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Al oír la palabra realeza, siempre nos imaginamos a esos fantásticos castillos, hermosos vestidos y trajes, bailes elegantes, carruajes, todo al estilo que muchas series y películas, nos pintan todo de una manera muy colorida y hermosa; solemos ver sólo lo que nos muestran en el exterior, sin saber que en el interior, atravesando esa gran puerta, adentrándonos a ese gran y maravilloso castillo, hay más cosas de las que podemos ver, allí adentro encontramos los verdaderos Secretos Reales.

En el Reino de Ogryn, un reino muy llamativo por preciosos paisajes, gente amable, honrada y trabajadora, donde la devastación que la guerra había dejado poco a poco se iba convirtiendo en un mal, pero significativo recuerdo, hoy era invadido por el gran sonar de las campanas, anunciando la nueva noticia, la noticia de un heredero, un regalo que ellos sentían que era enviado por los Dioses a los que le rezaban, luego de tanta guerra y muerte que pensaban que se quedarían sin su Rey, pero esto volvió y a su regreso a tenido la dicha de procrear a un heredero para el reino y a un hijo para su corazón. El día era cálido, con una brisa fresca y los rayos de sol iluminaban de una bella manera la punta de la torre que sostenía la campana de la gran iglesia, era un día maravilloso, que será recordado así por siempre al volver hablar de este día en un futuro no muy lejano. El Rey Luciano de Ogryn, un Rey justo y amado por todos, con unos ojos de un azul intenso como el mar, de piel pálida y una cabellera larga de color blanco que caía por su espalda, eran caracteristicas muy únicas de su familia, además de tener la tradición de que ni hombres ni mujeres podían cortar sus cabellos en nigún momento de su vida, por ningún motivo alguno, ya que estás era considerada parte de ellos, parte de su cuerpo y uno nunca por decisión propia cortaría su propio cuerpo. Había llegado victorioso tras una fría y violenta guerra, sano y salvo a su hogar y tras un año de ese fatídicos días, hoy era coronado con el título que a su parecer era el mejor de todos, el de ser Padre, sin importar cual fuera el sexo, niño o niña, ese no era un problema para él, solo tener el gran honor de dejar a sus retoños, aunque sea en un mundo tan roto.

Ya daban las 9 am, cuando aún su esposa se encontraba en su habitación, con un ejército de hombres y mujeres, asistiendo en esa misión tan peligrosa, dar a luz en una época donde no habían muchos conocimientos al respecto, pero siendo ella una mujer fuerte, no había maneras de que algo saliera mal. Afuera de la habitación se encontraba el Rey, a la espera de noticias, acompañado por su único hermano Luxon de Ogryn, un chico de 19 años, con ojos de ese azul intenso, piel pálida, una cabellera no tan larga que daba a sus hombros de color completamente blanco, poseía un físico atletico, ya que era críado para ser un guerrero, como tantos hombres en su familia, tenía una personalidad un poco rebelde, pero intentaba controlar su temperamento, era el siguiente en la línea para convertirse en Rey, pero este día eso podía cambiar, el Rey, su hermano tendría un heredero y sin importar su sexo, este sería el próximo sucesoor de la corona, aunque esto no parecía importarle o por lo menos no por ahora.

Su alteza se encontraba de un lado al otrodelpasillo, desesperado por no saber nada, tras múltiples intentos de parte de su hermano para calmar todo su estŕes, fueron en vano, ya que a este solo lo tranquilizará el recibir noticias y que estás sean muy buenas noticias.

—¿Por qué tardarán tanto? —decía un muy mal humorado y desesperado Rey, que no podía calmar su angustia y su necesidad por tener noticias.

—Tal vez si tomas asiento y respiras un poco más lento y relajado, las buenas noticias lleguen. —le repetía su hermano sin cesar, sentado en un banco que se encontraba junto a la puerta de la habitación donde se encontraba la reina en proceso de parto, sólo observaba a su hermano de un lado a otro desesperado, le causaba algo de risa, pero no de una mala forma, sino que entendía perfectamente los sentimientos de su hermano en ese momento, como mil batallas no lo pusieron tan nervioso como este momento en específico.

—¿Cómo me puedes pedir eso? —le respondía el Rey, en total desespero.

