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Como una rica heredera renacida, corregiría todos mis errores: primero, mi marido.
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Punto de vista de Emilia

Bebí mi último trago y agarré mi bolsa. Luego, volteé a ver a Camila, mi única amiga, quien tenía una ceja levantada mientras miraba su reloj.

"¡Emi, no seas así! Todavía es temprano", se quejó

"Tengo que irme. Kayden debe estar esperándome", contesté, negando con la cabeza.

“Amiga, ¡no me hagas reír! Ese hombre nunca se ha preocupado por ti. De hecho, sigo sin entender por qué sigues casada con alguien como él", refutó ella.

Sus palabras me lastimaron hasta el alma, aunque sabía que esa no había sido la intención de Camila. De hecho, ella estaba furiosa, pues llevaba tres años casada con Kayden Horrison y durante todo ese tiempo, él nunca me había mostrado ni una pizca de amor.

"Ay, Camila. Tú sabes mejor que nadie cuánto lo amo", suspiré resignada.

"¿De verdad crees esto vale la pena?", preguntó ella, tomándome de las manos.

Mi amiga estaba genuinamente preocupada. Yo también estaba consciente de que mi matrimonio no había tenido el mejor inicio, pero confiaba en que mi amor sería suficiente para hacer cambiar a Kayden Horrison.

Él siempre se había portado distante conmigo, pero cuando estaba en el punto más bajo de su vida, le pedí que nos casáramos y él no lo dudó ni un instante.

No sabía a ciencia cierta si valía la pena quedarme en ese matrimonio, pero yo esperaba que sí.

"Ya me voy, pero tú sigue divirtiéndote", le pedí a mi amiga, con una sonrisa forzada, tras abrazarla.

“Vete con cuidado”, respondió ella, correspondiendo mi abrazo.

Me subí a mi carro y manejé en completo silencio a mi casa. Por más que intentaba evitarlo, las palabras de Camila se repetían una y otra vez en mi mente. No importaba lo que los demás dijeran, mi marido volvía todas las noches a casa, lo que indicaba que todavía era posible salvar mi matrimonio.

Sin embargo, cuando entré a mi hogar, fui testigo de la más cruel de las traiciones. Encontré a mi esposo en la escalera, en compañía de una figura femenina.

Mi corazón se aceleró cuando él le sonrió con amor a su acompañante. Me acerqué un poco a ellos y reconocí la identidad de la intrusa: Amelia Contreras, su ex y primer amor.

Ellos estaban en su mundo, así que ni siquiera se daban cuenta de que yo los espiaba desde las sombras.

“Tengo una sorpresa para ti, mi amor…”, empezó ella, con una sonrisa que mi esposo correspondió.

Los celos me invadieron al ver los ojos del hombre que amaba llenos de alegría, amor y paz, algo que no pasaba cuando él y yo estábamos juntos. Las lágrimas inundaron mis ojos y mis manos comenzaron a temblar.

Estaba furiosa por su traición. Acabábamos de hablar el mes pasado y me había jurado que ya no veía a su primer amor, pero ¡todo era mentira! Lo había descubierto en el acto y en mi propia casa.

"¡Estoy embarazada!", exclamó Amelia.

No daba crédito a sus palabras. ¿Embarazada? ¿Kayden había sido tan c*brón como para embarazar a su amante?

En los ojos de mi marido apareció la sorpresa, pero pronto se convirtió en felicidad. Yo sentía que mi corazón se rompía en miles de pedazos.

Todavía recordaba lo que me había dicho durante los primeros días de nuestro matrimonio. No quería tener hijos pronto, pues aún estaba preparándose para ser un buen padre; sin embargo, me prometió que me diría cuando estuviera listo. Por esa razón, yo tomaba pastillas anticonceptivas. No obstante, al verlo tan dichoso porque sería el padre del hijo de otra mujer tuve que reconocer su traición: ¡ese inf*liz me había estado mintiendo!

"¡Me haces el hombre más feliz del mundo! ¡Muchas gracias, nena!”, respondió él.

Las lágrimas rodaron por mis mejillas, pero inmediatamente las sequé y comencé a caminar hacia ellos. Mis tacones hacían ruido mientras subía las escaleras, así que ellos voltearon a verme casi de inmediato.

