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  6 de julio, 2008.

  —¡Mamá! —llamo a mi madre al llegar a la casa—. ¿Hay alguien?

  —la respuesta se ve reflejada en un absoluto e incómodo silencio—. Vale, estoy sola.

  Tomo un helado de menta con chispas de chocolate

del que me he vuelto adicta en los últimos meses

de la nevera, me ubico de manera pere— zosa en el sofá y comienzo a comerlo, degustándolo como si en cada cucha— rada probara pequeños trocitos de cielo. Tenía tantas ganas de comerme este helado, quizás es por el hecho de querer creer que comiendo helado el mundo será un lugar mejor, aun cuando sé que eso jamás pasará. Y, bueno, porque durante todos estos últimos meses no he parado de repetirme cuán idiota he sido, soy y seré.

  Trato de decirme, de manera continúa, que no está tan mal mi situa— ción, que realmente no fue un error. Pero cuando mi mente empieza a recordar los sucesos que me llevaron hasta aquí, no hago más que pensar cuán estúpida e inmadura he sido, y cómo las consecuencias de mis accio— nes finalmente han tomado forma; generando grandes cambios en mi vida.

  Es en este instante en el que mi mente deambula por los episodios que me llevaron, o quizás trajeron, a lo que es el día de hoy.

  —Jake ya para, tus padres pueden llegar —dije como pude, mientras mis labios eran devorados por los de Jake, aunque realmente yo no estaba poniendo mucha resistencia. Estaba en modo lujuria... Más aún cuando podía sentir algo duro presionar contra mis partes bajas.

  Era una chica a la que le gustaba el sexo, no era algo de lo que me arrepintiera.

  —No, no lo harán —respondió él, riendo, por lo que yo también reí, risa que se convirtió en gemido cuando sus manos juguetonas apretaron mis pechos. Él sabía cómo encender mi cuerpo, es lo que el hábito y la costumbre logra en una persona.

  —Sabes que sí lo harán —le dije.

  —Solo dedícate a disfrutar como siempre lo hacemos.

  Solo bastó que dijera eso para que nuestra sesión de besos se volviera más que eso, convirtiéndose en sexo. Simple sexo.

  Podía asegurar que no había nada de amor, solo diversión, lujuria y pasión. Solo éramos dos chicos que se divertían de vez en cuando sin ataduras ni etiquetas de relación. Lo cual estaba bien para mí, al igual que para Jake, es decir, ¿qué hombre estaría descontento por tener sexo sin compromiso?

  Era el pastelito hecho del sueño de todo hombre: sexo libre de ataduras, esa era yo.

  —Me gusta nuestra relación —me informó él, como si hubiese escu— chado mis pensamientos.

  Yo reí con ganas, por supuesto que le gustaba.

  —¿Y es que esto es una relación? —pregunté, aún riendo, mientras comenzaba a cubrir mi cuerpo nuevamente con la ropa.

  —Bueno, me gusta lo que sea que seamos —dijo él mientras terminaba de ponerse su camisa.

  Sacudió su cabeza y me sonrió.

  Jake de verdad era un chico muy atractivo, tenía esa cabellera color miel que hacía contraste con unos hipnóticos ojos de color avellana. Su barbilla era aguda y algo empinada, su nariz respingona pero, he de aclarar, eso no le quitaba ni un ápice de atractivo. Él tenía el cuerpo fibroso y era alto, quizás no en exceso, pero sí sobrepasaba la estatura promedio de un chico de veintiún años.

  —Sin compromisos… —dije yo luego de abrochar mis pantalones.

  —Sin compromisos —concordó él.

  Eso era lo único que yo pedía a cambio. Lo único que quería de lo que sea que teníamos. Si había algo a lo que yo le tuviera pavor, era al compro— miso. Simplemente yo me negaba a madurar, a crecer; el compromiso me aterraba, por eso llevaba una vida libre, de aquí para allá. Pero sin malin— terpretaciones, por favor, me refiero a que era un espíritu libre, solo con Jake tenía esa clase de relación y llevábamos dos años en ello. Lo sé, era estúpido, dos años siendo amigos con ese tipo de derechos y no teníamos una relación o noviazgo.

  —¡Estúpido Jake! —exclamo, molesta.

  Para ser sincera estoy más molesta conmigo que con él. Es decir, él es el dueño de su pene, pero yo soy la dueña de mi cuerpo y era mi deber protegerlo. Por supuesto que no lo hice y he pasado los últimos meses reprochándomelo. Además de llamarme idiota, claro está.

  Paso una mano por mi rostro. Voy a la mesa y dejo el helado para subir a mi habitación a ponerme algo más cómodo, lo que se traduce en algo que no estrangule a mi cambiado cuerpo.

  Bajo y me ubico tal como estaba anteriormente, para seguir divagando en los recuerdos. En aquellos recuerdos que me lastiman y torturan.

  Me encontraba en el baño de la universidad vomitando, me sentía fatal, y me sentía peor al saber lo que ocurría…

  —¿Será que comiste algo que te causó daño? —preguntó Bridget, mi mejor amiga.

  —No lo creo —susurré, lavando mi rostro.

  No me atrevía a aceptar lo que me pasaba, me daba miedo. Además, decírselo a Bridget era hacerlo real.

  —¿Entonces? —preguntó una vez más, escrutándome de manera fija con sus grandes ojos color verde, que parecían ver todo de mí.

