About
Table of Contents
Comments

Mi mente no quiere comprender lo que hace algunos minutos dijo el doctor Staller. Es imposible que esto sucediera. Estoy sorprendida, pero sobre todo preocupada. No es para nada lo que me esperaba.

Verlo frente a mí, inconsciente, tendido en la cama de hospital, mientras el doctor me dice lo que tiene, me deja en un estado de shock supremo. Pensé que no sería nada, que todos exageraban. Pero me equivoqué.

Mi cuerpo tiembla con preocupación. No sé qué hacer. No quiero pensar en nada. Pero es imposible no hacerlo cuando tengo al hombre que me salvó del orfanato en esta situación, el que fue un verdadero padre para mí por más que haya cambiado rotundamente desde que mi madre murió. Sigue siendo aún uno de mis héroes.

Con lentitud, estiro mi brazo derecho hacia un lado e intento tocar el respaldo de la silla más cercana para poder sentarme y así intentar captar la información adquirida. Siento cómo todo mi interior se desmorona y le da paso a un sollozo que sale de mí sin darme cuenta. Atónita, furiosa y sin palabras, me pregunto quién podría ser el hijo de puta o los hijos de putas que le hicieron esto a mi padre. Estoy confundida y es por eso que mi mente comienza a pensar en las razones del porqué lo atacaron con tanta brutalidad como para causarle esto.

Dejarlo en este estado.

Otro sollozo de mi parte se escucha en la habitación de hospital.

Mis hermanos, Tyler y Sam, hacen lo mismo que yo: intentan alejarse de la realidad para poder ensimismarse en la preocupación y en los pensamientos sobre esto. No quieren que alguien los sostenga y vea cuán débiles son. En mi caso, no finjo que no me preocupo, dejo ver a todos lo vulnerable y frágil que me encuentro al ver a mi padre en un estado de inconsciencia.

Mi padre tiene un traumatismo cerebral.

Se me para el corazón cuando escucho de forma interna la voz del doctor cuando nos dice aquello. Aquel recuerdo me atormenta. No puedo

comprenderlo, pero luego de varias veces de repetírmelo, logro conseguir información sobre el tema, a pesar de ser escasa.

Mi padre se encuentra sumido en un coma, algo que —al parecer y por lo que entendí de todo lo que dijo el doctor Staller— es parte del traumatismo cerebral.

Recordar las palabras que usó el doctor no hace nada para que mi mente se despegue de esas palabras: «Estado de coma».

En mí todo se rompe cuando me doy cuenta de lo que se trata e intento negarlo, pero sé que es verdad, que está pasando. Nunca pensé que le pasaría esto a mi padre. Por más que Staller me diga que el coma que William tiene es a corto plazo, no hace nada para mejorar mi estado cuando luego me explica que podría tener amnesia al despertar. No es duradera, pero la tendrá por unas semanas y se irá acordando de las cosas poco a poco. Dice que no lo tenemos que forzar a recordar, ya que eso no serviría y lo confundiría más.

Lloro mucho más por la angustia. El hombre que jugó conmigo en cada momento de mi vida, el que me besaba cada noche y me susurraba cosas divertidas al oído, está junto a mí, acostado en una puta camilla de hospital.

¿Cómo me hace sentir eso?

Como la mierda. Me destroza con fuerza y tremenda intensidad. Siento una parte de mí totalmente vacía. Bueno, mejor dicho, otra parte de mí. Ya tengo tres huecos que nadie puede llenar nunca a parte de ellos. La pérdida de mi madre, el alejamiento de Damon y mi padre.

Solo espero que Damon me perdone para que ese espacio se vuelva a llenar y que mi padre se recupere para que pase lo mismo con el hueco que él abarca en mi pecho. Rezo porque eso pase.

