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  Agarro firmemente mis dos maletas antes de dirigirme a la puerta, mientras mis manos tiemblan por la emoción de verlos de nuevo. El frío de la noche no hace nada por calmar mi ansiedad. El nerviosismo simplemente se instala en mi sistema, impidiéndome pensar en otra cosa que no sean ellos.

  El sonido del viento revoloteando las copas de los árboles suena junto con las ruedas del taxi detrás de mi tenso cuerpo emocionado, rodando con rapidez sobre el asfalto, alejándose con rapidez de mí para recoger a otro cliente.

  Entonces, me quedo sola en la oscuridad, las estrellas y la luna, siendo esta casi la única fuente lumínica a mi alrededor. Las farolas no se encuentran encendidas y si no fuera por la luna y las pocas casas con vida de la cuadra, no podría ver el camino por donde mis pies pisan. Mis piernas se sacuden, impidiéndome caminar cómodamente, mientras me acerco cada vez más al edificio, los hechos que me trajeron aquí bombardeando una vez más mi mente, tal y como lo hicieron las últimas horas.

  Hace cinco años que no veo a mis hermanos. El mayor motivo se simplifica a que ellos se cansaron de cumplir las estrictas reglas de mi padre ya a su muy temprana edad. Él tenía la manía de controlarlo todo y quería que todo estuviese a la perfección, cada cosa en su lugar y sin ningún defecto, por lo que los gemelos juntaron una cantidad de dinero suficiente durante años. Iban insistiendo a mi padre para dejarlos marchar, y al fin se fueron a otra ciudad para vivir con mi tía, quien desgraciadamente murió hace poco más de un año por un cáncer de pulmón. Por supuesto, ante el cariño hacia mis hermanos y la familia en general, en su herencia aclaró que el departamento les quedaría a ellos, aunque no tuvieran dieciocho. A pesar de las insistencias, no la veía tanto como yo quería. Apenas llegábamos a vernos unas horas cuando la visitábamos antes de volver en el jet privado de mi padre a casa. Por lo que, simplemente, mi tristeza no fue tan grande como la de mis hermanos al enterarme de que ella murió.

  Aun así, nada me detuvo a llorar durante una semana entera.

  Luego, con mis hermanos de vez en cuando nos hablábamos por teléfono, pero no era lo mismo para ninguno. Me enviaban regalos que de seguro eran muy lindos y que, sin embargo, no abría. Los guardaba para algún día poder abrirlos con ellos. Típicos deseos de una niña: querer abrir obsequios estando en presencia de su familia. Los extrañaba tanto. No sé cómo es que pude sobrevivir tanto tiempo sin mis hermanos, sus llamadas eran mi sustento, mi alegría del día. Me prometían que iban a volver solo para verme, dándome esperanzas de tener de nuevo la familia que antes éramos, pero no lo hicieron. Cada cumpleaños que pasaba y ellos no estaban dejé de pensar y de creer que cumplirían esa promesa. Así que cada Navidad me la pasaba con una trabajadora que estaba en mi casa. Ella fue como una segunda madre para mí. Soportaba mis llantos, mis tristezas y mis caídas. ¿Cómo es que considero más de mi familia a una empleada que a mi propio padre y hermanos?

  Mi padre es un empresario muy exitoso por gran parte de América, Europa y Asia, y a causa del trabajo excesivo, me permitió quedarme con ellos. Pagó un pasaje de avión en primera clase —por supuesto, sin afectarle nada a su cuenta bancaria—, con el mejor entretenimiento y comida que una chica podría pedir. Y al fin, aquí estoy. Y a pesar de saber que mi padre ni siquiera pensó por un segundo la idea de dejar a su hija viajar a otra ciudad, sola en un avión, estoy alegre por alejarme. De dejar finalmente todo atrás, con la esperanza de poder verdaderamente avanzar.

  Otro de los motivos por los que me dejó venir, dejando de lado el hecho de que él apenas estaba en casa y prácticamente me cuidaba sola, fue porque tuvo la obligación laboral de ir a otro país durante más de un año para supervisar la construcción y todo lo que conlleva el trabajo de su nuevo hotel de lujo. Su trabajo carcome todo su tiempo y, no muy a menudo, lo veo en casa. Cuando él está, pocas veces nos dirigimos la palabra. Su cansancio es enorme, sus espantosas ojeras y ojos inyectados en sangre lo delatan. Hay veces que quisiera tener un padre como el de todos: que se preocupa mucho por mí, que pasa tiempo conmigo y me ayuda con mis problemas de adolescentes, dudas y esas cosas. Sin embargo, él no es así, ya no más.

  Toco el pequeño timbre del piso de Sam y Tyler, y espero.

  William, mi padre, casi nunca estaba en casa. Por lo que siempre me quedaba más sola que un burro en un desierto. Este viaje me alegró la vida tan miserable que tenía. Quería ver tanto a mis hermanos, los extrañaba demasiado. Ellos son gemelos y dos años mayor que yo, por lo tanto, siempre se sintieron con mucho poder sobre mí cuando era pequeña. En los juegos, había veces que me dejaban ganar, pero otras, cuando yo les ganaba por voluntad propia, decían que por ser los más grandes, ellos ganaban. Me obligaban a darles algún que otro premio por ser los vencedores. De acuerdo, no era tan malo, ya que también el premio lo tenía yo. Hacer unos batidos de chocolate con crema justo en la cima no era tan malo. Siempre terminaba tomándome uno con ellos. Tyler y Sam amaban, aman y siempre amarán mis batidos. Son sus favoritos, y mucho más cuando eran hechos por mis pequeñas y delicadas manos.

