Home/ Rechazada por mi pareja, elegida por el destino Completed
Mi compañero Alfa me rechazó porque pensó que fui yo quien mató a su padre...
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El sonido de la bofetada retumbó en mis oídos, pero no se comparó al dolor que dejó atrás en mi piel. Caí con fuerza al piso sin poder creer lo que había pasado.

—¿No te acabo de decir que no laves esto? —vociferó y lo miré con ojos llorosos, asintiendo con la cabeza—. Entonces, ¿por qué lo hiciste?

Su voz resonó en la habitación. No dije nada porque sabía que sería en vano intentar defenderme. Cira, mi loba, me pidió que me sometiera, así que bajé la mirada al suelo, obedeciéndola. Ella había sido como una madre desde que mi familia me había abandonado. Si le hacía caso, no me metía en problemas, pero si nos peleábamos y le desobedecía, malas cosas pasaban.

Solté un gemido de dolor casi inaudible cuando sentí que me jalaban el cabello. Parecía que me lo arrancaría de la cabeza, pero ni le preocupó mi incomodidad. Las lágrimas caían libremente por mis mejillas como caudales sin fin.

—No solo te bastaba con ser una asesina, ¿también quieres convertirte en una desertora? No si puedo evitarlo, mientras vivas en esta manada, debes obedecer las reglas y soportar cualquier castigo en silencio, ¿entiendes? —me gritó mientras me zarandeaba y el pitido en mis oídos aumentó, asentí a duras penas pues su agarre no me dejaba mover la cabeza con libertad. De repente, me soltó y me caí al suelo de nuevo.

—Si vuelves a cometer el mismo error, no seré tan amable, m*ldita p*rra —maldijo antes de darse la vuelta y dejarme completamente rota detrás.

Recién en ese momento me di cuenta de que me había cortado el labio porque sentí el sabor metálico de la sangre en mi boca. Me limpié como pude y traté de levantarme pero mis piernas me fallaron. Me caí con fuerza de nuevo y grité de dolor al mismo tiempo que una nueva tanda de lágrimas salían sin control. Todavía no me había recuperado completamente de la golpiza que me habían dado ayer, pero tenía que aguantarme y prepararme porque sabía que este día sería igual de difícil.

Seguramente me molestarían de nuevo los otros miembros de la manada y en la noche el Alfa vendría a desahogarse conmigo aunque no hubiera cometido ningún error. Se había vuelto rutina desde que me había vuelto la esclava de la manada, cada noche venía al sótano helado en el que dormía para golpearme. Parecía que hacerlo era su método favorito para aliviar el estrés, me había vuelto rápidamente en el último eslabón de la manada.

Me obligaban a hacer todos los quehaceres de la mansión como lavar, cocinar y limpiar. También cuidaba de los bebés. Prácticamente, hacía todo para los doscientos lobos que vivían en la manada, y ni siquiera tenían la decencia de parar con el abuso físico y emocional. No les importaba si sobrevivía o no, mas bien lo contrario, estaban enojados porque todavía seguía de pie, incluido el Alfa. Ni siquiera se me permitía ir a la escuela con los otros jóvenes, pero tenía suerte de que había logrado obtener cierta educación antes de que mis desgracias comenzaran.

No siempre había sido todo tan terrible, solía tener una buena vida y era considerada dentro de la manada como una más. Mi vida no era perfecta, pero era mucho más soportable. Mis padres siempre me habían tratado como alguien especial aunque los demás pensaban que estaba maldita porque era muda. Desde que había nacido, nunca había podido emitir más que pequeños sonidos, así que se pensaba que no tenía voz.

De todas maneras, mis padres me amaron infinitamente y resulté ser una niña inteligente que sobresalió en la escuela. Aunque parecía que preferían a mi hermana menor, Baia, estaba agradecida de todas formas por la atención que me daban. La mayoría de mis profesores y algunos miembros de la manada me apreciaban por mi excelencia académica. Mi madre siempre me decía que era linda, pero ya no creía eso.

Como mi padre era el Beta y mi madre la mejor amiga de la Luna, significó muchos beneficios para mí. Sabía que no todos estaban contentos con mi existencia, pero era feliz por tener la oportunidad de ser cercana al Alfa y a su familia.

Mi vida era buena hasta que todo acabó cuando me di cuenta de que la Diosa de la Luna me odiaba pues no me transformé cuando cumplí los catorce. Lo normal era que todos los lobos jóvenes experimentaran esta dolorosa transición por primera vez a los catorce años. Dejaban que su lobo interior tomara el mando y se manifestara físicamente. La transformación era bastante dolorosa porque los huesos se movían para adaptarse a la nueva morfología. La piel se cubría de pelo, las orejas se volvían puntiagudas, tus extremidades se transformaban en patas y tus uñas en garras. Te salía una cola y tu nariz se alargaba hasta convertirse en un hocico con dientes afilados.

El dolor era inconmensurable, pero era corto, y después de la primera vez decían que nunca más te dolía así que podías transformarte en cualquier momento. Estaba asustada, pero también emocionada. Sin embargo, el día de mi cumpleaños vino y se fue, sin ningún cambio, haciéndome preguntar si había algo malo conmigo.

Ese fue el comienzo de mi miseria. Los demás decidieron etiquetarme como desafortunada y estaban seguros de que había sido maldita por mis pecados. Desde ese día, la mayoría me evitó y todos mis amigos me abandonaron. Se burlaron de mí en la escuela e incluso mi familia se alejó, me sentía terrible, pero no sabía que eso no era nada comparado con lo que vendría.

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