About
Table of Contents
Comments (4)

  EVA:

  No pude evitar un suspiro cuando llegamos a aquella minúscula casita. Era preciosa, en eso tenía razón mi madre, pero algo me decía que no era mi lugar.

  Mis padres estaban divorciados desde hacía pocos meses, y al contrario de lo que cualquiera pudiera pensar, no era algo que me quitara el sueño. Prefería verlos felices por separado que desdichados juntos, y ya había soportado suficientes discusiones absurdas. Cuando al fin me dieron la noticia, una parte de mí se rompió pero otra bastante más grande suspiró de alivio.

  Con lo que no contaba era con las consecuencias que esto acarrearía. Por ejemplo, que se decidiera que cada verano me quedaría con uno de ellos, y mi hermana con el otro. Me parecía una solución razonable dentro de las posibilidades, aunque desde luego no me hacía demasiada gracia.

  Ese verano

por sorteo

me había tocado pasarlo con mi madre, y esta se había emocionado sobremanera con la idea de alquilar una casita en un pueblo apartado de todo para “relajarnos y evadirnos”. Lo que necesitaba ella, pero no yo.

  Hubiera dado cualquier cosa por poder quedarme en mi ciudad en verano. Más de diez días, me refiero. Porque en cuanto empezó Julio cogimos el coche y pusimos rumbo a aquel pueblo del que ni siquiera recordaba el maldito nombre.

  Y no era que no me gustara la tranquilidad. Pero dos meses de tranquilidad eran, como poco, demasiados.

  Tampoco era que no me gustasen los pueblos, reconocía que tenían su encanto. Pero era el verano de mis dieciocho años, justo después de la Selectividad, ese que debería ser “el verano de mi vida” según todo el mundo. Y quería pasarlo con mis amigos. Si bien no era mucho de salir de fiesta todos los días, por lo menos quedar con ellos para visitar sitios, tomar algo o simplemente hablar.

  —Ayúdame aquí, Eva —pidió mi madre, con la voz marcada por el esfuerzo que estaba haciendo.

  Salí del coche con calma para ayudarle a bajar las maletas. Me había quedado demasiado tiempo ensimismada en mis pensamientos, era hora de volver a la vida real. Agarré mi maleta y tiré de ella con fuerza para sacarla del maletero. Unos cuantos metros separaban la plaza de aparcamiento de la pequeña casita, y no me fue demasiado fácil andarlos ya que, si bien normalmente era bastante más fuerte, en aquellos momentos me sentía cansada no solo física sino también psicológicamente.

  Una vez dentro de la casa, me alegré al constatar que era bastante bonita. Ya me la esperaba decente, mi madre en general tenía buen gusto en casi todo, pero aún así me sorprendió un poco. En el buen sentido.

  Tenía unas pequeñas escaleras que subían un piso. Por lo que me había dicho mi madre ahí arriba estaba mi cuarto, así que las subí arrastrando la maleta. Estaba haciendo demasiado ruido, cosa que, de haber vecinos, los hubiera molestado. Pero en una casa de campo no hay esos riesgos.

  En parte, prefería el campo a la ciudad. La naturaleza, el aire fresco… no podía negar que tenía muchas ganas de ver las estrellas. Donde yo vivía había tanta contaminación lumínica que, como mucho, podías vislumbrar dos o tres.

  Dejé la maleta en el cuarto sin pararme demasiado a mirarlo. Lo único que llamó mi atención fueron las paredes, de color naranja. Siempre había querido ese color para mi habitación, pero en mi casa todas las paredes eran de color blanco y no había habido manera de convencer a mis padres de cambiar eso.

  Por una parte llegué a pensar que quizá era una especie de soborno por parte de mi madre. Ya me esperaba cualquier cosa. Aunque quizá estuviera exagerando… mis padres no intentaban comprar mi amor, ni el de mi hermana, no al menos como lo hacían los padres divorciados de algunos de mis amigos, que no paraban de regalarles cosas para hacerles más fácil la pregunta: “¿A quién quieres más, a mamá o a papá?”. Quizá fuera el hecho de que hubiesen acabado de buenas lo que había desembocado en una paz algo rara. No intentaban ser rivales, o al menos no lo parecía.

  Me senté en la cama y, después de unos segundos mirando hacia el suelo, me tumbé.

  —Tengo que tomármelo todo con mucha calma —susurré para mí—. Este verano va a ser muy largo.

  —¡Eva! ¿Has deshecho ya la maleta?

