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  El sonido del aparato sobre mi mesa de noche me despierta,. Hago la llamada a David para hacer ejercicio. Este es un lugar tranquilo a las afueras del congestionado Nueva York. Amo vivir aquí.

  En menos de 10 minutos llego a la casa de David, mi mejor amigo desde los diez años. Su padre solía ser el chofer de mi padre, muy buenos amigos hasta que el señor Schmitt murió 10 años después. Aunque la universidad nos separó, él estudió Finanzas en Yale, mientras yo estudié Administración de Negocios en Harvard; luego de terminar la universidad, le ofrecí el trabajo de ser el gerente general de mi empresa y debo admitir que no me arrepiento de esa elección.

  David sale con la cara más amargada del mundo, con el ceño fruncido.—Te odio, maldito Anderson —dice mientras baja los escalones de la puerta principal de su casa—, te deseo que algún día te enamores.

  —Mejor mátame, vamos, apresúrate.

  Comenzamos a correr, mmm... Qué lindas chicas, dos jovencitas bien tonificadas pasan al lado nuestro con una mirada seductora, sonrío, tal vez debería salir con una de ellas, quizás la rubia, o tal vez debería salir con ambas. David también las mira, es que es imposible no verlas.

  Mi celular suena, me detengo unos momentos para contestar, mientras David continúa.

  —Buenos días —digo, al descolgar.

  —¿Oliver? ¿Oliver Anderson? —una voz de mujer se oye en la otra línea.

  —Sí… ¿Quién habla? —contesto vacilando, ni idea de quién pueda ser.

  —Soy Meredith —dice, con un tono seductor en su voz.

  Ahh, esa voz sí la recuerdo. Meredith, la de Wall Street.

  —Esta noche estaré sola —continúa su voz seductora, yo sé qué significa eso.

  —Lo siento, pero tengo que viajar muy temprano a Inglaterra, Melany.

  —Es Mered...

  Cuelgo la llamada, la verdad que cuando ya pruebas algo una vez no te apetece una segunda, mucho más cuando el menú es tan exquisito como todas sus amigas, solo recordarlas me hace dibujar una sonrisa de oreja a oreja en mi rostro.

  Regreso a mi casa, me ducho y me visto rápidamente para ir a la empresa, mi bóxer de Calvin Klein, mis pantalones Armani negros.Hoy me decido por una corbata gris, pongo mi saco y luego termino de acomodar mi corbata correctamente, me gusta todo perfecto, hasta mi cabello que con un leve partido al lado derecho me lo peino hacia atrás. Mi Rolex que nunca puede faltar en mi muñeca derecha, me encamino hacia el comedor.

  Bajo las escaleras, Rosa tiene como siempre un rico desayuno, ha sido la única que ha sabido entender la importancia de la perfección para mí.—Adiós, Rosa... Te veo luego —digo, tomando mi maletín saliendo de la cocina.

  —Adiós, niño Oliver —dice, con una sonrisa.

  Llego a la empresa y me encanta esa sensación de todos corriendo al verme llegar, amo dirigir una revista tan grande como lo es la revista Anderson, con más de 25 000 empleados.Entro a la empresa y subo a mi ascensor privado, no entraría con todos los empleados al mismo tiempo por nada del mundo, aparte de que me es incómodo cómo se me quedan viendo. Saco mi laptop de mi maletín y la enciendo sentándome en mi silla. De repente, observo un papel sobre mi escritorio, lo saco de debajo del prensapapeles y lo observo, es una carta de renuncia de mi secretaria.

  La leo detenidamente. ¿Por qué renuncia? «Motivos Personales», eso para mí no es un porqué, no tenía ni un mes. ¡Diablos! ¿Por qué no avisó con tiempo?, odio a la gente irresponsable.

  Me dirijo a la oficina de David, ya debe estar aquí, cómo detesto que hagan esto. ¿Por qué no avisar 15 días antes? Pensando todo esto con rabia en mis adentros camino por el pasillo, abro la puerta sin tocar, mala idea.

  La pelirroja asistente de David, Andi, está sobre sus piernas, y él tiene su mano donde no me atrevo a ver, prefiero cerrar mis ojos; tiene buenas curvas, pero eso de mezclarte con tu asistente no es correcto mucho menos si está casada, al verme ella se levanta, con cara de horror. Aunque a David no le importa, a mí me molestan este tipo de actos poco profesionales dentro de mi empresa.