Para ningún hijo es fácil recibir esta noticia, mucho menos para mí, una niña adoptada. No sé lo que le pasó a mis familiares biológicos y no quiero saberlo, pero pensar que los perdí y ahora podría perder a un miembro más de la que siempre consideré mi verdadera familia es duro. Solo me quedarían mis hermanos. Son las únicas personas en las que podré confiar si la suerte no está del lado de mi padre.

Les dejo ver a todos que necesito a alguien que pueda abrazarme durante el tiempo que necesite, que intente calmarme y me diga que todo va a estar bien, que no me preocupe, porque mi padre va a despertar.

Necesito a Damon. Sus brazos tranquilizadores y su cuerpo protector para que me sostenga cuando yo caiga en los repentinos ataques de llanto. Pero sé que tendré que aguantarme. No puede estar aquí conmigo y tengo que lidiar con ello a pesar de que me cueste.

Antes de poder seguir pensando en él, Tyler se levanta con lentitud y se encamina hacia mí. Sus ánimos se encuentran por el suelo. Tiene ojeras debajo de sus ojos y su postura es de evidente derrota. Se ve demacrado. Ya son como las dos o tres de la mañana y ninguno quiere irse a casa. Ninguno quiere dejar a papá. Prefiero dormir aquí, en el hospital, que hacerlo en mi casa. Es mucho mejor estar con mi padre cerca, a unos centímetros de mi silla. Su cuerpo está tendido inerte en la camilla, con máquinas y tubos a su alrededor, mientras una sábana blanca cubre la mitad de su cuerpo. Se encuentra pálido, algo que es un poco extraño, porque siempre tuvo la piel bronceada. Muy pocas veces se puso de este color blanquecino, una de esas fue cuando estuvo resfriado.

—Iré a comprarnos algo para comer, Nat —dice mi hermano parándose junto a mí. Estoy encorvada hacia la cama de mi padre, los brazos apoyados a uno de sus costados, mientras mi cabeza está levantada para ver todas las facciones de su cara.

—No tengo hambre —respondo con voz ronca y desanimada para darle a saber, por mi estado de ánimo, que no estoy para comida ahora.

—Te traeré algo; tienes que comer. Desde que vinimos no comiste nada y tienes que hacerlo. —Una vez dicho eso, sale de la habitación.

Durante las largas horas que nos encerramos en la habitación de mi padre, ninguno se movió de su lugar. Sam se la pasó viendo la pared frente a su asiento y Ty movía su pierna de arriba abajo hasta que se levantó y decidió ir a comprar algo para comer. No creo poder ingerir algo ahora. No tengo ánimos ni ganas de hacerlo. Mi estómago no pide nada, pero si alimentarme hace feliz a mi hermano —por más pequeña que sea la porción— comeré. No quiero que se preocupe por mí cuando ya tiene mucho con papá.

Decido probar un pedazo del sándwich de pollo que me trae. Pareciese que no tuviese paladar, porque no puedo sentir nada del gusto del pan ni del pollo. A la vista se ve delicioso, pero no siento nada cuando doy pequeños mordiscos. Mis hermanos lo engullen como si la vida se les fuera en ello; en cambio, yo hago de todo por no vomitarlo. Nada entra en mi estómago, da la sensación de que está más que lleno, por lo que dejo casi más de la mitad de mi comida en la pequeña bandeja y se la regalo a Sam para que la termine.

Las lágrimas ya cesaron, pero mi cuerpo se siente cansado y sin vida. Tantas emociones en un mismo día no me hacen bien. Las preocupaciones dobles —por mi padre y por Damon— hacen que mis ánimos se vayan por el drenaje. Deseo por unas horas no pensar en nada, estar con la mente en blanco, pero no puedo, ni siquiera algo parecido.

Las horas pasan, como si fueran segundos, porque con todos los recuerdos y pensamientos que llenan mi mente, no me doy cuenta de lo que pasa en mi entorno.

Estoy harta de pensar, en hacerme preguntas sobre lo que le pasó a mi padre. Quiero apagar mi cabeza y así no preocuparme por nada.

