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Cataleya Indhira Dunner Watson.

Ese es mi nombre, soy de un pueblito pequeño llamado Cracovia en Polonia. A pesar de ser polaca, soy de descendencia Armenia. Mi madre es de ese peculiar y hermoso país situado entre Europa y Asia, razón por la cual mis ojos son de un marrón intenso, casi como el chocolate y mi abúndate cabellera es de un negro azabache que me llega hasta la cadera. Mi tono de piel es como indiecito, literalmente no sabría explicarlo, no soy blanca, tampoco oscura. Soy más bien como el término medio de todo. Características muy distintas a las que se acostumbra a ver por aquí en Polonia.

Creo que de mas esta decir que soy idéntica a mi madre, no soy de estatura alta, a pesar de que me encanten los deportes y los practique, es algo más de genética que otra cosa, por lo que ya me he resignado a creer que algún día creceré más de mis 1.65 metros. Desde pequeña siempre he tenido inclinación hacia el voleibol, puedo decir que tantas tardes y horas de entrenamiento han hecho su trabajo, ya que a pesar de no ser muy alta tengo un bonito cuerpo y no me da pena, ni vergüenza decirlo.

Nací en una familia muy feliz y con buena posición económica, aunque Cracovia es un pueblo pequeño y lejos de la cuidad, nunca nos faltó nada. Tengo dos insoportables hermanos llamados Craig Kendall y Brett Kendall, aunque a veces no soporte a ninguno los considero como mi mayor tesoro. Mi madre se llama Gia Watson y mi padre Kendall Dunner, Si, por eso el nombre repetido de mis hermanos.

siempre hemos vivido  aquí en este pueblo, somos muy reconocidos pues prácticamente somos personas de bien, nadie tiene quejas de nosotros y nos llevamos bien con todos los de nuestro alrededor. Además de que al ser un pueblo pequeño, todo el mundo se conoce.

En el pueblo nos hemos criado como una gran familia compartiendo con todos. Tanto con Daisy como con Chadd, que más que mis amigos, son como mis hermanos de otra madre, he vivido demasiado de mi vida en este hermoso pueblo tan pintoresco.

Con ella he hecho tantas cosas, que todos nos consideran hermanas, y con Chad, bueno que decir, como si no me bastara con mis dos hermanos la vida me regalo otro dolor de cabeza, otro sobreprotector, el cual hace de mis días más alegres y que siempre está ahí, ya sea burlándose de mis torpezas como acompañándome en mis buenos, malos y peores momentos al igual que Daisy. Son de las mejores cosas que me ha dado este pueblo. En casa son tratados como parte de la familia y al estar todo relativamente cerca, vamos juntos al instituto.

Hoy como de costumbre, Daisy se quedó a dormir en mi casa, después de una larga noche de chismes y tareas.

Los Sonidos  de la puerta me obligan a despertar y de inmediato sé que ya es hora de levantarnos para no llegar tarde a clases. Mi madre tiende a ser mi despertador y gracias le doy al cielo que aún no ha abierto la puerta para correr las cortinas y que la luz perturbe mis ojos. 

Rápido nos arreglamos y bajamos a desayunar. Corriendo desayunamos, besamos la mejilla de mi madre a modo de despedida y salimos para el instituto, que como ya había dicho al menos queda súper cerca. Mis hermanos y yo a veces nos vamos por separado, por eso hoy solo voy con Daisy. 

Al llegar al instituto los veo rodeados, son muy populares ya que al igual que yo son deportistas y tienen muchos amigos. Apenas entramos tocan la campana y todos los grupos que habían se dispersan entrando cada quien a su respectiva aula de clases.

Como cada lunes toca matemáticas a primera hora y en verdad es tremenda pesadez desde temprano.

Horas después tocan la campana para el receso y oigo a todos murmurar algo acerca de alguien o algo nuevo, no logro captar bien la idea de lo que dicen, por la cantidad de personas hablando a la vez.

­­— ¿Y ahora de que hablan?, ¿Cuál es el nuevo chisme de la semana?— pregunta Daisy a mi lado mientras entramos a la cafetería.

Sin siquiera poder responder alguien se adelanta y se nos planta enfrente.

— Hablamos sobre la familia nueva que se mudara hoy al pueblo, que de hecho es cerca de tu casa Cataleya, ¿Por qué mejor no nos cuentas tú querida? ­— dice Ivonne señalando a mi dirección y haciéndome el centro de atención de todos los presentes — Ya que serán sus vecinos más cercanos, algo debes haber escuchado de tus padres los perfectos ¿No?­­—

Por cosas como estas es que no soporto a Ivonne, se cree la más divina y la que se lo sabe todo y no es más que una pesada pienso.