—¡Todo saldrá bien! —exclama Luxon, poniéndose de pie, colocando sus manos sobre los hombros de su hermano, haciendo que se detenga, mirándolo a los ojos, haciendo que este se serendara un poco y calmará sus ansias, ya que su esposa lo necesitaba fuerte en este momento. —Lania es una mujer fuerte, ella puede con esto y más. —

Lania Alysian, una mujer fuerte, decidida, inteligente y tenaz, que con su belleza y cerebro logró encantar al Rey desde el primer momento en que la vió, logrando así robarse su corazón. Era una mujer completamente hermosa, con un precioso cabello rojo intenso, con ojos color café claros, piel pálida, con labios gruesos rojos como la sangre, un cuerpo esbelto, de envidia para todas las damas. Lania resultaba ser prima tercera de nuestro Rey, pero eso no era algo que importara mucho en esa época, ella ya estaba prometida a un Duque, pero cuando llegó a la edad de 16 años decidió revelarse, ella no quería tener nada que ver con títulos reales, ella quería estudiar medicina, para ayudar a los menos afortunados, quería viajar, conocer un poco más del mundo ir más allá de sus horizontes, pero todo cambió en una velada de primavera, en donde su vida se cruzaría con la de un apuesto chico, que estaba a poco de convertirse en Rey, un príncipe de brillante armadura que comienza a cortejar, haciéndole ver que el amor a veces no era una mala decisión, si el amor es el correcto, no hay nada malo que pueda pasar. Al final tomó la decisión de quedarse y ser la esposa del Rey, aunque este matrimonio si le cerraría completamente las puertas a ser una mujer libre y ahora se encontraba aquí, 16 años después, dando a luz a su primer hijo o hija, deseo que llevaba con ansias desde el momento en que decidió dar el sí en el altar. Luxon logró calmar la intranquilidad de su hermano Luciano, sabía que era un momento de tensión para él, pero tenía que aprender a conservar la calma, ahora más que nunca la persona más especial en su vida lo necesitaba lo más calmo posible. No pasó mucho antes de que de la habitación saliera el maestro que asistía a su mujer, con cara de muy buenas noticias.

—¡Es una niña! —le informa, con una expresión de completa emoción en su rostro.

En esto el Rey no pudo contenerse más y entró corriendo a la habitación, tras de él iba su hermano, que también iba muy impactado por la noticia y al entrar se encontraron con una muy agotada Lania, postrada en aquella cama, un poco bañada en sangre, pero en su rostro se dibujaba una bella sonrisa, con sus ojos bañados en lágrimas que no dejaban de ver a esa bebe que cargaba en brazos, a su hija, a su recién nacida hija. Se da cuenta de la presencia de su amado y de su cuñado, alzando la vista hacía ellos, recibiendolos con una gran emoción.

—Les presento a la nueva integrante de la familia real, ella es Dana de Ogryn, tú hija Luciano. —dice Lania muy emocionada, sin poder ocultar la felicidad que la invadía de tener por fin a su bebe en brazos, de por fin sentir esa emoción que significaba ser madre. Luciano no pudo evitar acercarse a su mujer, él también quería tener en brazos a su bebe, al que veía de una manera muy especial. La tomó en brazos, pero era tan frágil, tan delicada, con una piel tan suave, era tan pequeña que encajaba perfectamente en sus grandes y gruesas manos. —Con calma, no te desesperes. —le aconseja su mujer. Luciano termina acercándose a su hermano, para que conociera a su sobrina, Luxon tampoco puede evitar llenarse de emoción al ver a ese nuevo angelito que había llegado a sus vidas, gira la mirada a su cuñada,con mucha emoción y amor la ve.

—¡Gran trabajo! —le dice solo moviendo sus labios, como para que a nadie más, solo a ella le llegara el mensaje, mensaje que ella enseguida captó y con una mirada cómplice le responde, tratando de no levantar sospecha alguna en los presentes.

El Rey estaba feliz, al igual que la Reina, el príncipe y toda la familia real. El Rey decidió hacer una fiesta en honor a su hija recién nacida, para presentarle al reino a su heredera, demostrando que la gracia de los Dioses estaba con ellos en todo momento y que días de prosperidad y abundancia caería a sus pies, ¡Claro! Solo si en esos años los secretos reales no llegaban primero.

5 años pasaron en el reino de Ogryn, todo era felicidad en el reino, belleza en sus paisajes y un castillo que estaba lleno de luz que deslumbraba a todos con su implacable belleza, entre los muros del castillo vivía resguardada la pequeña princesa Dana, ya era una niña bastante desarrollada, que entre cada día que pasaba se parecía más a su madre, pero con la actitud valiente y tenaz de su padre, apasionada por la aventura y la libertad como en su momento lo fue su madre, pero decidida y objetiva cómo se convirtió su padre tras volverse rey, era una variación entre una personalidad y otra, además de una muy peculiar, había heredado la rebeldía de su tío Luxon, pero sin duda alguna era el corazón del reino, por su espíritu amoroso y bondadoso, ya a su corta edad era amada por todos.

