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El médico dijo que sólo podría vivir tres meses, ¡pero viví una vida eterna!
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Las leyendas cuentan historias de criaturas —a veces leones, a veces otras bestias, aunque generalmente se refieren a lobos— que pueden cambiar de forma y caminar como hombres.

Se cree que este don, o maldición, les concedió a estos seres el razonamiento de los hombres, el instinto de los lobos y una fuerza que supera enormemente a la de cualquiera de estas dos especies.

De acuerdo con el mito, esta fusión de hombre y bestia, inmune a todo daño, podría considerarse notablemente superior a los simples mortales, incluso más de lo que podría imaginarse.

- Los diarios de Peter Stubbe.

INTRODUCCIÓN.

En las profundidades de las montañas, más allá del valle y del otro lado del río, se emplazaba un extraordinario "mundo" que ocupaba un extenso territorio, un hogar para Cambiantes llamado Antichton.

Los Cambiantes eran 'personas' que podían tomar la forma de un animal: leopardos, leones de montaña, hombres lobos, ciervos, cisnes, ratas, gatos y muchos otros más.

En Antichton las dos especies más poderosas eran los hombres lobos y los leones de montaña, también conocidos como pumas.

Durante siglos, estas criaturas fueron enemigas, y lucharon incansablemente por el dominio sobre otras especies, convirtiéndose en depredadores dignos de un gran temor y respeto. Y aunque vivían entre los humanos como tales, su poder era realmente increíble.

Sus colmillos, más afilados que una aguja de tungsteno, podían desgarrar la piel de una presa de un solo bocado.

Con garras más fuertes que las mejores espadas catana podían destrozar a un enemigo en pedazos con un tan solo un golpe.

Incluso, sus pieles eran más suaves que los pechos de una madre lactante, por lo que quienes se acercaban y percibían su delicadeza no podían dejar de elogiarla.

De hecho, los hombres lobos y los pumas continuaron siendo enemigos durante mucho tiempo, hasta que hace dos siglos, no solo lograron hacer las paces entre sí, sino que cada manada y clan se unió para coexistir como una única especie.

En aquel entonces, firmaron un tratado de paz que jamás se quebrantó, y los pumas dieron un paso atrás para que los hombres lobo asumieran el liderazgo de la tierra de Antichton.

A continuación, se redactaron nuevas reglas para mejorar las condiciones de vida. Fuera de sus tierras, debían reprimir la mayoría de sus instintos básicos para una mejor convivencia con los humanos, pero en su propio territorio podían comportarse tal cual eran.

Poderosos. Valientes. Altamente S*xuales. Instintivos. Dominantes. Depredadores.

Había rumores..., susurros en secreto, murmullos en la inmensa oscuridad sobre el 'hombre' más poderoso de Antichton.

La criatura más temible, el depredador más feroz que pudo haber existido en aquel territorio. Un hombre que se consideraba casi 'imposible'.

Se creía que sus poderes y fuerza no solo superaban a la de los 'hombres', sino que no existía nada con que pudieran compararse.

Él era el Alfa.

Y aunque la mayoría de las especies tenían un Alfa, este 'hombre' era el Alfa de todos los Alfas. El Alfa supremo.

El Rey Alfa.

En efecto, lo creían un dios. 

Y lo respetaban y le temían como tal, al tratarse de una combinación entre las dos criaturas más poderosas.

Tenía la fuerza de un león de montaña y el poder de un hombre lobo, y podía tomar cualquiera de esas dos formas, o incluso la de un hombre.

¿Por qué?

Porque era un hombre lobo Y un león de montaña.

Su nombre era Edmundo Adolph Thor.

El Rey Alfa de Antichton.

.

EXTRACTO DEL LIBRO.

"Puedo olerte. Encuéntrame antes de que yo lo haga, mujer". Una voz tan profunda como el más feroz de los océanos rápidamente llenó el aire.

"¡Vete!" Regina gritó desde el baño donde todavía permanecía escondida. Y aunque no estaban cerca, prácticamente podía oírlo como si le estuviera susurrando al oído.

Dios, aquel hombre, atemorizaba hasta los demonios que habitaban en ella, incluso aunque no fuera una persona que pudiera asustarse tan fácilmente. 

"Puedo escuchar el latido de tu corazón, cada respiración rápida y temblorosa que das. El olor de tu miedo es asfixiante". Sin dudas, el depredador dentro suyo amaba esa sensación, y nada podía oler mejor que el miedo de una presa.

No, nada podía compararse con eso.

"¿¡Qué quieres de mí!?" Regina volvió a gritar detrás de las gruesas y pesadas barricadas de la puerta.

De repente, un intenso silencio pareció inundar el lugar y la casa se tornó demasiado tranquila, por lo que ella pensó que se había ido y abrió la puerta de golpe.

Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, él la tenía enjaulada contra la pared, mientras su imponente cuerpo la apresaba, quitándole cualquier posibilidad de escape que pudiera haber tenido.

En tanto, Regina levantó la cabeza y miró hacia arriba hasta que se detuvo en los ojos de color ámbar más profundos que jamás hubiera visto en su vida. ¡Dios, el hombre era tan alto!

En ese preciso instante, un pensamiento atravesó su cabeza ¿Aquellos ojos no eran azules hace unos días, semanas...? Estaba casi segura de que eran azules. ¡Demonios! Inesperadamente, su visión comenzó a desvanecerse antes de que su corazón finalmente se detuviera.

"Te encontré." Su profunda voz fría rápidamente acarició su piel, y aun con su cara demasiado cerca de la suya, él no dejaba de fruncir el ceño.

¿Este hombre alguna vez NO fruncirá el ceño? Sin dudas aquel gesto desafiante le concedía a la palabra 'intimidar' un significado completamente nuevo.

Enseguida, Regina se aclaró la garganta: "Sé que robar es malo. Francamente, nunca tuve la intención de tomar tu anillo sin tu consentimiento, pero ese diamante realmente me estaba llamando. ¡Traté de ignorarlo, pero no pude! Era demasiado brillante y ostentaba 'muchísimo dinero'. ¿Qué tendría que haber hecho una chica en esa situación?" Se aclaró la garganta de nuevo, "Mira, creo que deberías olvidarte de todo esto, ya que eres un hombre rico. Prometo que, si me dejas ir, solo por esta vez, yo..."

"¿Harás qué?" Luego de lanzar aquel susurro directamente en sus oídos, él inhaló profundamente.

¡Le estaba olfateando el cuello! "Definitivamente, no volveré a robar, te lo aseguro".

Rápidamente, él hizo una pausa, con su ceño aún más endurecido. "¿Sabes qué huele mejor que el miedo?"

De hecho, ella no tenía la más mínima idea que podría estar pensando él en ese momento, por lo que se arriesgó a preguntarle, "¿Qué...?"

"La lujuria y el deseo". Escupió aquellas palabras como si le estuvieran provocando un horrible sabor en su boca, "El olor de tu humedad me está volviendo loco. Prácticamente, puedo saborear el hambre que sientes por mi p*lla".

Y luego, él la sorprendió por completo —¡d*monios!, incluso en medio de los humildes artefactos de su baño.

Finalmente, con un gruñido salvaje, bajó la cabeza y su boca se estrelló contra la de ella.

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