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Como su esposa, solo soy una herramienta que usa para recuperar a su exnovia...
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Punto de vista de Julia

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Era un día lluvioso en Emerald City, el cual invitaba a descansar y relajar un poco la mente. El calor que se sintió en la ciudad durante las últimas dos semanas casi me hizo olvidar la manera en que se sentía una brisa refrescante.

De manera que me senté cerca de la ventana entreabierta, con un vaso de chocolate helado en la mano, para sentir soplar el aire fresco en mi cara, mientras esperaba pacientemente su llegada. Miré mi teléfono y suspiré, pues no había respondido ninguno de los mensajes que le envié durante el día.

"¿Dónde estás Vincent?", me pregunté en voz alta, mirando mis notas sin respuesta.

Habían pasado seis meses desde que le di el sí. Sin embargo, últimamente lo veía menos. Sabía que esto era lo que se esperaba de un contrato de matrimonio sin amor; no habría emociones implicadas. Era solo una negociación con nuestras firmas sobre un papel.

A pesar de eso, hubo un momento en que pensé que tenía una oportunidad con él. Al comienzo de nuestro matrimonio, mostró signos de que yo le importaba. Aunque no era un esposo perfecto, se hacía cargo de cubrir todas mis necesidades, tanto en términos financieros, como en el aspecto de mi seguridad. Lo único que le faltaba era satisfacer mis deseos s*xuales.

Sin embargo, ya estaba trabajando en eso; necesitaba intentarlo.

Por otro lado, esperaba tener una seria conversación con él, sobre algo que era muy importante para mí. Me urgía obtener información sobre el accidente de mis padres, aunque él había sido alguien clave para que yo encontrara algunas respuestas.

La razón era que él estuvo allí cuando sucedió.

Mi mente divagó recordando aquella noche en que él llegó a casa de muy buen humor, trayendo una botella de un champán muy costoso, que deseaba compartir conmigo. Nunca lo había visto tan feliz.

Sin embargo, ese día nos pusimos demasiado borrachos como para hablar de asuntos importantes.

En esa ocasión tomé tanto, que me desperté al día siguiente con dolores en todo el cuerpo y una intensa migraña. Amanecí en donde siempre dormía, una cama individual separada de la suya, ya que él no quería compartir su habitación conmigo.

Exhalé profundamente, mientras miraba el enorme y lujoso ático en donde él me había mantenido fuera del centro de atención. Solo nuestros familiares cercanos y algunos amigos suyos estaban enterados de nuestro matrimonio. Él no quería que la gente supiera que había elegido a una simple enfermera para casarse.

¡Si tan solo él supiera quién era yo en realidad! Sonreí, recargando la cabeza en el respaldo del sofá.

Después de estar esperando a mi esposo aproximadamente durante una hora, me quedé dormida en mi cómodo sillón. Había sido un largo día para mí, ya que estuve limpiando la casa y cocinando para él. A veces, ni yo misma entendía por qué ponía tanto empeño en ser una buena esposa.

Él nunca me trató como alguien a quien amara. Yo era una criada en la casa y un títere para que él pudiera mostrarle a sus padres que tenía una mujer. 'Una linda marioneta', ese pensamiento me hizo reír.

Viviendo con él me sentía segura, pues disponía de un guardaespaldas que me cuidaba a toda hora y de un chofer que me llevaba adonde quería. Durante todos esos meses las cosas fueron según lo había planeado.

Me di cuenta de que pasó otra hora, cuando me despertó el sonido de la puerta del ascensor privado de nuestro apartamento. Sabía que era él. Su aroma a vainilla con un toque de cítricos me llegó a la nariz. Era agradable, dulce y cálido, muy excitante para una mujer como yo.

"Vincent, ¿eres tú?". ¿Por qué me molesté en hacer una pregunta tan estúpida? No me iba a responder, nunca lo hacía. Suspiré con una dulce sonrisa y el rostro sonrojado.

Me intrigaba el trato silencioso que tuve que soportar viviendo con él durante las últimas semanas. No entendía por qué, de repente, él había empezado a tratarme de esa manera tan distinta. Algo estaba pasando y no tenía ni idea de qué era.

A pesar de su arrogancia y el trato frío que me daba, en el fondo de mi corazón sabía que estaba progresando. Al menos, volvía todas las noches a casa conmigo.

