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Mi novio me dejó porque yo vivía con el mayor donjuan de la escuela...
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**Cailin**

El amable policía colocó una manta sobre mi cuerpo tembloroso mientras observaba cómo nuestra casa se quemaba hasta los cimientos. Mi conmoción era enorme, aun así, no fue suficiente como para evitarme sentir las pequeñas lesiones que me hice al correr hacia afuera.

Mamá y papá estaban a unos metros de distancia, a punto de perder el control, aunque intentando mantenerse fuertes para mí. Al verme en esas condiciones, trataron de consolarme, pero fue inútil; mis fotos, mis archivos, todo acababa de desaparecer. En un abrir y cerrar de ojos, nos quedamos sin hogar.

Ante tal situación, papá tomó la iniciativa de hacer algunas llamadas telefónicas, tratando de conseguirnos un techo para pasar la noche. Probablemente, reservaríamos una habitación de hotel, pero no podía evitar pensar en lo caro que sería; no es que todos cupiéramos en un solo dormitorio. Me frustraba el hecho de no poder hacer nada para ayudarlos, y la situación no mejoraba al recordar que todo había sido culpa mía. Sí, era mi culpa que nuestra casa se incendiara y se quemara por completo. ¿Cómo pude ser tan tonta e imprudente?

Lo que pasó fue que, como la mayoría de los adolescentes, estaba enviando mensajes de texto en mi teléfono y me perdí tanto en ello que olvidé el plato en la cocina. Si eso hubiera sido lo único que ocurrió, estaría bien, pues solo el plato se habría quemado, me regañarían y no habría pasado nada. ¡Ah!, lo que daría por una reprimenda a estas alturas. Pero no, aparte de mis atributos olvidadizos, fui descuidada y arrojé una servilleta al fuego, luego subí a mi habitación para tomar un bolígrafo y escribir algo. Y bueno, al ser tela, el fuego se intensificó rápidamente.

No me di cuenta de mi irresponsabilidad hasta que sonó el detector de humo. Fue entonces cuando bajé corriendo, con el teléfono todavía en la mano y el papel en la otra, y me encontré con la cocina en llamas. Desesperada, corrí a buscar agua, pero ya era demasiado tarde. Fue un milagro que lograra escapar con apenas unas leves quemaduras en mi espalda y mis manos, lo que significaba que ya no usaría más blusas sin mangas. Sin duda era mi culpa que todo por lo que habíamos trabajado se fuera así como así. Todos los vecinos podrían decir "lo lamento" y luego retirarse a sus casas. Al menos todavía tenían hogares, pero ¿nosotros?

"Hola Calabacita", me dijo papá mientras me arrullaba en su abrazo. Pero ni la suavidad de sus manos pudo ayudarme. Estaba demasiado inmersa en mis pensamientos como para considerar la posibilidad de superar alguna vez la culpa que sentía.

"Lo siento mucho papá". Me disculpé, y rompí en llanto. ¿Cómo podía haberles hecho esto a mis padres? ¿Cómo iba a mostrarles mi cara después de lo sucedido? Me odiarían si les dijera, pero si no lo hacía, la culpa me carcomería por la eternidad. Estaba tan confundida. Papá me sonrió y me acarició las mejillas; tal parecía que no había logrado descifrar mi comportamiento, o quizá lo malinterpretó como tristeza. Que a decir verdad, sí estaba triste, pero no por la razón que él pensaba. Ante su gesto, solo apreté los labios y traté de mantenerme firme.

"No te culpes querida, fue un accidente. Son cosas que pasan todo el tiempo. No ha sido tu culpa, ya deja de pensar en eso, ¿sí?".

¡Pero sí lo era! Aunque, ¿cómo lo sabría si no me atrevía a decirle la verdad? Él asumió que había sido una fuga, y yo no hice ningún esfuerzo para corregirlo. Sin duda me sentía extremadamente culpable.

Al escuchar su respuesta, asentí y él me abrazó con más fuerza mientras yo seguí murmurando disculpas contra su pecho, por una razón que él desconocía.

