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¿Tuve una aventura de una noche con un súper atractivo CEO que se iba a casar?
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“¿Alguien puede decirme por qué dejé nuestro cálido y confortable sofá para venir aquí a congelarme el trasero?”, preguntó Eden McBride, mirando a sus tres amigas, quienes esperaban pacientemente a su lado en la fila.

Había pasado más de una hora, pero la larga cola que serpenteaba alrededor de la cuadra apenas se había movido.

De todos los lugares de Rock Castle, tuvieron que elegir el Crush, uno de los clubes que presentaba más desafíos para ingresar; en especial ese fin de semana que se presentaría el DJ más popular de la ciudad.

“Pues para superar al innombrable”, respondió en voz baja Sienna, su mejor amiga desde la primaria. Las cuentas de plástico transparente que colgaban de sus largas trenzas estilo ombre tintinearon cuando ella giró la cabeza para enfrentar la mirada asesina de su amiga.

En sus días malos, podía considerarse que Sienna era linda, pero en ocasiones como la de esa noche, ella se veía increíblemente sexi. Por eso, los tipos que se arremolinaban a su alrededor tratando de entrar, sin duda también lo pensaban ya que a duras penas podían dejar de mirarla.

“Sí, ya te dimos suficiente tiempo para estar deprimida”, intervino Lydia, mientras aprovechaba para tomarse una rápida selfi y publicarla en Instagram. Bastaron unos pocos segundos para que su teléfono comenzara a sonar de manera incesante con las notificaciones de sus millones de admiradores que la adoraban. Lydia era una youtuber megaexitosa cuyos videos sobre maquillaje la habían catapultado hasta alcanzar el estatus de diosa de la internet.

“Cuando uno se cae, lo mejor es volverte a montar en la bicicleta lo más pronto posible”, agregó Cassandra, sacudiendo su largo cabello rubio que caía espectacularmente sobre sus hombros, al tiempo que se acomodaba el cuello de su distintiva chaqueta de cuero. En los cinco o seis años que Eden llevaba de conocerla, jamás la había visto ponerse un vestido. Ni una sola vez. Aunque, para ser un marimacha autoproclamada, no le costaba ningún esfuerzo verse elegante con ese cuerpo alto y delgado, así como con sus rasgos delicados. Ella podía adaptarse a cualquier estilo.

Eden era la más sencilla de la pandilla y no tenía problemas con eso. Su piel era tan pálida que difícilmente lograba broncearse, sin importar cuánto tiempo permaneciera bajo el sol. Constantemente teñía su largo cabello castaño con vetas de mechones claros, pero los retoques envejecían con rapidez. Su rasgo más prominente eran sus ojos cafés y rasgados, aunque era una lástima que tuviera que ocultarlos tras unas gruesas gafas sin las cuales era casi tan ciega como un murciélago.

“Bueno, él ha seguido adelante con su vida. ¡Tu deberías hacer lo mismo!”, intervino Lydia, con su brusquedad característica, ya que la sutileza no era su fuerte.

Edén suspiró poniendo los ojos en blanco. Sabía que sus amigas tenían buenas intenciones, pero ella prefería pasar sus días y sus noches sentada frente al televisor, atracándose de carbohidratos y viendo horribles programas de telerrealidad. Le parecía fenomenal no tener que cepillarse el cabello o cambiarse de ropa durante días. Era feliz llorando hasta quedarse dormida y despertarse con los ojos y el rostro hinchados por el llanto. De hecho, no quería que nadie la apresurara a salir de su período de duelo.

¿Cómo podrían bastar apenas seis semanas para superar toda una vida de recuerdos, cuatro años de momentos felices y sueños esperanzadores, que se habían desvanecido en un instante?

“Si esta estúpida fila no se mueve en los próximo dos minutos me marcharé”, dijo mientras cerraba los botones de su gabardina, feliz de haber tenido la previsión de llevarla, incluso cuando sus amigas le habían pedido que se deshiciera de ella porque arruinaba su estética.

Un Lamborghini chirrió al frenar frente a la entrada, seguido de un Ferrari y un Porsche de los que emergieron varios hombres tan altos como las torres de las oficinas circundantes, y tan apuestos que parecían haber salido de las páginas de una revista de moda. Arrojaron sus llaves hacia el valet y se dirigieron hacia la entrada.

