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  El tiempo había pasado con súbitas emociones, a trompicones lograba a penas salir de todo ello, pero aun así no se escapaba de ser tomando preso en un inestable bucle de agitaciones y sentimientos aislados que solo su corazón estaba dispuesto a sentir. Su mente les aislaba con tanta frecuencia que era imposible poder registrar aquello si él realmente no se esforzaba en ello, por ende, era casi imposible que su pensar se enfocase en lo ideal en los momentos donde su juventud se encontraba estable y los segundos escaseaban, pero las fuerzas rebosantes agitaban su cuerpo de forma indomable e precaria.

  La vida se tomó el instante de un suspiro en acunarlo, ahora no quedaba más que un cascaron lleno de conmociones por eventualidades pasadas, otorgándole la imposibilidad de poder atar cabos que lamentaba haber dejado sueltos, y que en ese intervalo, donde no le quedaba más que una vieja silla en ese pórtico desecho justo en esa casa en medio de la nada, era tomado preso de la angustia que arriba a su pecho con la fuerza de cada tormenta que lo azoto en medio del mar enfurecido sediento de llevarse las vidas de los que se encontraban en los barcos.

  El cielo se tornaba más claro o se abrumaba con el pronostico de nuevos nubarrones, más Arthur solo podía sujetar con fuerza la manta que cubría sus piernas, tomándose a veces segundos de vitalidad para poder evitar que la mecedora donde se encontraba no dejara de arrullarlo con su constante andar de atrás hacia adelante. El mundo no tenía más que ofrecerle.

  «¿Qué era lo que podía pedir?», era la pregunta que rondaba su mente a diario; a sus ochenta y tres años era un milagro poder ver el sol nuevamente, claro eso era una suerte realmente buena para cualquier humano que no cargara una maldición, estaba sentenciado a estar lo que le restaba de vida en esa casa vieja que guardaba recuerdos inmemorables, su existencia no fue cruel ni dura, aun más en su vejez le era recompensado con una cantidad de dinero que le alcanzaba para saciar sus necesidades fruto de su trabajo al servir a la marina de ese país al que llamaba patria, aunque el constante recuerdo de carecer de una familia propia le pesaba demasiado en su interior.

  Familia, algo que a veces anhelaba, pero siempre estaba consciente de que lo mejor era no tener una descendencia a la cual condenar, como lo hicieron con él sus antepasados.

  —Fueron buenos momentos. — solo eso le alcanzaba para decir. Una respuesta corta que se arrastraba a la nada con voz rasposa y llena de profundo dolor que calaba en sus entrañas, apacible e insensato.

  Tomando una bocana de aire para llenar sus pulmones miro al pequeño mono que descansaba en la chiquita silla justo a su lado, la mirada maravillada del animal se topo con la suya. Ahí era donde se encontraba el reconocimiento no ganado a través de discusiones, armas o puertas cerradas a golpes, solo admiración pura que indicaba cuan agradecido estaba ese ser por lo que el había hecho al momento de rescatarlo. Su única compañía en la soledad que le rodeaba, observo con más determinación al simio, imaginando la cola que podría haber completado la figura de esa criatura, y sintiendo como la fría ira le recorría con rapidez para luego ser apaciguada por la idea que le saltaba en su pensar.

  —Bien, Blake. — murmuro llamando la atención del otro ser, el cual no tardo en despertar de su letargo para acomodarse en el borde de su silla y mirar esperanzadoramente al adulto. Sus ojos brillaban con locura primitiva y la calidez no tardo en posarse en el pecho de Arthur.

  —No tenemos mucho que hacer en este momento, es hora de contarte unas cuantas historias. —el chillido de emoción por parte del animal no tardo en llegar a los oídos ajenos, azotando con fuerza al silencio que se colaba en la escena desde momentos atrás, llevándola a un rincón profundo donde el hombre de cabello blanco, a causa de las canas, agradecía que se mudara para lo que restaba de su vida.

  Suspirando se preparó para la cantidad de relatos que surcaron su pensar en cuestión de segundos, acariciando y deleitando a su dolor. Más una sonrisa llena de ternura cálida se derramo en sus agrietados labios, esos que guardaban las proezas más sabias o los eventos más legendarios que aunque el animal no entendía, el anciano asumía que este encontraba fantásticos, o seria la intensidad con que relataba, quizás los gestos que hacia con sus manos para poder concretar sus ideas, guardando eso en su mente, se dijo a si mismo que en realidad su pequeño amigo lo entendía y que ciertamente apreciaba sus relatos, más para calmarse a si mismo que cualquier otra cosa.

