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¡Salvé a un hombre lobo en una noche de tormenta y una semana después me convertí en su Luna!
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YENIFER

Un trueno retumbó en la distancia, dejando ecos que reverberaban por toda la cueva.

Al mirar al extraño desnudo que yacía dormido a mi lado, vi un relámpago que iluminó brevemente su musculoso cuerpo. Cubierto de barro y sangre, seguía teniendo un aspecto salvaje y monstruoso, a pesar de su forma humana.

Nunca antes me había encontrado tumbada junto a un hombre desnudo, y menos aún junto a un desconocido descomunal y guapísimo que había estado a punto de morir desangrado apenas unas horas antes.

Intenté estudiar su rostro en la vacilante oscuridad. Tenía unas cejas gruesas y oscuras sobre unos ojos hundidos y una mandíbula dura y ósea. Llevaba la cara sin afeitar, con una barba corta y desaliñada que proyectaba sombras oscuras.

Al ver su pecho fuerte subir y bajar con cada respiración superficial, sentí que se me hacía agua a la boca.

Aparté los ojos de él y me volteé para observar la tormenta. La lluvia torrencial que azotaba la boca de la cueva pareía irreal. Las ramas de los árboles se partían bajo los vientos violentos y caían por la ladera de la montaña.

Había venido aquí hoy para una excursión de campamento con algunas compañeras de clase, o eso pensaba.

Como una de las únicas chicas humanas normales en la Academia Noble de Licántropos, desde el principio me encontraba en lo más bajo de la jerarquía social. Para empeorar las cosas, casi todos en la escuela, incluyendo a mi hermano adoptivo, Eduardo, se burlaban de mí por mi sobrepeso.

Así que no podía creer mi suerte cuando unas chicas hermosas de una de mis clases me invitaron a acampar en la montaña con ellas este fin de semana. Pero una vez que llegamos al bosque, me abandonaron al borde de un acantilado y me dejaron varada. Cuando logré bajar de vuelta a la carretera principal, descubrí que mi teléfono estaba muerto y no podía pedir ayuda.

Cuando empecé a caminar por la carretera, un manto de nubes oscuras cubrió el cielo. Noté la humedad en el aire y, un instante después, un repentino aguacero cayó sobre la montaña.

Me apresuré a bajar por el camino buscando desesperadamente un refugio, cuando me topé con un lobo que yacía herido junto a la carretera. Estaba maltrecho e inconsciente, con un corte en la pata delantera. Un charco carmesí crecía a su alrededor y empezaba a hundirlo en la tierra húmeda.

Me acerqué hasta donde yacía. Pude notar que su respiración era lenta y entrecortada. Divisé una cueva y no perdí el tiempo; lo llevé cargado por encima de las rocas, empapando mi ropa con su sangre, y nos metí a los dos dentro.

Rompí mi chaqueta y utilicé la tela para vendarle las heridas. Cuando parecía que la hemorragia se había detenido, me dejé caer exhausta a su lado.

Dormimos un rato, y cuando me desperté más tarde por la noche, el lobo había desaparecido.

En su lugar estaba la corpulenta figura del hermoso desconocido. Las vendas improvisadas se habían caído. Tumbada a su lado, podía sentir su aliento caliente y húmedo en mi piel y no pude reprimir el deseo de acercar mi cuerpo al suyo.

Dejé de ver la boca de la cueva para volver a observar al desconocido y me di cuenta de que la herida de su hombro se había vuelto a abrir y de la que manaba sangre fresca y húmeda.

Extendí instintivamente la mano y toqué su herida con cuidado.

Enseguida, el desconocido inhaló profundamente.

No pude apartar la mano. El intenso calor de su cuerpo me llegó a los dedos, me recorrió el brazo e inundó todo mi cuerpo de calor.

Desplazó su peso hacia mí y mis dedos se hundieron en la herida ardiente y sangrante. De inmediato, él soltó un gruñido profundo.

Le pasé las yemas de los dedos ensangrentados por el pecho, cubierto de barro y vello enmarañado.

Acercó su cara a la mía y su aliento caliente inundó mi boca. Me tocó el rostro y me acarició la mejilla con su mano grande y áspera que luego me recorrió el cuello y el costado.

La mano se detuvo en la gruesa curva de mi cadera y la apretó con fuerza.

Sentí que la sangre me ardía.

No pude soportarlo más. Jadeé y me lancé hacia él justo cuando él lanzó sus enormes brazos alrededor de mí y me atrajo a su cuerpo. Me arrancó la ropa, y yo se lo permití.

El trueno se acercó, retumbando en lo alto.

Nos besamos con frenética pasión y nos aferramos a cada centímetro del otro.

Los relámpagos, blancos como el neón y cegadores, acariciaron nuestros cuerpos, proyectando sombras salvajes sobre las paredes de la cueva.

