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¡Me acosté accidentalmente con el tío de mi novio y nos enamoramos!
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"Ay, cuidado...".

La mujer estaba presionada contra la mampara de la ducha con los labios rojos entreabiertos, incapaces de poner obstáculos a los suaves gemidos innegablemente sugestivos que salían de su boca. 

El hombre, detrás de ella, parecía una bestia salvaje hambrienta: lo habían hecho durante un largo rato y, pasada la medianoche, emitieron al unísono el mismo sonido de placer. 

Kara Tower sentía las piernas tan débiles que ni siquiera se podía mantener en pie, así que se agarró de la puerta de vidrio, se dio la vuelta y quedó acurrucada en los brazos del hombre.

En aquella habitación de hotel estaban a oscuras, Kara no podía verle el rostro con claridad, tampoco las crueles intenciones escondidas detrás de su mirada. 

Comenzó a dibujar con los dedos suaves círculos sobre el pecho firme del hombre, sumergida en una situación inesperada; no imaginaba que Edmond Marcus, un mujeriego que no bebía otra cosa que alcohol a todas horas, tuviera tanto vigor.

Estaba dolorida, posó la mano en la mejilla de él y entonó un "Edmond..." en un color de voz ronco, provocativo, encantador; como respuesta, el hombre la sujetó tan fuerte que parecía decidido a quebrarle la muñeca. 

A Kara le pareció extraño, palideció, ¿acaso ya no lo disfrutaba? 

Antes de poder preguntárselo, la luz del baño se encendió de repente, y un rostro serio y apuesto se desveló frente a ella. 

De rasgos definidos y mirada lóbrega, el hombre mostró sed de sangre y tristeza en sus ojos. 

Ante el impacto, un repentino escalofrío recorrió el cuerpo de Kara.

"¡No eres Edmond! ¿Quién eres?", se le quebró la voz.

"¡Alguien a quien no deberías haber provocado!".

La voz del hombre era de lo más penetrante, fuerte y dominante; la secundaba una actitud arrogante, altiva, que a Kara le produjo pánico. 

No podía permitirse el lujo de provocarlo, pero ¿cómo era posible? Sin duda, le había dado la tarjeta magnética de la habitación a Edmond, por eso no indagó demasiado en la identidad de la persona que había entrado y la había abordado. 

"¡Alguien a quien no deberías haber provocado!".

Jamás hubiera imaginado que ocurriría un incidente de esa magnitud. 

Al repasar lo que había sucedido hasta hacía un instante y la pose en la que se encontraba, Kara sintió pudor. 

"¡Déjame ir!", le demandó luchando por zafarse sin éxito: él la tomó de las manos con fuerza. La furia y la vergüenza que la mujer sentía se plasmaron en su rostro enrojecido, pero no podía darse por vencida, así que levantó el mentón y clavó la mirada en los ojos profundos y fríos del extraño.

"Te aprovechaste de mí. Déjame ir, y lo que pasó quedará en el olvido".

"¿En el olvido?", se burló y le sostuvo juntas ambas manos; luego le pellizcó el mentón, había un toque de oscuridad en sus ojos. "Me sedujiste mientras pensabas en mi sobrino, ¿cómo que 'quedará en el olvido'?".

"¿Qué quieres decir con que 'pensaba en tu sobrino'? ¿Quién es tu sobrino? ¿Quién te crees? ¡No quieras aprovecharte de mí, no trates de culparme!". Kara sintió como si le estuvieran aplastando los huesos. Luchó con desesperación por librarse y lo arañó, un largo hilo de sangre recorrió el cuello del agresor.

"Edmond", reveló en un tono aterrador.

¿Edmond? ¿Edmond Marcus? 

¿Edmond Marcus era su sobrino? 

Entonces él era... ¡el famoso Simon Marcus! 

Kara se puso pálida, como si le hubieran echado un baldazo de agua helada, sintió pavor. 

Se había acostado con el legendario empresario que había alcanzado la cúspide del poder en Cowbridge y era conocido por ser tenaz y despiadado. Todos lo respetaban, nadie se atrevía a provocarlo.

