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Abrí los ojos cuando la imagen de mis sueños se iban desvaneciendo, la sonrisa que poseía mis labios se desdibujaban, fruncí mi ceño al darme cuenta que el sentimiento profundo de amamantar a un bebé fue producto de una ilusión. La realidad era otra.

-Sigo aquí –dije en voz alta al mirar a mi alrededor, las paredes hacían juego con las sábanas, blancas, ausentándose el color de la alegría. Mi cuerpo temblaba por el frío que me arropaba; supe que el invierno había llegado-¡Ni siquiera sé qué día es hoy!

-¡Es viernes! –Expresó con entusiasmo una enfermera que se asomó a mi habitación como si hubiese leído mis pensamientos. Yo había exclamado con frustración pero mentalmente.

-¡¿Y qué?! –Le contesté de forma arrogante con la cara de trasero que mostraba mis facciones.

-Al inicio de semana te notificaron que el viernes saldrías de aquí. Empaca tus cosas, que hoy te vas.

Como si me quitaran una soga del cuello sentí como mi cuerpo se aliviaba al escuchar esas palabras. La enfermera siguió de largo por el pasillo y trancó la puerta de madera. Coloqué mis pies en el suelo antes de levantar mi cuerpo y lancé la cobija hacia el piso. Seleccioné la ropa que me pondría, y coloqué mis demás prendas en la maleta.

Media hora más tarde luego de duchar y vestir mi cuerpo y cuando me disponía a calzarme mis zapatos escuché un escándalo que se acercaba.

-¡Vienen por ahí! ¡Vienen por mí! ¡Están por todos lados!

Al levantar la mirada observé a dos hombres que traían a una mujer agarrada, obligándola a caminar. Ella gritaba diciendo cosas extrañas cuando los demás trataban de calmarla.

-Levántate y sal a la recepción –me dijo una enfermera que los seguían.

Yo que estaba sentada a la orilla de la cama tuve que pararme rápidamente observando con impresión toda la escena.

Acostaron boca arriba a la señora y una aguja penetró por la vena de su brazo izquierdo inyectando un contenido líquido, hizo relajar su cuerpo cada vez más que la puso a dormir.

-¡¿Qué esperas?! ¡Ya no puedes estar aquí! -Expresó a mí estas palabras luego de retirar la inyectadora.

Mis ojos se aguaron al sentir empatía por esa mujer, me recordaron a la vez que llegué a este horrendo lugar. Volteé mi mirada y salí de la habitación con la paz de haberse terminado mi sentencia.

Caminé por el pasillo frío de la prisión todo blanco como la leche, una puerta tras otra con personas interna con alguna cualidad especial.

Un jalón de brazo produjo que instintivamente volteara mi cabeza hacia atrás.

-¡Nathalia! -Pronunció mi nombre una muchacha de menor edad que yo. Mi amiga Carla- ¿Tienes un encendedor por allí? –Susurró en voz baja mientras señalaba un cigarrillo que poseía en su mano.

-¡¿Sigues fumando?! ¡Así nunca saldrás de aquí! –Le dije.

-Solo cigarrillo, las drogas solo las consumo una vez por semana.

-Voy a tener que hablar con tus amigos para que no te traigan esas cosas, al parecer te quedarás aquí toda la vida.

-¿Qué? ¿Ya te vas? –Preguntó Carla sorprendida al verme arrastrar la maleta.

-Sí, me dieron de alta, al parecer estoy recuperada.

-¿Recuperada o necesitan tu cama? Te busqué en tu habitación y había una mujer durmiendo.

-Sí, ella acaba de llegar. La razón no me interesa, lo importante es que voy a salir de aquí –expresé con voz firme.

-No te vayas ¿ahora quien será mi amiga? ¡Todos aquí están locos! –Exclamó con nerviosismo.

-¡Deja de consumir estupefacientes para que también puedas salir de aquí! Si quieres conservar mi amistad búscame cuando seas libre también.

Sus ojos llenos de lágrimas contagiaron a los míos antes de seguir de largo y arrastrar mi maleta hacia la salida.

Cerré un poco mis párpados colocando mi mano sobre mi cara. No me dio tanta tristeza por mi amiga Carla, mis sentimientos expresaban la angustia de haber pasado los seis meses peores de mis dieciséis años, por muchas semanas sin vida, por una adolescencia suspendida.

Un perfume familiar llegó a mis fosas nasales al mismo tiempo que sentí unos brazos rodear mi cuerpo.

-Tía Carlota, ¿qué haces aquí?- Pregunté con extrañeza al separarme de su cuerpo.

-Venimos a buscarte, estoy contenta de verte. Vamos, tu tío está en el auto –dijo antes de despegar la maleta de mi mano.

-No tenías porqué –fruncí mi ceño y expresé mientras la seguía- Se dónde está la casa. Pude haber pagado un taxi.

-Ni siquiera tenías dinero. Sube –me dijo la tía Carlota con una sonrisa.

Me quedé paralizada mirando el tráfico de carros que circulaban por la avenida. Gentes caminado de aquí para allá, me imaginé que con sus problemas en la cabeza.

-A la orden, a la orden.

