Home/ Mi Presidente Misterioso Ongoing
Elvira Hidalgo, querida hermanita adorable del presidente de la empresa rival, fue secuestrada y escapó a mi habitación de hotel de manera inocente para acudir a mí.
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En un legendario hotel de siete estrellas en el centro de la ciudad, Graham Thiago Liu acababa de firmar un contrato multimillonario con una de las mayores empresas de Londres que se especializaba en la edificación de hoteles y torres, la compañía SuperH.

Graham, el presidente del Grupo Liu, deseaba construir un gran parque de diversiones al lado de uno de los hoteles de cinco estrellas de SuperH, cerca del museo más grande de la ciudad. Dado que el terreno le pertenecía al presidente Tamayo, el líder principal de SuperH, Graham decidió cooperar con él. Por suerte, llegaron a concretar la alianza después de múltiples reuniones.

"Este es un gran motivo de celebración, ¿no lo cree, representante?", el presidente Tamayo se puso de pie y observó con entusiasmo a Graham mientras sostenía una copa de vino.

"Por supuesto, ¡salud!", el otro hombre replicó, se levantó de su asiento con una sonrisa victoriosa en el rostro y alzó su copa al aire.

"¡Le hemos preparado un regalo, representante! ¡Esperamos que le guste!", Bernal, el asistente del presidente Tamayo, informó a la par que le entregaba una tarjeta de entrada para una de las habitaciones del hotel.

Graham, quien ya estaba ebrio, miró fijamente la tarjeta y se rio: "¡No me cabe duda de que lo voy a disfrutar!", tomó el obsequio, le echó un vistazo a los hombres que se hallaban en la mesa redonda y asintió.

"Presidente Tamayo, será un gusto trabajar con usted. ¡Brindemos por nuestro éxito!", Graham exclamó, se bebió el líquido que quedaba en el vaso y luego se volteó hacia Nain Beltran, su propio asistente.

Después de que Graham se fuera, el presidente Tamayo y sus hombres, incluido Bernal, intercambiaron miradas. "Te aseguraste de contratar a una chica bella y virgen, ¿no?", le preguntó a su asistente, quien vertía algo de vino en su copa.

"¡Sí, presidente! ¡Contraté a la mejor, le garantizo que no se va a decepcionar!", respondió con una sonrisa.

Mientras tanto…

En toda la ciudad llovía a cántaros y la noche vibraba con el sonido mixto de los vehículos y del agua de la lluvia cayendo al suelo. Cerca del hotel, una mujer corría a toda prisa en medio del aguacero, su cabello castaño y rizado estaba mojado y cubría su delicado rostro; su blusa blanca que estaba empapada no solo se pegaba a su cuerpo, sino que también se había vuelto transparente, revelando así sus irresistibles y hermosos p*chos. Como se encontraba descalza, dejó huellas de sangre producto de los rasguños en sus pies. Al mismo tiempo, se abrazaba a sí misma en un intento de apaciguar el temblor de su cuerpo.

"¡Vamos, Elvira! ¡Solo tienes que aguantar un poquito más!", murmuró a la vez que sus dientes rechinaban a causa del frío, y en el instante que vio una luz en la entrada del hotel, optó por entrar corriendo.

Dado que ya era de noche, la recepcionista no se mostraba tan estricta a la hora de comprobar la identidad de las personas que entraban y salían del edificio, y pese a que vio a Elvira, se limitó a ignorarla. Después de todo, no pudo evitar sentir empatía al ver que la mujer se había empapado con la lluvia tan intensa que bañaba la ciudad.

Tan pronto como Elvira vio que el ascensor estaba abierto, se apresuró a entrar y presionó un botón al azar. Su prioridad en ese instante era buscar un lugar en donde esconderse, pues necesitaba resguardarse de la persona que la perseguía. Una vez que el elevador se detuvo en el noveno piso, salió corriendo e intentó girar el pomo de cada puerta con la que se iba topando. Empezaba a perder la esperanza cuando, de repente, vio una suite que tenía la puerta ligeramente abierta, por lo que puso un pie adentro sin dudarlo.

