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  ARI

  El olor a papas fritas, a carne asada o a cualquier otro tipo de comida, es familiar para mí. Trabajo en el restaurante de Billy desde que tengo dieciséis años, cuando sentí que necesitaba buscar una fuente de dinero y mantener mi mente ocupada.

  Venir aquí todos los días me ayuda a olvidar un momento.

  —¿Qué pasa contigo? —inquiere Lacey, mi amiga y compañera de trabajo—. Nunca prestas atención a lo que digo.

  Apoyo mi cadera contra la encimera mientras Lacey lava los platos. Mi trabajo es sencillo. Sirvo a los clientes del restaurante y tiro la basura. Gano doscientos dólares semanales junto a las propinas. Es suficiente para ayudar a mi madre con los gastos de la casa.

  —Lo siento —susurro en voz baja—. Estoy teniendo un mal día.

  Lacey me mira con tristeza.

  —Siempre tienes malos días. Eres la persona más rara que he conocido, Arianne. Apenas socializas con los demás y te he oído llorar en el baño.

  Sus palabras me dejan sin respiración y me siento avergonzada.

  —Nunca lo entenderías —digo finalmente—. Nadie lo entendería, Lacey.

  Suspira mientras seca el último plato.

  —Sé que es una forma de llevar tu dolor. —Se acerca y me abraza—. Estoy aquí si necesitas algo, ¿sabes?

  Asiento con un nudo en la garganta. Siento un picor en los ojos, me queman. No puedo lidiar con las lágrimas ahora mismo. Este no es buen momento para derrumbarme, pero estoy a punto de hacerlo. Lacey sabe todo sobre mi pasado y nunca me ha dado la espalda. Es mi única amiga. No me juzga, no me mira con malos ojos. Es de las pocas personas que me hace sentir bien en este mundo.

  —Lo sé.

  —Mañana es sábado —comenta, apartándose de mi cuerpo—. Iré con Nathan a un club nocturno. Si quieres podrías venir.

  Nathan es su novio y desde que empezó a salir con él la veo más relajada. Me alegra saber que al menos Lacey tiene la oportunidad de ser feliz.

  —Sabes muy bien que ese tipo de cosas no son de mi estilo.

  Lacey se ríe.

  —Lo supuse, pero tenía que intentarlo.

  —Quizás algún día pueda ir.

  No parece convencida.

  —Ese día será el fin del mundo.

  Billy entra a la cocina y me lanza un delantal que atrapo antes de que llegue a mi rostro.

  —Necesito que sirvas a la mesa cinco —ordena—. Son gente importante y te darán buena propina.

  Billy siempre es gentil y comprensivo conmigo. Soy muy afortunada de trabajar en este restaurante, dudo que exista un jefe mejor. Está casado, ronda cerca de los cincuenta y su barriga tiene un gran tamaño. Él y su esposa, Lydia, me tratan como a una hija más. Yo adoro este ambiente familiar. Es el tipo de amor que nunca tendré en mi casa.

  —Estaré ahí pronto —expreso, atando el delantal alrededor de mi cintura.

  —¿Cómo estás hoy, pastelito? —Me pregunta Billy.

  —Mal como siempre —responde Lacey por mí—. La invité a salir mañana, pero tu pastelito no quiere.

  Billy me analiza con reprobación.

  —Eres una chica joven, deberías divertirte. Trabajas demasiado, Ari.

  Lo mismo dijo hace varias semanas, pero no logrará convencerme. Nunca estaré de ánimos para ese tipo de cosas.

  —¿Qué ha pedido el cliente? —inquiero, cambiando de tema. Billy niega con la cabeza, resignado.

  Mis ganas de vivir se esfumaron, pero sigo adelante por un fuerte motivo, por mi único propósito.

