Home/ Tócame Mientras Te Saboreo Ongoing
El chico malo más atractivo VS la chica buena perfecta; el ganador será el amo de la noche.
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Narradora: Adriana Nahum.

"Sabes divino", Devin Morrison dijo entre jadeos y besó la cremosa piel de mi muslo, a lo que yo g*mí arqueando la espalda del pl*cer.

Continuó dejándome besos con la boca abierta a lo largo de mi pierna, sin que sus penetrantes ojos abandonaran mi rostro ni una sola vez, y sonreía cada vez que temblaba bajo él.

"Veamos cómo sabes en esta parte", comentó a la par que me obligaba a abrir las piernas.

Mi respiración se volvió dificultosa, mi pecho subía y bajaba como si acabara de correr un maratón y mis dedos se enredaron en su cabello mientras él acercaba su boca a mi…

"Hugo, sé que siempre has tomado malas decisiones, pero ¿robar cigarrillos? ¡¿Es en serio?! ¡Estoy harta de tener que resolver tus problemas!", la fuerte y penetrante voz de una mujer estalló.

Entretanto, yo gemí a la vez que revolvía mi cómoda cama y apretaba las mantas entre mis manos, agarrándolas con intensidad. Presioné una parte de mi cara contra la colcha de color blanco y tiré una de mis almohadas sobre mi cabeza en un intento inútil de bloquear el fuerte ruido de afuera.

Devin y yo estábamos a punto de…

"¡Nunca te pedí que me ayudaras! Si tan cansada estás de que perjudique tu preciada reputación, entonces envíame lejos. ¡Sería lo mejor para todos!", aquel tono brusco en efecto le pertenecía a Hugo. Su voz era tan amarga que denotaba la gran ira que tenía en ese momento.

"¡¿Cómo te atreves a hablarme en ese tono, Hugo?!", era claro que la voz femenina le pertenecía a la señora Cortes. "¡Y deja de maldecir, que los vecinos te van a oír!", ella rugió.

Era demasiado tarde, no solo los había escuchado, sino que también lograron despertarme de mi sueño.

Suspiré con decepción, me giré sobre la cama y lancé la almohada a mi lado con frustración. Luego me quedé observando el ventilador que giraba en el techo durante unos segundos. Sintiéndome cada vez más aburrida, separé los pies y miré entre ellos.

Me di cuenta de que el televisor colgado en la pared seguía encendido, lo cual quería decir que de alguna manera me había quedado dormida viendo la serie «Supernatural». Las voces de Devin y Dan Morrison eran un susurro apenas perceptible debido al bajo volumen.

Lo prefería así: suave y sin que se oyera demasiado fuerte para que mi madre no se percatara de que veía otras cosas que no fueran documentales.

"¡¿Te parece que me importa?!", la voz de Hugo era tan chirriante que casi me perforaba los tímpanos.

Se suponía que ya debería haberme acostumbrado. Era como una rutina: él hacía algo malo y su madre lo regañaba. Las discusiones siempre eran más ruidosas de lo necesario.

Tan pronto como escuché unos contundentes pasos acercándose, me senté en la cama tan rápido como un rayo, alcancé el control remoto y apagué la televisión.

El pomo de la puerta se giró y esperé con ansiedad. La cabeza de mi madre se asomó hacia el interior de la habitación. Su cabello rubio estaba con rizos perfectos alrededor de su rostro, sus labios estaban teñidos con un labial rojo y sus cejas depiladas lucían perfectas.

Después de que sus verdes ojos se posaran en mí, entró de lleno, haciendo que la falda lápiz y la blusa que llevaba resaltaran su pequeña figura. Sus tacones resonaban sobre el mármol blanco mientras se acercaba y su pose era recta y segura.

"Esos salvajes lo han vuelto a hacer", comentó con amargura, caminando hacia mi ventana y cerrándola, aunque aquello no sirvió de mucho porque todavía se escuchaban las voces de Hugo y la señora Cortes.

Ella miró a través de la ventana y comentó: "Pienso que Claribel debería detener a su hijo. El chico no tiene remedio". Después de girarse para dirigirme la vista, añadió: "Aléjate de hombres como ese, Adriana. Solo te traerán problemas".

«De todos modos, no es como si mi papá y tú me lo vayan a permitir», pensé.