"Parece que no hay nadie aquí", murmuró con asombro, cerró la puerta y continuó examinando el lugar.

«Hay unos pantalones, un traje con costura de excelente calidad y zapatos negros de cuero. Es obvio que la habitación le pertenece a un hombre, y no a cualquiera, sino a un sujeto acaudalado… ¡De seguro es el jefe de algún negocio importante!», pensó al determinar el estatus social del hombre por su ropa. Justo en el momento que Elvira quiso tocar el atuendo que descansada de forma descuidada en el sofá, escuchó el sonido de un chorro de agua dentro del baño.

«¡Creo que se está duchando!». Desconcertada por sus suposiciones, se escondió con rapidez en el armario antes de que el hombre saliera.

Al retirarse del baño de la suite que alquilaba, Graham todavía estaba bastante mojado y solo portaba una toalla que cubría la parte inferior de su cuerpo. Como escuchó sonidos molestos que provenían de su guardarropa, entrecerró los ojos, frunció el entrecejo y abrió las puertas con furia. Lo que vio lo dejó confundido, por lo que pronunció: "¡¿Una mujer?! ¡¿Qué hace en mi armario?!". La cara de la joven estaba hecha un desastre y su cuerpo temblaba por haberse empapado con la lluvia.

"Dime, ¿quién te envió?", inquirió con una voz autoritaria y la tomó de los hombros para obligarla a ponerse de pie. Por su parte, la mujer se estremeció, y sus encantadores labios se torcieron de dolor.

"Por favor, no me hagas daño… ¡Soy la única hija de la familia Hidalgo y alguien me está persiguiendo!", Elvira Hidalgo le suplicó a la par que contemplaba el rostro del hermoso hombre frente a ella.

Graham se quedó perplejo al darse cuenta de que era la hermana de su rival. Aunque siempre quiso descubrir las debilidades de su enemigo, no se imaginó que algún día la información le llegaría sin que tuviera que mover un solo dedo. Entonces, arqueó una ceja, esbozó una sonrisa irónica y formuló otra pregunta: "¿Cómo entraste?".

Debido a que Elvira se estaba congelando, apretaba los dientes mientras sus labios no dejaban de temblar.

Al ver que ella estaba agonizando, el hombre la observó de pies a cabeza: a pesar de que su cabello castaño, rizado y mojado le cubría los ojos y parte del rostro, alcanzó a ver que tenía unos grandes y hermosos ojos marrones. Una vez que su mirada bajó hasta sus senos, sonrió con deleite al notar su blusa blanca y empapada, sin poder evitar fijarse en su provocativo sujetador negro. "¡Traes puesta la nueva colección de ropa interior de Victoria's Secret!", susurró y levantó la ceja derecha.

"¡¿Qué?!". Ante la sorpresa y el susto, Elvira se cubrió el pecho con los brazos. "¿Cómo lo supiste? ¡No me digas que… usas lo mismo!", comenzó a indagar con sospecha. Pese a la teoría que cruzó por su mente, se negaba a creer que un chico tan apuesto iba a desperdiciar sus genes.

Graham arrugó la frente al escuchar semejante acusación. «¿Esta mujer está ciega o qué? ¡¿Cómo pudo insinuar que era gay?!», su rostro se enrojeció de enfado ante tales pensamientos.

"¡Para que sepas, soy heterosexual! ¡Es solo que suelo comprar lencería para mis mujeres!", explicó de manera orgullosa, con la barbilla levantada y el pecho afuera.

"¡Ah! En ese caso… ¿eres un mafioso o un abusador s*xual?". De repente, Elviria sintió escalofríos por todo el cuerpo. Si bien acababa de escapar de alguien que consideraba un monstruo, terminó en la habitación de un desconocido que acababa de admitir que le compraba ropa interior a sus amantes.