—¡Dana! —la llamaba a gritos su madre, quien nuevamente se encontraba en estado de gestación. —¡Dana ven, es hora de que comas algo para que vayas a tomar una siesta! —la pequeña Dana se encontraba escondida, con una risita traviesa y desde lejos veía y jugaba un poco con la paciencia de su madre. —¡Dana, por favor ya ven! —la niña de repente aparece detrás de un árbol, corría hacía su madre para regalarle un fuerte abrazo y así sacarla de su angustia. Su madre como puede se agacha para verla directamente a sus ojos y así regañarla. —No vuelvas a hacer eso niña, sabes que no me gusta que juegues así conmigo. —

—¡Lo siento mamá! —le respondía con una voz y mirada inocente, de una niña traviesa que solo tenía deseos de jugar.

—Lo sé hermosa, pero entiende que mamá ahora no está para esos juegos. —le dice su madre, acariciando su rosada mejilla, la niña baja su mirada,bastante apenada, ya que sentía que su madre de cierto modo la estaba regañando y ella solo quería jugar. Su madre levanta su cabecita tomándola desde su barbilla. —Y tendremos tiempo para jugar mi hermosa princesa, ya es lo hora de dormir. ¿Vamos? —su madre se levanta y le extiende su mano.

—¡Vamos mamá! —le responde la niña, colocando su mano sobre la de su madre y las dos marchando al interior del gran castillo.

Usualmente las reinas tenían ayuda de un ejército de mujeres dedicadas al cuidado de los niños, Lania tenía a esa mujeres, pero estas solo le asistían en momentos de gran necesidad, Lanía había decidido criar a su hija como su madre la había criado a ella y a sus hermanos menores, solo y prácticamente sin ayuda alguna, quería ser parte de la crianza de sus hijos y que la recordaran como una madre presente, no como una que los lanzó a las niñeras. Después de comer y tomar una muy rica ducha, Lania se disponía a acostar a dormir a la princesa, quién parecía tener mucha energía, saltando de un lado a otro en la cama.

—¡Dana, por favor, a dormir ya! —le ordenaba su madre a cada momento, comenzando a desesperarse un poco porque la niña no le hacía caso.

—Mamá, padre no ha venido a darme el beso antes de dormir, siempre lo hace. —reclamaba la niña sin dejar de dar brincos, es en ese momento que su padre entra a su habitación, a cumplir con las demandas de su bella y amada hija. —¡Papá! —grita la niña de emoción al ver entrar a su padre, rápidamente se baja de su cama y sale corriendo a abrazar a su padre, este la carga en sus brazos, llenándola de besos y cariños. —Al fin llegas papá, le decía a mamá que no me iría a dormir hasta que tú no llegarás. —le decía la niña, mientras su padre caminaba con ella en brazos para acostarla en su cama.

—Jamás faltaría mi princesa, aunque tenga mil ocupaciones jamás faltaría a darte un beso, de eso no tengas dudas. —la acuesta en su cama dándole un gran beso en su frente. —¡Te amo princesa! —

—¡Te amo papá! —le responde la niña, su madre se acerca y también le regala un beso, luego ambos salen de la habitación dejando que por fin la niña tome su siesta. Al cerrar la puerta, la actitud de la Reina cambia de actitud enseguida con el Rey,

—¿Ahora que pasa mujer? —le pregunta el Rey muy inquieto por ver la actitud de su esposa, no le gustaba tener problemas con ella.

—No has estado muy presente en el día a día de la princesa Luciano y sabes que eso me molesta, ella lo único que hace es preguntar por tí. —le reclama su esposa.

—Sabes que a mi también me irrita esta situación, yo quiero estar con mi hija, pero hay una guerra nuevamente formandose afuera y tengo que proteger a mi familia y al reino entero de eso, ¿Comprendes? —el Rey la sujeta de sus mejillas, alzando su mirada directamente hacía la de él. —Yo lo único que quiero es la seguridad de Dana, la tuya y de este nuevo bebe que viene en camino, entiendo que por tú estado quieras mi atención, pero necesito de tu apoyo yo también en estos duros momentos para el reino. —

—Comprendo esposo y prometo ser más comprensiva, pero trata de por lo menos a nuestra hija dedicarle su tiempo. —ella lo sujeta de las manos y le regala un beso en la mejilla.

—¡Lo prometo! —le responde el Rey apretando su mano y viéndola con ojos de amor, en verdad estaba completamente enamorada de ella.

El Rey regresó a sus obligaciones y la Reina decidió regresar a su habitación, se sentía un tanto agotada, la niña era muy inquieta y por su estado ya no le podía seguir el ritmo como antes, así que siempre quedaba exhausta de sus sesiones con ella, pero aún seguía con la idea de ser ella quién asistiera a su hija, aunque terminara completamente cansada.

El reino marchó en paz durante muchos años desde la llegada del Rey al reino tras la guerra y luego del nacimiento de la princesa, pero esta nueva guerra sería la puerta de salida a tantos secretos que se ocultaban tras las puertas de la realeza.

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