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"Doctora, ella es la rehén que necesita atender". "¡¿Qué?! ¿La mujer que seduce a mi esposo?"
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Punto de vista de Yulia

"A pesar de que sigues aferrándote al título de señora Mullally, yo soy quien comparte la cama con tu marido. Si quieres comprobarlo, basta que te des una vuelta por la habitación 103. Yulia Rodney, además de ser una chica corriente, has probado que no sirves para satisfacer a un hombre. ¡No has logrado atraer a tu esposo, ni física ni sentimentalmente!".

Estaba de pie, justo frente a la puerta de la habitación donde supuestamente se encontraba mi marido, leyendo una y otra vez el mensaje de texto que me enviaron al celular. Inconscientemente, me clavé las uñas en la palma, creando medias lunas de sangre sobre mi piel.

¿Que si me dolió? ¡Claro! Me dolió bastante. Miré mi reflejo en la pantalla de mi teléfono y descubrí la pálida cara de una chica que había perdido su delicada belleza y empezaba a parecerse a una enferma que parecía haber perdido mucha sangre.

Justo cuando intentaba tranquilizarme, escuché el sonido de la puerta que se abría.

Al ver salir a Ryan seguido de su sensual asistente, Christina Baker, recurrí a mi usual expresión de indiferencia; la de siempre.

Increíblemente, no se sorprendió de verme. En lugar de eso, pude darme cuenta de que estaba de muy buen humor. "Uf, aquí estás espiándome, seguramente para atraparme en el acto. ¿Por qué no entraste? Aquí hace mucho calor. ¿No te cansaste de estar parada?".

"Me preocupaba que no pudieras levantar tu cosita si me veías. Me hubiera sentido culpable". Aunque mi corazón estaba destrozado, me negué a mostrar debilidad.

El dedo meñique de mi marido tembló al escucharme; era una típica señal de que se había enojado. Nuestros años de matrimonio no habían sido en vano, y ahora lo conocía como la palma de mi mano.

"Querida Yulia, si lo nuestro se arruinó fue culpa tuya, así que bájale a ese tonito pasivo-agresivo", replicó él, cambiando su comportamiento anterior, que dejó de ser suave.

"Ja, ja", dije sin poder contenerme.

Tres años atrás, la exnovia de Ryan, quien estaba locamente enamorada de él, me secuestró. Yo ya era su esposa, la señora Mullally. Aunque finalmente escapé, mi tragedia comenzó cuando un extraño hombre enmascarado me robó la virginidad.

En medio de mi desgracia, murmuré el nombre de Ryan una y otra vez, con la esperanza de que pudiera aparecer mágicamente para salvarme. Fue entonces cuando vi su auto y aunque pensé que mi oración había sido escuchada por Dios, nunca imaginé que él estaba allí con otros propósitos.

El auto estaba estacionado cerca de dónde yo estaba, así que pude ver a través de la ventanilla que él estaba teniendo sexo con una mujer. Era la misma chica que me había secuestrado.

En ese instante, sentí que toda mi fuerza desaparecía y dejé de resistirme, permitiendo que el hombre enmascarado hiciera de mí lo que quisiera.

¡No fue Dios quien escuchó mis oraciones, sino el mismísimo Satanás! Cerré los ojos sintiendo que las lágrimas escurrían de las esquinas de mis ojos. En ese momento, el hombre enmascarado se detuvo y los besó suavemente.

¡Ja! Era tan patética, que incluso mi violador se compadecía de mí. Sentí que mi corazón quedaba vacío.

No supe más de mí, pues perdí el conocimiento. Cuando me desperté, decidí esconder lo que me había pasado, ya que temía empeorar la enfermedad de mi madre. Entonces corrí a la farmacia para que me recomendaran un anticonceptivo y me dieron la pastilla del día siguiente. Eso me ayudaría a evitar que mi situación empeorara. Sin embargo, cada vez que recordaba los sucesos de ese día, se agrandaba el hueco de mi corazón minando poco a poco mi amor hacia mi marido.

