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Desde que tengo uso de razón he vivido en la miseria, mis padres me abandonaron y me crie en una casa, hogar de la cual hace unos años escapé y aunque ha sido muy duro para mí, pero eso no me ha detenido a esforzarme y salir adelante. Trabajo y estudio al mismo tiempo, ser mesera no es fácil, pero tampoco es que haya otras opciones para tener un mejor empleo, eso será hasta que termine la universidad y con título en mano buscaré empleo en las grandes empresas, principalmente en las empresas Morotova.

Eso es lo que Pamela le está comentando a una pareja de ancianos que han llegado a almorzar y les ha generado mucha confianza, ellos le pidieron hablar un momento y agradeciendo que el restaurante estaba casi vacío, ella aceptó hablar.

Su sorpresa fue cuando ellos le confesaron que son los dueños de esa empresa y le propusieron conquistar a su hijo Taylor, le prometieron que si en el lapso de un año ellos no se enamoran, entonces el contrato quedará sin valor y efecto y ella podrá marcharse si así lo desea, claro que el dinero siempre lo tendrá en sus manos. Sin embargo, al no ser una oportunista, Pamela no lo aceptó.

Pero los señores no se quedaron allí, le ofrecieron trabajar para sus empresas. Es tanta la desesperación que ellos tienen porque su hijo formalice su vida que no les importa pagar para que la chica se acerque a Taylor.

Finalmente, Pamela aceptó el trabajo, esa misma tarde renunció al restaurante y se preparó para el día siguiente presentarse a la empresa.

Esa mañana se levantó muy temprano y se preparó un café para beber de inmediato y otro para llevarlo a la oficina, sin embargo, el transporte pasó unos minutos tarde por su cuadra y eso hizo que llegara al límite de la hora de entrada. Saludó al guardia que está en la puerta y caminó con prisa, sin percatarse que delante de ella está un hombre que también está por ingresar al ascensor y ha chocado con él.

—¡Ah! Eres una tonta, fíjate por donde caminas. —Rezongó, Taylor, al ver lo que ha provocado la chica que está tirada en el suelo.

—Perdón, señor, ahora mismo lo limpio, no se preocupe. —Se disculpó Pamela, titubeando al ver la cara de enojo del hombre con traje de ejecutivo al que ella, por ir de prisa a alcanzar el elevador, se ha tropezado y ha derramado su vaso de café en los zapatos de él.

Sumándole el temor que irradian aquellos tatuajes que sobresalen del cuello del hombre que la observa como si fuese una simple basura.

—¡Qué haces, inútil! No te atrevas a tocar mis finos zapatos con tus asquerosas manos, estos valen más que toda una vida de trabajo tuyo.

—Lo siento, señor, no fue mi intención manchar sus zapatos. —Se disculpó nuevamente, pero Taylor está tan molesto que ni siquiera la escucha.

—Por tu culpa perderé una reunión de trabajo muy importante. —Se quejó, ahora mismo tiene programada una reunión con su padre y los socios, según le dijeron, tratarán un asunto serio y es primordial que él se encuentre presente.

—Ni creas que irás conmigo en el mismo ascensor, se me pegaran tus aires de pobreza. Es más, no sé qué haces en esta empresa si aquí está prohibido que entren a pedir limosna. —Refunfuñó Taylor, segundos antes de presionar el botón y subir a la última planta del edificio.

Pamela se quedó paralizada, ese hombre la ha sacado del elevador y la ha tratado como una indigente. Ella observó su ropa para verificar si es cierto que se ve como tal, sin embargo, ella es demasiado sencilla y su vestuario le parece muy adecuado para ser la asistente personal del presidente de esa empresa.

Pasados dos minutos de la hora de entrada, ella ya está en la oficina que se le ha asignado. Está muy asustada, los señores que le han ofrecido ese cargo le han adelantado que su hijo es muy testarudo y que al principio le costará trabajo soportarlo. La paga es muy buena y está contenta de trabajar en la empresa más grande del país, es por eso que se ha prometido no desfallecer por cualquier tontería que venga de su jefe, además, necesita dinero para seguir pagando sus estudios y eso la obliga a quedarse.

Una hora más tarde llegó Taylor a la oficina, se ha salido de la reunión, faltándole el respeto a su padre porque no está de acuerdo con el punto que se está tratando. Su padre le ha dicho que si quiere continuar siendo el presidente, tendrá que casarse y darle un nieto, le ha dado un plazo de dos meses para que encuentre una esposa, de lo contrario, otra persona tomará su lugar hasta que él haya cumplido.