  Mi horario termina a las seis de la tarde. Cuando llego a casa estoy cansada y me duelen las piernas. La falta de sueño me provoca dolores de cabeza y ahora mismo solo quiero dormir. Voy hasta la cocina para dejar mi bolso y servirme un vaso de agua. El departamento que comparto con mi madre es pequeño, puedo escuchar cualquier sonido desde la entrada. Oigo algunas gotas de agua caen del grifo que nunca termina de cerrarse. También llegan a mí sollozos.

  Los sollozos de mi madre.

  Camino lento rumbo a su habitación. Mi mano rodea la fría perilla de metal de la puerta mientras me asomo a través de la grieta. Me quedo en silencio y la observo llorar mientras abraza un muñeco que le perteneció a Theo. Su llanto es desgarrador.

  Me duele verla así, me duele mucho.

  Mi corazón se rompe al verla en ese estado, una lágrima resbala lentamente por mi mejilla. Yo también lo extraño mucho. A diario me digo a mí misma que debería seguir con mi vida y olvidar lo sucedido, pero es imposible. La culpa nunca me dejará. Es como un veneno inyectado en mi sangre que recorre cada una de mis venas.

  —¿Mamá? —pregunto.

  Rápidamente limpia sus lágrimas y deja el peluche de Theo sobre la cama.

  —No te oí llegar, cariño —susurra—. ¿Qué tal el trabajo?

  —Increíble como siempre. Billy es un ángel.

  Me dedica una cálida sonrisa.

  —Es un buen hombre, me alegra que trabajes con él. ¿Tienes hambre?

  Niego.

  —Comí algo antes de venir aquí. ¿Qué anda mal, mamá?

  Pone un mechón de cabello detrás de su oreja mientras me observa con los ojos rojos e irritados.

  —Sabes que soy muy sentimental. —Escucho el llanto en su voz y parpadeo para retener mis lágrimas—. Lo extraño.

  —Yo también lo extraño —admito—. Si pudiera retroceder el tiempo, juro que tomaría su lugar. Lo sabes, ¿no? Haría lo que fuera si eso significara tener a Theo de regreso.

  Los hombros de mamá se hunden y deja escapar un suspiro. Solo hay sufrimiento en su rostro.

  —Nada de esto es tu culpa, cielo.

  Entro a la habitación y cierro la puerta. Me siento al lado de mamá en la cama y aprieto su mano. El recuerdo de aquel día me causa una opresión en el pecho difícil de soportar. Sé perfectamente que se debe al sentimiento de culpabilidad que tengo. Theo era el sol que iluminaba nuestras vidas. Ahora, todo es tan oscuro debido a su ausencia.

  —Prometí protegerlo y fallé. —Mi voz suena ahogada—. Le fallé a Theo y nunca voy a perdonarme.

  Mamá toca mi mejilla y cierro los ojos. Mi alma está rota, nadie podrá repararla. Me ahogo en un sollozo mientras me apoyo en su mano.

  —Eras una niña —dice con tristeza—. ¿Qué niña de catorce años podría con un lobo salvaje incapaz de razonar? Te superaba en fuerza y en tamaño.

  —Yo debí hacer lo que fuese necesario para salvarlo. Debí lanzarme sobre el lobo, pero no me moví. Fui una cobarde, mamá.

  Cuando me abraza, lloro en su hombro. El calor de su cuerpo me reconforta, me aferro a ella con todas mis fuerzas. Se siente bien saber que sigue queriéndome a pesar de todo. No soportaría cargar también con su odio.

  —No pudiste hacer nada más. Estabas aterrorizada, cariño, y es comprensible. Cualquiera lo estaría en esa situación.

  —Deja de justificarme.

  Se aparta de mi cuerpo y me obliga a mirarla fijamente.

  —Tú no eres culpable —dice con determinación esta vez—. Confía en mí, Arianne.

  Ella habla como si conociera al verdadero culpable. Y cuando miro sus ojos, veo secretos. Secretos que me gustaría descubrir.

  Paso las siguientes horas observando informes en internet como lo hago desde hace ya cinco años. Mi historial está inundado de búsquedas sobre sucesos extraños en Moonville. Ni siquiera me sorprende ver más noticias sobre lo mismo.