  A ella no podía ocultarle absolutamente nada.

  —Yo… Brid… —respiré hondo, necesitaba decírselo a alguien—. Tengo dos semanas de retraso —confesé, apretando con fuerza mis manos sudorosas.

  Por un momento deseé que, mágicamente, los vómitos desaparecieran y mi periodo tuviera un estruendoso bajón, solo suplicaba que eso suce— diera, pero, como toda historia llena de moraleja, eso no sucedió.

  Mi mejor amiga llevó una de sus manos a la boca, un gesto dramático, si se me permitía decirlo, mientras hacía una mueca de asombro. Si así reaccionaba ella, no quería saber cómo reaccionarían mis correctos padres.

  Dios, se suponía que eso no debía ocurrirme a mí. Jake y yo éramos cuidadosos, siempre había un preservativo de por medio, pero, claro, quizás hubiese ayudado si yo hubiese tomado anticonceptivos.

  Fui tan confiada.

  Debí haber optado por otro medio de protección, más cuando las cosas con Jake se ponían tan salvajes que fácilmente un condón podía romperse. Aunque, para ser sincera, las veces en las que Jake parecía una bestia sexual lo detenía en pleno acto, por miedo, no me gustaban ese tipo de relaciones sexuales a lo bestial, al menos con él no.

  —¿No te has cuidado? —preguntó Bridget luego de un gran silencio.

  —Sí, no sé qué paso —me defendí, aunque mi excusa era banal y estú— pida, tal como me sentía en ese momento.

  —¡Yo sí sé!, vives teniendo relaciones con Jake cuando le vienen las ganas, y ahí están tus consecuencias —me acusó Bridget, vi mi miedo reflejado en sus ojos, ella sabía todo lo que implicaría ese embarazo.

  —No me regañes, por favor. No lo necesito ahora, además, no es seguro, seamos positivas.

  No sé a quién intentaba engañar más, si a ella o a mí. Rogué, aunque siempre había dicho que la esperanza era para tontos, prefería ser parte de esos tontos y no una chica de diecinueve años embarazada. No quería ser una más en las cifras de embarazos no deseados.

  —Ruega que la prueba no te dé positiva —me indicó ella—. ¡Oh, amiga! La has cagado en grande.

  —¿Qué prueba? —pregunté, ignorando su lamento, porque si alguien llevaba días lamentándose, esa era yo. Necesitaba que mi mejor amiga fuera la fuerte, por muy egoísta que eso me hiciera.

  —La que te irás a hacer ahora a la clínica.

  Que tonta fui al no querer darme cuenta de lo que pasaba, ¿cómo es que no notaba los cambios en mi organismo? ¿Cómo no notaba que iba a ser madre?

  Así es, la prueba efectivamente dio positivo.

  Lo primero que sentí fue un gran arranque de depresión, al igual que decepción. Decepción de mí misma, por ser una más de esas chicas que arruinaban su futuro, un número más en el porcentaje de embarazos no deseados. Me negaba a creer que un ser vivo crecía dentro de mí. Yo, el espíritu libre, tendría un hijo. No podía creerlo.

  Tanto huir del compromiso que, al final, este terminó alcanzándome de una manera vil. Yo, embarazada. No hallaba en qué árbol ahorcarme, ni de dónde sacar valentía para decirles a mis padres.

  Sin embargo, fui valiente y les informé a mis padres. Ahora mismo no me apetece recordar lo decepcionados que estaban. Empero, mi gran decepción fue Jake y su «Ese bebé no es mío». Siempre supe que era frío, calculador e incluso superficial, pero no pensé que fuera a ser así conmigo. Esperaba más de él. Yo no hice al bebé sola, y cabe destacar el hecho de que es de su órgano reproductor de donde vino ese bebé a invadir mi cuerpo.

  Ahora aquí estoy, con ocho meses y medio de gestación. Será niño, pero ni siquiera le he buscado nombre… es que no quiero encariñarme con él. Luego de un par de meses, y de darle vuelta a la situación con mi familia, tomé una decisión. Lo daré en adopción, es lo que mis padres me han aconsejado, bueno, en realidad yo busqué esa solución; mi madre me da su apoyo y papá simplemente refunfuña acerca de la decisión que tomé. A Bridget tampoco le agrada la idea, pero a mí me parece lo mejor. Espero que sea lo mejor...

  —No pienses que no te quiero —digo, acariciando mi vientre, aunque me niego a crear vínculo con el bebé—. Es solo que yo no puedo tenerte.

  Esto lo hago casi siempre, decirle exactamente esas palabras a mi pequeño. Así es como lo llamo, «mi pequeño», debido a que no tengo un nombre para él.

  Cada vez que digo esas palabras frente a Bridget, ella me acusa de mentir, puesto que mi familia está muy bien ubicada económicamente y ella me asegura que yo de verdad podría llegar a ser una gran madre si lo intentara. Es allí donde radica el problema: yo no quiero intentarlo.

  Cobarde, lo sé.

  Paso una mano por mi vientre redondo y casi quiero reír de manera maniaca al recordar cómo, antes de tener mi vientre tan hinchado, me daban grima esas enormes barrigas. De hecho, la simple idea de ser madre la descartaba. Se suponía que yo sería la tía divertida y solterona, no la madre responsable. Lamentablemente los planes nunca salen como deben ser, prueba de ello es estar embarazada.

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