Sentí un fuerte dolor en el pecho cuando Kayden colocó a Amelia detrás de él. Para él yo no era más que una bruja despiadada que quería lastimar a su tierna e inocente princesa.

Lo que esos imb*ciles ignoraban era que yo seguía siendo legalmente su esposa. El recordar eso aumentó mi ira. Era incapaz de contenerme.

“Kayden, ¡¿cómo pudiste hacerme esto?! ¡Me juraste que ya no había nada entre ustedes! ¡Eres un m*ldito mentiroso!", le grité, mientras lo golpeaba con mi bolsa.

"Emilia, déjate de est*pideces", soltó él con frialdad, apretando con fuerza mi muñeca.

"¿Est*pideces? ¿Te parece que ser un p*nche infiel es una est*pidez? ¿Sabes qué? ¡Váyanse a la chingada tu p*ta y tú!", solté, con el ceño fruncido y las lágrimas escurriendo por mi rostro.

“Emilia, no vuelvas a insultar a Amelia. Serás legalmente mi esposa, pero ella es mi verdadero amor", declaró.

«Su verdadero amor», repetí en mi cabeza.

"¡Qué raro, Kayden! No te referiste a ella así la última vez que hablamos. ¿Por qué me haces esto?", le pregunté.

"No tengo que darte explicaciones. Yo puedo hacer lo que se me antoje. Y ya deja el tema por la paz, o tendré que divorciarme de ti, ¿entendiste?", me amenazó, con el ceño fruncido.

¿Divorciarnos? ¿Cómo se atrevía a decir eso cuando en la mañana había conseguido una inversión nueva para su empresa? ¿Quién se creía que era?

"P*ndejo", le dije, tras zafarme de su agarre y cachetearlo con todas mis fuerzas.

“Emilia, no lastimes a Kayden, por favor. No es culpa de nadie, en el amor no se manda", intervino Amelia.

"¡Cállate, p*rra!", escupí, mirándola directamente a los ojos.

“¡YA TE DIJE QUE NO LE HABLES ASÍ A MI AMADA, EMILIA! ¡ES LA ÚLTIMA VEZ QUE TE LO DIGO!", exclamó Kayden, apretando mi cuello con su mano.

"¿O qué? ¿Te divorciarás de mí? ¿Eh?", pregunté con un hilillo de voz, pues me costaba trabajo respirar.

"No me tientes", contestó él, apretando los dientes.

“Kayden, no puedes hacer eso. No eres capaz de dejarme", lo provoqué.

“Eres más ingenua de lo que creía, Emilia. Claro que puedo. Yo nunca te he amado", contestó él, con una sonrisa siniestra. Acto seguido, quitó su mano de mi cuello.

Las lágrimas volvieron a rodar por mi rostro. Quería contestarle algo hiriente, pero mis labios solo temblaban. Me había dolido en el alma escucharlo decir eso.

"Nunca te quise. Solo te usé y tú fuiste tan est*pida como para creerte mis mentiras", añadió, dando unos pasos hacia atrás.

“Y ahora ya no me sirves, Emilia. Llegó el momento de que me deshaga de ti y por fin pueda vivir al lado de la mujer que amo", remató, regresando con Amelia, mientras me miraba con desprecio.

Al principio creí que moriría. Mi dolor era tanto y mi corazón estaba tan roto que no estaba segura de que pudiera volver a amar a alguien. Sin embargo, la ira comenzó a llenar mi corazón: los últimos tres años habían sido una mentira y yo había sido una imb*cil por creerle a ese poco hombre.

Camila tenía razón, no valía la pena seguir en ese matrimonio de m*erda.

Despacio enjugué mis lágrimas, inhalé profundamente para calmar mi respiración y me enderecé. Luego dije: "Entonces, ¿de verdad estás decidido a ponerle fin a lo nuestro?".

"Sí", contestó él, con una voz en la que no había ni atisbo de duda. Yo no pude evitar sonreír con ironía.

"Bueno, entonces mi abogado se pondrá en contacto contigo para entregarte el acuerdo de divorcio, así como el plan de desinversión", sentencié.