  Puse los ojos en blanco, completamente estirada en la cama como estaba. Mi cuerpo no tenía intención de moverse, y yo tampoco. No me apetecía ni contestarle, ya empezaba con sus manías de madre.

  Me limité a quedarme tirada, sin hacer nada.

  “Esto es vida”.

  LETICIA:

  —Pásame eso —dijo Teresa refiriéndose a su bolso, que estaba justo a mi lado.

  Me tomé mi tiempo para dárselo con cuidado, pero ni siquiera lo agradeció. La confianza daba asco, a veces. Sobre todo cuando se tomaba tan a la ligera.

  ¿Tanto costaba un “gracias” de vez en cuando? O simplemente sonreír en agradecimiento.

  Quizás me estaba complicando demasiado y era normal eso de, cuando llegabas a conocer bastante a una persona y vuestra amistad duraba ya unos cuantos años, obviar ciertas cosas. Como esa.

  Probablemente me estuviera dejando influenciar por mi actitud de los últimos días. Estaba harta de todo. No sabía por qué pero cada vez notaba más los defectos de mis amigos, como si ya no les viera nada bueno.

  De vez en cuando me quedaba pensando y sabía que no estaba siendo justa con ellos. Todo el mundo podía tener fallos, no solo yo. Y había que perdonar esos fallos a todo el mundo, no solo a mí.

  Pero era como si se hubiesen acostumbrado tanto a tenerme como amiga que no se molestaban en cuidarme ni un poquito. Tener algún detalle conmigo, demostrarme que les importo… cosas así.

  O puede que, sin el apoyo de Eva, lo viera todo negro y punto.

  —¿Qué vais a hacer el sábado? —preguntó Adrián.

  —¡Yo quiero fiesta! —exclamó Teresa, poniendo morritos de forma algo cómica.

  —Tú siempre quieres fiesta —le dije con una sonrisa.

  —Pues claro, algunas sabemos cómo divertirnos —dijo, con otra sonrisa.

  No sabía si el comentario iba realmente en broma, como daba a entender su tono de voz. Con Teresa nunca se sabía. Había hablado del tema con Eva varias veces, sobre todo en los últimos meses. Teresa tenía una especie de doble personalidad: tan pronto te dejaba en ridículo delante de todo el mundo como hacía el mayor sacrificio que existe solo por verte feliz.

  Habíamos dejado de cuestionárnoslo hacía un tiempo y normalmente no le dábamos importancia, pero el comentario me dolió de todas formas.

  Que no me gustara salir de fiesta por las noches no significaba que no supiera divertirme. Claro que lo pasaba bien cuando estaba con ellos. Y cuando al final me convencían para que saliera, me divertía bastante. Aunque nunca era tan épico para mí como para ellos. Tenía la teoría de que era porque no me emborrachaba.

  Ellos bebían, se ponían hasta arriba de alcohol y hacían locuras toda la noche. Y claro, luego se comentaba durante días. Que si este se había liado con aquella, que si esta chica se enrolló con cuatro en una noche, que si el otro vomitó encima de un desconocido… todo muy divertido, pero yo tenía bastante claro que prefería oír esas historias en vez de vivirlas.

  Me daba pánico emborracharme porque no quería perder ni un ápice de control sobre mí misma. Tenía unas cuantas cosas hirientes que decir que no me gustaría nada que se me escaparan, por ejemplo.

  Podría perder mucho. Sin embargo, eso a mis amigos no parecía importarles. A mí nunca me habían hecho ni dicho nada ofensivo, solo tenía que aguantarles cuando se ponían cariñosos o no podían sostenerse en pie.

  Cuidar de ellos no me importaba ni me suponía demasiado esfuerzo, pero había tenido que vivir demasiadas situaciones desagradables.

  Al principio, cuando me gustaba mucho un amigo nuestro

Diego

, había tenido que verle liándose con Teresa, y después con Ana. Me había costado muchísimo superarlo, pero había acabado dándome cuenta de que no tenía ninguna posibilidad con él, y que de todas formas no me haría demasiada gracia tener nada con ese chico después de saber que era un ligón y que para él las chicas eran de usar y tirar.

  Me consideraba cursi, y estaba bastante orgullosa de serlo. Aunque todo el mundo se burlase un poco de mí por ello, yo quería que mi primer beso fuera especial.

  Aunque empezaba a preocuparme. Faltaban tres meses para que cumpliera dieciocho años y aún no había besado a ningún chico. También me preocupaban las pocas oportunidades que había tenido de ello.

