me enferma notar las bolsas oscuras que hay debajo de sus ojos claros. El agotamiento que surca sus facciones hace que me sienta más culpable que nunca—. ¡Dios mío! ¡Gracias al cielo que estás bien!

  No me atrevo a decir nada. Me limito a quedarme quieta en mi lugar.

  Por el rabillo del ojo, noto a mi tía Dahlia, quien se encuentra congelada en la puerta. Su mirada y la mía se cruzan fugazmente, pero es el tiempo suficiente como para darme cuenta de que sabe que la escuché hablar. La culpa que se ha arraigado en su expresión me lo dice todo, y me siento miserable por eso. Ella, pese a eso, no dice nada. Se limita a acercarse y tomar mi mano con suavidad.

  —Nos asustaste muchísimo, Bess —las lágrimas en sus ojos hacen que me sienta aún peor de lo que ya lo hacía, pero ni siquiera eso puede borrar el atisbo de resentimiento que ha nacido en mi pecho por lo que dijo hace unos instantes.

  —Yo… —trato de formular una oración coherente, pero es imposible—. N—No sé qué pasó. No entiendo…

  —Shh… —Su mano libre aparta los mechones de cabello fuera de mi rostro—. Está bien, Bess. Todo está bien.

  Quiero gritar de la frustración, pero me limito a apretar la mandíbula y asentir con la cabeza.

  No sé cuánto tiempo pasa antes de que Dahlia deba marcharse por petición del médico que me atiende. Tampoco sé cuánto tiempo paso rodeada de enfermeras desde que ella y Nathan se van.

  Ellas —las enfermeras— se han encargado de revisar mis signos vitales y retirarme la cánula respiratoria de la nariz para darme un inhalador regular. También han revisado las heridas en las muñecas un par de veces.

  Un médico vino hace un rato a verificar cómo estaba y anunció que me retirarían los analgésicos. Desde ese momento, el dolor en mis extremidades se ha vuelto insoportable. Al parecer, me hice unos agujeros en la piel y destrocé bastantes capas de tejido, pero todo parece indicar que no rompí ningún vaso sanguíneo importante, es por eso por lo que voy a poder volver a casa esta misma noche.

You may also like

Download APP for Free Reading

novelcat google down novelcat ios down