Home/ La Novia Contratada del Billonario Ongoing
El multimillonario atractivo salvó a una pobre chica, sin saber que ella sería el amor de su vida...
About
Table of Contents
Comments (1)

“¿Me vendiste?”, reclamó Amelia, disgustada.

“¿Qué querías que hiciera? Él estaba dispuesto a pagar cincuenta mil dólares por ti. Te compró, y el pago ya está hecho”, informó Jenny, su madrastra.

“No me casaré”, respondió la joven.

“¡Oh, sí que lo harás! Además, ya nos dio el dinero. Te casarás ni bien te gradúes de la universidad. ¡Al fin encontré un hombre que accedió a hacerlo!”.

Dicho eso, Jenny sacó la foto de un hombre mayor. Era calvo, gordo, y feo. Él rondaba los cincuenta, mientras que Amelia sólo tenía veintiuno.

“¡Pero tengo novio!”, reclamó, iracunda. “¡Además, no puedes venderme! ¡No soy de tu propiedad! ¿Por qué no vendiste a Diana para que se casara con ese anciano?”.

Antes de que recuperara el aliento para seguir reclamando, su madrastra ya le había dado una fuerte bofetada.

“¡P*rra estúpid*! ¡Él ya pagó por ti, y ya me he gastado el dinero! Te casarás con él, o de lo contrario, me veré obligada a vender la casa. Deberías estar feliz de que alguien considera que vales algo”, bromeó.

“Ni tú venderás la casa, ni yo me casaré con ese extraño. ¡Devolveré ese dinero yo misma!”, finalizó Amelia, saliendo de la casa a pesar de la lluvia.

Si bien era consciente de que esa mujer era una bruja malvada, nunca había caído tan bajo.

La había vendido… Amelia quería llorar y gritar. Sus lágrimas empezaron a hacerse uno con las gotas de lluvia, hasta el punto que no pudo distinguirlas.

«Dany», pensó. «Necesito ver a Dany».

Estar cerca de él siempre la hacía sentirse mejor, ya que tenía una manera muy particular de hacer que todo lo malo desapareciera. Se suponía que luego de graduarse, se casaría con él, y no con ese viejo pervertido. Como su novio procedía de una familia pudiente, tal vez podría ayudarla.

Se fue, furiosa, caminando hacia la residencia de Dany. De repente, dejó de llover. De hecho, esa misma tarde no habría ido a casa si no hubiera llovido. Pero en ese momento, lo último que quería era estar allí. Ya no era un hogar, al menos no para ella…

Perdió a su madre cuando era pequeña, y desde entonces, su padre se había vuelto un alcohólico. En uno de sus momentos de sobriedad, se volvió a casar con Jenny, quien se había comportado con amabilidad al principio. Ella llegó a la familia acompañada de Diana, su hija. Todo ese cambio pareció ayudar a su padre a rehabilitarse… por un tiempo. Porque pronto, volvió a sus viejas andanzas, estando borracho desde las nueve de la mañana. Como su ahora madrastra era la reencarnación del mal, se encargó de no permitir que su padre fuera violento.

Así, Amelia se había convertido en la servidumbre de su propia familia. Como su padre vivía en un eterno estadio de ebriedad, consideraba que ya no quedaba mucho de él. Aprovechándose de esa situación, Jenny la obligaba a hacer de todo. Ella y su hija ni siquiera movían un dedo; a menos, claro, que sea para agraviarla.

Ver su casa le causó sentimientos encontrados. Si bien tenía preciosas memorias de su infancia, estaba acompañada a los recuerdos del intenso abuso y trauma al que la sometieron.

«Sólo tengo que entrar y volver a salir», se tranquilizó. La lluvia ya le había mojado hasta el alma. Dio una vuelta hasta llegar a la puerta trasera y rezó para que no estuviera cerrada con llave.

Mientras se acercaba, los familiares sonidos llegaron a sus oídos.

“¡Tú! Basura, bueno para nada, ¿por qué no te mueres y ya? ¡Mientras sigas vivo, no vales nada!”, escuchó los venenosos gritos de Jenny.