La mañana en Wesley Chapel aparece a las pocas horas. No logro pegar un ojo en toda la noche. Mi sistema se encuentra en un estado apagado, mientras que mi mente funciona a toda hora como un rayo. La luz anaranjada del amanecer se cuela por las finas cortinas e iluminan la habitación que antes estaba sumida en una penumbra. Pestañeo varias veces para acostumbrarme al brillo de la luz y veo a mi alrededor mientras estiro mi cuerpo entumecido, el cual se mantuvo en la misma posición toda la noche.

Veo a mis hermanos con mucha envidia. Ellos sí lograron dormir y ahora se encuentran recostados incómodamente en las sillas, mientras sus cabezas están apoyadas la una contra la otra. Sus pequeños ronquidos y suspiros son los únicos sonidos que se escuchan en la habitación. Los pasos de los doctores y de las personas comienzan a escucharse fuera en el pasillo luego de unas horas después de mi «despertar», si así se le puede decir a no dormir en toda la noche.

Me encuentro sumida en mis pensamientos cuando el doctor Staller entra en la habitación, con su perfumada y bien planchada bata. Es un hombre petizo, de unos 30 años más o menos, con unos pocos músculos en los brazos y unos lentes finos, que hacen que sus ojos negros parezcan aún más grandes. Sus sonrisas siempre aparecen cuando entra en la habitación, mucho más cuando ve que dirijo con rapidez mi vista hacia él. No sé por qué sonríe de esa manera cuando su paciente está en un estado de coma. Pero se lo agradezco. Es el único que tiene ánimos aquí.

—Hola, Natalie. ¿Cómo dormiste? —pregunta, aproximándose a la camilla de mi padre y comienza a hacer una revisión, del modo que dijo ayer que haría. Hago una mueca.

—No dormí —contesto desanimada. No sé de forma exacta cómo me veo, pero tengo alguna clara idea.

—Oh, qué mal. —Se mueve de un lado a otro, toca las máquinas y ajusta algunas cosas, mientras sigue sonriendo. Este hombre nunca saca su sonrisa, a excepción de cuando mis hermanos hablan o hacen acto de presencia. No entiendo por qué—. De igual manera tienes que descansar un poco. Tu padre se pondrá bien. Recuerda que no es un coma a largo plazo. Creo que en pocas semanas se recuperará, y podrás hablarle y reírte con él.

—Eso espero. —Suspiro.

—¿Por qué no vas a comprarte algo para desayunar a la cafetería, mientras reviso si todo está bien? Creo que necesitas una buena taza de café y una buena porción de torta de chocolate.

Me quedo pensando; la duda me llena por completo. Mi estómago no pide comida y la idea de salir de esta habitación no se me hace para nada buena. Siento que tengo que estar aquí. Niego con la cabeza y él rueda los ojos.

—No es que no fuese a estar cuando vuelvas, Natalie. —Bromea—.Ve a la cafetería que hay a media cuadra y diles que vas por mí. Pide lo que quieras y lo cargarán a mi cuenta. Es un regalo. —Me guiña un ojo, mientras sonríe ampliamente—. Te aseguro que no querrás probar la comida de la cafetería que tenemos aquí. —Sonrío con agradecimiento.

—Gracias, pero no creo que…

—Por favor. —Me corta—. Ve, toma aire fresco y pide tu desayuno. —Ahora es más una súplica que una sugerencia. Tomar aire me haría bien. Puede que me ayude a despejar mi mente de todo, mientras pienso qué pedir—. Está bien. Gracias.

Asiente sin dejar de hacer su trabajo, pero cuando me alejo y abro la puerta, puedo sentir su penetrante mirada en mi espalda. Sus miraditas me incomodan, siempre que está en la habitación se dirige mucho más a mí que a mis hermanos. Es bueno, pero no es nada discreto. Me mira siempre fijo cuando habla, y no tiene inconveniente en decir las cosas tal y como son.