Por suerte, aún nos quedaba el auto de papá, así que subimos todos.

"Tranquila hija, la casa estaba asegurada, pero les tomará un tiempo cubrirla", anunció mamá mientras yo sollozaba. A decir verdad, ella no se veía muy bien. Después de que todos se fueron, su semblante cambió, lucía como si estuviese a punto de derrumbarse, podía sentirlo. Sin embargo, se contuvo.

Era un alivio que la casa tuviese seguro, y es que si bien eso no significaba que todo estaba perfecto, era mejor que nada. "¿Iremos a un hotel o...?", pregunté basándome en mis conclusiones previas.

"Como dijo tu madre, es algo que tomará un tiempo, así que no podemos vivir en un hotel. Además, gastaríamos dinero y prefiero usarlo para comprarte ropa y alguna que otra cosa", dijo papá con un tono de voz abatido. Acabábamos de perder todo y allí estaba él pensando en mí. Siempre se preocupaba por mí y yo, ¿le pagué de esa manera? Qué est*pida.

Apenas podía contenerme, tenía tantas ganas de decirle la verdad. A la m*erda las consecuencias. Solo necesitaba admitirlo.

"Verás. Tengo un viejo amigo quien, al enterarse de la noticia, me llamó para simpatizar y luego amablemente nos ofreció su casa para que nos quedemos con él por un tiempo, al menos hasta que nos recuperemos. Está casado y tiene dos hijos, pero tienen mucho espacio libre, además uno de sus hijos está en la universidad".

Cuando escuché las palabras de mi padre suspiré. En el pasado, esa idea no me hubiera gustado de ninguna manera. No me agradaba el hecho de vivir con alguien más, pero... no teníamos elección. Era eso o vivir en la calle.

"¿Y su otro hijo...?", pregunté con curiosidad.

"Quizá lo hayas visto antes, él asiste a la misma escuela secundaria a la que vas tú".

¿Lo conocía? Apenas hablaba con los demás, por lo que estaba segura de que sería alguien a quien no trataba.

Tras un suspiro, mi padre continuó diciendo: "El señor Hernández es un buen amigo y una gran persona. Tengo la plena certeza de que les agradará cuando lo conozcan". En ese momento me puse nerviosa, incluso me petrifiqué. Por lo general, las personas podrían lidiar con una situación como la que acabábamos de vivir, y quizá ese también hubiese sido mi caso, pero al escuchar que compartiría casa con alguien de mi escuela y recordar que solo había un estudiante con ese apellido, me quedé en shock. ¡J*der! Eran dos desastres en una noche.

Enterré mi cara en la palma de mi mano e intenté actuar con normalidad. Aunque por dentro no paraba de decirme: "Voy a vivir con Rodrigo Hernández", mientras veía a mi padre sonreírme y apretaba la mano de mi madre para tranquilizarme.

"Oh, no", murmuré débilmente.

"Por favor, Rodrigo no. No puedo ni mirarlo a la cara otra vez", pensé mientras papá arrancaba el motor. Recé a todos los ángeles del cielo, incluso si mis pecados eran demasiados, apreté mis ojos y pedí que Rodrigo no se acordara de mí. Ya habían pasado más de dos años, desde aquel día, por lo que esperaba que me hubiera olvidado. Sin embargo, a decir verdad, no sabía si eso era posible, pues yo lo recordaba como si fuera ayer.

**MINUTOS MÁS TARDE**

El auto de papá se detuvo en una mansión enorme y todos nos bajamos. En un momento como ese, agradecí ser hija única porque no podía imaginar qué sería de nosotros si tuviese hermanos. Sí, suena horrible decir eso, pero es lo que es. Apenas llevaba menos de un minuto allí y ya me sentía nerviosa; sabía que era culpa de Rodrigo. Ni siquiera lo había visto y ya me afectaba.

Papá marcó un número y segundos después, la puerta se abrió automáticamente para que su auto entrara. ¡Guau!