Tras oírla, la expresión engreída de Graham se volvió furiosa, y enseguida jaló a Elvira para sacarla del armario.

"¡Escucha, jovencita…!".

"¡No soy joven, señor!", Elvira protestó en voz alta, y como lo interrumpió, aquello lo enfureció aún más. "Tengo veintitrés años y soy diseñadora de moda. ¡El nombre de mi hermano es Ferran Jarrín Hidalgo y es el director ejecutivo de Imperio Hidalgo! Debes reconocer el nombre de la empresa, ¿no?", anunció con aire de suficiencia, lo cual hizo que el hombre frunciera más el ceño.

"¡Ey! ¡¿Cómo te llamas?!", ella le preguntó segundos después, y las hermosas cejas de Graham se alzaron al percibir su altivez. De hecho, pretendía ignorar las tonterías de la muchacha, pero alguien llamó a la puerta de su suite. De inmediato, le echó un vistazo a Elvira y se percató de que no solo seguía temblando, sino que también jadeaba debido a la indignación.

"¡Escóndete!", le exigió con autoridad.

Aunque Elvira se sobresaltó por el tono tan demandante de su voz, permaneció inmóvil en el mismo lugar. Como Graham ya no podía soportarlo más, la empujó para que entrara de nuevo en el guardarropa. "¡No hagas ningún ruido!", le advirtió con brusquedad.

Tan pronto como abrió la puerta, vislumbró al asistente Bernal frente a él. "Representante…".

"¡Sssh!", el magnate lo interrumpió y se puso el dedo índice en la boca para indicarle al otro hombre que se callara.

Al entender sus directrices, Bernal le dijo en susurros y con una sonrisa: "El regalo que le preparamos lo está esperando en otra habitación. Veo que todavía está ebrio, ¡hasta se equivocó de suite!".

"Asistente Bernal, sé muy bien dónde se encuentra el regalo y no estoy borracho. No obstante, ¡si sigues molestándome, será posible que me decepcione y no lo acepte!", lo miró con furia y molestia. Luego, entrecerró los ojos, sacó la tarjeta de la otra habitación y la sacudió enfrente de su cara.

"Discúlpeme, señor. ¡En ese caso, espero que lo disfrute!", le dedicó una reverencia y se retiró de inmediato.

El empresario cerró la puerta de golpe y marcó un número en su teléfono. "¡Deshazte de todo y encuentra la manera de complacer a ese m*ldito avaricioso!", indicó con furia.

"¡Sí, señor!", la persona al otro lado de la línea se quedó atónita, pues no entendía a qué se debía el enfado de su jefe. Al fin y al cabo, acababan de concretar un contrato muy importante y pensaba que debía celebrarlo a lo grande. Sin embargo, sea cual fuera el motivo de su furia, tenía que lidiar con la mujer de la otra habitación y encontrar a un hombre que la satisficiera. No solo eso, sino que también tendría que pagarle el doble a la muchacha para que le mintiera al presidente Tamayo.

Graham conocía el propósito del presidente Tamayo al «obsequiarle» una noche con una mujer: pretendía exponer a Graham en los medios. Por eso fue directo a su propia suite y fingió ir a la habitación del regalo tan pronto como le entregaron la tarjeta de entrada. Aun así, no se imaginó que el asistente Bernal lo monitorearía.

Al momento de arrojar su celular a la cama, ya se había olvidado de la presencia de Elvira, por lo que se sorprendió cuando la puerta del armario se abrió y la mujer inconsciente cayó al suelo. Corrió de inmediato hacia ella, le tocó la cara, colocó los dedos en el surco de su nariz y comprobó si todavía respiraba.

"¡Uf!", emitió un suspiro de alivio.

"Frío… Tengo mucho frío… ¡y mucha hambre! ¡Me duele!", Elvira murmuró.

Graham entrecerró los ojos y la llevó a la cama. Fue en ese momento que sintió curiosidad sobre cómo había escapado, ya que la mujer lucía demasiado frágil.

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