El aire fresco choca con mi rostro, mientras me cubro más con la chaqueta. Hago todo lo posible por no pensar en nada y doy varias respiraciones para centrar la mente en algo que no sean problemas. Pienso en lo lindo que está el día de hoy. No hay rastros de nubes grisáceas en el cielo, por lo que no lloverá, aunque eso no evita que el frío gobierne en este lugar.

Las hojas de los árboles cercanos se mueven con cada soplido del viento. A esta hora de la mañana casi no hay nadie en la calle, solo aquellas personas que se levantan para abrir sus negocios. Mis pasos son lentos, las suelas de mis zapatillas resuenan en el pavimento cuando piso una que otra hoja que está tirada por cualquier lugar. Veo cómo el sol resplandece en el cielo. Es hermoso, mucho más aquí que en Filadelfia. Allí el sol no puede apreciarse de la misma manera; un pequeño pueblo donde predominan las casas, el césped y los árboles.

La cafetería que el doctor Staller mencionó se encuentra en una esquina frente al comienzo de un parque. Es pequeña, mucho más de lo que me imaginaba, pero las cosas que se exponen en la vitrina se ven completamente deliciosas y elaboradas. Cuando entro, veo de qué manera perfecta están las paredes pintadas. Son de un color azul oscuro, hay estantes plateados, los muebles y las mesas son de madera y quedan bien con toda la decoración. La iluminación es fuerte, mucho más de lo que el lugar necesita, pero me gusta.

Me encamino al recibidor y una chica castaña con los ojos color chocolate me sonríe con sus labios gruesos, mientras coloca unos grandes muffins decorados en un plato, justo para tentar a los clientes a comprarlos. Estoy más que segura de que ya caigo en la tentación.

—Buenos días —saluda ella, terminando de ordenar los dulces en el plato. Los ordena con lentitud, se fija si están bien puestos y si no se arruinaron por alguna razón. Uno de esos muffins tiene una pequeña estrellita caída y ella, con detenimiento y delicadeza, la acomoda en el lugar correcto. Parece ser muy detallista en todo lo que hace, ya que al ver todo el lugar, se nota su forma de perfeccionar las cosas y dejarlas de la mejor manera posible para estar presentables.

—Hola —le devuelvo el saludo y me quedo viendo los sabores que hay de malteadas y bebidas. No sé si necesito más un café para mi estado de ánimo, pero tengo tantas ganas de probar alguna de las malteadas que hay en imágenes pegadas en las paredes que dejo de lado la necesidad del café al instante.

—¿Qué le gustaría ordenar? —Con una pequeña servilleta de papel, comienza a limpiar el mostrador con movimientos circulares. Su voz es suave, pero a la vez insegura. Parece ser de esas chicas tímidas que, cuando agarran confianza, son totalmente diferentes. Al igual que Emma.

—Creo que una malteada de chocolate le sentaría bien a mi estado de ánimo —respondo intentando mostrarle una pequeña, muy pequeña sonrisa.

—Buena elección. El chocolate hace maravillas —concuerda guiñándome un ojo con diversión y se vuelve de espaldas para preparar mi pedido. Me quedo viendo el menú de los pasteles de chocolate que hay y hago todo el esfuerzo posible por no mirar los precios. Me deprimiría aún más si pienso en lo que haré gastar al doctor Staller en este desayuno que «me subirá el estado de ánimo que llevo». Espero que sirva.

—Y… no quiero ser entrometida, pero ¿por qué estás así de mal para comer tanto chocolate? —pregunta mientras va de un lado a otro buscando cosas. Se debe haber dado cuenta de cuánto miro las gigantescas porciones de los distintos pasteles de chocolate. Me encojo de hombros.

—Mi padre, al parecer, está en un estado de coma y mi novio se enojó conmigo porque le prohibí acompañarme —respondo como si esto no me afectara casi en nada, algo que es muy patético, ya que hace un segundo admití que estoy de un pésimo humor.