Solo podíamos mirarnos durante unos segundos. Su mirada era penetrante e intensa, y sus ojos brillaban con un verde esmeralda con cada relámpago.

No pudimos separarnos el uno del otro durante horas, como si una fuerza de gravedad nos atrajera como imanes. Aquel hombre era un desconocido para mí, pero de algún modo sentíamos que nuestros cuerpos se conocían y que éramos el uno para el otro.

Él era rudo, y ninguno tenía vergüenza.

Cada roce era una descarga de placer.

#

Me desperté con el sonido del agua goteando sobre la piedra y la clara sensación de estar sola en la cueva.

La tormenta había pasado y él se había ido.

Respiré hondo y percibí el persistente olor del desconocido.

Apenas daba crédito a la agudeza de mis sentidos cuando me di cuenta de que había dejado dos olores distintos: el del lobo y el del hombre.

Me limpié la cara con las manos mientras olía los aromas metálicos y minerales de la sangre y la tierra en ellas.

Algo había cambiado.

Sí, había perdido la virginidad en medio de la noche más extraña de mi vida, pero no era solo eso.

Me sentía despierta y viva.

Me levanté y me estiré, sintiéndome cálida, relajada y con una energía palpitando en mi interior que nunca antes había sentido.

De pronto, escuché una voz.

No en voz alta, sino desde dentro.

Al principio era como un susurro.

'Es porque te has transformado', dijo.

Salí de la cueva hacia la húmeda luz amarilla del sol.

'Eres una loba', continuó la voz, cada vez más fuerte.

'O más bien... tienes una loba dentro de ti. Esa soy yo. Puedes llamarme Lirio'.

¿Me estaba volviendo loca? Nunca había oído una voz así, pero no me parecía una locura.

Lirio. Su voz casi sonaba como la mía, excepto que era más ligera, más alegre.

'Es porque somos dos caras de una misma alma', dijo.

'He estado contigo todo el tiempo, y lo estaré para siempre. Solo estaba esperando a que encontraras tu poder. Ya verás... Te lo explicaré todo.'

Llevaba dieciocho años siendo una humana normal, aunque sabía que algo faltaba en mi vida.

Y ahora, lo había encontrado.

#

Descendí de la montaña y seguí un riachuelo hasta el río. Me desplacé con rapidez, sorprendentemente segura sobre el suelo blando.

Arrodillada a la orilla del río, bebí y me lavé la cara y las manos.

Mi blusa estaba tiesa por la sangre seca, así que la enjuagué, la escurrí y volví a ponérmela mojada. Cuando lo hice se me pegó al cuerpo y sentí un escalofrío.

Me peiné para quitarme la hierba del pelo y escuché a Lirio. Su voz era cada vez más clara.

Me dijo que yo era diferente a las chicas de la escuela, incluso más poderosa, con habilidades que no creería ni aunque me las contara.

Sonaba bastante exagerado.

Dijo que mis poderes se desbloquearon cuando conecté con mi pareja predestinada y que ahora me había convertido en mi verdadero yo: una belleza sin igual con un antiguo linaje más noble que la familia real gobernante.

Me eché a reír. ¿Pareja predestinada? ¿Más noble que el rey Caesar?

¿Una belleza sin igual?

Había estado preocupada por mi apariencia desde siempre.

No ayudaba que, cuando éramos niños, Eduardo siempre me estuviera pellizcando y pinchando la suave carne de los brazos, haciéndome bromas y llamándome 'gordita'.

“¡Yenifer! ¡Yenifer!”

Como si lo hubiera conjurado con ese pensamiento, mi hermano adoptivo apareció de repente y corrió hacia mí.

“¿Eduardo? ¿Qué estás haciendo aquí?"

Tenía puesta su ropa de entrenamiento, una sucia camiseta blanca sobre las hombreras y el casco de fútbol americano en una mano.

"¿Qué estás haciendo tú?"

Pude notar que traía una mirada extraña.

"¿Qué ocurre?", le pregunté.

Dio un paso atrás, me miró brevemente a los ojos y luego apartó la mirada.

"Anoche te estuve llamando", dijo. "Yo... Tú... ¿Qué pasó?"

Se quedó a medias y frunció el ceño mientras me miraba la ropa.

"Lo siento, mi teléfono murió", respondí. Pero antes de que pudiera continuar, me interrumpió.

"Llámame más tarde", murmuró. "Tengo que..."

Se dio la vuelta y salió corriendo. Tenía la cara y las orejas sonrojadas.

De pronto, escuché la voz de Lirio.

'¿Qué es lo que no entiendes? Está nervioso porque eres preciosa'.

"¿Eduardo? ¿Quien se burló de mi peso toda mi vida?"

'Ya verás', respondió riendo.

Crucé los brazos y abracé mis curvas, sintiéndome extrañamente cómoda en mi cuerpo.

Si Lirio tenía razón, quizá con el tiempo me volvería más guapa.

Era cierto que ya todo había cambiado.

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