  Hurgando en su mente algunos segundos encontró tres historias que marcaron su vida, pero no sabía a ciencia cierta si estas finalmente arrojarían los lazos que la muerte había impuestos años atrás a su familia lejos de él. Antes desechando la historia de cuando en sus tiempos de recién llegado a la marina él y sus compañeros, el club de los novatos como solían llamarlos, extrajeron un arpón de un pobre tiburón en medio del azul mar devorador de hombres, no había duda que aun podía sentir a través de los años como los estremecimientos aun se encontraban intensamente azotando su piel, recordaba vívidamente la imagen de un Andrés tan pálido como su oscura tes lo permitiría, algo delgado y flacucho, un tipo extranjero muy parlanchín con acento denso y orgulloso que sirvió de confidente en los segundos en que las pesadillas le convertían en un rehén débil e incompetente, lamentablemente su vida duro lo que un suspiro duraría después de hechos que tenía la fortuna de no recordar con claridad. Pero era quizás el cuerpo aun cálido, pero sin siquiera un suspiro de vida de Andrés siendo sostenido por sus brazos con cierta suavidad lo que le hacia despertarse muchas veces tenso y con músculos acalambrados por la imagen. En ese punto su alma pesaba y los recuerdos se volvían demasiados inquietos como para que el constante traqueteo de su pie al choca con el suelo lograra calmarlo. Tenia el regalo de observar esos recuerdo como si el fuera otra persona en la foto, un simple espectador, lamentablemente no lo era, sabía que había estado en la escena, tenia la certeza de sentir como la madre de ojos morenos de Andrés con lagrimas constantes empapaba su uniforme de la marina al momento de darle la noticia, la encharcada mirada triste y llena de dolor, como si la negación le diera un poco de esperanza, el tenia esa certeza y quería quitarla de su alma pesada y doliente, pero era imposible borrar los rastros de lagrimas que se marcaban por sus mejillas ante los recuerdos estando al lado de Blake en ese viejo pórtico.

  Los sollozos se volvieron inclementes cuando presencia de la memoria del instante en que la noticia de la muerte de la mujer llego a él, no había nadie que alcanzara para llenar su vacío. Una familia de dos rota hasta el punto de volverse nada, solo polvo y cenizas de lo que fue un cálido hog... El chillido de Blake trajo al hombre canoso de vuelta al presente luego de que las lagrimas gruesas bañaran las mejillas de este, sin entender quizás el motivo de la tristeza repentina del sujeto perdido en las profundidades de su pensar.

  Respiro entre la densidad que se había acumulado en su nariz, sorbiendo desgraciadamente ante la poca posibilidad de respirar correctamente por los orificios nasales, el sonido fue tan asqueroso y de tal disgusto para el animal que no dudo en golpear la mano de su amo con insistencia para que dejase de hacerlo. Las mangas del suéter del anciano borraron los rastros del liquido salado que con anterioridad pasaron por su rostro, dejando solo un borrón sonrojado a su paso y una nariz demasiado tupida como para hacer uso de ella. Agradecido por la interrupción a la que sería su repentino hundimiento Arthur acaricio la cabeza del primate, logrando un sonido satisfecho de parte del fiel animal.

  —Lo lamento, amigo. Estaba buscando algo que estuviera acorde a sus refinados oídos. — bromeo riendo con suavidad, aunque sabía que la carcajada exagera de su pequeño amigo era no más que respuesta a su pequeña e insípida risa, sabiendo a profundidad que solo el entendía de lo que hablaba, y albergando una profunda tristeza por ello.

  Las cadenas invisibles pesaban a su alrededor, sujetándose con fuerza avasalladora, la maldición dolía casi tanto como vivir. Cuando se entero de ella quedo estupefacto, luego se sintió airado y colérico, para que finalmente la resignación lo golpeara. Su padre había muerto con facilidad cuando el estaba en la marina, nunca supo el porqué de ese hecho. Y su madre se guardo el secreto hasta que falleció, por investigaciones supo a ciencia cierta que era el sucesor de la maldición, y que quien la porto antes que él fue su padre. Por otro lado, lo único que podía conocer de aquella situación era que la maldición poseía tres lazos y cada uno representaba una eventualidad ocurrida en un tiempo distinto.

  Niñez, juventud y adultez.

  Es decir, necesitaba un recuerdo en cada una de esas etapas de su vida. Arthur estaba rebosante de historias vividas, más lo complicado era recordarlas todas, y que las que realmente recordara fueran las llaves para destrabar las etapas. La consecuencia de nunca romper la maldición era sencilla, nunca morir.

  Vivir eternamente en un cuerpo desecho por el pasar de los años con el sufrimiento acumulándose a su alrededor, cargando con ese peso solo. Estaba enojado, aun la ira no menguaba cuando pensaba en ello, había descubierto ese peso encima de él muy tarde, su padre y tía habían muerto antes de llegar a los setenta años. Arthur imaginaba que ellos ya sabían de las circunstancias que los amedrentaban desde jóvenes, por ende, no fue difícil quizás hacer un registro de todo lo que sucedió en sus vidas desde ese punto.

  En cambio, él estaba postrado en una casa en medio de la nada intentando recordar tres episodios distintos de su vida entre millones de recuerdos sin tener un respaldo que lo ayude a seleccionar que podría ser o no importante.

  —Oh, Blake. — murmuro viendo con pesar al animal, lamentándose silenciosamente. El entusiasmo que había ganado momentos atrás se escapo de su cuerpo dejando el frio resentimiento que intento aislar para no perjudicar la mirada esperanzada de su compañero. —La vida es injusta, pero la muerte es la reencarnación del mal. — con una brisa fría estampando su cuerpo volvió a mirar hacía adelante donde se encontraban largos pastizales verdes.

  En ese instante una tentadora propuesta surco su mente, y realmente lo pensó unos cortos momentos antes de llegar a considerar las consecuencias. No había nada que perder, la maldición de todos modos ya estaba ahí. ¿Qué peor que ello existía? ¿Qué era lo que podía pasar realmente? El inventar historias nunca había sido su habito, pero podía intentarlo.

  Todo con tal de morir.

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