  Siempre hay desapariciones misteriosas, la gente se desvanece sin ninguna justificación. Se encuentran cuerpos mutilados y asumen que fueron animales salvajes: un lobo, un coyote e incluso tigres. Parece que hay un montón de ellos en la zona. Especialmente durante las noches de luna llena.

  Lorena Castillo fue encontrada muerta en el bosque de Moonville el día catorce de octubre del año 2015. Hicieron la autopsia y los médicos forenses determinaron que ha sido brutalmente asesinada por un lobo salvaje. Roxanne Rock fue encontrada en iguales condiciones. Lo mismo sucedió con Angus Clark, Thomas Malone, Jon Sullivan y la lista sigue siendo increíblemente larga. Muertos en las mismas circunstancias y días donde hay luna llena. ¿Casualidad de la vida? Lo dudo. Sigo observando cientos de informes y las pruebas son contundentes.

  Amelia Boston fue testigo de cómo devoraban a su amiga Lorena, pero lo curioso de esta situación es que ella afirma que no se trataba de simples animales.

  Según ella, eran hombres lobo.

  La calificaron de loca, la sometieron a tratamientos psiquiátricos. La pobre Amelia vive atormentada sin que nadie crea en sus palabras. Sé que hay algo más grave detrás de esto y necesito descubrirlo. Mi ceño se frunce y hago clic en otra página: Lobos en Moonville.

  Solo bosques habitados por lobos existían donde el pueblo se encuentra ahora. Los humanos llegaron para cazarlos y arrebatarles sus tierras. Moonville siempre fue el hogar de estas bestias. El asesinato de mi hermano no es la única tragedia relacionada al tema, pero hay una diferencia del resto de las víctimas. Nunca encontraron el cuerpo de Theo, ni siquiera mínimos restos.

  ¿Qué sucedió realmente?

  Mi madre no estará de acuerdo, pero ha llegado la hora de tomar una decisión. No puedo vivir con esta duda. Me volveré loca. Moonville no es un simple pueblo, voy a demostrarlo.

  —¿Arianne? —Ella toca a la puerta y rápidamente guardo mi portátil bajo una almohada—. Te traje algo de comer.

  —Adelante, mamá —digo.

  Entra a la habitación sosteniendo una bandeja con galletas y una taza de leche. Sabe cómo consentirme, la amo por eso. Siempre hemos sido ella, Theo y yo. Mi progenitor fue solo un donante de esperma y nunca llegué a conocerlo. Lo odio desde que tengo memoria. Durante años pensé en cada posibilidad por la que pudo habernos abandonado. Incluso la idea de que esté muerto pasó por mi mente. Me preguntaba cómo luce, a qué se dedica o si alguna vez le importamos. Dudo que ame a su familia. Si así fuera, estaría aquí apoyándonos en todo. Nos abandonó y para mí está muerto. Mamá no quiere hablar de él, y la entiendo. Ese hombre no merece nada de nosotras.

  —¿Te sientes mejor? —pregunta mi madre con una suave sonrisa.

  Asiento mientras mastico las galletas con chispas de chocolate. Están deliciosas. La comida de mamá es mi favorita. En este mundo no existe nadie como ella.

  —Tú me haces sentir mejor. —Le sonrío.

  Su mirada se desplaza a mi rostro y se sienta en el borde de la cama. Sus ojos verdes son iguales a los míos aunque siempre parecen cansados. Su piel está muy pálida. Desde la tragedia ha cambiado mucho y no puedo culparla. Se refugia en su dolor y su trabajo. Yo por mi parte busqué ayuda psicológica, pero fue inútil. Nadie puede ayudarme.

  —He tomado una decisión importante y espero que me apoyes —dice mamá y me tenso.

  Termino de masticar.

  —¿Qué tipo de decisión? —pregunto

  Mi madre me mira atentamente como si tuviera miedo de mi reacción.

  —Empezar de cero en otro país —responde ella, yo me quedo inmóvil—. No podemos seguir aquí.

