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Katherine fue a visitar a su mamá en el cementario, luego fue llevada a una manada por el Alfa.
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Narradora: Katherine.

Abrí la puerta de mi fiel camioneta de veinte años y recogí un ramo de flores del asiento trasero. Si bien existían muchas floristerías cerca del cementerio, siempre compraba en una pequeña tienda cerca de la antigua casa de mi madre.

La dueña era amiga de mi mamá y sabía que cada dos semanas yo iba a visitarla, por lo que se esforzaba mucho en hacerle un lindo ramo con sus flores favoritas. Aunque siempre me ofrezco a pagar el monto completo, ella se niega y solo me permite pagar la mitad. Aun así, nunca le refuto, ya que era una de las mejores amistades de mi madre y siempre me miraba con los mismos ojos llorosos cada vez que entraba a su tienda para pedirle el arreglo habitual.

"Buenos días, corazón. Ya está listo tu paquete especial, solo dame unos minutos, iré a buscarlo en la parte de atrás". Ella era un amor, y su hija era muy joven; tenía apenas diecisiete años y ya ayudaba en el negocio de su familia. La chica me saludó con la mano desde su esquina, en donde cortaba y quitaba las espinas de cada rosa para que fueran más manipulables a aquellos que las compraran. Le devolví el gesto y recibí con mucho cariño el lindo ramo antes de entrar en la discusión habitual de cuánto debía pagar.

Pese a que el día estaba nublado, me encogí de hombros y lo dejé pasar, ya que no me importaba para nada. Estuve bastante desanimada durante todo el fin de semana y tuve una discusión acalorada con mi supervisor. Me había estado exigiendo más de lo que mi contrato estipulaba para que trabajara horas extras y, por si fuera poco, también quería que les dedicara los fines de semana. A veces accedía, pero esa vez me negué. Había pasado solo un año desde que mi progenitora falleció y todavía me encontraba muy sensible al respecto; éramos inseparables, un par de cómplices y un dúo perfecto. Por tal motivo, me negué rotundamente cuando me pidió que trabajara horas extras el sábado. Hubo tanta conmoción durante nuestra discusión que el vigilante tuvo que intervenir en dos ocasiones, y hasta nuestro director tuvo que entrar para detenernos.

Aquel día era el aniversario de la muerte de mi madre y se la quería dedicar únicamente a ella. Coloqué una manta al lado de su fría lápida y le dejé las flores nuevas antes de introducir las que ya se habían secado en una bolsa de basura. Suspiré y permití que el silencio se apoderara de mí antes de sonreír y abrir una botella de mi vino favorito, el único que bebía. A pesar de que no solía consumir licor, desde que mi mamá hizo que probara esa marca hacía varios años, lo había estado reponiendo desde entonces. Mi botella de Late Harvest era todo lo que necesitaba en ese momento; era un vino blanco, el más dulce que jamás había saboreado.

Suspiré una vez más y pronuncié: "Lo lamento, mamá, esta semana ha sido muy difícil para mí. ¿Recuerdas al imb*cil del trabajo que te he contado? Me sacó de mis casillas de nuevo: me pidió que fuera a trabajar horas extras hoy. Pero, no te preocupes, le dije que no. Después de todo, este es nuestro día especial".

A lo lejos oí unos truenos que amenazaban con empeorar el clima. Sacudí la cabeza y la escondí entre mis manos, dejando que los sollozos y las lágrimas se escaparan incontrolablemente. Cuando mi llanto se hizo más fuerte, un bocinazo me hizo levantar la cabeza. Vi una serie de vehículos que avanzaban a una baja velocidad hacia una zona del cementerio que lucía más elegante y de clase alta, no muy lejos de donde me encontraba. Entonces, volví a dirigir mi atención a mi mamá y acaricié la lápida en donde reposaban sus restos. "Te extraño tanto, mamá", susurré a la par que me recostaba en la manta al lado de ella. Cerré los ojos y traté de contener las lágrimas que amenazaban con salir.

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