"¡Tendrás que perdonarme si te molesté! Después de tanto tiempo de estar casada contigo, he tenido que aprender a protegerme de una manera pasivo-agresiva". No estaba dispuesta a mostrar debilidad, así que levanté la barbilla con coraje.

Ryan me miró con frialdad. "¡Ve al grano! ¿Viniste aquí solo para complicarme las cosas? No me obligues a ser grosero contigo".

Quería vengarme y desahogar el dolor de mi corazón, así que dije: "¡Adivinaste! Vine para hacerte la vida difícil y no...".

"¡Vete a la m*erda!", ladró él antes de que pudiera terminar mi frase.

El fantasma de una fría sonrisa jugó en mis labios. Sabía que cualquier rescoldo de amor hacia él se había extinguido.

Saqué el documento que traía en mi bolsa y se lo entregué.

"¿Qué es esto?", preguntó él con cautela.

"Se trata de ella". Ladeé la cabeza hacia su asistente señalándola, pero mantuve la mirada sobre él; rehusaba mirar a una persona así.

"¿Qué pasa conmigo?", preguntó Christina inclinándose hacia Ryan desvergonzadamente. Luego lo abrazó, tratando de desviar su atención.

"Eres muy famosa en esta ciudad, pero desafortunadamente, no en el buen sentido. Has estado en las camas del ochenta por ciento de los empresarios de la zona. ¡Ah! Por cierto, el mes pasado, uno de ellos descubrió que es seropositivo", dije agitando el documento en su cara.

La asistente de mi marido se puso pálida, ya fuera porque tenía miedo de la reacción de Ryan o por la posibilidad de haberse contagiado. De cualquier manera, eso no tenía nada que ver conmigo.

"Espero que ustedes hayan usado condón. Si no lo hicieron, les recomiendo que vayan al médico". Continué echando sal en la herida.

Ryan me arrebató el documento de las manos, mientras me miraba con los ojos entrecerrados. Sabía que ese era el preludio para que él perdiera los estribos.

Efectivamente, en un tris él golpeó mi cara con el documento. Debería haberlo visto venir, pues me dolió más de lo que hubiera imaginado.

"¡Eres experta en hacerme explotar!", gruñó Ryan.

"Espero que tu vida sea un pozo de infelicidad, hoy y siempre", dije burlándome.

Después de mirarme de arriba abajo, se dio la vuelta para irse rápidamente. Sabía que pasaría la noche con otra mujer y llegaría a casa impregnado de su olor, así como había pasado innumerables días y noches en el pasado.

Para él, yo no era nadie en comparación a su promiscua asistente.

Pensando en eso, sentí que las lágrimas brotaban de mis ojos y me mordí los labios con fuerza, tratando de contenerlas.

Mientras estaba distraída tratando de reprimir el llanto, Christina me abofeteó, por lo que me hizo retroceder un par de pasos. "¿Crees que podrás recuperar a tu marido hablando mal de mí?".

El dolor me hizo reaccionar, por lo que se me quitaron las ganas de llorar. Entonces, respiré hondo para calmarme y la miré a los ojos.

"Si tanto te gusta ese idiota, quédatelo", dije devolviéndole la bofetada. "Pero tienes que aprender que no soportaré tu m*erda", agregué.

"Si a ti él no te interesa, ¿por qué no te has divorciado?", preguntó Christina agresivamente, al tiempo que se sobaba la mejilla. Creo que se sintió intimidada por mi forma tan imponente de tratarla.

"No tienes derecho a saber lo que ha pasado entre mi marido y yo", respondí con frialdad. "Toda la información que recabé sobre ti será expuesta en Internet mañana. Cuídate".

Sin esperar a ver la reacción de Christina, me di la vuelta y salí del hotel.

Era tarde en la noche y soplaba un frío viento que calaba hasta los huesos. Lentamente cerré los botones de mi abrigo y caminé sin rumbo fijo por la avenida solitaria.

....

No quería volver a mi habitación vacía, así que tomé el camino hacia el hospital para descansar en la sala de guardia.

