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¡Compré un auto lujoso para mi novio usando el dinero de mi ex esposo infiel!
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"Sra. Waverly: ¡está usted embarazada!", anunció la doctora con una sonrisa. Sentada frente a ella se encontraba Elissa, conmocionada y sorprendida como cualquier otra mujer en su situación. Apenas podía creérselo, por más que se le hubiese pasado la posibilidad por la cabeza al no haber tenido la regla ese mes y haber pasado por frecuentes vómitos en los últimos días.

“Dos meses tiene el feto.”, agregó la Dra. Skyler, mientras revisaba el informe que tenía en la mano. La mujer se llevó las manos a sus sonrosadas mejillas, tratando de aminorar el brutal galope de su corazón. Se sentía en un limbo, como si alguien o algo por fin acabase de hacer realidad todo lo que siempre había deseado.

“Estoy... embarazada.”, musitó entrecortadamente, mientras le dirigía una amplia sonrisa a la doctora.

"¡Felicidades!", le repitió, devolviéndole el gesto de entusiasmo. "Voy a recetar algunos medicamentos que va a tener que empezar a tomar desde ya, ¿de acuerdo? Las náuseas matutinas, los mareos y el mal humor son síntomas normales de las fases más tempranas de embarazo, así que tómese esto dos veces al día para paliarlo su malestar.", le instruyó la Dra. Skyler al tiempo que escribía los nombres de los fármacos en el talonario de recetas, para luego arrancar la página en cuestión y entregársela.

"Gracias, doctora." Elissa cogió también el informe que estaba guardado dentro de una carpeta y volvió a darle las gracias a la otra mujer antes de salir por la puerta. Se notaba algo mareada, y ya no sabía si era la emoción o por su estado anatómico, pero estaba muriéndose de ganas por darle la buena nueva a Carson, su esposo. ¡Seguro que se alegraba infinitamente!

Elissa decidió planearlo todo de tal manera que fuera una sorpresa para el hombre. Lo que haría sería traerle su tarta de queso neoyorquina favorita para duplicar el jolgorio de cuando soltase el notición.

Se dirigió antes que nada a la farmacia de la planta baja para comprar las medicinas, y luego salió del hospital en dirección a la panadería. Iba a comprar la mejor tarta de queso que encontrase, daba igual el precio.

**

La madre en potencia llegó al fin a la residencia de los Waverly, y se bajó del coche frente a la fachada. Entró en la casa con las bolsas en la mano, pero su suegra la llamó cuando iba de camino a la escalera, cosa que la hizo pararse en seco. Aunque no muy sólida, le dedicó sonrisa jovial a la suegra pero, como siempre, Hera no estaba contenta de verla. De hecho, despreciaba a Elissa.

Con cara agria, sus ojos se desviaron despreciativamente hacia las bolsas que llevaba la recién llegada. "¿Qué es eso?", preguntó con su tono agudo característico. Estuvo a nada de confesar abruptamente lo del embarazo, pero se contuvo a tiempo. Pensó que sería mejor si se lo decía a su esposo primero, luego ya habría tiempo de decírselo a Hera y a quien fuera.

“Es tarta de queso, para Carson.", respondió, sin mentir ni decir la verdad del todo. Hera cruzó los brazos con chulería.

"¿Y con el dinero de quién has comprado tú eso?", la provocó. Elissa bajó la cabeza y miró hacia el suelo de mármol brillante mientras se mordía el labio. No era la primera vez que escuchaba comentarios del estilo. De hecho, desde que se casó con Carson, siempre había tenido que soportar la impertinencia de su suegra. Seguramente le tenía inquina porque no la había escogido para su hijo, pero no fue capaz de establecer su autoridad; en lugar de Elissia, habría preferido a alguien cuyo estatus y linaje perteneciese a una categoría mucho más alta.

"¿Y ahora por qué no me respondes?", la presionó Hera con tono de asco, satisfecha de verla sometida.

"Voy a ver a Carson.", dijo Elissa mientras daba media vuelta de nuevo para dirigirse a las escaleras como iba a hacer en un principio, pero Hera la detuvo una vez más. La joven ya estaba un poco confundida ante la insistencia de la otra, puesto que pese a que nunca pasaba más un minuto con ella, ahora parecía tener especial interés en retenerla a su lado.

“Todavía no he terminado de hablar, niña. ¡Vaya modales que te han enseñado!" No era más que una excusa para ganar tiempo, se notaba a la legua. Elissia alzó la vista hacía la habitación que compartía con su marido.

“No estoy siendo irrespetuosa, suegra. La tarta de queso se va a derretir si pasa más tiempo.”, argumentó con una leve sonrisa. “Además, tengo que darle una noticia importante a Carson.”

Hera arqueó una ceja hacia ella inquisitivamente, pero no le inquirió al respecto.

Elissa estaba desesperada por ir junto a Carson de una vez, deseosa de que supiera lo que ella sabía. "Disculpa.", se excusó y, afortunadamente, esta vez Hera no la detuvo.

Subió las escaleras vertiginosamente y se dirigió a su habitación. Con cada paso que daba, su sonrisa se ensanchaba más y más, y el corazón se le aceleraba. Se detuvo frente a la puerta, alargando la mano para girar la manilla.

“Car...” Elissa se quedó congelada en el sitio ante la escena que se encontró. No podía creerlo, su cerebro no lo consideraba algo lógico, ni siquiera algo real. Parpadeó, y hasta tuvo el inocente impulso de querer pellizcarse para despertar de la pesadilla. Pero sí, aquello era real.

