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  Terminé de escribir los últimos detalles en el letrero de bienvenida para la Kermesse de mañana. Muchos ya se habían ido a sus casas, apenas levanté la cabeza noté que me encontraba sola en la sala de clases. Lo levanté junto conmigo hasta la puerta. En el pasillo había algunos compañeros míos conversando. ¿Dónde dejo esto? –les pregunté. Ambos me miraron y respondieron que en la bodega de abajo. Claro, ahí dejamos todo para mañana. Entendí que mi pregunta fue algo idiota. Les di las gracias, y caminé con mi letrero gigante tratando de no hacer chocar un lado con el otro para no ensuciar lo que acababa de pintar. Quise devolverme y pedirles que me acompañaran. La despensa de abajo es algo escalofriante y ya oscureció. Pero no quería que su primera impresión de mi sea que soy una miedosa. Y esa era la verdad, no he podido superar mi miedo a la oscuridad, por eso nunca me voy sola a estas horas. Pero mis compañeras me pidieron tan amablemente que ayudara en esto y aquello, que no pude negarme.

  Antes de salir por la entrada principal tuve la esperanza de que aún haya personas en la bodega. Cerré los ojos y susurré: Por favor, por favor, por favor. Al abrirlos, estaba completamente oscuro y vacío. Maldición. Me dije a mi misma que dejaría rápidamente el letrero y correría hasta el instituto de vuelta. Caminé a paso rápido por el pequeño caminito de tierra que estaba rodeado por frondosos arbustos. No veía bien hacia delante. Todo lo que iluminaba mi existencia era el reflector de la cancha de atletismo a lo lejos. ¿Por qué debe ser tan grande este instituto? miré hacia el cielo buscando la luna, no había. Y apenas se veían unas cuantas diminutas estrellas. Maldita ciudad. Al caminar un poco más vi con claridad la cancha. Me tranquilicé al ver un lugar con luz. A la vuelta está la puerta de la bodega. No puedo creer que soy la nueva y me quede de los últimos aquí.

  Entré un pie y comencé a buscar el interruptor de la luz en la pared. Apoyé el cartel en mi pierna y contra el otro lado de la puerta. Me estaba poniendo nerviosa, adelante mío había solo un cuadrado de oscuridad. ¡¿Y el interruptor?! Moví mi mano apresurada por la pared, podía sentir como se ensuciaba con polvo. Toqué algo plástico y me sentí aliviada. Apreté el interruptor y nada paso. Lo presioné una y otra y otra vez. No funciona… Mi mala suerte me impresiona. Si no me equivoco, adelante hay una mesa. Lo dejaré y correré hacia la luz del reflector de la cancha. Recordé un capítulo de historias de fantasmas que veía cuando pequeña. Una chica se quedaba encerrada en la bodega del gimnasio. ¿Por qué recuerdo estas cosas ahora? Inhalé y caminé a paso rápido hasta la mesa. La leve luz detrás de mí iluminó la mesa en donde pude dejar el cartel. Listo… de repente sonó como el enorme reflector de la cancha se apagaba. Ahora sí que estaba oscuro. ¡No! ¡¿Por qué ahora?! Me di vuelta para salir, no veía absolutamente nada. Mi corazón latía fuertemente. Cerré los ojos por impulsó y corrí hacia adelante. Me tropecé con algo del suelo y choqué contra algo. Me aferré de ello y noté que era una camiseta extrañamente tibia. Elevé la vista lentamente. Me di cuenta que eso en lo que estaba apoyada, era una persona. – ¿Estás bien? Justo antes de que pudiera gritar como una demente, una luz se encendió. Entonces entendí en la ridícula situación en la que estaba. El que estaba frente a mí era un compañero de clases. Tenía el brazo extendido hacia un interruptor al otro lado de la pared del que yo presioné. Miré como mis manos habían estrujado y arrugado por completo su camiseta. Lo solté rápidamente y retrocedí unos pasos.

  – ¿Estás bien? –volvió a preguntar. Con una voz amable y una sonrisa divertida en su rostro, mientras se arreglaba la camiseta.

  – ¡Si! Lo siento mucho. Estaba algo asustada. No podía ver nada. –dije, peinando mi cabello con mis manos, tratando de parecer normal.

  –Si… lo noté. Me enterraste las uñas. –soltó divertido.