—Oh, lo siento. Pero… ¿Por qué no dejaste a tu novio acompañarte cuando algo familiar es muy importante para ti? Me imagino que quieres estar con la compañía de tu novio en este momento. —Si pretendía olvidarme de todo, parece que no funcionó. Pero creo que si hablo de esto con otra persona, podré desquitarme o sacar algo de preocupación de mi cuerpo.

—Es luchador y tiene una gran pelea en camino. Tiene que entrenar y cuidar a sus hermanas a la vez. No puedo ser una egoísta y decirle que venga conmigo cuando tiene que hacer otras cosas.

—¿Un luchador? —Hace esa pregunta en voz alta, pero sé que se la hace más para sí misma que para mí. Asiente al estar de acuerdo conmigo—. Hiciste lo correcto. Pensaste en él y no en ti. La verdad es que, si estuviese en tu lugar, le hubiese rogado que me acompañara, porque no soy tan fuerte cuando se trata de algo muy importante como un familiar, pero al parecer tú sí eres fuerte y logras pensar, aunque sea un poco en los demás. —Me sonríe con calidez y termina de hacer mi pedido. Me lo entrega, dejándolo en la mesada con una muy buena decoración antes de seguir hablando—. Dime… ¿Ese novio tuyo es lindo? Por lo que me dicen, todos los luchadores están para darles contra el muro… —Esta vez sí suelto una pequeña risa. Esta chica no tiene filtro con las palabras. Eso me gusta. Es la primera que logra hacerme reír con todo lo que está pasando.

—Pues… sí, es lindo. Muy lindo para decir la verdad. —Me ruborizo.

—¡Qué suerte tienes!

—Lo sé.

—¿Quieres algo más con tu malteada? —Apunta hacia el menú que yo repasaba. Asiento y le muestro cuál quiero.

—Es exquisito. Muy buena elección otra vez. Parece que tienes un muy buen paladar.

—Todos dicen eso, porque me gusta comer y es cierto —concuerdo—. Oh, cárgalo todo a la cuenta del doctor Staller —termino agregando. Asiente, mientras entra por una puerta y unos minutos después aparece con mi porción de pastel.

—¿Cómo es que conseguiste que el doctor Staller te pagara un desayuno completo? —pregunta divertida cuando me siento en el taburete frente a la mesada para seguir hablando con ella. Me encojo de hombros.

—No lo sé. Me dijo que viniera a desayunar aquí y que cargara todo a su cuenta.

—Me sorprende. Cuando se trata de dinero, no gasta en nadie que no sea él. ¿Qué le hiciste?

—¿Yo? Nada que no sea mirarlo sin emoción alguna o darle respuestas cortantes para que no busque algún tipo de conversación conmigo. —Se ríe.

—Entonces tienes suerte.

—Si tú lo dices…—Ruedo mis ojos con diversión. Hablar de esto con ella me hace acordar de Emma. Hace mucho que no hablamos de chica a chica. Conversaciones normales y despreocupantes. Me da pena admitir que en todo este tiempo no pudimos vernos tanto, porque ambas estuvimos ensimismadas en la relación con nuestros novios, incluso llegamos al punto donde no conseguimos tiempo para la otra, aunque fueran unos minutos para preguntar qué tal nos iba. Eso me avergüenza.

—Por cierto, me llamo Yissell. Si quieres hablar de algo o descargarte con alguna sustancia cargada de chocolate, ven a verme cuando quieras. Te recordaré como la chica suertuda con un novio buenorro. —Sonríe y asiento agradecida.

—Soy Natalie Lawler. Mucho gusto.

—Igualmente. —Luego de eso, se aleja moviendo su cuerpo bien definido y comienza a atender a algunas personas que entran a la cafetería. Admito que el doctor Staller tenía razón. Los desayunos aquí son los mejores. Hacen que en parte me olvide de todo, pero el pensamiento de ser una mala amiga por no pasar tiempo ni hablar por teléfono con Emma sigue en mi mente.