Pensar que esa casa había sido un lugar lleno de alegría… un sentimiento que ahora sólo existía en su memoria. La residencia estaba oscura y desolada, y los gritos de su madrastra acompañados del zumbido de la televisión lograron que sus pasos pasaran desapercibidos. O eso era lo que pensaba…

Justo en el momento en que llegó a su habitación, alguien la agarró por la cintura.

“¡Amelia! ¿Qué crees que haces escabulléndote en medio de la oscuridad?”, chilló Diana, apretando su agarre sobre el cuerpo de Amelia.

Esto la tensó. Era lo último que quería…

Sí, su madrastra era mala, pero su hermanastra no era mejor. Casi siempre se aprovechaba de la crueldad de Jenny, favoreciéndose en el proceso. “¡Mamá! ¡Mira quien vino y está intentando evitarnos!”, gritaba.

Saliendo de la sala de estar, Jenny la miró y entrecerró los ojos.

“¿Qué dem*nios quieres?”, reclamó. Al fin, Diana la soltó y se rio con malicia.

“Sólo necesito algunas de mis cosas”, suspiró Amelia.

“Todo lo que tú y tu vagabundo padre hacen es pedir cosas, sin dar nada a cambio. ¡Ninguno aporta nada a esta familia! Fui yo quien nos mantuvo a flote todos estos años, ¡y tú no fuiste más que una molestia!”.

“Tengo tres trabajos de medio tiempo, mientras voy a la universidad a tiempo completo. Además de limpiar la casa todos los fines de semana, te pago quinientos dólares al mes. ¿Qué más quieres de mí?”, se quejó Amelia.

“Los precios siguen subiendo. ¿Por qué eres tan maleducada? ¡Tu padre nos endeudó tanto que ya no puedo permitirme nada!”, se quejó Jenny.

Pero Amelia ya estaba cansada de esa discusión. Tenía frío y estaba empapada. Lo único que quería era largarse de allí.

“No tengo ganas de hacer esto ahora. Tomaré mis cosas y me iré…”, empezó.

Pero la repentina lluvia volvió a interrumpirla. Corrió a través de la tormenta, y con el agua salpicando por todos lados, al fin llegó donde estaba Dany. Tocó la puerta, y esperó. Cuando se abrió, creyó ver a su salvador del otro lado.

“¡Dany! Yo…”, paró cuando vio que era su compañero de habitación. “Oh, lamento molestarte”, se disculpó.

“¿Estás bien, Amelia? Estás empapada…”, comentó.

“Sí, lo lamento. Necesito ver a Dany. ¿Está aquí?”, preguntó.

“Él…”, empezó su compañero. Se rascó la nuca mientras agachaba la mirada. “No está aquí, acaba de salir. Dijo que estaba ocupado con… algo…”.

Eso la hizo sentirse un poco mal. La familia de Dany lo presionaba constantemente, y, por lo general, tenía que trabajar mucho para cumplir con sus estándares. Tendría que habérselo pensado mejor antes de aparecer sin previo aviso.

“Oh, bien. Lo entiendo. Gracias por avisarme. Lo contactaré más tarde”, sonrió. Acto seguido, se volteó y se marchó.

“¿Amelia?”, la llamó el joven.

“¿Sí?”, volvió a mirarlo. El compañero de habitación de Dany se acercó a ella con una expresión de tristeza. Parecía estar teniendo un debate interno, pero al final sacudió la cabeza, como si hubiera cambiado de opinión.

“No pasa nada. Pero cuídate”, le sonrió. Luego, cerró la puerta.

Amelia volvió a su habitación, empapada, triste, y arrepentida. «Tendré que ir a secar mi ropa ahora», bromeó en sus pensamientos. Luego de lo que se sintió como el día más largo de su vida, al fin regresó a su dormitorio. Mientras más se acercaba, más segura estaba de que escuchó su nombre dentro.

“¿Qué más podría pasarme?”, susurró. Mientras caminaba hacia la puerta, las voces se hicieron más claras:

“Vamos, Dany”, insistió una voz tan dulce que resultaba enfermiza. “Tarde o temprano, tendrás que elegir entre nosotras. Dime, cariño, ¿a quién elegirás? ¿A quién amas realmente?”.

You may also like

Download APP for Free Reading

novelcat google down novelcat ios down