—Lamentando el caso para ti, obviamente, no sé nada. — La miro directamente y bajo la atención de los demás,  hablo alto  con la intención de que todos me escuchen y dejen los molestos murmullos — 

Chadd se nos acerca e interviene sacándonos a Daisy y a mí del tumulto de personas que se formó gracias al espectáculo de Ivonne. Justo en ese momento escuchamos como suena la campana para entrar a la última hora de clases del día, historia.

Entramos al aula, juntos y nos sentamos en nuestros asientos, adelante como de costumbre. Las horas pasan rápido y ya es hora de salida, me encuentro con mis hermanos y me dicen que se quedarán entrenando y que después iban a casa, me despido de ellos y con Daisy retornamos el camino a mi casa.

— ¿Crees que lo se rumora sea cierto? En muchos años, nunca ha habido vecinos nuevos por aquí.­­— le digo mientras hacemos nuestra caminata diaria.

— La verdad es que no lo sé, sabes que todos los fines de semana Ivonne inventa algo para llamar la atención los lunes en clase. — habla ella, respondiendo a mi pregunta.

—Tienes razón, no sé ni para que le hago caso a esa loca— nos reímos —Aunque bueno, no estaría mal que se mudara por aquí un guapetón de ojazos color cielo que se enamore de mí — añade ella moviendo sus cejas en un gesto pervertido y divertido y me es imposible no rodar mis ojos y sonreír ante su comentario, haciendo evidencia de lo enamoradiza y caprichosa que es.

Casi llegando a casa pero paramos   al ver un camión grande y raro de ver por aquí, nos miramos entre si y poco a poco nos vamos acercando ya que para llegar a mi casa, tenemos que pasar por su lado.

Cuando ya estamos frente al camión detenemos el paso cuando vemos a una señora al lado de este, que no habíamos notado antes y que nos está sonriendo animadamente.

—Hola, soy Alana... — antes de terminar de presentarse se voltea hacia el camión de donde vemos como se acerca un señor un poco más mayor que ella y nos mira ­— Este es mi esposo Callum Price, hemos venido desde muy lejos y somos sus nuevos vecinos— nos sonríen y Daisy y yo no podemos evitar devolverles la sonrisa.

—Hola señores Price, yo soy Daisy Young­— mi amiga habla a mi lado, —Que bueno que estén por aquí— 

—Yo soy Cataleya Dunner, un placer— digo . y sin pretenderlo mi mirada cae atrás de ellos viendo salir del camión con un salto a un chico alto, sorprendentemente de los ojos azules más bellos que he podido apreciar en mi vida y me quedo pasmada con mi vista fija en él.

Daisy al verlo también se adelanta, abriéndose paso y le extiende la mano para saludarlo también, él le devuelve el gesto sin embargo noto que tiene la mirada fija en mí, da dos pasos acercándoseme y me extiende su mano sin dejar de mirarme.

—Mucho gusto, Malcom Price— dice mientras se presenta. Supongo que espera que yo me presente, pero sinceramente no es algo que me interese. A fin de cuentas no hará nada productivo con saber mi nombre.

Siempre he sido reservada con mis cosas en cuanto a desconocidos se refiere o hasta medio odiosa podría decir, la verdad es que depende del punto de vista de la persona que me observe, no me gusta eso de andar relacionándome con cualquiera, simplemente no es lo mío.

—Ok— le digo, mientras sigo el camino hacia mi casa, con una Daisy nada sorprendida por mi desplante detrás. Al pasar por su lado me agarra del brazo para detener mi andar, lo hago, pero no me giro a la espera de que diga lo que tiene que decir y me suelte.

—No me dirás tu nombre ?— Y aquí vuelve la interrogante, no nos conocemos de absolutamente nada, de hecho por su acento sé que viene de muy lejos. ¿Qué hará con saber mi nombre? O mejor dicho, ¿Qué le importa saber mi nombre?

Mi mejor amiga que mira la escena y por su mirada cansada ya de la situación, se gira hacia mí y me dice — ¿Por qué no le dices tu nombre y ya está? no pasa nada con que él sepa quién eres, después de todo, ¿será nuestro vecino no?—

Aun sin girar mi cabeza, sé que todavía me toma del brazo ya que siento sus dedos rozando mi piel. Me suelto sin delicadeza de su agarre y sin mirar atrás le respondo.

—Cataleya—.

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