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  Semanas antes

  Abrí los ojos abruptamente para luego volverlos a cerrar cuando una luz cegadora los invadió obstruyéndome la vista. En la oscuridad traté de recordar los sucesos de la noche anterior, pero solo obtuve pequeños fragmentos de lo que había sido una fiesta llena de alcohol y música a todo volumen.

  Intuí que me encontraba en mi habitación, pero al tocar con las palmas de mi mano los costados, no reconocía la textura de la sábana, puesto que yo solía dormir con una manta polar por lo friolenta que era. La cama tampoco me resultaba familiar, era demasiado acolchonada para mi gusto. Quizás me había quedado dormida en casa de Diana, una amiga de la universidad, como lo solía hacer algunas veces. Además, ella se había mudado recientemente.

  Tuve la necesidad de abrir los ojos, pero la luz solar proveniente de alguna ventana no me lo permitía. Fue entonces que moví las piernas ligeramente para poder sentarme, de repente... sentí un pequeño dolor en mi bajo vientre. Algo estaba mal, mi cuerpo no era el mismo.

  Volví a tomar impulso y el pequeño dolor se hizo más agudo pero soportable. Aún con los ojos cerrados, apoyé la columna en el espaldar de la cama y empecé a pestañear de manera paulatina.

  Nada de esta habitación era reconocible para mí, ni los muebles, ni las ventanas, ni los retratos en las paredes. Definitivamente, no me encontraba en casa de ninguna de mis amigas. Observé el atuendo que traía puesto y la visión que tuve me alarmó un poco más; tampoco recordaba la camisa celeste que usaba. Retiré las piernas de la cama y las coloqué en el suelo tratando de incorporarme, pero un fuerte dolor en la cabeza me hizo tambalear un poco.

  Caminé unos pasos tratando de dirigirme hacia la puerta de la habitación. La cabeza me seguía dando vueltas, y tenía una inmensa sed que juraba acabar con una jarra de agua en un par de minutos. Observé la habitación aún con la vista nublosa; en un escritorio divisé una portátil, algunas hojas dispersas y un tarro lleno de lapiceros. Me acerqué lentamente, tratando de husmear entre las cosas para así reconocer la identidad de la dueña de la habitación, porque obviamente no era un hombre.

  No tenía nada en contra de las compañeras que duermen con chicos, pero… no era una de ellas.

  En el estante noté libros de la universidad, incluso uno era de mi clase de Investigación Penal. Me tranquilicé, puesto que eso significaba que me encontraba en casa de alguna compañera

como siempre lo creí

. Me dirigí hacia la puerta, sintiéndome tonta por las ideas retorcidas que gobernaban mi mente. De repente, sin querer moví un objeto, este hizo un sonido estruendoso al romperse. Me incliné avergonzada esperando que la familia no hubiera notado mi torpeza. Luego, recogí uno a uno los pedazos de lo que era un trofeo de cristal.

  Uno de los pedazos llamó mi atención, tenía grabado el logo de la Academia Nacional de Música y en la parte inferior, el nombre de uno de mis compañeros de clase, Landon Cooper. Fruncí el ceño, confundida ante la idea de que una de mis amigas atesorara algo de aquel espécimen raro y poco agradable.

  Siempre creí que Diana guardaba cierta atracción hacia él. Recordé que ella hace poco se había mudado de casa. Ahora todo encajaba bien, me encontraba en su habitación y el lunes le pediría una explicación por sus extraños gustos.

  Unos pasos detrás, cortaron mis pensamientos en seco. No quise girar porque aún recogía los pedazos rotos.

  —Acabo de descubrir que tienes gustos raros —comenté aún de espaldas.

  Hubo silencio, intuí que se encontraba avergonzada.

  —No te preocupes —volví a decir—. Será nuestro secreto. No lo divulgaré por toda la universidad.

  Seguí sin escuchar su respuesta, así que traté de no sonar tan severa.

  —No creo que Michi lo tome mal. Somos tus amigas y aceptamos que sientas atracción por ciertas personas indeseables, como Lan...

  —¿De qué hablas? —preguntó.

  Pero la voz no era de Diana, y definitivamente de ninguna de mis amigas, puesto que era varonil. Me giré atemorizada, para que luego, mi rostro se desencajara completamente.

  —¡¿Qué rayos haces aquí?! —grité, tratando de cubrir mi cuerpo.

  Landon me miraba como si fuera una tipa que recientemente había salido del manicomio.

  —¿Cómo que qué hago aquí? —cuestionó confundido—. Esta es mi habitación.

  Mis ojos se abrieron de par en par.

  —¿Me desmayé y decidiste llevarme a tu casa? —deduje al borde de la desesperación.

  Landon me escudriñó de pies a cabeza, como examinando mi reacción.

  —¿No recuerdas nada, verdad?

  De repente una oleada de imágenes vino a mi mente disparándose en miles de direcciones, pero sin ilación alguna. La fiesta, Emilio, vodka, más vodka, Landon, su casa y, finalmente, su cama. Lo arruiné todo.

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