Tan pronto como llegué, un soldado, que tenía una mirada de angustia en el rostro, corrió hacia mí y empezó a hablar nerviosamente: "¡Ay, gracias a Dios! ¿Es usted ginecóloga?".

Al sentir la ansiedad que salía de ese hombre, rápidamente me puse de pie para ponerme mi bata blanca. "¿Qué pasa?".

"Una mujer embarazada ha sido retenida cerca de aquí. Ella acaba de romper aguas y necesita atención de manera urgente. Por favor, acompáñeme", solicitó apresuradamente el soldado.

Me puse en alerta de inmediato y empaqué mi botiquín de primeros auxilios para correr hacia allá con el soldado.

Me llevó a un edificio, que era una especie de centro de mando, y nos metimos en una habitación que tenía el número 802 en la puerta. Frente a esa, estaba la 801 que era donde tenían a la rehén.

Docenas de soldados de rostro sombrío estaban dispersos por el corredor, esperando las instrucciones de sus superiores.

Lo primero que noté cuando entré en la habitación fue al hombre que estaba a cargo de los demás. Era un líder nato con ojos agudos y una profunda voz de barítono.

Mientras esperaba a un lado, noté que algunos de los soldados eran coroneles, y estos incluso recibían órdenes de él.

Por ello, me pregunté cuál sería su identidad. ¿Un general? Era tanta mi curiosidad, que traté de adivinar.

Me sorprendió un rastro de hostilidad en los ojos del líder, quien parecía haber notado mi mirada cuando volvió la cabeza para verme.

Aunque estaba un poco confundida, me mantuve firme y me obligué a mirarlo a los ojos.

El hombre se acercó y tuve que inclinar la cabeza hacia atrás para mantener mi visión sobre él mientras su alta figura me envolvía. La sensación de opresión era tan familiar que de alguna manera me recordó al extraño de aquella noche trágica. Inconscientemente, un escalofrío de miedo recorrió mi espalda.

"Concéntrate en lo que voy a decir", ordenó con su voz de trueno.

"Soy doctora, no una criminal. No es necesario que me hable así", exigí insatisfecha con la manera en que se dirigía hacia mí.

"Consigan otro médico", dijo volteando a ver a sus subordinados.

"¿Qué? ¿Por qué no puedo ser yo?". Su reacción me desconcertó. ¿Me hicieron correr hasta allí para despedirme sin hacer mi trabajo?

"Hay tres traficantes de drogas en la habitación 801. Son maleantes que tienen la sangre de muchos inocentes en sus manos. ¿Tienes las agallas para enfrentarlos?", me preguntó ese hombre con frialdad.

"¿Por qué no las tendría?". Levanté la barbilla, tratando de demostrar que no me daba miedo.

"Piénsalo antes de responder. No solo tu vida está en juego aquí, sino también la de esa mujer que está adentro". Tenía una mirada de hielo y cuando su aliento cayó sobre la punta de mi nariz, mi corazón dio un vuelco.

"No habría venido si le tuviera miedo a la muerte". Durante el trayecto, el soldado me informó sobre el asunto y yo sabía que podía hacerme cargo de la situación.

El hombre no dijo una sola palabra y solo me miró como si quisiera estar seguro de mi determinación.

Le devolví una mirada férrea, mientras podía distinguir mi reflejo en sus ojos brillantes.

"¡Señor! La embarazada se desmayó", gritó un soldado que entró intempestivamente en el cuarto.

Yo sabía mejor que nadie lo peligrosa que era la situación.

Sabiendo lo importante que era atender a la mujer de inmediato, no dudé en arriesgar mi vida.

"¡Si fallo, podrá castigarme como mejor le parezca! Ya sea que me mande a prisión o al tribunal militar, la decisión será suya".

"Bien". Después de una breve pausa, el hombre asintió y dijo: "Soy Kaleb Clive. Te acompañaré al interior de esa habitación como tu asistente. Solo espero que sigas tan tranquila como dijiste que estarías".

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