Por supuesto que no lo iba a manifestar en voz alta, por lo que me limité a asentir con la cabeza. Estaba completamente de acuerdo, pues mi madre tenía razón: Hugo era alguien del que todos debían mantenerse alejados. Era demasiado problemático, era como si una bolsa rebosante de caos estuviera incrustada en su interior.

"Muy bien", pronunció con complacencia antes de acercarse a mí. "Tu padre y yo queremos cenar solos esta noche, así que me aseguraré de que Gabriela te traiga la cena a tu habitación".

Cuando llegó a mi lado, extendió la mano y me acomodó mi castaño cabello por detrás de mis orejas. "¿Tendrás algún inconveniente con quedarte en tu habitación esta noche, cariño? Lamento no poder invitarte, pero es nuestro décimo aniversario y tu padre y yo queremos celebrarlo solos".

Me abstuve de decir que ya había mencionado que querían pasarlo solos. Al fin y al cabo, prefería quedarme encerrada en la habitación que sofocarme en la insoportable incomodidad del comedor.

"No tengo ninguna queja, madre".

Ella sonrió y levantó mi barbilla con sus uñas recién pintadas. "Eres mi hija perfecta". Dicho aquello, me pellizcó el mentón de manera juguetona y dio un paso atrás.

"Asegúrate de dormirte a las ocho. Mañana es el primer día de tu último año de preparatoria y necesitas descansar mucho", advirtió a la par que caminaba a la puerta.

Para ser honesta, desearía que no me lo hubiera recordado. No tenía muchas ganas de que llegara mi último año y sentía como si el mundo entero tuviera expectativas muy altas sobre mí.

Sus dedos envolvieron el pomo y lo giró, abriendo la puerta despacio. Cuando casi había salido, me miró por encima del hombro y complementó: "Ah, y asegúrate de mantenerte alejada de esos salvajes. Su lenguaje no es adecuado, son demasiado vulgares".

Asentí y repliqué al instante: "Sí, madre".

Tras ver que se fue, me dejé caer en la cama con un suspiro. Todavía escuchaba a Hugo y a su progenitora discutiendo. El tono de sus voces no había bajado en ningún momento. Era como si no les importara o no reconocieran que tenían vecinos.

Resoplé con frustración, me levanté de la cama y me dirigí a la ventana. Tuve cuidado de permanecer a un costado, puesto que no quería que me vieran curioseándolos. Apoyé mi hombro en la pared y observé hacia el exterior. Hugo y su madre se hallaban sobre el césped, a medio metro del pórtico delantero.

La señora Cortes lucía demasiado frustrada mientras discutía y la forma tan exagerada con la que extendía las manos era casi ridícula. Si bien no alcanzaba a ver el rostro de Hugo, me di cuenta de que estaba igual de frustrado, o tal vez hasta más.

Su camisa negra le quedaba ajustada y resaltaba su tensa y musculosa espalda, y su cabello castaño era un desastre de rizos sueltos; no me cabía duda de que los jalaba con frecuencia. Por lo que pude notar, estaba tan rígido como una tabla, como alguien esperando el momento adecuado para atacar.

Por el bien de la señora Cortes y del mío, recé para que el chico no hiciera nada de lo que se arrepintiera más adelante. Odiaría ser su testigo, y mucho más porque parecía un ciervo atrapado por los faros cada vez que me enfrentaba a una cámara que exigía mi atención.

Parecía que ese día Dios estaba de mi lado, ya que Hugo se dio la vuelta y se dirigió furioso a su casa. Para mi sorpresa, sus largas zancadas lo acercaron a la puerta con bastante rapidez. Solo hacía falta un paso más para que desapareciera de mi vista.

"¡Hugo! ¡¿Cómo te atreves a dejarme sola?! ¡No he terminado de hablar!", gritó la señora Cortes.

"¡Pues, yo ya terminé!", él siseó a modo de respuesta y, como si sintiera mis ojos sobre él, aprovechó el momento para levantar la vista hacia mi ventana.

Jadeé de la impresión, abrí los ojos como platos y me agaché de inmediato. ¡M*ldita sea! Me golpeé la cabeza contra la madera blanca de la ventana y emití un quejido en lo que levantaba los dedos para masajearme las sienes. Esperaba que no se hubiera dado cuenta de mi presencia.

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