Un vendedor ambulante se me acercó vendiéndome unos pasteles de carne; el exquisito olor entrando por mis fosas nasales hizo despertar a mi estómago. Miré hacia atrás para percibir la fachada del lugar que me mantuvo prisionera por largos meses e instintivamente mi mente leyó el gran cartel; ‘‘Centro de Rehabilitación’’ Un hospital siquiátrico que incluyendo la comida todo era espantoso. Al mirar al frente mi boca quedó aguada observando como mi antojo cruzó la avenida cuando mis tíos no me prestaron atención para satisfacer mi apetito.

-Luego almorzaremos, es anti higiénico comer comida de cualquiera en la calle –Había expresado Carlota luego de ver al vendedor con desprecio cuando se marchaba.

-Nathalia ¿cómo estás? –Después de guardar el equipaje en el maletero mi tío Bryan se inclinó hacia mí y yo rápidamente rechacé su abrazo. Me di la vuelta y me subí al auto negro. Mis lágrimas volvieron a salir de mis ojos. Había sido su culpa…

-‘‘Fue culpa de ellos que me encerraran en contra de mi voluntad. Ya no debo quererlos, solo debo tener corazón para’’…-dije mentalmente. Y luego pregunté en voz alta- ¿Y mi hija? -El aire que entró por las ventanas se llevó las palabras que salió de mi boca, porque mis tíos parecieron no haberme escuchado. Carlotas señaló hacia un lado por el parabrisas y Bryan giró el volante para estacionarse una cuadra después…

-Pensé que te comprarías ropas –dijo mi tía al ver las bolsas para bebés que yo cargaba.

-Luego, la niña necesita más cosas que yo. Creo, o me imagino que ustedes ya compraron. ¿Cierto?

Mis tíos se veían las caras con seriedad y al subirnos al auto noté un silencio enorme que me asustó.

-¿La bebé? ¿Con quién la dejaron? –Al no tener respuesta insistí con impaciencia- ¡¿Dónde está mi hija?! ¿En la casa?

-En la casa, hablamos en la casa.

Ante las palabras de mi tía frené mi insistencia, aunque los nervios corrieron por mi sangre y mi corazón latió rápidamente con un mal presentimiento –‘‘No perdonaría a nadie si algo malo le pasara, ella era, ella es, ella será… todo en mi vida.

Mi tía abrió la puerta principal y se volteó –Ayúdanos con las bolsas.

Yo entré a la casa y empecé a revisar todas las habitaciones, no había nadie, no estaba ella.

-¿Cuál es el cuarto de la bebé?

-No tiene cuarto –Respondió el tío Bryan.

-¿Quién la tiene? ¿A quién se la dieron? ¿Quién la está cuidando? -Grité alterada cuando mi corazón latía rápidamente y mi respiración era agresiva.

Mis interrogantes no fueron contestadas, al contrario, se produjo un silencio que odié.

-¿Tienes hambre? Te voy a preparar algo de comer.

-¡¿Dónde está mi hija?!

-Nati por favor.

Un susto arropó mi corazón cuando mi tío usó el diminutivo de mi nombre. Me tocó los brazos hablándome con cariño. Sabía que algo malo había pasado.

Las lágrimas corrieron como cataratas por mi rostro al mismo tiempo que empecé a gritar.

-¡Los odio! ¡Los odio a ustedes! ¡No les bastó con encerrarme por seis meses en un sitio aterrador! ¡Ahora me ocultan información sobre mi hija!

-Nati, cuando te llevaron al centro de rehabilitación fuimos a buscar a la bebé, nos dijeron que ella estaba en tratamiento y que nos fuéramos, que nos iban a llamar cuando estuviese curada –El llanto de mi tío impidió que terminara de explicarme.

-¿Y después de que se curó a quién se la dieron? –Interrogué.

-Nathalia, tu hija está muerta –Habló de golpe Carlotas expresando su mirada envuelta en lágrimas.

Sentí mi corazón reventarse, lo causó el filo de las palabras que se introdujeron en mi oído y atravesaron mi pecho.

-¡¡¡¿Qué, por qué?!!! –Interrogué alteradamente que sentí a mis cuerdas vocales casi desprenderse de lo alto que grité.

-Volvimos y nos dijeron que había fallecido.

-¿Y donde la enterraron? ¿Le hicieron un funeral? ¡Tengo que ver su tumba para creerlo!

-Nathalia, cálmate por favor, tienes una vida, puedes estudiar, puedes…

-¡No quiero vivir! ¡Ella era todo para mí! ¡Quiero morir!

Yo seguía gritando sin parar, me tiré en el suelo, me revolqué, tomé un vaso de vidrio de la mesa y lo tiré en el suelo.

-¡Los Odio! ¡Los odio! ¡No cuidaron a mi bebé!

-Nathalia, nosotros no tuvimos la culpa. También la amábamos –expresó mi tío melancólico.

En realidad quería matar a mis tíos esa tarde, pero mi dolor era más grande que la fuerza de mi cuerpo.

Repentinamente sentí un puyazo en mi brazo un líquido corrió por mis venas haciendo debilitar todo mi cuerpo. Levanté la vista y percibí a una vecina poniéndome una inyección.

-¡Otra vez no! ¡No estoy loca! Fueron las palabras que mis labios produjeron antes de quedar sedados por completo.

Mientras dejaba de sentir mi cuerpo a mi mente llegó la imagen de aquella mujer esquizofrénica… ¡No quiero volver allá! ¡Quiero a mi hija! ¡Mi bebé no puede estar muerta! -Grité en mis pensamientos hasta quedar totalmente dormida.

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