  —¿A qué se debe esto?

  Su labio inferior tiembla.

  —Sé que mantienes esperanzas de recuperar a Theo. No es sano, cariño. Tú eres la más afectada y me duele ver que cada día te hundes más en la oscuridad.

  Las lágrimas amenazan con caer y parpadeo en un intento por detenerlas.

  —¿Y piensas que yéndonos a otro país cambiará algo?

  Aprieta mi mano.

  —Escúchame, Arianne —suplica—. Es hora de empezar de nuevo. No quiero perderte a ti también. Le hemos dado suficiente luto a Theo. Es mi hijo y lo amo, pero debemos seguir con nuestras vidas.

  —¿Y lo dices después de cinco años?

  —Estaba en la misma situación que tú y ya no deseo seguir en esa oscuridad.

  La opresión en mi pecho se vuelve más grande. Se desliza por mi garganta y se enrolla allí, como una serpiente que me impide tragar.

  —Sé que aún hay esperanzas…

  —¿Esperanzas de qué? —interrumpe, me observa como si estuviera loca—. Theo está muerto, Arianne.

  —¡No está muerto! —grito entre lágrimas. El primer sollozo abandona mis labios y me rompo—. Nadie logró encontrar su cuerpo después de que ese lobo lo arrastró lejos de mí. Tampoco apareció alguna parte de él, ni pruebas de que ese animal se comió hasta su último hueso. Theo está en alguna parte de Moonville y lo encontraré.

  Mamá palidece.

  —Estás diciendo muchas locuras.

  Dejo la taza con leche sobre la mesita de luz y me pongo de pie. Miro a mamá con los ojos entrecerrados y miles de sospechas en mi cabeza. Siempre me pareció curioso que se haya resignado tan rápido. Asumió que Theo estaba muerto y aceptó que la policía dejara de buscarlo.

  —¿Por qué no quieres que lo encuentre? —Le pregunto—. ¿Qué me ocultas? —Ella abre la boca para decir algo, pero ningún sonido sale—. Si pretendes que nuestra vida sea normal como antes, te aviso que no sucederá. Nunca seremos normales de nuevo.

  —Lo sé, pero estoy tratando de cambiarlo. Has dejado la escuela, Arianne, y pasas mucho tiempo trabajando e investigando sobre Moonville. No está bien a tu edad. Mereces vivir.

  Las lágrimas comienzan a rodar por mi mejilla sin que yo pueda hacer algo por contenerlas.

  —Más de cincuenta personas murieron a causa de los lobos. En su mayoría niños como Theo. Me cuesta creer que esas bestias sigan sueltas y asesinando a cualquiera. ¿Por qué no hacen algo al respecto?

  Mamá aprieta mis hombros en un gesto tan desesperado que duele.

  —Estás perdiendo la cabeza.

  La observo con una mezcla de rabia y dolor.

  —¡No estoy loca, mamá! —chillo—. ¿Sabes qué? Volveré a Moonville y le demostraré al mundo que no es un simple jodido pueblo.

  Mamá me contempla horrorizada.

  —No puedes hacer eso, Arianne —dice desesperada—. No puedes volver a Moonville. Te lo prohíbo.

  —Te recuerdo que tengo diecinueve años. Ya no puedes prohibirme nada. A diferencia de ti, a mí sí me importa saber qué ocurrió con Theo. Puede que esté muerto, pero encontraré al culpable.

  Jadea.

  —¿Culpable? ¡Fue un animal!

  —Yo no creo que sea un simple animal.

  Mamá limpia sus lágrimas y se dirige a la puerta.

  —Estás cometiendo un grave error, Arianne. Espero que te des cuenta de ello. Theo ya no volverá.

  Abandona la habitación y me tiro sobre mi cama mientras sollozo sin control. No importa que ella me vea como a una loca que no acepta la muerte de su hermano. Ningún ser viviente en este mundo impedirá que llegue al fondo de la verdad.

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