"Te calentaré la comida, ven y siéntate. Preparé tu bistec favorito”, dije caminando hacia él, para ayudarlo a quitarse su costoso abrigo. 'Ah, ¡qué bien huele', pensé cuando estuve junto a él.

“¿Mi bistec favorito?”, dijo con tono burlón moviendo la cabeza. Luego caminó hacia el comedor, mientras yo me quedaba colgando su abrigo en el armario.

Sabía que había alardeado con él sobre mi forma de cocinar durante un buen tiempo. Pero, en mi defensa, nunca nadie se había quejado de mis guisos. Pensé que le gustaban, ya que siempre se terminaba los platos que le preparaba. ¡Todo el tiempo!

Suspiré pensando que podría estar equivocada; tal vez se los acababa porque tenía hambre.

Al verlo caminar hacia la mesa del comedor, lo miré de espaldas. Por un momento soñé despierta imaginando que se daría la vuelta y me llevaría en brazos a su dormitorio para hacerme el amor. Ahí iba yo de nuevo. Sonreí como si fuera una chica virgen que conocía el amor por primera vez.

"¿Por qué sigues ahí parada sonriendo como idiota?". Su voz profunda me devolvió a la realidad.

'Uf, este hombre'. ¿Por qué le gustaba quebrar mis ilusiones? Fingí una sonrisa mientras caminaba hacia la cocina para servirle la cena.

Vincent Verdi venía de una familia italiana muy rica, con una fortuna que podría durarles durante muchas generaciones. Era capaz de pagar a un ejército de sirvientes para mantener sus propiedades en el mejor estado.

Pero él insistía en que yo lo hiciera todo, sola. Era consciente de que él quería que yo sufriera, pues le gustaba verme trabajar como sirvienta en su casa. '¡Pero no me voy a rendir!'.

Mientras él no mencionara la palabra divorcio, nuestro convenio de matrimonio seguía siendo válido. Con esa condición establecida en el contrato, todavía me quedaban otros seis meses para obtener algunas respuestas de su parte.

Un poco después, me senté frente a él para acompañarlo a comer. Al menos para mí, era agradable y no me importaba un total silencio entre nosotros.

Me asombraban sus buenos modales para comer. Al mirar el movimiento de su mandíbula perfectamente formada, sentí el impulso de saltar sobre la mesa y atrapar sus labios con los míos. Mis ojos bajaron desde sus ojos gris claro hasta sus labios. ¡Cómo deseaba saborearlos de nuevo algún día!

El breve beso del día de nuestra boda duró solo un segundo. Mi corazón siempre se aceleraba al recordar ese momento. Después, nos volvimos a besar varias veces frente a sus padres, solo para hacerles creer que estábamos enamorados.

Sus padres me amaban. En realidad, hubo momentos en los que pensé que ellos conocían mi verdadera identidad.

Aunque sabía que lo incomodaba, me quedé mirándolo fijamente. Cuando levantó dos dedos señalando su copa, supe que quería que le sirviera un poco de vino.

Ese era el momento adecuado para hacerle algunas preguntas importantes. Me había dado cuenta de que él era mejor persona cuando estaba un poco borracho. Eran los momentos en que usualmente bajaba la guardia conmigo.

Coloqué mis cubiertos de plata en la orilla del plato y le serví su vino tinto favorito. Luego vertí un poco en mi copa y ambos bebimos en silencio. Pude notar claramente que él evitaba mirar mis ojos azules. Era como si con ellos debilitara su arrogancia o su frialdad.

“Vincent, necesito hacerte algunas preguntas. Sobre el...". El timbre de una llamada en su teléfono me interrumpió. '¡Excelente! Otra oportunidad perdida', pensé suspirando con molestia.

Antes de alcanzar el teléfono con su mano temblorosa, él se quedó mirando el aparato por un momento.

Me pregunté quién sería, sobre todo cuando su fría expresión se convirtió en una pequeña sonrisa que mostraba sus graciosos hoyuelos de las mejillas. La llamada debía ser de alguien especial. 'Pero ¿quién?'.

Como impulsado por un resorte, él se levantó de su silla y caminó hacia la puerta. ¡Parecía que su vida dependiera de ello!

“Vincent, ¿qué está pasando? ¿Te irás?", pregunté gentilmente, mientras me ponía de pie para caminar tras él.

Pero me dejó sola en el enorme ático... otra vez; sin decir nada.

Me senté en la silla del comedor suspirando derrotada. "¿Quién d*ablos lo llamó en medio de la noche?", me pregunté en voz alta.

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