  Todas mis amigas, cuando salían, siempre tenían un par de moscones pululando a su alrededor. Incluso Fátima, que era la más fea de todas.

  Pero yo no. A mí por las noches nunca me había entrado ninguno. Parecía invisible para ellos, incluso cuando todos mis amigos me decían “Qué guapa estás, Leticia”. Empezaba a no creerme ningún piropo.

  Si tan guapa estaba, ¿por qué nadie intentaba nada conmigo? Ni siquiera Diego, que cuando estaba muy borracho se liaba con la primera que pasaba, se había acercado a mí con esa intención. No era ni su último recurso.

  Y eso dolía, y acomplejaba. No tenía un cuerpazo, lo sabía. Me sobraban un par de quilos, a pesar de haber adelgazado bastante desde el año pasado.

  Y mi cara tampoco era nada del otro mundo. Cabello castaño, ojos del mismo color… si al menos tuviera el pelo más bonito o los ojos de un color claro…

  No destacaba nada. Hacía más de un año que no le gustaba a ningún chico. Y ni siquiera contaba a Antonio.

  No era demasiado cruel si decía que Antonio era uno de los chicos más feos que había conocido jamás. Y además, soso.

  Así que cuando me había pedido salir la contestación había sido fácil: un NO redondo.

  Aún así, me había alegrado gustarle

¡por fin!

a un chico. Y poder así tener algo que contarle a mis amigas.

  Siempre escuchaba sus historias, conocía a sus ligues, a sus novios, a sus rollos de una noche o a quienes fuesen. Pero a mí nunca me pasaba nada. Y había momentos en los que flaqueaba mi decisión y pensaba en liarme con el primer tío con el que se me presentase la oportunidad.

  Por suerte o por desgracia, no se me presentaba ninguna así que mis principios seguían intactos. No me gustaba eso de besar por besar. ¿Para qué? Para poder contarlo más tarde, o algo así. No lo entendía.

  Pero hacía tiempo que había dejado de decirles nada, o de intentar expresar mi opinión al respecto. Solo lo comentaba con Eva, quien estaba de acuerdo conmigo. Su primer beso había sido con un chico que le gustaba desde hacía mucho tiempo y, aunque no había pasado nada más entre ellos, entendía sus motivos.

  Obviamente si te gustaba mucho alguien y este alguien te besaba, no te ibas a apartar. Se habían enrollado un par de veces más antes de que Eva se enterara de que también se liaba con otra. Y ella lo había cortado de raíz.

  Siempre la había admirado por eso. No sabía si yo misma, en esa situación, hubiera podido dejar de verlo tan de sopetón. Si lo hubiera tenido tan claro… Pero ella se había puesto siempre a sí misma por encima de cualquier chico, por mucho que le gustara. Y ya le había dicho varias veces que le aplaudía por ello.

  Mientras escuchaba a Teresa y los demás fantasear sobre la borrachera que se iban a coger ese sábado, pensé en Eva y en cómo lo debía estar pasando.

  La pobre ya me había dicho muchas veces que lo que realmente le apetecía era quedarse con todos nosotros en Ferrol.

  Saqué el móvil; ya que me había acordado de ella, le enviaría un WhatsApp. Le mandé un saludo y volví a guardarlo.

  —¿Tú sales el sábado, Leti? —la voz de Adrián me sacó de mi pequeña burbuja.

  Le sonreí, para intentar mitigar la reacción a mi respuesta:

  —No creo, no me apetece nada.

  —A ti nunca te apetece —intervino Teresa—. ¡Anda, Leti, vente! Lo pasaremos bien.

  La miré, no tenía ni idea de si me lo estaba diciendo en serio o solo por quedar bien delante de la gente, haciendo como si quisiera que fuera cuando en realidad no quería. Pero, si esta segunda opción era la correcta, no tenía de qué preocuparse, no pensaba ir.

  —Además, no sé si me dejarán… —continué.

  —Mentira, Leti, a ti tu padre te deja hacer lo que sea —interrumpió Javier—. Venga, anímate.

  Resoplé, algo cansada ya del tema.

  —Me lo pensaré —acabé diciendo.

  Aunque ya lo tenía más que decidido. Esa noche no habría nadie capaz de sacarme del sofá de mi casa. O eso era lo que creía yo en ese momento.

You may also like

Download APP for Free Reading

novelcat google down novelcat ios down