Allí yacía Carson, acostado en la cama junto a una mujer d*snuda, ambos abrazados el uno al otro. Al escuchar la voz tímida de Elissa, el hombre se incorporó como una exhalación, patidifuso. La mujer se giró instintivamente para ver qué pasaba, y cuando enseñó su rostro a Elissa, esta sintió que le flaqueaban las piernas. Carson se quedó entonces semidesnudo, tras haber quitado el edredón para usarlo como un improvisado ropaje ante el pudor.

Elissa se dio cuenta de que no estaba respirando. Le tembló el mentón furiosamente, y las bolsas se le cayeron al suelo, manchando todo con una explosión de restos de tarta. Tropezó hacia atrás, y aunque estuvo a punto de caer, pudo sin embargo agarrarse del borde de la cómoda que estaba a su lado.

Pasada la sorpresa inicial, Carson no mostró sentimientos alguno, ni de culpa ni de espanto. Tan solo se quedó allí de pie tranquilamente, mirando a Elissa con frialdad. Aquel no era el hombre ella conocía, jamás había visto esa faceta suya. Por otro parte, la am*nte se tapó la parte superior de su cuerpo con el edredón mientras lucía con la mirada gacha, como si estuviese haciéndose la víctima. Sus ojos buscaron a Elissa con fingida inocencia, y luego dirigió la mirada a Carson, el cual mantenía aún el contacto visual con su esposa.

La afrentada tragó saliva con dificultad y dio unos pasos hacia él. Carson permaneció imperturbable en la misma posición, como si no tuviera nada de lo que se avergonzarse. Con manos temblorosas, Elissa respiró al fin, aunque mal, y farfulló: "¿Cómo...? ¿Cómo has podido?"

La habitación volvió a sumirse en el silencio, roto a continuación por la voz quebrada de Elissa. "¿Cómo has podido hacerme esto, Carson?" No podía gritar, so pena de morir de un infarto, si no lo hacía de la sola angustia.

Las lágrimas descendían por sus mejillas tensadas, y el pecho le oprimía las mismísimas raíces del alma. Sin alterar su mirada fría, los ojos color avellana de Carson cayeron hacia lo que se acababa de desparramar por el suelo de la habitación. Entrecerró los párpados en un intento de examinar la carpeta de lejos, pero decidió acercarse a recogerlo como quien no quería la cosa. Elissa no podía procesar lo que estaba ocurriendo.

Cuando la pobre mujer notó un cierto cambio en la actitud de su marido hacía unos días, lo atribuyó al estrés de la empresa. Qué necia se sintió, porque el amor la había hecho confiada.

La ad*ltera se bajó de la cama lentamente, vistiendo una camisa de Carson que le llegaba hasta los muslos, apenas cubriendo sus ingles.

Elissa observó con despecho a su otrora buena amiga. Amanda era la hija de una de las amigas de Hera, y hacía tan solo unos meses desde la primera vez que les visitó allí en esa misma vivienda. No tardó en intimar con Elissa en ese corto espacio de tiempo, pero ahora desvelaba que lo había hecho con segundas intenciones, no de manera honesta.

Carson se acercó a Elissa con el informe en la mano. "¿Qué es esto?", preguntó con tono impaciente. Elissa se quedó mirando fijamente el informe, estupefacta, y se mordió el labio con fuerza mientras las lágrimas le fluían por el rostro sin misericordia. Toda la ilusión que traía se convirtió en una amalgama de pensamientos oscuros. Miró a Carson a los ojos y decidió decírselo.

“Estoy embarazada, Carson.” Los ojos del hombre se agrandaron, pero su expresión de sorpresa pronto se convirtió en un gesto de aversión. Elissa vio cómo apretaba la mandíbula, contrariado ante la noticia y cada más enfurecido. 

En ese momento entró Hera, la cual se encontró justamente con el percal que había planeado.  Ocultó su sonrisa hábilmente, al tiempo que intercambiaba una mirada de complicidad con Amanda.

“¡¿Por qué me has engañado con ella, Carson?!”, exigió Elissia con los brazos pegados al cuerpo en cruz, débiles. Carson, que la había estado agarrando, la soltó súbitamente, como si el solo contacto con ella le diese asco. El corazón de la joven se derrumbó, amenazando con dejar de prestar el servicio que siempre prestaba a su cuerpo.

“¿Me culpas a mí de engañarte, Eli? ¿Y qué hay de ti, eh?", tronó. Elissa estaba atónita, incapaz no solo ya de responderle, sino de entender cómo podía darle la vuelta a la situación de esa manera. Carson continuó: "¡Tú me engañaste a mí primero!"

"¿Qué...?", balbuceó Elissa, traumatizada. Aquel era ya un hombre desconocido a sus ojos, un monstruo.

"¿De qué estás hablando? ¿Qué culpa tengo yo ahora de nada...?"

Carson se acercó a su lado de la cama, y abrió el primer cajón de su mesita. De ahí sacó unas cuantas fotografías y le mostró la primera a Elissa. "Esta eres tú, ¿verdad?", inquirió con los dientes apretados, irradiando ira.

Soltó un aspaviento. En la foto aparecía ella, en efecto, acostada con un desconocido. Le arrebató la foto de la mano para examinarla de cerca. ¡No! No era ella... Pero la de la foto tenía su rostro, sin lugar a dudas.

"¡Esto es mentira! No soy yo, Carson...”, protestó, pero se dio cuenta de que ya no podía salir de aquella artimaña en la que se veía envuelta.

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