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¿Una noche? ¡Qué aburrida! El Beta quiere una relación que dure toda la vida.
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Punto de vista de Teresa Boswell.

“¡Señorita Boswell!, el señor Cumber la recibirá ahora”. Levanté la vista de la carta que tenía en la mano y miré a la guapa secretaria que sonreía hipócrita. Rápidamente, me incorporé y la seguí hasta una enorme puerta de roble, en la que había una placa dorada que rezaba: ‘Matt Cumber, CEO’. Enseguida, la mujer golpeó ligeramente varias veces antes de alejarse.

“¡Adelante!”, escuché una voz baja y masculina. Respiré profundamente unas cuantas veces antes de girar la manija y entrar a la enorme oficina, para ver al señor Cumber sentado detrás de su escritorio con Stephanie en su regazo. La visión hizo que mis manos se apretaran en puños.

“¡Teresa!, supe que renunciaste a tu trabajo aquí y que además planeas dejar la manada”, dijo Matt con una ceja levantada.

Le obsequié una sonrisa forzada antes de asentir con la cabeza: “Supongo que merezco un cambio en mi vida, señor Cumber”, le dije secamente, mientras Stephanie se levantaba de su regazo para dejar que él se incorporara ágilmente. De camino hacia mí se ajustó el traje.

“Creo que estás tomando una decisión muy precipitada. Quiero decir… No veo que sea un problema tan serio como para que abandones la manada”, dijo cuando estuvo cerca, y mi loba aulló de agonía.

Yo me las arreglé para mantener la sonrisa: “Alfa Cumber, me rechazaste como tu compañera por una cualquiera como Stephanie, pero no crean que estoy huyendo de la manada debido a la angustia… La verdad es que me da náuseas ver a mi compañero desfilar con una p*ta”, añadí, y sus orejas se volvieron carmesí. Noté que él rechinaba los dientes, al tiempo que en el rostro de Stephanie se reflejaba el más profundo asombro al escucharme.

Bueno… ¡Tu merecido, Stephanie!

“¡Recuerda con quién estás hablando, Teresa! Sigo siendo tu alfa y, en cierto modo, aún soy tu pareja porque aunque te rechacé, tú todavía no aceptaste mi rechazo. Además, si quiero, todavía puedo cambiar de opinión y aceptarte como compañera, ya que soy un alfa”, replicó furioso, pero mi sonrisa se tornó burlona.

“No tienes que pronunciar las palabras de rechazo, Alfa Cumber, ya que tus acciones han hablado claramente. Ese día en la cena, cuando nos conocimos, presentaste a Stephanie como tu prometida al alfa de la manada visitante y después me ignoraste para ir a tener s*xo con ella. ¡Ten presente una cosa, Alfa! No soy tu botín para ir a jugar a las casitas contigo, si más adelante Stephanie te deja”, dije en son de burla y el color de sus ojos, que alguna vez fueron de un tono amarillo anaranjado pálido, se tornaron completamente negros.

“¡Así que terminemos esto de una vez por todas! ¡Yo, Teresa Boswell de la manada Luna de Plata, acepto tu rechazo, Alfa Matt Cumber!”, pronuncié con fuerza. De inmediato, tuve la sensación de que el hilo que nos conectaba se rompía.

“Adiós y mucha suerte con tu vida, Alfa Cumber… Y con tu futura Luna”, les dije, haciendo una reverencia antes de dejar mi carta de renuncia en una mesa al lado de la puerta y abandonar el lugar.

Una vez que puse un pie en el ajetreo y el bullicio de Nueva York, miré al cielo sombrío y noté un viento helado, señal de que pronto llovería.

“Vamos a comenzar una nueva etapa en nuestras vidas, Elvira”, dije.

“Sí, y con suerte encontraremos a nuestro compañero de segunda oportunidad”, respondió mi loba, pero negué con la cabeza y caminé hacia mi auto estacionado. Después de cargar todas mis cosas adentro, me subí para ir a casa.

Nuestra manada Luna de Plata estaba ubicada en las afueras de Nueva York, donde la zona residencial ocupaba una enorme extensión de terreno aledaña a un bosque. Mi casa, una linda vivienda de dos pisos y cuatro habitaciones, era de las primeras en verse al llegar. “¡Mamá, ya estoy aquí!”, anuncié a voz en cuello, e inmediatamente me asaltó un delicioso olor a pasta casera.

“¡Justo a tiempo, la cena está lista!”, gritó ella, y sin más preámbulo me dirigí a la cocina y tomé asiento. Mi madre no tardó en ponerme delante un plato humeante repleto de su pasta distintiva.

“¡Come conmigo, mamá!”, le pedí, y ella asintió con la cabeza antes de servirse un plato y sentarse frente a mí. Después de decir nuestras oraciones, nos concentramos en la deliciosa comida.

“¡Cariño!, ¿hay algo que quieras decirme?”, me preguntó ella de la nada. Yo la miré y le di mi mayor sonrisa.

“¡No, mamá! ¿De dónde sacaste esa idea?”, le pregunté y ella meneó la cabeza de un lado a otro antes de colocar los cubiertos sobre la mesa.

“¡Querida, soy tu madre! Sé cuándo estás feliz y cuándo finges estarlo”. Yo suspiré y dejé el tenedor. “Puedes engañar al mundo con este brillante acto tuyo, Teresa, pero nunca podrás hacerlo conmigo”.

“¡Oh, mamá!, tenía la intención de contártelo antes, pero no sabía cómo”, comencé diciendo y ella me miró, esperando expectante a que continuara. “Encontré a mi pareja y resultó ser el hijo mayor del Alfa Cumber, Matt… Y fue como si mi mayor pesadilla se hubiera hecho realidad”.

“Pero cariño… No debes juzgar a una persona por su pasado”.

“Lo sé, y traté de pasar por alto todos los insultos, los empujones intencionales, los sobrenombres despectivos y el tormento por el que me hizo pasar. Pensé que él podía cambiar por mí, su pareja, pero por lo visto, me equivoqué. Ha seguido saliendo y durmiendo con otras mujeres y ni una sola vez se dirigió a mí como su pareja”.

“Hoy fui a su oficina y le entregué mi carta de renuncia y acepté su rechazo”, anuncié, y mi madre soltó un grito ahogado.

“¡Caramba, Teresa!, ¿por qué no me dijiste esto antes? ¿Qué vas a hacer ahora?”

“Decidí dejar la manada, mamá. No creo que pueda soportar seguir viendo a mi pareja divirtiéndose con otras mujeres”, le dije y la cocina quedó en silencio. Vi la expresión de dolor en el rostro de mi madre y supe claramente en lo que estaba pensando: su única hija también la abandonaba, igual que su esposo anteriormente.

Papá nos dejó cuando yo tenía seis años. Era el jefe de los guerreros de la manada Luna de Plata, un hombre respetado por todos. Pero un día desapareció sin dejar rastro, no sin antes hacernos llegar una carta desde la frontera, diciendo que se había ido con la mujer que amaba y que lamentaba mucho hacernos esto.

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