La mano que la sostenía del mentón bajó hasta el esbelto cuello, Kara sabía que si él lo apretaba con los dedos, moriría en el acto: pudo percibir la intención asesina en sus ojos. Ya no podía respirar, pero tampoco podía morir allí, así que se zafó las manos y las llevó hasta el "punto débil" de él. La cara del hombre se transfiguró al instante y aflojó el agarre en el cuello para pasar a contener la situación allí abajo.

Kara encontró la oportunidad para alejarlo y salir corriendo de la habitación. Sin embargo, Simon se movió muy rápido, la alcanzó en unas pocas zancadas y la arrojó con tal violencia sobre la ancha cama de la suite que la hizo ver las estrellas. 

El ardor en la garganta de la mujer era tal que no podía parar de toser. Levantó la vista y se encontró con la expresión amenazadora del hombre: sintió que la ira que experimentaba no era nada comparada con la de él.

Simon la inmovilizó entre las piernas y la miró inyectado en cólera. "¿Pretendes acabar con la futura descendencia de los Marcus usando esos métodos despiadados?".

"¿El señor Marcus no sabe que no hay nada más despiadado que el corazón de una mujer?", Kara se burló.

Acababa de acostarse con ella y la intentó estrangular hasta matarla, ¿quién era el despiadado aquí?

"Está bien", asintió Simon, sonrió con frialdad y le deslizó la mano por el muslo tras una noche de martirio que le había dejado impresas abundantes cicatrices de guerra.

"¿Qué quieres?", masculló Kara temblando, estaba tan herida que casi grita del dolor.

"Ojo por ojo".

"¡Ah! ¡Pervertido! ¡Suéltame!", Kara gritó y lo maldijo. Sacudió los puños, pero él la sujetó de las muñecas con firmeza por encima de la cabeza. Estaba desnuda, presionada debajo del cuerpo de Simon, en una postura humillante y bochornosa. "¡Desgraciado! ¡Monstruo!". Se estremeció y sus ojos se inyectaron en sangre. 

Había un atisbo de desdén en la mirada del hombre mientras observaba el rostro sonrojado de Kara. De repente, se levantó y le advirtió: "Si te atreves a acercarte a Edmond, haré que desees estar muerta".

......

Kara yacía en la cama, sin aliento, ultrajada... ¡Ese maldito! 

Del baño provenía el sonido del agua corriendo, y no demoró en salir vestido de manera impecable, con camisa blanca entallada y pantalón de sastre que resaltaba su figura alta y erguida. Los hombros anchos, la cintura estrecha, las piernas largas, la actitud indiferente, derretían a las damas de Cowbridge.

"No hay nada más normal que un hombre y una mujer mantengan relaciones s*xuales, ¿por qué no puedo acercarme a él? ¿Por qué te importa tanto?". Kara enojada, apretó los puños y reprimió el miedo que sentía: no estaba dispuesta a mostrar debilidad. Se apoyó en la cabecera de la cama cubierta con el edredón hasta los hombros. 

Simon sabía que debajo de la cobija había un cuerpo delicado, suave, puro, lleno de marcas y chupetones. A simple vista, se veía tentadora, seductora, hermosa, tanto que lo estremecía.

Él permaneció en silencio hasta que le retiró la mirada y prosiguió: "Eres mordaz, la familia Tower te crio muy bien".

El hecho de que conociera su identidad, hizo que Kara comenzara a sudar frío; lo tomó como una amenaza, una advertencia. Lo que quería decir con eso era que si se acercaba más a Edmond, él apuntaría contra su familia, y para un hombre como Simon, deshacerse de los Tower era tan fácil como pisar una hormiga. 

Kara hizo un gran esfuerzo por no responder, ella era la que sufría, y él todavía la amenazaba.

Pero siempre había sido obstinada, así que posó la mirada entre las piernas del hombre y lo provocó en un tono sarcástico: "El hijo de la familia Marcus necesita esforzarse un poco más". 

Entonces el rostro de Simon adquirió un aspecto tenebroso: Kara había desatado la ira del codiciado empresario.

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