"¿Qué estás diciendo?", preguntó él de inmediato.

"Ya sabes, desinversión. No hay ninguna razón para que apoye a tu empresa ahora que nos divorciemos", me burlé.

“Emilia, ¡no hagas eso, por favor! Sin ese dinero, el negocio de Kayden quebrará", interrumpió Amelia.

"¡Ya te dije que te calles, p*ta!", le grité.

"¡EMILIA!", exclamó mi esposo.

Ignoré a Kayden y me concentré en Amelia. Fingía que era una mujer frágil, que estaba a punto de llorar, cuando en realidad era una c*lera doble cara que había logrado engañar a todos a su alrededor. No me extrañaba que nadie se diera cuenta de que en realidad era una mujer malvada, pues solo a mí me mostraba esa parte de ella.

“Yo solo quiero...”, empezó, pero pronto rompió en llanto.

"Ahórrate el espectáculo y tus explicaciones", le dije, sin nada de paciencia.

Cuando Amelia intensificó la fuerza de sus sollozos y se cubrió la cara con las manos, casi le aplaudí. ¡Era una muy buena actriz! Sin embargo, mi humor cambió cuando me di cuenta del anillo que llevaba.

¡Esa sortija era mía! Y no era cualquier anillo: era el que mi abuelo me había dado como regalo de bodas. Lo había mandado a hacer, especialmente para mí, con un exclusivo diseñador el mismo año en el que nací y solo había uno en el mundo. ¡¿Cómo se atrevía esa p*rra a ponerse algo que no era suyo?!

"¡Una cosa es que seas una m*jerzuela y otra que seas una ladrona!", chillé, caminando hacia ella, con la intención de recuperar mi anillo, pues no iba a permitir que esa cu*lquiera profanara el recuerdo de mi abuelo, el hombre que me amó con todo su ser y a quien yo había defraudado.

“¡EMILIA, TE LO ADVERTÍ!”, rugió mi esposo.

Antes de que pudiera poner un dedo sobre mi anillo, Kayden me había tomado de los brazos y alejado de su amante. Lo siguiente que supe fue que me dio una cachetada tan fuerte que me mandó hacia atrás, perdí el equilibrio y terminé rodando por las escaleras.

Escuché que Amelia gritó, pero yo no tenía tiempo para ella. Me sentía mareada y veía todo borroso. Sabía que estaba indefensa sobre el frío piso, pero por más que quería, no podía moverme.

Mientras mi visión se oscurecía, sentí algo húmedo en la parte posterior de mi cabeza.

Me dolía horriblemente la cabeza y el frío me calaba hasta los huesos. Esperaba que alguien acudiera en mi ayuda, o que al menos me abrazara en mis últimos momentos. Busqué a Kayden con la mirada y por el rabillo del ojo lo vi abrazando a Amelia. Incluso en un momento como ese, su prioridad era calmar a su amante.

Por fin me daba cuenta de lo ciega que había estado. Kayden nunca me había amado y jamás se había preocupado por mí, ni siquiera en mis últimos instantes. Me sentía rota en todos los sentidos.

Antes de que la oscuridad me consumiera por completo, me pareció ver las preocupadas caras de mis padres y de mi abuelo. Las lágrimas rodaron por mis mejillas, mientras el resentimiento llenaba lo que quedaba de mí.

«Abuelo, perdóname. Fui una tonta por no haberte escuchado. Nunca debí casarme con ese hombre cruel e interesado, que lo único que quería era mi dinero. Fui una est*pida por acabar con la fortuna familiar para complacer todos sus deseos», comencé.

«Perdóname por haberme convertido en la esclava de ese monstruo ambicioso, en lugar de seguir siendo tu orgullosa heredera. No sabes lo arrepentida que estoy. Ahora me doy cuenta de que estaba completamente equivocada y si pudiera regresar en el tiempo, nunca me casaría con él ni cometería los mismos errores».

«Abuelito, si tuviera otra oportunidad, te aseguro que no caería en los engaños de esa basura. ¡Recuperaría mi orgullo y el de nuestra familia!», concluí.

Sin embargo, en mi lamentable estado, ¿sería posible que tuviera otra oportunidad?

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