  Si no recuerdo mal, este es su último año de instituto y el mío casi el último. Ellos repitieron el curso por… No tengo una clara idea de por qué, pero como sé con certeza que son muy holgazanes con respecto a la escuela y las tareas, tengo algunas ideas para justificar ese hecho.

  La puerta se abre de repente, haciendo que salte un poco en mi lugar por la sorpresa. Sacándome de mi trance, en mi vista aparece Tyler solo en bóxer, refregándose los ojos con la mano que no sostiene la puerta de entrada.

  —¿Natalie? —pregunta con un tono de duda. Su mirada se encuentra con la mía, feliz, dudosa y extrañada. Asiento con la cabeza sin poder creerme lo que tengo frente a mí y él sonríe antes de abrazarme con demasiada fuerza para mi gusto. Sus musculosos brazos me aprietan más de la cuenta contra su cuerpo —sorpresivamente— bien esculpido y definido.

  —Hola, grandulón —digo como puedo, intentando recuperar el aire perdido—. Me estás sacando el aire, Ty… —él me suelta con rapidez al escuchar mi voz entrecortada. Nunca pensé que Tyler tendría tanta fuerza hasta el punto de llegar a asfixiarme.

  —¿Qué haces aquí? ¿Estás sola? —mira hacia los lados y frunce el ceño—. ¿Por qué estás aquí?

  —¿Podrías dejarme pasar? Me estoy muriendo de frío.

  —Claro, pasa —se hace a un lado de la puerta y me lleva al ascensor. Lo bueno de este edificio es que son penthouse realmente hermosos y que no hay vecinos cercanos para molestarte con locuras sin sentido o quejas sobre música muy fuerte—. Déjame ayudarte —arrastrando una de mis gigantes maletas, se adentra al ascensor.

  —Gracias —respondo, mientras él aprieta el botón del piso. Tyler siempre fue el bueno y sincero, al contrario que Sam, el cual es el impulsivo y problemático. Tyler siempre fue tranquilo, o al menos eso sabía yo, y Sam el loco que destruye todo. Aunque hay una cosa que sí tienen los dos: la arrogancia. Ellos saben que tienen un cuerpo de escultura y no dudan en demostrarlo.

  Una vez en el piso, él abre la puerta con su llave y entramos. Es un lugar espacioso y luminoso. Con paredes blancas y muebles negros, todo nuevo. A mi izquierda se encuentra la sala de estar amueblada con un sillón gigante oscuro y una televisión impresionante. A mi derecha la cocina, con mesadas de mármol que, milagrosamente, están bien ordenadas y limpias. Frente a la puerta de entrada noto una larga escalera que da al entrepiso, el cual, si mal no recuerdo, antes no estaba.

  Miro a mi hermano y sonrío con picardía, dejando mis pertenencias en el suelo.

  —¿Está Sam por algún lado? —pregunto muy esperanzada. Recuerdo que desde pequeña me gustaba molestar más a Sam que a Ty, por el simple motivo de que es el que más se enfada de los dos. Por lo que, para mí, un buen momento es cuando revivo lo vivido con ellos. Sin embargo, no creo que duren mucho estos juegos infantiles porque en algún momento maduré desde que ellos se fueron. De todas formas, para no dejar todo el pasado entre nosotros olvidado, estoy empeñada en empezar como siempre lo hacía en aquellos momentos.

  Tyler asiente un tanto confuso por la mirada que le doy.

  —Genial. ¿Cuál es su habitación?

  —Subiendo por las escaleras, a la izquierda —contesta, para luego quedarse callado y poner esa mirada pensativa que tanto conozco—. ¿Qué tramas, Natalie?

  Sonrío.

  —¿Está durmiendo? —él asiente levantando una ceja—. Entonces voy a despertarlo, como la buena hermana que soy.

  Ty bufa con ironía y revolotea los ojos con diversión, sonriendo con cariño brillando en sus ojos al ver la inocencia fingida en mis facciones. Me rodea con sus brazos, apretándome contra su cuerpo medio desnudo, y besa la cima de mi cabeza.

  —Bien, te acompaño —dice.

  —Espera, primero tengo que ir a la cocina.

  Mi repentino aviso lo sorprende, pero no me quedo a ver por completo su reacción. Camino hacia allí con pasos agigantados y rápidos, mientras Ty me sigue. Busco entre todos los cajones y muebles los artefactos que quiero y los voy dejando en la encimera sin siquiera prestarle atención a las miradas confusas pero divertidas de mi hermano. Recorre con los dedos la cacerola de metal y los grandes cucharones del mismo material como si nunca los hubiese visto en su vida. Cuando termino en la cocina corro rápidamente hacia el baño, esquivando en el camino mis maletas en el piso y lo que hay en la sala de estar lo más ágil que puedo, y agarro la pasta dental.

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