  –Perdón… –me sentí tan avergonzada. Volteé hacia atrás y vi la caja con la que me había tropezado. Maldita…

  – ¿Y qué hacías a esta hora aquí eh, Emma? –Lo miré confundida. ¿Cómo sabe mi nombre? No le he dicho a nadie mi nombre. Los de mi clase me llaman por mi apellido…– ¿No me recuerdas? –preguntó. Sin duda se me hacía familiar su rostro. El cabello castaño y rizado. Alto, fornido y con un gesto simpático. Obviamente popular. Sería genial no ser tan distraída para variar. Debería mirar más a los que me rodean. Me miraba con una sonrisa esperando mi respuesta. Finalmente negué con la cabeza tratando de parecer cortés.

  –Vaya, me duele que te olvides de mí. –Dijo tocándose el pecho exageradamente–. Soy Marc. Te conocí el día en que viniste a ver el instituto. ¿No te acuerdas? Quien diría que terminaríamos en la misma clase. Perdóname, no te saludé el primer día, pero bueno, ya notaste que estamos todos muy ocupados por la Kermesse, y… –Mientras hablaba, las imágenes llegaron a mi cabeza. Sí lo recuerdo. Vine a inscribirme aquí junto con mi mamá. Él estaba jugando futbol en la cancha. Mientras ella hablaba con el director, me senté en una banca a verlos.

  Hacía un calor infernal. Se detuvieron a tomar agua y aquel chico rizado que parecía el goleador me miró. Se secó la cara con la camiseta y luego se mojó la cabeza con una botella de agua. Una pelota salió de la cancha y cayó cerca de mí. ¡Yo voy! –gritó. Corrió hasta la pelota y la pateó metiendo un gol desde donde estábamos. Sus compañeros se dieron vuelta y le gritaron: ¿Acaso es necesario? Él se rio y les pidió perdón. Cuando pensé que volvería a la cancha se sentó al lado mío en la banca. Me miró y sonrió.

  –Hola. –soltó.

  –Hola. –repetí. Estiró los brazos y luego me miró nuevamente.

  – ¿Vienes a ver el instituto? –preguntó. Apenas asentí con la cabeza dijo: ¿Y? ¿Quedarás?

  –Eso creo, mi mamá está hablando con el director ahora.

  Asintió con la cabeza y me preguntó el nombre.

  –Emma. –respondí. Esperó unos segundos y luego dijo:

  –Y dime Emma, ¿Por qué te cambias ahora?

  Antes de que pudiera responder, sus compañeros lo llamaron desde la cancha. ¡¡¡Marc!!!

  – ¡Ya voy! –gritó desde allí–. Bueno Emma, nos vemos. –me miró una vez más y sonrió. Me despedí con la mano y corrió hacia la cancha nuevamente. Días después, entré a este instituto.

  –Si te recuerdo. –Le dije. Me miró impresionado y luego sonrió–. Vine a dejar el cartel de bienvenida para mañana.

  –Hm. ya veo. –se acercó a la mesa y lo estiró–. ¡Te quedo genial! ¿Lo hiciste sola?

  –Sí…

  –Vaya… increíble.

  –Gracias. –se dio vuelta con un repentino gesto serio–. Y viniste a dejarlo sola aquí, siendo que eres la única de la clase que no sabe dónde está el nuevo interruptor, y que además, al parecer, le tiene miedo a la oscuridad. Esos imbéciles…

  – ¡No, no es así! no importa, enserio. –maldición… descubrió mi debilidad.

  –No dejes que se aprovechen de ti Emma. Siendo la nueva, lo harán sin duda–Asentí con la cabeza. Marc caminó hasta la puerta, puso su mano en el interruptor y me miró–. ¿Vamos?

  Apagó la luz y salimos de la bodega. Cerró la puerta y prendió la linterna de su celular. En el piso afuera había un bolso deportivo. Lo tomó y lo cruzó en su hombro.

  –Perdóname. Era el último en la cancha, por eso apague los reflectores. No sabía que quedaba alguien aquí todavía.

  – ¡No, no te preocupes, enserio!

  Marc iba iluminando por dónde íbamos. Sinceramente me sentí más tranquila caminando con alguien.

  –Pero enserio, es una noche muy oscura.

  –Sí…

  – ¿Y dónde vives Emma?

  –Algo lejos. Pero voy caminando.

  –Te acompañaré.

  – ¿Que? No, no importa, estoy bien enserio.

  –Te acompañaré aunque no quieras. –insistió. Sonreí, porque sabía que él no podía verme. Es realmente muy amable. La verdad es que me sentiría mucho mejor si voy con alguien. Sobre todo por mi mala suerte. Mejor acepto y le doy las gracias.

  A lo lejos se veía la entrada del instituto. Había un grupo de hombres con bolsos deportivos. De seguro son los del club de fútbol como Marc.

  –Ahora hay luz, así que… –apagó la linterna de su celular y levantó la mano saludándolos. ¡Hey! ¿Por qué tardaste tanto? –le gritaron.