Tomo el teléfono luego de tomar otro sorbo de la deliciosa malteada de chocolate y, cuando pretendo marcar el número de Emma, por alguna razón marco el de Damon. Quiero contarle todo lo que le pasa a mi padre, mantenerlo al tanto de lo que sucede aquí. Una gran parte de mí sabe que lo llamo más que nada para saber que todavía quiere hablarme, que me contesta el teléfono si lo llamo, que no querrá que nos distanciemos ni nos dejemos de hablar durante el tiempo que estoy aquí por mi padre.

Pero luego de unos segundos de escuchar una y otra vez el maldito contestador, decido dejar de insistir. Puede ser que esté entrenando, pero sé que no es así. A esta hora de la mañana no entrena. Ignoro la punzada de dolor que se instala en mi pecho cuando pienso en que no me quiere contestar el teléfono y me decido por fin a llamar a Emma.

Ella no tarda tanto en contestar como su hermano. Su voz medio adormilada me da los buenos días.

—Hola, Emma —contesto medio divertida.

—Hey, Nat. ¿Qué pasó? ¿Estás bien? —Su voz, por más adormilada que esté, se nota preocupada y rasposa.

—Sí, tranquila. Estoy desayunando, mientras intento asimilar todo.

—Lo sé, me lo dijo Sam ayer. Debes estar muy cansada. Lo siento mucho; pasaste por muchas cosas en estos meses. No te mereces esto. —Sé que me lo dice con toda la sinceridad del mundo. Es así de sincera. No creo que haya persona más franca que Emma. Me gusta que sea así, ya que siempre estuve rodeada de personas que mienten u ocultan las cosas. En mi antiguo instituto estaba rodeada de personas falsas y mentirosas. Las odiaba a todas.

—Lo sé, estoy harta de que todo me pase a mí. Pareciese que nunca pudiese dar un respiro antes de que algo malo se abalance sobre mí y comience a desmoronar mi mundo.

—Te entiendo. ¿Cómo anda tu padre? Sam me contó muy poco ayer cuando hablamos.

—No sé qué decirte. Para los doctores esto no es nada del otro mundo y me dicen que se pondrá bien, que no me preocupe. Pero enterarme de que mi padre está en un coma, por más que sea de corto plazo, es como si me apuñalasen millones de veces con trescientos cuchillos a la vez. —Por primera vez me sincero con ella sobre todo lo que siento. Ninguna está apurada por dejar a la otra, por lo que me encuentro bien al confesarle esto. Antes, cuando hablábamos, siempre tenía que ser rápido, porque alguna de las dos tenía que irse con su novio o porque tenía planes. Ahora no. Me siento mal por haberla despertado, pero creo que es la única de las pocas oportunidades en las que puedo hablar con ella.

—Bueno, cree en que se va a poner bien tal y como dicen los doctores. Si te dicen eso, tienes que creerles.

—Eso espero. —Suspiro—. Y… ¿cómo está Damon? —Es la primera pregunta que quería hacerle ni bien me atendió, pero preferí ser una buena amiga y hablar sobre otra cosa que no fueran novios. Suelta una leve risa.

—Sabía que querías preguntarme eso. —Hace una pausa y sé que intenta contener un poco más las carcajadas. Me conoce bastante bien. Su voz cuando vuelve a hablar es más seria que hace unos segundos y lo dice tan convencida que no puedo dudar de nada—. Está enojado… mucho, Natalie. Ayer Rick me llamó para pedirme que saque a Damon del gimnasio, porque iba a destruirlo más de lo que ya lo hizo. Se volvió loco y ni bien llegamos a casa, se encerró en su cuarto. No quiso comer en todo el día. Ignora mis llamados a la puerta y no me habla. Está triste y furioso.

—Me lo imaginaba, pero entiende que no podía dejarlo venir. —Puedo decir que soy fuerte y que no me pondré a llorar, pero dentro de mí ya estoy llorando a moco tendido, porque mi novio no me atiende el teléfono.

