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Ella es la todopoderosa Diosa Guerrera. Métete con su familia y sufrirás.
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El viento helado silbaba, acompañado de una leve llovizna.

Una joven vestida con un abrigo negro miraba fríamente la casa en ruinas frente a ella. En el suelo yacía el cadáver en descomposición de una mujer, ni una emoción cruzaba sus cejas y ojos.

A su lado había un hombre con uniforme militar, alto y erguido. En su hombrera se destacaban dos estrellas doradas en forma de dragón.

¡Era un general mayor!

Su cargo le permitía tomar decisiones en todas las regiones militares de Moinea, por lo que, dondequiera que fuera, inevitablemente se convertiría en el centro de atención.

Sin embargo, en ese momento, ¡el hombre sostenía gustosamente un paraguas sobre la joven!

Ella observaba la casa en ruinas y sujetaba una carta arrugada en la palma de su mano. Su hermoso rostro estaba tan sombrío como la muerte y más frío que el viento cortante.

¡Llegó demasiado tarde!

"Donna, mamá no pudo protegerte, es mi culpa".

"Para cuando leas esta carta, mamá probablemente ya no esté en este mundo. Mi vida está arruinada, pero no lamento mi muerte, solo espero que puedas cuidar de tu hermano..."

"Yo fui quien te obligó a unirte al ejército hace ocho años, haciéndote pasar por tiempos difíciles. Donna, no me culpes. Si no te hubiera enviado al ejército como peón, probablemente te habrías enfrentado incluso a más peligro en la familia Steinbeck. Lo siento, Donna. Todo lo que quiero es que sobrevivas".

"Mi destino siempre fue ser el cordero a sacrificar para los matrimonios políticos de la familia, pero mamá no se arrepiente. Estoy orgullosa de tener una hija como tú. Es una pena que no pueda verte por última vez, Donna... Mamá te extraña muchísimo."

"Últimas palabras de Marina".

La joven sostuvo con fuerza la nota de suicidio y, luego de leerla, sus ojos se volvieron más fríos que antes. ¡Durante ocho años se alejó del imperio, guardándose todo su resentimiento, sólo para regresar y encontrar el cadáver de su madre y este mensaje final!

En ese momento, el general que estaba a su lado sosteniendo un paraguas observó la expresión del rostro de la chica e instintivamente enderezó aún más el cuerpo.

La muchacha que estaba frente a él tenía un historial militar muy estimado en Moinea. A la edad de 17 años, exhibía cinco estrellas en su hombro y se había convirtido en la única mujer general de Moinea: ¡Donna!

Todo su honor, reputación y estatus se forjaron gracias a la enorme cantidad de cadáveres enemigos que dejó tras ella, una y otra vez.

Sin importar quiénes los invadieran, si Donna custodiaba la frontera, ella sola podría disuadir a cualquier ejército de élite enemigo de atreverse a hacer un movimiento e incluso los haría rendirse sin luchar.

De hecho, una vez dirigió personalmente al Ejército Skywolf directamente a la capital enemiga para un ataque sorpresa de decapitación. ¡Solo le tomó medio día, lo que marcó un récord a nivel mundial del tiempo más corto en una batalla de aniquilación de una nación, convirtiéndose en la campaña más formidable jamás registrada en los libros de historia militar!

¡Sin dudas, esta chica podría construir una nación con una sola acción o pacificar cualquier conflicto con solo una palabra!

—El jefe de la familia Steinbeck ordenó que nadie puede acercarse a esa loca. ¿Quiénes se creen para atreverse a irrumpir aquí? ¡Lárguense! ¿Están listos para afrontar las consecuencias de faltarle el respeto a la familia Steinbeck? —preguntó un rufián detrás de ellos.

De inmediato, Donna se dio vuelta y miró al hombre, quien empuñaba una escoba. Tenía una actitud agresiva y parecía ansioso por ahuyentar vagos.

En ese instante, Donna levantó las puntas de las cejas y su rostro quedó inexpresivo. —¿Loca? —cuestionó ella.

De repente, el hombre se apoyó en la escoba y sonrió victoriosamente: —Así es. El viejo maestro ha dejado claro que, aunque la casa se derrumbe, nadie podrá acercarse a ayudar. ¿Hmm? ¡¿Te atreves a ignorar sus órdenes?! ¡Parece que no comprendes lo importante que es la familia Steinbeck!

En ese momento, el general los miró a los dos y un desdén frío y penetrante brilló en sus ojos. ¡Olvida al ejército, ni siquiera los jefes de estado se atreverían a hablarle así a la general Steinbeck!

—¿Un simple subordinado de la familia Steinbeck merece su atención? —preguntó el general.

Donna se limitó a mirarlo con indiferencia. Esos ojos brillantes llevaban una fría intención asesina, un testimonio de los años que pasó en el campo de batalla. Su aura intimidante y la presión de su mirada eran irresistibles.

—Encárgate —indicó ella.

—¡Sí, general Steinbeck! —obedeció él.

Luego, Donna bajó un poco la mirada, se sacudió las gotas de lluvia de la manga y se sentó rápidamente en el vehículo militar todo terreno estacionado cerca.

Cuando cerró la puerta del auto, se aisló de los gritos desesperados y del sonido de huesos rompiéndose afuera del coche.

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