  –Perdón, perdón. –Les dijo. Cuando nos acercamos a ellos, me quedaron mirando algo espantados.

  – ¿Y ella? –preguntó uno.

  –Su nombre es Emma. –recalcó Marc. Los demás se miraron y asintieron. ¡Ahh la chica nueva! Luego todos me saludaron y se presentaron. Había uno pequeño y rubio llamado Oliver, otro alto, delgado de cabello negro lacio y lentes llamado Ethan y un pelirrojo lleno de pecas llamado Samuel.

  –Bueno, Marc debemos irnos ya. –dijo otro.

  – ¿Eh? ¿A dónde? –preguntó desorientado.

  – ¡A tu casa! Vamos a terminar de ensayar para mañana. No me digas que lo olvidaste.

  Marc se tomó la cabeza con ambas manos y suspiró.

  –Maldición lo olvidé. Pero tengo que acompañar a Emma a su casa. –Me miró desilusionado. Los demás también me miraron expectantes.

  –No te preocupes, enserio. Deben preparar bien lo de mañana. Yo ya me debo ir. –Sonreí. Marc me miró triste.

  –Perdóname.

  – ¡Enserio está bien! Gracias de todas formas. –me despedí de todos con la mano y caminé hacia la salida. Saqué mis audífonos moviéndome a paso rápido. Pasaban pocos autos por la calle. Había un viento fresco y la vereda estaba vacía. Me detuve a subirme los calcetines lo más que pude. Tenía las piernas heladas. Como odio las faldas. Metí mis manos en mis bolsillos y tararee la letra. Doblé en una calle donde había tres hombres parados al otro lado de la vereda. Me miraron fijamente y luego intercambiaron palabras. Bajé la música de mi celular al mínimo. Aceleré el paso. Dos de ellos cruzaron la calle en mi dirección. El otro me miraba desde allí. Me detuve. Miré a todos lados esperando encontrar una salida. Si conociera esta ciudad sería más fácil… estaba sola. A mi izquierda había solo locales comerciales cerrados, a mi derecha una montaña de arbustos. Y arriba de ella había una pista en donde pasaban autos. Podía ver las luces, pero ellos no a nosotros. Mi pulso era de una maratón. Los hombres se acercaban más y más. Eran grandotes, viejos y peludos. Comencé a jadear de los nervios. Los dos de adelante sonreían. El de al frente hizo un gesto con la mano. Me di vuelta con la intención de correr, pero dos más venían detrás de mí. ¡¿Los estaba llamando?!

  –Hey, ¿A dónde crees que vas? –me dijeron. Volteé de nuevo. Los dos de al frente sonreían. ¡Eres linda! ¿Quieres jugar con nosotros? –decían. Sentí un escalofrío. Me aferré a la pared y apreté mi celular que tenía en el bolsillo. Entonces vi una pequeña calle que se escondía entre medio de dos locales. Corrí hacia ella cuando los hombres estaban por alcanzarme. Saqué mi celular rápidamente. Mis manos temblaban. ¡¿De qué sirve llamar a mi mamá si está trabajando?! La calle terminaba allí. Era un callejón sin salida. Oscuro y asqueroso. No puede ser. Me di vuelta nerviosa. Los cinco hombres venían caminando hacia mí. Tranquilos y riendo entre bromas. ¡Te equivocaste de calle jovencita! –dijo uno. Los demás se rieron. Retrocedí dos pasos hasta chocar con la pared. Miré a todos lados. No había dónde huir. No, no, no. no. Esto no me puede estar pasando. Marqué a mi mamá con mis temblorosas manos. Comenzó a sonar el timbre. Estaban ahora solo a unos metros de mí. Contesta. Contesta por favor. No podía controlar mi respiración de los nervios. Quería gritar, pero nadie vendría a ayudarme. Sentía mi corazón apretado. ¡¡Mamá contesta por favor!! Uno de ellos se acercó a mí y fácilmente me quitó el celular. Cortó la llamaba y lo arrojó lejos en la calle. Me miró sonriente. Me tomó de la muñeca, traté de soltarme pateándolo. Le pegué un codazo en el rostro y corrí hacia adelante. Enseguida los demás me agarraron. Tomaron mis brazos y me levantaron.

  – ¡No, no! ¡Déjenme! –grité. Esto no podía estar pasando. Ni siquiera salían lágrimas. No puedo creerlo. ¿Quién pensaría que esto iba a pasar? Le hubiera pedido a Marc que me acompañara. Le habría dicho que no a mis compañeras. Que simplemente debía volver a casa temprano, que debía ir al dentista, o lo que sea. Nunca quise cambiarme de ciudad después de todo. Esto no… tuvo que pasar.

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