—Lo sé, despreocúpate. Lo convenceré y lo haré recapacitar. Te quiere, mucho más de lo que yo esperaba en un principio. Mi hermano no es tan estúpido como para dejarte. Sabe tan bien como yo que eres buena para él y que eres la única.

—Gracias.

—También intentaré que te atienda el teléfono. Desde mi habitación se escucharon sonar los pitidos de su celular hace un rato.

—Está bien, muchas gracias.

Hablamos durante unos minutos más. Mi estado de ánimo mejora levemente cuando por fin logramos emprender una conversación sobre cosas sin sentido, como los recuerdos de las cosas que hacíamos en clase algunas veces cuando no prestábamos atención. Por un momento disfruto de no preocuparme de nada, pero luego la imagen de Damon invade mi cabeza de repente y todo en mí cae de nuevo. Se instala en mi mente y no sale cuando termino la llamada con mi amiga. Llena mi cabeza y me destruye. Pero sé que no podré sacarlo de mi sistema y olvidarme durante mucho más; me rehúso a que todo mi ser quiere ignorarlo y me permito comenzar a pensar en él.

Lo único que se me ocurre ahora para mantenerlo presente es pensar en todo lo vivido. Solo me quedaré tranquila cuando reciba su respuesta, si es que se decide a dármela. Insistiré hasta que —si se harta de mí— me lo diga, sea por un mensaje, una llamada o una mísera carta. Pero no dejaré de intentar seguir con él. Lo amo mucho como para dejar que lo nuestro se eche a perder como si nuestra relación no significase nada. Pasamos demasiado durante todo este tiempo, pero siempre seguimos juntos a pesar de todo. Quiero que siga así. Si nos peleamos, nos reconciliamos a las pocas horas. Una y otra vez. Es obvio que preferiría no pelear, pero a veces las peleas sirven para reforzar la confianza y así superar las diferencias que serían un obstáculo.

Pienso en todo lo que pasamos. Las risas, los abrazos, los besos, las caricias, las sonrisas…

Recuerdo su tacto delicado, pero a la vez posesivo, al igual que sus besos, que pasaban de tiernos a feroces de un segundo al otro. En verdad, me sentía en el cielo cuando estaba cerca y me tocaba. Me deleito ante las imágenes que llenan mi mente de recuerdos maravillosos. Las fotos que me tomó, las noches en las que dormimos juntos, los juegos de seducción que le hacíamos al otro —por ejemplo, el día en el que decidí comer de manera sensual las fresas con chocolate—, pero lo mejor de todo fue nuestra primera vez. Por dios, no puedo creer que después de eso me sintiera adicta al sexo con él. Sigo preguntándome cómo es que pudo contenerse cuando yo era virgen. No puedo imaginarme lo que sentía en esos momentos. Pero por suerte, cedí ante él. Fue… ¿cómo decirlo…? Inesperado, pero perfecto. En un minuto me contaba su pasado y en el otro, ya estaba dentro de mí, empujándome a la liberación que tanto ansiaba.

Me sorprendo al recordar que no tuve miedo a que me viera o me tocara, a que observara mi verdadero yo, plagado de imperfecciones. No tuve recuerdos ni pesadillas cuando comenzó a sacarme la ropa. No pensaba en nada más que no fueran sus caricias. Mi pasado se mantuvo alejado de mí, como si nunca hubiera existido. Agradezco que haya podido no apurarme a hacerlo con él, ya que hace tiempo, comenzó a tocarme y el horror me invadió por completo. Esa vez, en la que me puse a llorar a causa de los recuerdos, y aquella otra vez que me tocó y me puso su remera para dormir.

Cada vez que me tocaba, el miedo disminuía. Ahora me doy cuenta de ello. Él hace que todo se esfume.

Pero ahora no está y lo único que puedo hacer es recordar.

You may also like

Download APP for Free Reading

novelcat google down novelcat ios down