En cuestión de segundos hay desorden en su oficina, es como si un huracán hubiese pasado y haya lanzado todo al suelo, el escritorio está vacío y una reguera de papeles es lo que se puede apreciar alrededor. Pamela lo observa desde su oficina y se pregunta que cuál será el privilegio que ese empleado loco tiene para que el presidente le dé el acceso a entrar a su oficina privada.

—¿Será que voy y le reclamo por darle vuelta a la oficina del jefe? —Se pregunta. —Eh, no, mejor no me meto en esos asuntos.

Al carajo, iré a reclamarle, luego el presidente vendrá y me regañará a mí y quizá también me toque levantar todo.

Pamela dejó en pausa su ordenador y caminó hasta la oficina que se encuentra al frente de la suya, desde afuera se puede observar la espalda ancha del hombre al que aún no le ha visto el rostro.

Abrió la puerta y como acto reflejo, Taylor aventó una botella al suelo y gritó:

—¡Nada de lo que digas me va a convencer para que me case! ¿Lo entiendes? ¡Nada me hará cambiar de opinión, papá!

—¡Qué! —Exclamó Pamela, frunciendo el ceño por la confusión. Además, reconoció que es la misma voz del hombre que la insultó hace unas horas.

—¿Tú?

¿Tú que haces en mi oficina? —Preguntó Taylor, apuntando con el dedo índice.

¡Largo de mi vista, muerta de hambre!

Al ver el mismo rostro del hombre del ascensor, Pamela se estremeció de miedo y sin articular palabra retrocedió hasta llegar a la puerta.

—¿A dónde crees que vas? ¡Detente! —Ordenó Taylor, caminando de prisa para impedir que ella salga, y de inmediato cerró la puerta con llave.

—Tú me dijiste que saliera, entonces, eso hago.

—No, tú no irás a ninguna parte. Tú me debes un favor por arruinarme los zapatos hace rato, ahora me lo tienes que pagar.

—Claro que sí, tú solo dime el precio y con cada pago que reciba te voy a abonar cierta cantidad. —Respondió Pamela, creyendo que se refiere a que los zapatos tienen un precio.

—No quiero dinero, tampoco necesito un reemplazo de zapato barato.

—Mi respuesta es no, no estoy dispuesta a pagarle con sexo. —Respondió Pamela, asemejando que si no quiere que le devuelva plata o los zapatos, querrá que le pague de esa forma.

—Ni estando en medio de la muerte tendría sexo contigo, no te creas la gran cosa.

¡Quiero que seas mi esposa!

—¿Tú te has vuelto loco? Ni siquiera nos conocemos.

—Lo haremos en el trayecto.

—Además, tú me odias, se te nota a leguas el desprecio que sientes por mi persona, y todo por el hecho de ser una persona de bajos recursos.

—No te estoy pidiendo una opinión, te estoy informando que te casarás conmigo y quiero que sea cuanto antes. Firmarás un acuerdo confidencial en el cual aceptas ser mi esposa falsa, no te suplicaré para que lo hagas, lo necesito de inmediato y por eso te estoy obligando porque manchaste mis zapatos preferidos.

—Ni de coña sucederá. —Le retó Pamela. —Abre la puerta, desquiciado. Verás que cuando el jefe llegue le contaré todo lo que ha pasado en su oficina, soy su asistente y me creerá.

—No me importa quien seas, ya puedes ser la mano derecha del presidente de la república, a mí no me interesa ese dato.

Te ordeno que dejes anotada tu dirección en un papel, de lo contrario, no saldrás de aquí hasta que a mí se me ronque mi regalada gana. —Ordenó Taylor, haciendo que la chica se sienta atemorizada.

Pamela está asustada, la gruesa y áspera voz de Taylor le hace sentirse inferior. No sabe qué decisión tomar, un desconocido que desde que la vio por primera vez no ha hecho más que humillarla y ahora le está obligando a que sea su esposa con tal de mantenerse al mando del imperio familiar.

Con manos temblorosas, Pamela anotó la dirección del apartamento de mala muerte donde vive. Hasta entonces, Taylor cantó victoria y la dejó salir de la oficina.

—Uf, si los empleados están locos, no me quiero imaginar cómo es el jefe. —Se dice Pamela en su mente, al mismo tiempo que limpia el sudor de su frente.

En cuestión de minutos, Pamela redactó su carta de renuncia y esperó hasta la tarde a que el jefe llegara y entregársela. Sin embargo, nunca lo vio aparecer y tampoco podía preguntarle a nadie, ya que en ese piso solo estaba la oficina de presidencia y la suya.

Pamela estaba dispuesta a soportar a su jefe, pero nunca se imaginó que tendría que lidiar con todos los locos de esa empresa y ahora se ha echado para atrás y su sueño de trabajar para esta prestigiosa empresa, se ha ido por la borda.

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