Una vez que nos estacionamos en el garaje, me bajé llevando solo las dos cosas que pude agarrar antes de salir; mi teléfono, una de las causas por las cuales pasó lo que pasó, y también mi sudadera con capucha, la cual ni siquiera sé por qué, pero la tomé antes de bajar las escaleras; algo que en realidad me hizo muy feliz. No podría vivir sin ella, es más, me moriría si el fuego la hubiera consumido. Cabe destacar, que no era exactamente mía, alguien me la prestó hacía ya un tiempo y nunca más pude devolverla.

Segundos después, la puerta se abrió y salió un hombre de mediana edad que era una réplica de Rodrigo. "Entonces de aquí es de donde él sacó todo, ¿no?", me dije en mis adentros. Detrás de él se encontraba una hermosa mujer que aparentaba diecinueve años, pero podía apostar a que era la madre de mi nuevo compañero de residencia.

"Hernández", gritó papá con cariño mientras se estrechaban la mano. Y aquí viene la incomodidad.

"Lamento que tenga que ser así, pero sean bienvenidos. Por favor, ustedes tres quédense todo el tiempo que quieran", dijo la mujer.

Mamá me dio un codazo como incitándome a decir algo, entonces lo hice.

"Hola, buenas noches, señor y señora Hernández. Soy Cailin, es un placer conocerlos", los saludé con una sonrisa, aun después de todo lo sucedido esa noche.

"Oh, me haces sentir tan viejo", bromeó el hombre y todos reímos. Parecían simpáticos.

"Deben estar cansados. Entremos, necesitan descansar", dijo la señora Hernández. Y eso hicimos.

Hasta ese momento, no había visto ninguna señal de Rodrigo, ¿quizá mis oraciones fueron respondidas? ¡Quién sabe! ¿Era posible que hubiera sido absorbido por un agujero de gusano?

"Hablaremos un rato con tu padre, Cailin. Si quieres sube y toma cualquiera de las habitaciones, menos la primera, esa es la de Rodrigo", me instruyó el señor Hernández. En respuesta solo asentí y me fui. La casa parecía casi irreal, pude verlo al analizar la decoración mientras subía las escaleras.

Ya en el segundo piso, pasé por delante de la primera habitación, casi tentada a echar un vistazo. Casi, pero me aguanté, era mejor no tentar mi suerte. ¿Y si me lo encontraba? No, no, no.

Decidida a mantenerme lo más lejos posible de él, elegí el dormitorio que estaba al final del pasillo.

El lugar era enorme y contaba con una linda cama en el medio. Eso fue lo único que noté a primera vista y es que no me detuve mucho tiempo admirando la decoración, pues quería darme una ducha. Por ende, me quité la ropa con cuidado, dejé caer mi teléfono sobre la mesa y entré directamente al baño. Por suerte, las quemaduras no me dolían mucho. Tal parecía que los analgésicos que me ofrecieron los paramédicos habían hecho efecto a la velocidad de la luz.

Me quedé durante un largo rato bajo el agua, no supe cuánto, lo cierto es que lo necesitaba. Y no porque me sintiera sucia, sino porque quería pensar en mi situación.

Cuando salí, envolví una toalla alrededor de mi pecho. Estaba un poco floja, pero no le presté atención, ya que estaba sola en el dormitorio. Sin embargo, ocurrió lo inesperado.

Al levantar mis manos, para atar mi cabello mojado, el nudo se soltó y quedé completamente desnuda.

"Oye, linda".

De pronto esa voz que me perseguía en mis sueños, resonó a mis espaldas.

Nerviosamente, tragué saliva. "Rodrigo", murmuré. Luego me agaché, agarré la toalla y me cubrí, sujetándola con fuerza.

"Estaba disfrutando de la vista, aunque una vista frontal hubiera sido mejor".

Siseé ante su osadía.

"Tú debes ser la chica de la que han estado hablando mis padres". Él habló con un tono de burla.

"¿Por qué me resultas familiar?", preguntó. En ese momento sentí que el corazón se saldría de mi pecho mientras trataba de pensar en una buena mentira.

Al parecer, mis oraciones no habían sido respondidas.

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