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  Jasper

  Voy a comenzar la historia mía y del amor imposible de mi vida, a quien ame con locura pero quede atrapado en lo que hoy en día llaman "Friendzone"; ese terrible lugar del que es tan difícil salir y del que muy pocas personas logran hacerlo; describiéndola.

  Bueno, se llama Anna, Anna Hipwell y a primera vista es de esas chicas con las que jamás en la vida había pensado en meterme; tenía una actitud alocada y desinteresada, yo en cambio era más conservador y tranquilo. Le decía Mérida, por qué su cabello y su actitud arrogante me recordaban a la protagonista de la película "Valiente".

  A primera vista me había enamorado de ella. Había llegado de otra ciudad y su entrada había dejado a todos navegando en su hermoso cabello cobrizo. Por ese entonces, yo era el galán de la escuela, a quien todas las chicas volteaba a mirar cuando pasaba por los pasillos y que no se doblegaba por ninguna; hasta que llegó ella. Solo teníamos diecisiete años.

  Afortunadamente, Anna se sentó a mi lado en las clases y desde allí empezamos una amistad que he tratado por todos los medios convertir en algo más... Anna, es simplemente imposible.

  — ¡Baja ya, marica!

  Ese hermoso apelativo, me indicaban que ella estaba abajo esperandome para ir a clases. Podía imaginarme la cara de mi madre al escucharla decir semejantes palabras pero estaba acostumbrada. Yo tardaba en bajar por qué desde hacía un año y medio que la conocía, trataba de verme lo mejor para ella. Lo sé, estoy idiota.

  Termine de aplacar mi cabello y verme por milésima vez en el espejo para luego tomar mi mochila y colgarla en un solo hombro. Baje las escaleras a toda prisa y al final de ellas estaba mi dulce martirio.

  Una hermosa sonrisa de medio lado se extendía por su cara blanca, sin imperfecciones, el cabello era simplemente mágico; siempre me había imaginado tomarlo para darle un beso en la boca pero Anna siempre daba que desear con mis deseos.

  — ¿Que haces todos los días para tardar tanto? ¿Te rasuras las pelotas antes de bajar o que? — alegó y no pude evitar soltar una carcajada.

  — Eso te gustaría, ¿eh?

  — Siempre te he dicho que a las chicas no nos gusta que ustedes tengan una selva con todo y Tarzán allí abajo, así que, por mi rasúrate todo lo que quieras...

  A pesar de tener la edad que teníamos, de tener una posición social media alta, de estar en nuestro auge de fiestas y sexo; ninguno de los dos había perdido la virginidad y no habíamos participado en ninguna fiesta, simplemente porque yo esperaba una oportunidad con ella, no podía pensar en algo más y ella... Bueno, no tengo la menor idea. Anna podía ocultar bien sus asuntos.

  Yo estaba desesperado, desde mi plena adolescencia, ninguna chica se había negado a salir conmigo y se me hacía imposible que Anna no quisiera nada con nadie. Era extraño, hasta una vez le había preguntado si era lesbiana.

  — No... — respondió y soltó una carcajada —. ¿Por qué preguntas eso?

  — Pues porque es obvio, Anna. No sales con ningún chico, ni siquiera prestas atención a alguien... — le dije medio divertido.

  — Tal vez le miró el culo a una que otra chica para ver si es mejor que el mío, pero no significa que sea lesbiana, Jas...

  Y ahí me tenía, a la mera expectativa de darle amor a un chico, aunque me mataran de celos si no fuese yo.

  Al llegar a su lado y sentir su esencia dulce en mi nariz, sonreí un poco y la tome de la mano para salir de la casa. Al ver que no me dirigía al auto, sino que seguía caminando carretera abajo, me miró confundida.

  — ¿No iremos en auto? — me pregunto.

  — No, de vez en cuando iremos a pie, ¿no te agrada la idea? — ella hizo el mohín más tierno del mundo.

  — ¡Dios! Sabes que detesto caminar. Vamos a tu auto, ¿si? — me miró con sus ojazos verdes suplicantes y difícilmente puedo no caer en sus encantos.

  — No. Vamos, anda, que no es mucho camino...

  Anna arrastró los pies y termino por aceptar los condiciones; agarró bien mi mano y yo suspiré.

  — Estaba a punto de llamarte y decirte que no iba ir a la escuela... — dijo.

  — ¿Por qué? — ¿Un día sin Anna en la escuela? Que tortura.

  — Mi madre estará sola con ese imbécil y..., ya sabes...

  Aunque Anna mostrase esa sonrisa, esa arrogancia de que nadie puede hacerle daño; solo yo sabía lo que con sus actitudes ocultaba. Su madre se había casado con otro hombre después de divorciarse de su padre y, al principio todo era color de rosa pero luego su padrastro empezó a beber, a golpear a su madre y hasta a ella. A pesar de que le he dicho mil veces que lo demande, Anna le tiene un miedo atroz y solo es capaz de defender a su madre en días de borrachera de su padrastro. Me da tanta pena por ella, pero al imaginarme a ese personaje me da cobardía enfrentarlo.

  Con cansancio llegamos a la escuela y nos dirigimos a nuestros casilleros. Tras nosotros escuchamos la chillona voz de Carlos, uno de los tantos pretendientes de Anna y el más molesto.

  — ¡Mi diosa del Olimpo! ¡La dulce dueña de mis sueños! Que alegría ver tu hermosa cabellera por estos lares...

  Anna giro en su dirección y sonrió con autosuficiencia. Odiaba a mares a este tipo pero me hacía el dos caras, era tolerante en su presencia, aunque por dentro me muriera.

  — Hola, Carlos... — contesto Anna y sonreí ante su frialdad.

  — ¿Cómo estás, dulce princesa?

  — Ah, si, ya, vámonos a la clase. No aguanto tu estupidez... — contesto ella tomándolo de los hombros y guiándolo al salón de clases.

  — ¿Estupidez? ¿Estupidez que te ame? — protesto Carlos mientras Anna me guiñaba el ojo y yo soltaba el típico suspiro de amor.

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