  —David... —mi expresión neutral es más que suficiente para este tipo de ocasiones, Andi pasa a mi lado.

  —Lo siento, señor Anderson —agacha la mirada, mientras acomoda su falda y pasa cerca de mí.

  —¿Es en serio, David? —pregunto con un tono un tanto molesto en mi voz cuando Andi ya se ha retirado—. Hagan sus cochinadas lejos de mi empresa.

  David simplemente ríe.

  —Oliver, es el único momento que puedo verla, su esposo está todo el tiempo con ella el resto del día —enarco una ceja y niego con mi cabeza, si algo yo nunca he hecho es mezclarme con mujeres casadas.

  —Sara renunció —digo esto poniendo la carta sobre su mesa—. ¿Te había comentado algo? ¿Por qué no simplemente decir unos días antes para que nos dé tiempo de buscar otra persona? —David frunce el ceño.

  —La verdad no me comentó nada —toma la carta de renuncia y la comienza a leer.

  —Mañana voy para Inglaterra, así que necesito que me consigas una secretaria para cuando regrese, tengo muchas cosas que hacer y no puedo retrasarme. No puedo sobrevivir sin una secretaria.

  —Bien, no te preocupes, desde hoy le diré a Andi que publique el anuncio de la oportunidad de empleo, el día que regreses ella ya estará aquí —dice con una sonrisa afirmativa.

  Mi alarma suena a las 4 a.m., David me deja un mensaje que todo está listo para mi viaje a Inglaterra. Diviso mi jet con las letras «ANDERSON» a ambos costados desde leguas, es perfecto, yo no viajaría en un avión público, ni siquiera puedo pensarlo.

  La reunión es más que productiva, nuevos socios, nuevas inversiones, oportunidades de negocio.

  —Anderson, ¿vienes a la fiesta después? —pregunta Anthony Romanov, un empresario ruso bastante mayo. Mientras tomo un sorbo de champagne, una jovencita de cabello negro y un escote muy pronunciado

que se le mira más que bien debo admitir

está tomada de su brazo.

  —Claro —digo, intentando no parecer interesado en la belleza que está con él.

  —Ella es mi prometida, Lauren —agrega, sonrío a Lauren extendiendo mi mano y ella la toma, sus suaves y delicados dedos junto a los míos se sienten más que bien.

  Saludo a Lauren y se me queda viendo de una manera muy provocativa por el resto de la velada. El señor Romanov me invita a compartir limusina con él y su prometida para ir a la fiesta, tengo mi propia limusina, pero ir con esta belleza de Lauren a mi lado hace que considere compartir con ellos.

  El señor Romanov se va a hablar con algunos socios dejándonos solos a Lauren y a mí en la gran mesa redonda de cristal, comienza a coquetearme con su mirada, solo la observo fijamente mientras tomo una copa de mi vino.

  —Nunca me imaginé que Oliver Anderson fuera tan joven y atractivo —Lauren rompe el silencio luego de unos minutos de miradas coquetas entre ambos y su comentario me hace sonreír.

  —Gracias, Lauren, y yo nunca me imaginé que la prometida de Romanov fuese tan bella —enarco una ceja mientras pongo mi copa de vino sobre la mesa. La verdad, ni siquiera me imaginé que Romanov pudiese aún tener mujer.

  —Señor Anderson, ¿le parece si vamos afuera? La música me tiene un poco desorientada —se pone de pie inclinándose hacia mí mostrándome su escote, bueno, ¿por qué decirle que no?

  Como me imaginé, no quería solo platicar. Lauren se dirige a un baño, y yo la sigo disimuladamente, se cerciora de cerrarlo bien, me acorrala en una esquina y comienza a besarme con pasión, no voy a desperdiciarlo, la tomo de la cintura y la ubico sobre un lavamanos, esta gime de placer mientras beso su cuello y acaricio uno de sus muslos, pero este no es buen lugar para estas cosas, su prometido es un socio muy importante, no puedo arriesgarme, y sé que ella no se quiere arriesgar.

  —Vamos a otra parte —murmuro en su oreja, haciéndole recorrer un escalofrío por todo su cuerpo.

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