Tal vez debido a que la fila no se movía, o al estrés de las últimas semanas, cuando Eden vio que los hombres hacían caso omiso de la fila, perdió toda la paciencia y, sin pensarlo, dejó su lugar y se apresuró hacia la entrada, seguida por sus amigas.

Eden le dio un golpecito en el hombro a un alto pelirrojo, tratando de hacerse camino hacia la entrada. Él se dio la vuelta para mirarla, y sus espesas cejas se fusionaron en un ceño inquisitivo.

Entonces Edén tuvo que hacer una pausa para que sus pulmones siguieran el ritmo acelerado de sus pensamientos y le permitieran tomar pequeños respiros. Con aquella cabellera brillante como una llamarada, ella hubiera esperado que sus ojos fueran verdes y no azules, mientras sentía que tenía que hacer un gran esfuerzo para luchar en contra de su atracción.

“Por favor, no vayas a hacer una escena”, advirtió Sienna, apretando los dientes y tirando de su brazo.

Pero Eden no encontró ninguna razón para ser cortés, sobre todo cuando estaba tan congelada que apenas podía sentir su trasero.

Se estiró lo más que pudo, tratando de igualar la altura imponente del hombre, pero, incluso con sus tacones de aguja Jimmy Choo, ella tenía que mirarlo hacia arriba.

“¿Puedo ayudarte en algo?”, preguntó el hombre, con una voz capaz de derretir las pantaletas de cualquier mujer en un radio de un kilómetro.

Como si su apariencia no fuera ya suficientemente letal, se le formaban unos lindos hoyuelos en las mejillas. Y como solo aparecían cuando él sonreía, tal y como lo había durante los últimos cincuenta segundos, hacía el asunto más devastador.

“No necesito tu ayuda”, respondió Eden con frialdad, odiándolo un poco, pues no tenía derecho a ser tan atractivo.

“Está bien”, respondió él encogiéndose de hombros y mostrando dos filas de dientes perfectamente alineados. Eran tan blancos que debían ser carillas dentales. No había otra explicación, ya que no parecía posible que alguien tuviera una dentadura tan perfecta a menos que contara con el mejor de los dentistas.

“Entonces, supongo que has terminado de mirarme con la boca abierta”, agregó él sin dejar de sonreír.

Eden levantó la mano, irritada consigo misma por poner tanta atención en todos aquellos detalles y odiándolo un poco más debido a su arrogancia.

“¿Ves a toda esa gente?”, dijo ella, señalándole la fila interminable. “Hemos estado aquí, esperando por más de una hora. No puedes venir y simplemente saltarte la cola”.

“¿Acaso vas a detenerme, princesa?”, preguntó él arqueando sus cejas color óxido. Tenía un brillo de diversión en los ojos, mientras sus amigos, parecidos a los modelos de los anuncios de calzoncillos Calvin Klein se reían por lo bajo. Eden hubiera deseado borrar aquella sonrisa de satisfacción de su rostro con sus pequeños y endebles puños. Pero era una persona educada que no necesitaba usar sus manos para probar que tenía la razón. Sus palabras podían ser igual de poderosas.

“Si tienes un poco de decencia harás lo correcto y esperarás en la fila, como todos los demás”, dijo la chica parpadeando furiosamente tras la negra montura de sus gafas.

Un pesado silencio cayó sobre la pequeña multitud que se había reunido alrededor de ellos. Sus amigas siguieron tirando de su brazo con insistencia, pero la chica estaba tan harta de todo, que no se dejó intimidar por la condescendiente mirada del pelirrojo cuando él se inclinó hasta la altura de sus ojos para verla.

“Entonces, supongo que en este momento no soy una persona decente, ¿cierto?”, replicó él, insuflándole un delicioso aliento olor a menta en el rostro, al mismo tiempo que encogía los hombros y regresaba su atención hacia el hombre que quitaba la cadena en la entrada del centro nocturno.

Después de mostrarle una tarjeta al corpulento tipo que cuidaba la entrada, el pelirrojo señaló a las amigas de Eden y dijo: “Ellas vienen con nosotros”.

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